Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 129


QUERIDOS PASAJEROS:



Nuevos encuentros … nuevos caminos por recorrer … Y las letras como lazo de unión … siempre … Somos portavoces de la realidad y de los sueños … Somos voceros de los hechos y las utopías … ¿Qué mejor destino?

Emprendamos el viaje entonces …



La locomotora humeaba como para calentar el ambiente (un áspero friazón se dejaba sentir) mientras la campana sonaba indicando la partida. El trencito arrancó con rumbo a la cordillera, pues en Catamarca nos esperaba una amiga: ANALÍA PASCANER. Nacida en Buenos Aires, actualmente reside en la ciudad de CATAMARCA. Estudió Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Es profesora de piano y se dedicó a la enseñanza cuando vivía en Buenos Aires. En Catamarca concurrió a un taller de narrativa e integró un grupo literario. Tuvo a su cargo la dirección de la primera revista virtual de su provincia. Desde noviembre de 2006 es editora y directora de la revista digital "CON VOZ PROPIA", emprendimiento independiente de difusión de literatura clásica y contemporánea. Participó con lectura de textos propios y de otros autores en todos los cafés literarios realizados en la ciudad de Catamarca, en recitales poéticos-musicales en Feria del Libro de Catamarca y Feria del Libro de La Rioja, en diversos homenajes realizados a escritores catamarqueños. En mayo de 2008 participó –a distancia- en la mesa redonda de Archivos del Sur (de revistas digitales), realizada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la coordinación de la periodista y escritora Araceli Otamendi (directora de la revista digital Archivos del Sur).Publicó algunos de sus cuentos en las Antologías 'Escritos en La Cueva' (2003, 2004 y 2005), y el libro 'La Noticia', perteneciente a la Colección de literatura infanto-juvenil La Cueva (2005). Sus cuentos y relatos son leídos en algunos programas radiales y publicados en revistas digitales: Isla Negra, El Ciruja, La Bodega del Diablo, Literarte, Letras en el Andén, La Máquina de Escribir, Poemas en Añil, Archivos del Sur, Axxón, Revista Almiar, Artesanías Literarias y en diversos sitios literarios de la web. Colabora con radios y publicaciones virtuales y en papel, en diversos proyectos literarios. Se desempeña como correctora de textos." Aquí nos trae un cuento, descarnado y realista.




UN CAMINO SIN RETORNO



El deslucido abrigo de cuero pesaba holgado sobre sus hombros. La cabeza inclinada sobre el pecho, el cuello levantado de la campera, las manos dentro de los bolsillos, todo era inútil para protegerse del viento helado. Oscar Rosales caminaba lentamente por las calles desoladas. La llegada repentina del frío había atemorizado a los vecinos.

Pensaba en Matilde y en los amargos calentitos y espumosos, en la sonrisa luminosa y en el calorcito de la estufa a querosén; pensaba en la mirada amable y en el amparo de las paredes cálidas, en las palabras comprensivas y en su propio desaliento.

Oscar pensaba…

Los cincuenta y dos años se apretaban en su cuerpo, la humedad se concentraba en sus huesos, la angustia se traslucía en su rostro. Desalentado, sus pasos conduciéndolo a ningún lugar, Oscar pensaba: ¡Qué imbécil! ¿Cómo pude aceptar la jubilación a los cincuenta? Y no hallaba respuesta a esa pregunta que día a día lo atormentaba más y más.

Bastante tiempo atrás se había agotado el dinero del cheque de la indemnización. Ya no hacía changas en el taller de Edmundo porque el chico de la vuelta, ése que abandonó el colegio, “es más joven y más fuerte, ¿me entiende?”. El dueño del estacionamiento en el cual trabajó unos meses le explicó que “el hijo de Moreno tomará su puesto para pagarse los estudios, buen pibe, ¿vio?”. Ya no se reunía con los amigos a tomar unos vinos en el bar, ¿cómo los pagaría?, no le agradaba aceptar limosnas. Lo borraron del club por falta de pago, ahora ni siquiera podía entrar a la cancha para distraerse, por unos pocos pesos, viendo los partidos de su equipo de la categoría “C”.

