Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 37

QUERIDOS PASAJEROS:

El tren retoma su paso cansino para encontrar y reencontrar amigos, en este hermoso oficio de la literatura.  Mientras la locomotora resuella y humea recorreremos los caminos de la poesía y el cuento.

Y como la caridad bien entendida comienza por casa, la primera pasajera asciende hoy en esta ciudad de General Pico. Se trata de ROSA B. VAN AUTENBOER, más conocida como la "Chocha" Serra. Nacida en Rancul (localidad del norte pampeano, cerca del límite con San Luis) en 1928, allí vivió la época de las grandes "hachadas", pues su padre se dedicaba a la explotación forestal. Ello le permitió conocer de cerca la vida, las costumbres y tradiciones de los hacheros y de los hombres de campo, los que ahora son los personajes preferidos de sus relatos. Cursó estudios primarios en la escuela Nº 31 de su pueblo natal, los secundarios en D.I.N.E.A. y los terciarios en el Instituto Superior de Bellas Artes, ambos de Gral. Pico donde reside actualmente. Asisitió a talleres literarios del Centro Cultural maracó. Es miembro del Grupo de Escritores Piquenses (GEP) y ha participado en distintos certámenes literarios locales y provinciales, donde muchas de sus obras han sido premiadas. De su libro " PAMPA ADENTRO" Cuentos Regionales, les he elegido el cuento que hoy podremos disfrutar. Ojalá les guste tanto como a mí.

EL FACÓN

    Un cielo plomizo y asfixiante amenazaba con descargarse en diluvio. Antonio sintió miedo, no por él sino por la Luisa, adelantada y solita allá en el monte. Tenía que llegar a su lado, partió cortando campo empujado por el amor, rogando por ella, porque no se asustara, esas tormentas no eran de fiarse, podían terminar en cualquier desastre.
    Al acercarse al puesto de don Braulio, el viento cambió y comenzó a despejarse. Un arco iris engalanó el paisaje, borrando en un instante todas las preocupaciones y Antonio relajado, decidió conversar con el vecino.
    El puestero estaba bajo la enramada, secando cuidadosamente la hoja de su facón contra el costado de la alpargata.
-Güenas tardes don Braulio.
-Güenas tardes muchacho. ¿Te asustaste, se puso fiero no? Menos mal que se me ocurrió cortar la tormenta. Por si acaso nomás, nunca se sabe.
    Antonio se lo agradeció en silencio y emocionado, mirando la tierra, reconstruyó lo que había visto hacer en tantas ocasiones. Una tradición llegada quien sabe desde donde y cuando, pero que los mayores respetaban. En cuanto el cielo se ponía muy bravo, marcaban una cruz con sal gruesa en el suelo y clavaban el facón en el centro de la misma, como para darle fuerza, al tiempo que invocaban a Dios, a la Virgen y a todos los Santos. ¡Y vaya si daba resultado! No fallaba nunca si se lo hacía con fe.
    El puestero comentó:
    -¡Que sería del criollo de no existir el facón!
    -¡Eso es! ¡Qué sería!
    -Yo digo qué es la tercera mano que tenemos. Pero no hay que olvidarse qu’ el facón es como la mujer, no se priesta ni siquiera a la propia mujer, porque enseguida corren a lavarlo con agua caliente, cuando no lo zampan bajo el chorro hirviente ‘e la pava, qué es lo pior pa’ la hoja.
    -Así es. ¡El facón es cosa ‘e machos!
    -Bien dicho y pa’ cuidar la hoja no hay como la tierra. Pero pasá, tomá unos mates.
    -No don, la patrona está solita y ni julepe que se habrá pegao con la tormenta, yo solo quería decirle, que como ya está tan pesada…. Bueno, usté ya sabe cómo son las mujeres, le falta un poco entuavía, pero ya se quiere dir a las casas ‘e la mama. Por eso el lunes, cuando venga el camión, nos vamos pa’l pueblo y estaríamos más tranquilos, sabiendo que usté o alguno ‘e los muchachos se darán alguna guelta por el rancho, pa’ robar no hay nada, pero no sea cosa de que al estar tapera, se nos dentre algún animal y estropie lo poco que dejamos.
    Don Braulio gustoso se comprometió a dar una mirada cada vez que pudiera hacerlo. Se despidieron y el mozo montó impaciente por llegar a lo suyo.
    Luisa estaba ansiosa esperando el Lunes “pa’ dirse con la mama” como decía. No estaba bien, se hizo un té de yuyos y se acostó.
    Antonio la encontró jadeante, mojada y supo enseguida que no había tiempo para buscar ayuda. De pronto, como iluminado, recordó lo que había visto una vez en el cine cuando fue al pueblo. Entonces corrió a avivar el fuego, le agregó mucha leña y puso a calentar agua en el tacho más grande que encontró.
    La mujer se retorcía agarrada de los pocos y descascarados barrotes que conservaba la cama. El esposo la tranquilizaba acariciándola y mimándola como a una criatura.
    -Nada te va a pasar, si en lo tiempos ‘e mi mama no había dotores y mirá, la vieja tuvo once hijos, todos en medio el monte y ningún caido ‘el catre.
    -‘Ta bien Antonio, pero pensá. A los recién nacidos les atan y les cortan el cordón ‘el umbligo, yo lo vide ‘n el nene ‘e la Rosa y nosotros no tenemos nada, ni una gasa, ni algodón.
    -Dios nos ayudará. Ahorita mesmo me arrimo la mesa y me traigo ‘l otro candil.
    -¿Hay trapos limpios ‘nel baúl? Pa’ tener todo a mano, el alcohol, la palangana, la toalla…
    -Antonio. Andate con cuidao. Lavate bien las manos ¡sinfestate!
    El hombre se miró las manos, percudidas por el trabajo bruto y hasta le pareció que de tanto andar con el hacha y los troncos, habían tomado la aspereza agrietada de las leñas. Rezaba bajito, cada tanto refrescaba la frente de su Luisa, haciéndose el fuerte, el entendido, cuando solo ocultaba sus temores.
    Largas horas de espera transcurrieron en la quietud solitaria de la hachada, sin más compañía que las sombras y el silencio. El monte todo parecía haberse puesto en puntas de piés, para no molestar a la Luisa.
    Por fin apareció una cabecita morena y casi sin darse cuenta, Antonio tuvo al crío chillando entre sus brazos.
    -¡Una chancleta pa’ que te haga compañía!
    El agua hervía a borbotones sobre el fogón, el mozo tiró en ella el facón, lo dejó hervir unos minutos, lo sacó con cuidado, ató y cortó el cordón umbilical.
    -¡Víó prienda lo fácil qu’ era!
    Luisa sonrió dulcemente y volvió a pujar con fuerza.
    -¡Que Diosito nos ayude! Con razón estabas tan pesada.
    Envolvió a la niña en unas mantas y la ubicó en el rincón sobre el cojinillo, había que comenzar de nuevo. Media hora después, otra vez a correr con el facón al agua hirviendo y un robusto varón, berreaba a pulmón lleno.
    -Ya somos cuatro ‘n el rancho. ¡Y yo diplomo ‘e partero!
    Comenzaba a amanecer, la pareja feliz contemplaba a sus cachorros.
    -Te portaste muy bien Luisa, pero te lo juro, a estos dos los parimos a medias.
    De pronto se sintió sofocado, el encierro lo asfixiaba, necesitaba respirar el aire puro y limpio de la madrugada. Tenía que gritar. Sí, gritar fuerte al monte y a todos los vientos, que en ese rancho miserable, diminuto, se había hecho la luz de la vida. Allí descansaban ahora su mujer y sus hijos.
    En el apuro por salir, algo como un relámpago de brillo cayó rodando por el suelo y Antonio se echó a reír con todas sus ganas, al tiempo que decía rebosante de orgullo de padre:
    -¡La pucha si serán despiertos esos muchachos! ¡Qué los tiró! Una sola noche y ya me hicieron zampar dos veces, mi facón de macho en l’ agua hirviendo.

