Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 40

HOLA PASAJEROS !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

No nos arredra la ola polar ... los cambios climáticos y políticos .. ¡en fin! ... que como el Sol ... ¡siempre estamos! Y renovada la maquinista por su excursión al Noa (Salta, Jujuy y Tucumán) donde se maravilló ante las bellezas de este país nuestro y reanudó vinculos amistosos, arranca con más fuerza este Nº 40. Que si para algunos esta cifra significa el comienzo del "descenso" para estas Letras es, por el contrario, apenas la adolescencia.
En este viaje la locomotora -que también reclamaba vacaciones- se acercó a la provincia de Buenos Aires. Estaba bastante fiaca ¡qué se le va a hacer!

Y así ascendió el primer pasajero: HORACIO PETTINICCHI. Así se nos presenta: "Nacido en Capital Federal un 6 de julio, canceriano para occidente, caballo para los chinos, actualmente resido en Del Viso, partido de Pilar, prov. Bs.As. Supe ser socio y  secretario de redacción de un periódico zonal ( punto y coma) hasta que fundimos por falta de vil dinero, colaboré y colaboro en algunos medios, actualmente tengo a cargo la  parte de cultura, arte, diagramación y redacción de la revista NOSOTROS, mensuario de la Federación de Entidades Bonaerenses (ONG),  también con dos compañeras, incursione  en un programa de radio  específicamente de literatura. ... se llamaba La luna con gatillo ( por la poesía de Tuñon).   También integro la comisión asesora de la casa de cultura de Del Viso que dependen del instituto municipal de cultura. Coordino el Grupo Octubre que funciona con tres talleres literarios en la ciudad de Del Viso, Pte. Derqui, ambas del partido de Pilar y otro taller en el partido de José C. Paz. El grupo Octubre pone su esfuerzo en rescatar autores de nuestra América cobriza principalmente los olvidados (Icaza, Luis Franco, Jacobo Fijman, Roberto Santoro, Héctor Gatica, etc.) Respecto mi trabajo, actualmente tengo la suerte de ser jubilado (tengo 64 años) y dedicarme a lo que me gusta ( dictar talleres, etc., etc.) y al no tener la necesidad de vivir de eso lo puedo hacer ad-honorem" Yo añado: tiene importantes premios en el orden provincial, nacional e internacional. Co fundador de La Rosa Blindada primero y Grupo Octubre después,  luego de un breve paso por la SADE como coordinador de delegaciones. Actualmente coordina talleres literarios en el ámbito del Instituto Municipal de Cultura Pilarense  como así también el distrito de José C. Paz. Publicado "La guerra de Juan" (novela) que fue galardonada con el Primer Premio de Novela Municipal. Los cuentos que incluyo son de la Antología "La mariposa Roja". Me parecen excelentes. Ya incluiré el restante que me fuera enviado en próxima revista.