Se sentía solo. Estaba solo. La muchachada lo fue dejando solo o tal vez él se fue apartando del camino de aquellos obreros de la fábrica que dio de comer a tantas familias durante tantos años.

Y Oscar pensaba… Al flaco Iriarte y al vasco Urrutia también los tentaron, los hicieron caer como a él. Iriarte juntó su vida en cuatro valijas y se fue a su pueblo natal, allí lo esperaba su madre; y el flaco se fue porque sabía que en casa de la vieja no le faltaría el puchero. Y el vasco, buen tipo, se murió “de depresión” comentaban algunos: dejó de comer, perdió la afiliación al club, no aparecía por el bar, no recibía a los pocos amigos que visitaban su casa; y se murió el vasco, se murió de tristeza y soledad.

Oscar salía a caminar todos los días, empapado por la lluvia o tiritando por el frío, azotado por el viento o agobiado por los cuarenta y tantos grados. Él debía encontrar una salida.

Deambulaba todos los días por el barrio, algunas veces lo acompañaba unos metros el chico diferente, ése… el de la sonrisa despreocupada. Esquivaba la cuadra del bar y la manzana del club; evitaba mirar a aquellas personas con quienes se cruzaba en el camino. Descansaba sentado en un banco de la plaza, esa plaza donde nació la idea, esa plaza donde veía a los pibes jugar con la pelota raída, esa plaza donde los jubilados jugaban a las bochas. Los jubilados de antes, los de setenta y tantos años, los jubilados de verdad. Oscar se sentía joven, sin embargo no todos opinaban lo mismo: para ningún trabajo era joven.

Ese día se movía lentamente, como si sus pies se resistieran a consentirlo en la misión desesperada que tramaba. Su mano acarició el frío del metal que llevaba desde esa mañana en el bolsillo.

Faltaban pocos metros para llegar. Levantó la mirada y observó la bandera gastada sobre la puerta de entrada, un jirón descolorido zamarreado por el viento feroz, y un impulso renovado aceleró sus pasos. Sus pensamientos lo atormentaban, su pulso y su respiración le quemaban, un nudo comprimía su garganta, una piedra apretujaba su estómago. Esa idea lo martirizaba: debía concretarla hoy, le resultaban insoportables las peripecias con que se burlaba desde su mente. Y Oscar pensaba: Matilde… ¿qué diría ella?, y luego se animaba: ¡Qué! si por Matilde lo hago, ella se merece algo mejor.

Faltaban pocos minutos para las veinte horas. Sólo se encontrarían Joaquín y la empleada nueva, ambos terminando un día de trabajo para luego regresar a sus hogares, disfrutar junto a sus familias, entregarse al sueño tranquilo; ambos sabían que al día siguiente un trabajo los esperaba. Repasó el plan una y otra vez. No había posibilidad de error, la policía jamás andaba por allí, a esa hora se internaba en la villa haciendo redadas. Nada podía salir mal. Envalentonado por la angustia traspasó el umbral, sin embargo permaneció inmóvil, la calidez del ambiente lo intimidó.

-¡Qué sorpresa, Oscar! Llegó justo, ya casi cerramos -expresó Joaquín observándolo a través de los lentes-. ¿En qué le puedo ser útil?

Como única respuesta, esbozó una débil sonrisa y se acercó al mostrador susurrando: Pobre Joaquín, cada día más sordo y más miope. La empleada llenaba unas planillas y el encargado regresó a sus papeles. Oscar sacó el revólver del bolsillo y murmuró algo así como “esto es un asalto”. Entonces Joaquín le preguntó:

-¿Cómo dice, Oscar?

Algo más seguro, insistió:

-Don Joaquín, deme la recaudación del día y no les pasará nada a usted ni a la chica.

El encargado, atónito, observó el arma gastada sostenida por una mano temblorosa, se acomodó los lentes y, con torpeza, abrió un cajón debajo del mostrador. Comenzó a sacar los billetes, los cuales Oscar tomaba y hundía de manera desordenada en sus bolsillos.

-Lo van a agarrar, Oscar, y usted es un buen hombre, usted no es de ésos.

-No soy nadie, don Joaquín, no tengo nada, me dieron la jubilación y me arrancaron la dignidad. Deme la plata y me voy de aquí, sé que usted no contará nada, tampoco la chica.

Terminó de guardar los billetes mientras repetía, como intentando convencerse a sí mismo:

-Lo siento, don Joaquín, no es nada contra usted. Ya me voy y todos olvidaremos este incidente.

Oscar notó la expresión de Joaquín: detrás de los vidrios gruesos sus ojos se mostraron sorprendidos y sus labios se torcieron en una mueca grotesca. Oscar no advirtió que la empleada clavó su mirada en la puerta de calle. De pronto escuchó una frase común, una frase que se le ocurrió irreal, y el silencio se rompió con palabras ásperas, lejanas, vacilantes:

-¡Alto, Policía! ¡Suelte el arma! Ponga sus manos detrás de la cabeza y gire lentamente.

Y Oscar pensó… Pensó en Matilde (¡cómo lo iba a extrañar!), en sus amigos, en los pibes jugando el picadito en la plaza, en la sonrisa babeada del chico discapacitado, en los años entregados a la fábrica, en el trabajo que esperaba y jamás llegó, en la plata del cheque que voló, en los hijos que no tuvo, en su juventud perdida por las obligaciones, en sus sueños olvidados, en sus ilusiones de tener algo mejor, de ser alguien mejor, de vivir un poco mejor.

Entonces Oscar pensó. Giró sobre sus talones pausadamente mientras ponía el arma en su sien derecha.

El sonido retumbó en la sala casi vacía del correo.

Y Oscar ya no pensó más.





La maquinista aprovechó para degustar unas riquísimas nueces confitadas y nos despedimos de esos buenos amigos y hermosos paisajes. Y cruzando todo el país el trencito rumbeó para el litoral, a la provincia de Santa Fe para recibir al primero de tres pasajeros de ese rincón argentino. Un nuevo pasajero: JORGE ISAIAS. Nació en Los Quirquinchos,(Santa  Fe) pero vive hace 50 años en ROSARIO (prov. de SANTA FE). Licenciado y profesor Superior en Letras, Magister en Lengua y Literatura. Publicó 41 libros entre Poesía, Prosa y Crítica. Fundó la revista y editorial La cachimba en 1970, luego editorial. Su obra fue traducida al ingles, coreano, alemán, francés, italiano y portugués. Sus libros circulan en la Enseñanza media y superior. Es Escritor Distinguido de su Provincia, declarados sus libros por el Ministerio de Cultura y Educación de la provincia como de interés educativo. Las cámaras de la Nación y la Provincia de S Fe ha declarado su obra Interés Cultural. Su obra “Crónica Gringa “ tiene 7 ediciones. Otros libros suyos han sido reeditados: “Oficios de Abdul y poemas de amor”. Nos trae hoy una hermosa reflexión sobre la libertad, con matices de nostalgia. Espero les agrade.