LA CORONELA
                                                           
         La anciana desciende su cansancio  por  la gastada escalinata de piedra.
Su espalda, encorvada en años y ofensas, hoy se inclina un poco  más con el peso del nuevo agravio. El Superior Gobierno de la Nación acaba de negarle la tan esperada pensión, que alivie en algo su pobreza.
-     Que no está en los registros -alegan.
-    Que los despachos que le entregó cierto general de  suave voz, hoy día carecen de validez- aducen.
-   Gobierno de cagatintas y lameculos que añoran al godo- murmura la anciana, mientras cruza el empedrado de la calle y hunde su soledad en el canto de las chicheras y los olores de comidas picantes que ofrecen las cholas en la plaza mayor.
         La anciana, no escucha ni huele. Otro es el canto que puebla sus oídos, otros los olores que viven en ella.
         El clarín tocando a degüello, la seca descarga de la fusilería y el sordo ruido de una lanza enterrándose en el cuerpo del español, es la única música que hoy escucha.
         El olor a bosta y sangre, a miedo y muerte, el dulce aroma de la libertad ganada a sable y coraje es el único aroma  que huele,  la anciana de espaldas encorvadas, que cruza la plaza entre el canto de las chicheras y los olores de comidas picantes.
         Sus pasos, tardos, la llevan a donde un grupo de mendigos, escoria de guerras olvidadas, exhiben muñones de viejas heridas y extienden, con vergüenza, descascarados jarros, pidiendo el favor de una limosna.
         Alguien, entre el grupo la reconoce, y  pronuncia con emoción su nombre.
-           ¡Es Juana la Guerrillera!
         El endiablado brillo que hizo temblar a más de un godo aparece en los apagados ojos de la anciana, endereza su espalda, su mano diestra se crispa en la empuñadura del sable que ya no lleva  y con la misma voz de mando que ordenara las cargas a sus Leales, dice:
-          Teniente Coronel, por si no lo sabe, mi amigo.
         La Teniente Coronel, Comandante de Guerrillas Juana Azurduy. La misma Juana que bajó la cabeza de su esposo, Manuel Asensio Padilla, de la larga pica donde la había dejado ensartada el godo. La Coronela que cargó al frente de sus escuadrones de caballería ordenando a degüello.
         Su solo nombre helaba la sangre del español que prefería guerrear a cien escuadrones de hombres. Que no uno de las indias.
         La  misma Juana, que vestía su chaquetilla en la roja sangre de sus enemigos, la Azurduy que recibió el homenaje del Libertador Simón Bolívar y hoy sólo recibe el olvido del gobierno.
         Al llegar a su rancho, la anciana se duerme en un catre de tientos y se sueña.
         Se sueña cargando en tremenda atropellada, se sueña haciendo estallar su sable en la cabeza del portaestandarte realista, arrebatando en triunfo la bandera del opresor Reino de España.
         Se sueña cabalgando, llevando en las ancas de su inmenso moro a los miles de indios muertos en nombre de Dios  y para mayor gloria del Rey de España.
Muerte y Libertad cabalgan con ella, muerte para el opresor, libertad para su pueblo.
         La mujer se sueña  junto a su Asensio. La Juana sueña y nos sueña libres
         Un leve ruido la despierta, sus ojos anublados en años, distingue en la penumbra del cuarto la sombra de un hombre sentado.
-          ¿Quién está ahí?
-          ¿Ya no me conoce, mi amiga?
-          ¡General! ¿Y que anda haciendo por acá?
-          Trayéndole los despachos de Coronel
-          ¿Y fusiles General? ¿Trajo fusiles?
-          Eso no manda Buenos Aires
-          Necesito fusiles General, no papeles. Fusiles y pólvora para parar al godo.
-          Le traigo mi sable Coronel y mi reconocimiento.
-          Le agradezco General, pero ¿y los fusiles? Mi gente pelea con lanzas y con hondas, lo único que tienen es coraje y eso no alcanza.
-          Lo sé Juana, lo sé.
-          Usted Belgrano no entiende, con Castelli fue lo mismo. Que quiere, me preguntó, Fusiles, le dije, gente tengo, caballos tengo, fusiles necesito. Buenos Aires se olvida de nosotros General.
-          Esta vez va ser distinto Juana.
-          Estoy cansada General, cansada, ya no hago falta General.
-          Usted hace falta Juana.
-    ¿A quién? Si ni hijos me han dejado... los han matado General, igual que a mi Asensio. ¿A quién le voy a hacer falta General?
-   A nuestros muertos Juana,  para que tengan una razón para morir. A su sueño de la Patria Grande. A usted misma Juana.
-    Mire General, cuántos muertos, mire a dónde nos llevó  el  vano orgullo de querer ser libres.
-    No es así Juana, usted les devolvió el orgullo, el sano orgullo del hombre libre, aquel orgullo de José Gabriel. Y ellos, sus Leales, murieron libres. Usted es una buena mujer Juana.
-   ¿Qué mujer soy, General? ¿Qué mujer, que levanta su sable y ordena  a degüello?  ¿Qué calaña de mujer, que cubierta en sangre y bosta manda a su gente a la muerte? Quiero amamantar general, cocinar para mi hombre, acostarme con él, enredarme en él, lamerlo, gozar general, gozar como buenamente puede gozar una mujer y no ser esto.
-    Usted es el Grito, Juana. Un grito no acallado que camina, usted Juana, es la utopía de esa Patria que se busca.
-   ¿Qué Patria, general?  Mi Patria, la Patria de mis indias? ... o la de esos cholos lameculos  que añoran al godo?
         Se duerme la Juana, se duerme para siempre soñando con esa Patria que no fue, Patria loca, despiadada, convertida en paisito.
         El General Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, levanta su pesado cuerpo para acompañar al cajón de a un peso, donde yace la Coronel de Guerrillas Juana Azurduy.
         Afuera, los pututos llaman al combate, las indias, uniformadas en rojos y azules, formadas en escuadrón, rodean a su Coronela.
         A un costado, un hombre alto, de enmarañada barba, de asmático respirar, que luce  una estrella dorada en la boina de comandante, se cuadra y saluda a la Coronela, que lo precede en la muerte.
         Alto, en el cielo, una mariposa roja y un cóndor, despiden al cortejo.


LA VALIJA DE CARTÓN

    Lento, con pasos tardos, se desliza el fúnebre cortejo por la ancha avenida.
    Rostros cetrinos surcados de lágrimas, rostros escapados de un cuadro de Carpani,  preceden a la cureña.
    En ella  un ataúd, en él,  en el ataúd, los míseros despojos de la revolución, se inquietan.
    El cielo se abre en flores, y la ciudad, la gris ciudad que ella anheló conquistar, encalla  en un hondo silencio.
    El dolor, convertido en aullido visceral, brota de millones de gargantas, la angustia trepa por los muros, recorre las calles y se hace gemido en los barrios humildes.
    La oligarquía deja oír el alegre estampido de botellas de champán; esa noche todos los brindis serán  para el cáncer.
    De pié, en la vereda, con los ojos anublados en llanto, la niña levanta su valija de cartón,  acomoda su exiguo cuerpo  y comienza a  andar.
    Tras ella, la incipiente candela que la acompaña comienza a crecer, y crecerá, crecerá,  hasta que un día,  convertida en asolador fuego la consuma, y nos consuma a todos en fraternales odios.
    Los gastados zapatos  de tacos torcidos llevan a la niña por Florida, elegante  calle donde su nombre, enlodado, rodará una vez y otra también.
    Camina la niña, y al llegar al balcón de la plaza que se asoma al puerto, ve agigantarse por las interminables vías el penacho de humo gris que va dejando atrás el tren que la trae de su pueblo, tan atrás y tan gris  como esa infancia humillada que no logra olvidar.
    A su lado, Scalabrini, que está solo y espera, sueña que un día los ferrocarriles volverán a ser argentinos. 
    La niña se ve en la endeble jovencita que camina por el anden, se ve  entre cientos de oscuros hombres que cargan, a igual que ella, pobres maletas henchidas de necesidades y esperanzas, y el asombro, que aún no ha perdido, se atornilla en sus ojos tardos para nunca más irse. 
    Por un instante le acucia la necesidad del regreso, por un instante el rostro se le enciende en  vergüenza por lo que dejo atrás.
    Aprieta entonces fuerte los dientes y se hunde, se pierde  en la mítica ciudad, pariéndose a sí misma.
    La niña se ve alejarse arrastrando  la maleta de cartón, liviana en bienes, pesada tal vez, en viejos rencores. Se ve perderse entre los miles de nadie, y ella,  la no reconocida, será un día  la más conocida.
    Camina por Callao tras la luna de Ferrer y al llegar a Corrientes le ruedan dos lágrimas por el chiquilín que vende flores.
    Se jura que cuando sea justicia no habrá pobres y ningún chico penará en su país.
    Cruje su estómago de hambre, cruje, como crujirán las camas, que compartirá en la tristeza de sórdidos hoteles.
    Arrastra su maleta por Corrientes, carga con sus odios  hasta el Luna donde la está esperando, sentado en un sillón de mimbre, el sonriente  coronel vestido de blanco.
    Alguien  la llevará a la radio y no faltará quien la acerque al teatro. Sonreirá al leer su libreto. Se escuchará en las huecas palabras que, en poco tiempo, serán cargadas del fanático fuego que la consumirá.
    Camina la niña en el rojo amanecer, se detiene ante el alto edificio donde la luz de  su despacho aún está encendida, ingresa y sube las amplias escaleras entre manos cóncavas que se alargan  en un clamor de justicia. Generosa, extiende las suyas, mientras otras manos, transfiguradas en garras, corroen sus entrañas.
    Observa el imponente féretro que descansa en medio del amplio salón, a su lado el coronel de blanco uniforme, trocó la gardeliana sonrisa por un negro brazalete. 
    Se mira, se ve pálida, vestida solo con el afilado rostro de la muerte. Se pregunta la niña ¿por qué?  Si aún hay tanto para hacer...