                           El arte es libertad, le dice mi nieta Pilar a mi hija. Y tiene razón.
Tal vez sea el último refugio que le queda al ser humano donde pueda ejercer, vía imaginación y creatividad, su condición ínclita e inclaudicable de decidir fuera del poder y de las órdenes. "Me senté a escribir en el lugar donde cesan las órdenes", supo escribir el poeta Raúl Gustavo Aguirre para siempre.
Mi hija había anotado a Pilar en una escuela de arte y en algún momento casi a fin de año ella le dijo estas palabras entre otras, que por qué si el arte es libertad no la había consultado para anotarla allí. Pero este año se arrepintió y quiso volver. Pilar tiene seis años y cursa primer grado en una escuela estatal. La escuela de arte también lo es. Son ambas muy buenas.
Este año se cumplen cien años de la muerte de uno de los más grandes poetas de la lengua castellana, es decir, Rubén Darío, un hombre libre que nos limpió el idioma y lo dotó de la plasticidad que nos permite expresarnos, y como escribió Borges, poco importa que nosotros lo hayamos leído, porque tal vez su estética hoy nos resulta un poco envejecida, pero sigue cantando con su voz tan plena, como afirma Angel Rama.
La situación de la libertad tiene que ver con la vida, por supuesto.
En otro tiempo ya lejano, ya remoto, en un lugar pequeño, lleno de aire no contaminado, de pájaros libres, de mariposas y de abejas, participé como un integrante más de una barrita de niños, amigos o compañeros de escuela, o ambas cosas a la vez. Todos vestíamos de la misma manera, uniformados por decirlo de algún modo, que nos hacía integrantes de una clase social a la que pertenecíamos por la identidad de nuestros padres. Eramos hijos de obreros rurales, agremiados y defendidos por "el sindicato", como llamaban al de Obreros rurales y Estibadores adheridos a la FATRE. La ropa que vestíamos era confeccionada por nuestras madres hacendosas y creativas, raramente usábamos zapatos, como mucho teníamos un par para los domingos y teníamos prohibido patear una pelota con ellos, y nos lo teníamos que quitar cuando volvíamos del cine los domingos por la tarde. Para la escuela usábamos unas zapatillas marca Pampero que nos sacábamos junto al delantal. Y allí nuestras madres nos hacían calzar unas alpargatas que el uso les sacaba un hilo largo al que llamábamos "bigote" y en el verano éramos completamente libres. Nos permitían andar descalzos la mayor parte del día. Nos juntábamos en la cortada de gramilla muy verde donde no pasaba casi nadie. Salvo los perros vagabundos y el carro del lechero, y de allí partíamos hacia los profusos cañadones, munidos de hondas matadora de pájaros o tramperas donde cazábamos grandes cantores para venderles a los vecinos. En estas incursiones casi siempre veíamos volar bandadas de garzas blancas que eran, para nosotros, la representación de la libertad sin más, bajo el cielo celeste como una chapa reseca.

                                  publicado en “Página/12”



Dejamos la ciudad dando una vueltita por el magnífico Monumento a la Bandera y la locomotora enfiló hacia la ciudad de Arequito para recibir a otra nueva pasajera: CLAUDIA COSENZO. Nació un verano de 1971  en la ciudad de Río Tercero en la provincia de Córdoba. Allí cursó sus estudios primarios, secundario y terciarios obteniendo el título de Profesora en Educación Preescolar. Hace unos años el destino la condujo a la localidad de AREQUITO (prov. de Santa Fe) donde formó su familia y hoy reside. Nos dice: “Desde pequeña tengo varias pasiones que aún conservo; las más importantes mi pasión por la lectura y escritura lo que me permiten adentrar en universos desconocidos. Participo de talleres literarios, he formado parte de varias antologías con cuentos breves y poesía. Obtuve algunas menciones en el género “poesía”. Actualmente estoy trabajando en la  primera novela. Lo que hace a la integridad de quien escribe es imaginar, liberar lo que atesora en su interior tratando de llegar con sus palabras a conmover y emocionar a quien sepa valorarlo. De eso se trata escribir…”  Les traigo hoy sus poemas que, espero, disfruten.




MEDITACIÓN ABSTRACTA

Te busco, hurgo en lo más profundo.

Ahí, donde el alma permanece aletargada,

recorro sin prisa cada recoveco

de este túnel interminable.

Cual fantasma en vilo,

la intriga va carcomiendo mis sentidos,

 me impulsa a dar cada paso,

 en este candente sendero

 que me lleva hacia ti.

Me desvanezco

 en esta meditación abstracta,

sigo buscándote; quiero tocar,

mirar, oler, escuchar, la nada me lo impide.

Un sentimiento desgarrador y oscuro

 me revela que en mi interior ya no estás…

Es la nada misma, en mi propia esencia.



OTOÑO

¿Es acaso el otoño una estación del año?

O es el momento exacto donde la naturaleza

se despoja de aquello que la agobia

dejando al descubierto su verdadera esencia.

Ese estado donde las hojas secas se deslizan

acariciando  lo invisible, lo imaginado,

lo irreal de lo que nos rodea.

Formando parte de una metamorfosis

de colores entre ocres y amarillos

develando su espíritu oxidado, azafranado.

Se va decolorando lentamente,

hasta quedar  en un estado envejecido.

Cual un retrato en sepia se proyecta

ante el  entorno, durante el tiempo

que tarda en despertar la primavera.



VÍNCULO SECRETO

Establezco un vínculo secreto

en la serenidad de mi espíritu.

Retozando en remembranzas,

cobra vida la nostalgia

entrelazada con el silencio

de lo que nunca fue.

Desdibujando momentos

despliega mi niñez su incertidumbre,

despereza de a poco la inocencia

en ese devenir de cosas nuevas.

Van y vienen.

Oscilando en el columpio del tiempo,

 permiten colmar de palabras

páginas en blanco de una historia,

para repasar cada vez

que establezca un vínculo secreto

con mi propia alma.



              ERES

Esa bruma  gris, húmeda , triste

como cortina de llovizna de agonía

me enceguece, me transportas

a lugares  donde  te anidas

 receloso y vulnerable.

Dolor, eres el  monstruo

que apareces de la nada y te instalas;

reniegas en quedarte y formar parte

de mis días, de la vida misma.

Sensación desgarradora que estruje

el alma y deja en vilo mi conciencia.

Sensación de suspenderme en el vacío

y chocar de golpe con una realidad

demoledora...

Destructor, aniquilas mi felicidad

en un instante y te quedas para siempre

pretendiendo que te acepte.

Eso eres dolor, lo único que resta

es aceptarte o aprender a llevarte

en mis entrañas.

Apareces cuando evoco los recuerdos,

me asfixia tu presencia, me ensordeces.

Te asigno a pesar de mi rechazo

un pequeño espacio en mi memoria,

ahí donde deseo que te aquietes

y permanezcas para siempre adormecido,

aun sabiendo que eres torbellino

volverás como llovizna entristecida

cual  bruma gris cargada de agonía.



MIRADAS ENCENDIDAS

En  amaneceres se desperezan

retoños de esperanzas postergadas,

Ilusiones capturadas por luciérnagas radiantes

en la noche clara.

Reviven fantasías rehenes de la infancia

Exploran el juego escurridizo

de luces y sombras.

Resplandecen miradas encendidas

por estrellas fugaces.



ENIGMA

En la urdimbre de mis pensamientos

es tan efímero el aroma de tu cuerpo.

Huidizo se entrelaza entre las hebras

que en mi mente,

van plasmando de gozo

mi inconsciente apasionado.

Devanando sensaciones

va transformando el cuerpo.

En la trama se escabullen

magia, deseo, misterios.

Resiliencia que transforma

mis sentidos.



Unos matecitos y ricos bizcochitos de grasa nos reconfortaron y así seguimos la huella (o mejor dicho la vía) para recibir a nuestro último pasajero y amigo: RAMÓN WALTERIO GODOY. Nacido hace 84 años en Conlara, Provincia de Córdoba, se siente hijo adoptivo de Concarán, San Luis, donde pasara su infancia y parte de su juventud. Residió tres años en la ciudad de San Luis, donde cursó el bachiller, continuando sus estudios universitarios en Córdoba, egresando con el título de Odontólogo. Hace 45 años que reside en RAFAELA (SANTA FE).Retirado de su profesión dedica la mayor parte de su tiempo a la actividad literaria, habiendo publicado su primer libro de cuentos “Historias de vidas” en el 2010 y luego su segundo libro “Historias debidas”. Varios de sus cuentos han merecido distintos premios en concursos nacionales. Nos acompaña con dos relatos cortos que, espero, disfruten.
E Mail: chitatoto@arnet.com.ar



EVOCANDO A MI PEQUEÑA




¿Te conté que a la escuela solía ir a caballo?

 Iba montado en La Pequeña. Una petisa adorable. Era mi mejor amiga.  Cuando me acercaba al corral para darle de comer o para ensillarla, me recibía con un potente relincho,  movía su cola y levantaba sus manos dándome la bienvenida.