    Qué solo queda el coronel, qué solo  sin el fanático amor de esa mujer. Se queda sin el odio, sin el resentimiento, sin el sagrado fuego que alimenta a la revolución, es decir, se queda sin pueblo; a su lado quedan los tibios y obsecuentes, los lameculos y los vividores.
    Pobre coronel regresado a militar, cargará en su conciencia esa temprana muerte y sentirá crecer en sus entrañas el otro  cáncer, el  de los celos.
    Sale la niña arrastrando su valija cargada de dolores y al pasar por Libertador y Agüero, se detiene a observar a un militar, a un oligarca y a un intelectual escribiendo sobre una pared “Viva el Cáncer”.
    Camina, llega a la avenida 9 de Julio, se pierde en el bosque de pañuelos blancos que se agitan, desliza su sonrisa entre su pueblo y sus ojos, cargados de despedidas, se asombran al encontrarse allá arriba, en el inmenso palco, hecha mujer.
    Las manos pálidas, de largos dedos, se ciñen a un micrófono, una voz quebrada, pasional, mana de su pobre cuerpo devastado, iniciando un catártico diálogo con su pueblo.
    El coronel, de uniforme blanco y gesto adusto, borra su eterna sonrisa y calla.
    La niña se escucha suplicar frente al micrófono. Se escucha decir… no me hagan hacer lo que no quiero hacer….  El pueblo ruge, y esa tarde, convertida en zarza ardiente, se funde con la masa de rostros oscuros, que agitan pañuelos blancos aullando su nombre.
    Llora la niña de la valija de cartón, llora y comienza a transitar su largo renunciamiento.
    Camina cargando sus gastados afanes, camina mientras cruzan frente a ella camiones rebosantes de pueblo.
    Y ella, libre y  desordenado  pájaro, se deja arrastrar  por cientos de obreros y se suma a la vorágine. Alguien le pone una bandera en la mano, alguien le pone un grito en la voz.
    Agita la bandera la niña, mientras su voz enronquece pidiendo la libertad del coronel de blanco uniforme. Llega  a la Plaza Mayor y sus pies, cansados de desandar caminos, se refrescan en la fuente. Se mueve la niña  entre el gentío, alegre gorrión borracho de pueblo; bebe el rojo vino de la revolución, y se jura que algún día hasta el último ladrillo será peronista. A su lado Homero compone un tango mientras Jauretche reparte volantes de FORJA.  Todo es risa y todo es  fiesta cuando dos brazos se alzan desde el balcón saludando a un pueblo enamorado, tan enamorado como ella, de su coronel. Se aleja la niña, se aleja bailando tras un cantor, un payaso y un mago, escapando tal vez de un futuro que nunca empieza y un pasado que jamás termina. Camina, gastando sus zapatos, camina arrastrando su valija preñada de ilusiones. Exhausta se sienta la niña en el umbral de una vieja  casa y se queda dormida. Una mano frágil, perentoria, le toca el hombro. Despierta la niña y se encuentra en esa mujer que no logra disimular su cuerpo estragado bajo el elegante trajecito. Se mira en esos ojos, en sus ojos,  que aún conservan el tardo asombro, y  ve en ellos la angustia del fracaso, el mismo fracaso que carga en su maleta de cartón.  Mira a esa mujer que un día se olvidó de amanecer, dejándose descansar en la muerte. Se presiente en la memoria prohibida, en esa insistencia en volver, sin saber que ya está muerta.  Se encuentra en el espanto de un pueblo desamparado, huérfano de esperanzas, en el pasado que nunca termina y en la utopía fusilada. Se encuentra en las voces que crecen del olvido, y en esa otra voz, que comienza a susurrar la mágica palabra. Se levanta la niña y tomando la mano - su mano- de esa mujer, aparean sus ayeres y mañanas y  juntas, definitivamente juntas,  emprenden el camino. La valija, cargada de revolución, camina con  ellas.