   Su pelo cobrizo brillaba al sol, como si hubiese estado revestido  de oro. La cabeza erguida y su paso seguro le daban un porte majestuoso. En un concurso de belleza equina seguro que ganaba por varios cuerpos.

   Nos entendíamos a las mil maravillas. Yo le hablaba y con la cabeza asentía como si comprendiera.  Todos los días del  año me llevó al colegio sin problemas. Aunque no eran todas flores en nuestra relación.

Creo que tenía mucho sentido del humor.  La escuela  quedaba a dos leguas. Salíamos de mi casa al galope lento, pero en cuanto tomábamos el camino acelerábamos la marcha. A mí me gustaba ir rápido  y a ella también. El único problema es que se espantaba por cualquier cosa. Si una perdiz levantaba vuelo, o una liebre cruzaba el camino, paraba de golpe y yo iba a dar con mi humanidad en la tierra. Me la aguantaba pensando  que realmente tenía temor y por eso lo hacía. Aunque desconfiaba un poco, porque me daba la sensación de que cuando yo juntaba los útiles y me sacudía, levantaba su labio mostrando sus dientes como si sonriera.

Pero lo que me hizo aquella vez no me dejó  ninguna duda. Había  llovido mucho, así es que todo el camino era un lodazal.   Por eso íbamos muy despacio, con mucha precaución para que no  resbalara. En un momento me sorprendió, porque   empezó a acelerar el trote y, de  pronto, sin que  absolutamente nada se cruzara en el camino, paró de golpe, pero  no me caí. Quedé prendido a su   cuello, tomándome de las  crines con todas mis fuerzas.  Cuando creía superado el inconveniente y, antes de que pudiera  acomodarme, levantó su cabeza  todo lo que pudo y la bajó de golpe como haciendo una reverencia. 

   Y ahí sí que fui a aterrizar en el  barro. No repuesto de mi asombro por lo que había pasado, cuando empecé  a levantarme y la miré, su relincho me sonó como una carcajada.

   Conteniendo mis lágrimas al verme todo embarrado por su culpa, mientras montaba le dije: ¡Ya me las vas a pagar!  ¡Te voy a tener una semana sin comer! -¿que si cumplí  la amenaza? ¡¡NO!! Era mi mejor amiga y consideré que era una broma que me había hecho. Nunca se lo conté a nadie. A mi mamá le dije que me había resbalado al desmontar y me caí en el barro. Los amigos no deben ser “buchones”.  Es la primera vez que lo cuento porque mi querida Pequeña debe andar alegrando los caminos del cielo, mientras yo, octogenario, sigo aún recorriendo los caminos de este mundo.





EL CIRILO




Era la visita mensual que me hacía ese vendedor con su muestrario repleto de novedades.

- A éste se lo lleva. No me interesa.

- Mire señora que es un hermoso Cristo.

- Sí, pero yo no vendo imágenes, así es que se lo lleva.

- Bueno, si usted no lo quiere lo llevaré.

Media hora después, mientras acomodaba la mercadería que me había dejado, lo encontré debajo de unos papeles. 

– Se lo llevará la próxima vez, pensé, a este Cirilo yo no lo quiero, - y  lo coloqué en un clavo que había en la pared.

A la tarde entró mi hijo y lo primero que vio fue  la imagen.

- ¡Que hermoso Cristo, mamá! No lo vendas. Lo pondré  en   mi dormitorio.

- Llevalo cuando quieras.

El destino enlutó mi alma y me sentía morir de tristeza. Mi compañero de 30 años me dejaba para siempre. Si bien sabía que en cualquiera momento podía suceder  ya que sus arterias estaban tapadas  por la nicotina del maldito vicio del cigarrillo que lo dominó, no  pudiendo complacer  al pedido de sus hijos que tanto quería y que le imploraban que lo dejara.

Una furia anti imágenes se apoderó de mí, y metí en una caja todos los santos y estampas que encontré. Ahí fue también a parar el Cirilo como yo lo había bautizado. En la pared donde había estado colocado  quedó bien nítida una cruz. Me llamó la atención  porque no tenía ninguna pintura que hubiese podido marcarla.

Después de un mes decidí abrir el negocio, aprovechando el receso para  pintarlo  y hacer limpieza general  tratando  de empezar con mejor ánimo.

Una semana después de haber reiniciado la actividad me llamó la atención de que en la pared donde había estado apoyado  “El Cirilo” volvió a aparecer la cruz. Lo hice pintar  nuevamente y al poco tiempo  otra vez lo mismo. Decidí entonces sacarlo  al Cirilo de la caja y lo coloqué  en el lugar donde había estado.

Una noche, estando cerrado el negocio escuché  un ruido. Cuando fui a ver, lo encontré  al Cirilo caído sobre una caja. El clavo estaba bien puesto en la  pared. No le encontré explicación y lo puse  nuevamente en su  sitio  un poco sorprendida.

Pocos días después  al abrir el negocio encontré  la imagen que se había desprendido de la cruz. ¡Otra sorpresa! Lo miré y no me explicaba cómo podía haberse caído ya que  estaba bien engarzado. Le puse pegamento y lo volví a su lugar, pero previamente le coloqué dos clavos grandes debajo de los brazos.  ¡Vamos a ver si te volvés  a caer!

Cuando una clienta muy  católica  me preguntó por qué lo tenía tan lleno de clavos,  le conté lo que había sucedido.

- Debe ser porque no está bendito. Préstemelo que yo lo haré bendecir.

- Sí, ahí lo tiene, haga lo que quiera.

Al día siguiente Cirilo estaba  nuevamente  en su lugar, ya bendito según me dijo la señora.

- Y dice el sacerdote que lo cuide. Que tiene algo muy especial...

- Bueno, si es Dios, que se cuide solo.

Unos días después otra  vecina me preguntó:

 – ¿No me prestaría el  crucifijo señora? Mi hija y yo terminamos de hacernos una biopsia  y queremos pedirle  que nos ayude para que el resultado sea negativo.

- Sí señora llévelo. Téngalo todo el tiempo que quiera. Yo le llamo el Cirilo, pero con cariño.

- Cuando vino a devolvérmelo la felicidad se le veía reflejada en su rostro.

- Gracias señora. Aquí tiene  a su Cirilo. Nos hizo el milagro. Los dos análisis dieron negativos.

- Ahora es muy común que me lo pidan.  A nadie le falló en las peticiones que le han hecho.

- No lo niego. Pero ahora les digo  que me lo devuelvan enseguida. Porque todas las noches,  antes de acostarme,  y haciendo una olvidada señal de la cruz, de rodillas le digo simplemente: perdoname Cirilo querido, yo no creía en vos. Ahora si creo que eres Dios.  Por eso te lo encargo al Horacio. Yo sé que está en el cielo.  ¡¡Cuidamelo!!





La locomotora andaba ya cansada y quiso regresar al pago. Y al trotecito corto se allegó a su andén. Y aquí los espera esta maquinista, con sus cuentos y poemas (y una minibiografía) en: letrasenelanden@gmail.com

Espero hayan disfrutado el paseo. Y ¡¡hasta la próxima!!!!!!!!!!!

Un abrazo



CRIS FERNÁNDEZ

3 comentarios:

  1. Gracias, Cris, por el envío.
    Qué buenos cuentistas los tres.
    A Analía tengo la satisfacción de conocer sus escritos y la difusión cultural que desempeña.
    A Jorge lo quiero y valoro mucho desde hace años.
    No conocía al tercer autor y me encantó leer sus relatos y recorrido de vida, un verdadero gusto.
    Betty

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    1. Gracias por tu lectura, querida Betty.
      Cariños, que tengas días plenos
      Analía

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  2. Mil gracias por la publicación de mi cuento, querida Cris.
    Y reitero mis felicitaciones por tu tarea de difusión literaria, siempre has sido un ejemplo para mí, desde aquellos años de la revista Escritos...
    Cariños, que estés muy bien y todo te resulte para bien
    Analía

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