Siguió su marcha el trencito... hasta ahicito nomás... pues debía recoger al amigo MARCELO LUNA. Nacido en Capital Federal en 1954, casado, un hijo, marino y viajante de comercio por el interior del país. Vive en la ciudad de Ramos Mejía, provincia de Bs As, y actualmente trabaja como viajante de motos y ocasionalmente se embarca dos o tres veces al año para llevar a puerto buques con averías en alta mar. Escribe poesía, cuento, ensayo, y se especializa en Historia Económica Medieval, disciplina en la que colabora con distintas publicaciones especializadas del país y del mundo. Es miembro de "Utopoesía"
Lleva editados tres libros de poesía: "Poemas del Taller de 1975", ed. Colombo, Chivilcoy, 1975 y "La Bitácora Negra" de ed. Olalla, Ramos Mejía, 1984, Recientemente publicó  "Música de Cámara", ed. El Escriba, Bs As, 2007. Asimismo, editó cuatro Antologías, dos de ellas con el sello de  la Sociedad Argentina de Escritores  1973-74) otra en España con el Foro Sensibilidades (Sensibilidades III Abril 2003), Ateneo Poético Argentino (Junio 2005).
Libros en conjunto: “Silent of the Hills" junto a los escritores Ricardo Freyre y Jan Loomis Vranov en las ciudades de Singapur y Los Ángeles, ed. de la Methodist Coucil Press, 1992 bilingüe español-inglés. Con los mismos autores amigos: “Other Poems”, Singapur, ed. de la Methodist Council Press, 1995 en inglès. Colaboraciones: Revista Expresiones, Ciberperiódico La Trastienda, Poetas 2000, Boletín Gibralfaro (publicación de didáctica y lengua dependiente de la Universidad de Málaga), el Escaner Cultural de Chile, Revista IndicArte de Argentina (publicación asociada al Portal Crisol Hispano), El Nuevo Cojo Ilustrado, Latinoamérica en vilo, Proyecto Setra de Miami (USA), etc. Aquí les dejo sus poemas para que los disfruten.  E Mail: moonight@sinectis.com.ar

UNA EXTRAÑA NUBE...

Una extraña nube como látigo en acecho,
cubre de a poco las escuálidas persianas,
un viento ocre y poroso,
sacude la quietud senil de este hospicio
con arlequines y gaviotas.

¿Qué destierro de pájaros es éste
en que olvidamos volar?

Siento golpetear las horas y las piedras,
y algún que otro estertor de campana.
En el paredón de los fondos,
barro y ortigas se agitan levemente
al paso de los ángeles,
viven con frenesí bocanadas de hulla
negra que pita la locomotora.

Allí eligen mis pacientes el reposo
a tanta locura, tristes, cansados de dialogar
a solas con el muro,
temerosos, se dan apenas vuelta,
les humilla saberse mirados
por la sombra.

Ellos, sórdidos amantes de la paz,
resignados labriegos de la muerte,
ven crecer la hierba,  se revuelcan y acarician
la tierra, besan los párpados
al perro ciego del cartero...
Don Tristán, muerto de abulia y gangrena,
sepultado en sus sacas de correo.

Resignada, la tormenta sacude ropajes,
no existen excusas, conoce su oficio
de aguardar al viento, juntos enajenan
los encalados corredores y a la hora
de la siesta, una marea de lamentos a coro
con truenos y descargas, aturde ventanas,
se cuela por rendijas y visajes, agita sábanas, acusa
sombras ;y hace de mis pobres locos
un remolino de hojarasca.

En la tarde en que una extraña nube
se ha posado como látigo al acecho...


EL ALBATROS

En esta tarde de gritos, pájaro inmóvil,
confieso no haber querido amarte,
tu ternura velada, tus alas heridas,
ultrajadas y la postrer plegaria
a esas plumas negras, hizo de mí,
lloroso marinero.

Maldigo por tu muerte al supremo fariseo,
renuncio al beso de la Rosa,
me despojo del hombre, pájaro desnudo,
poema por poema.
Eres un niño umbrío de tristeza entre galopes
tifones y campanas, gritaré al labrador
de mi pueblo de rocas, a la mujer
de mirada perdida en el hospicio,
y a un amigo del vino: que a orillas de la vida
con lágrimas del alba, maderos, cruces,
viejas biblias de ceniza;
eleven a la vera del sendero,
tu dolorosa hoguera...

¿Descenderán en la noche del duelo
los misterios?¿Será tú el hijo
de la muerte?
No lo sé, y me despido arrojándote
un puñado de arena...
Taciturno y callado vuelvo al camarote
de mi barca vacía.


PUERTO DE CENIZA.

Amanecí con el olvido de las marionetas,
sin despedirme de mi padre,
en un retablo pobre
de arlequines con arena.
Bajo el telón de aquel presidio
de sombras, lloré sin manos,
amarrado al mástil del viento.

En esa tarde de crepúsculo muerto,
escaparon las rosas de la cárcel,
los pájaros ahogados en tabernas,
la sangre del cantar de los infiernos.
Algunos hermanos de madera
son amantes de la libertad,
otros del fuego marineros,
capitanes de hiedra que besan
y exterminan a la huérfana de furia,
como si fuera juguete delirado.

Anochece y se van yendo por la puerta
de los pueblos, los viejos
muñecos de ceniza,
hacia el camino de la niebla.

Como les conté, esta escriba viajera anduvo por el norte, visitando HUMAHUACA ¡¡bellísima ciudad donde el tiempo se ha detenido!! Y allí llegó a mis manos un poema de un autor local. No pude llegar a conocer su nombre pero he decidido incluirlo. ¿Por qué? Porque desde lo poético nos muestra una realidad que muchos desconocemos ... o no queremos recordar.

YO JAMÁS FUI NIÑO

Mi sonrisa es seca y mi rostro serio.
Mis espaldas anchas, mis músculos duros.
Mis manos partidas por el crudo frío,
sólo ocho años tengo, pero no soy niño.
Detrás de mis ovejas, ando por el cerro
y cargo mi leña, bajo hasta mi puesto,
a soplar el fuego, a mismiar mi soga
y no tengo tiempo para ser un niño.

Tengo ya diez años, y todo es lo mismo.
Mote, sal con lechi, son mis caramelos.
Mi juguete un chivo o el perro ovejero.
Diez años tan solo, pero no soy niño.

Mi avión de juguete es un cuervo viejo.
Mi camión, un burro de trotar muy lento.
Mi amigo es un zorro que roba mis cabras
diez años tan solo, pero no soy niño.
Mi rostro es de viejo y mi andar de agüelo.
Mis callos partidos por piedras del cerro.
Mi poncho rotoso por el fuerte viento.
Todo eso que me dice que no soy un niño
… ¡Y no hay Reyes Magos!
…¡No hay Día del Niño!
Jamás tuve suerte
de poder ser niño

                            de autor cuyo nombre desconozco, de Humahuaca


¡¡Nos vamos!! Será hasta la próxima con más invitados para recorrer los caminos de la Patria. A los que deseen colaborar les recuerdo: poesía o cuento MÁS una minibiografía. Remitir a: millaco@ciudad.com.ar. 
              Un abrazo
                                                        CRIS FERNÁNDEZ