                                 Del libro “PAMPA ADENTRO” Cuentos regionales


El sur tiraba y por ello el tren puso rumbo a BAHÍA BLANCA para encontrarnos con SUSANA MORENO. Nació en Capital Federal - Buenos Aires un 15 de Marzo de 1949 en el barrio de Almagro. Poemarios:  “A flor de piel” 1992 - “ Desnudándose” 1998. - Cinco libros artesanales:
“Juga’o” (1° parte) “Recuerdos vecinos”  “Siete poemas y un deseo” “Amor en Rimas” y la Antología personal  “Pétalos de Otoño” Doce libros inéditos, de Poemas, Cuentos, Reflexiones, Historias de Amor y Poemario para niños. 15 Canciones infantiles (letra y música inéditas). Cuatro obras de teatro: Ha OnNo digan nadaDos cortados  y  La Cita. Esta última estrenada en el Festival de Teatro Regional de Bahía Blanca 2001, bajo su dirección puesta en escena y rol protagónico. Productora de sus Espectáculos: “ A flor de Piel “ “ Desnudándose  Oda de Amor  Re tangueando los recuerdos” “ De todo un poco” “ PABLOPOEMANostalgiosa Buenos Aires” “ Rumor ciudadano” Trabaja como actriz desde 1996. Realiza presentaciones de Libros y Ferias de Arte. 
Participó de 11 programas radiales y grabó una casette de Poemas lunfardos y Tangos, acompañada por Juan Canay en voz y guitarra. Dirige el Grupo “Poetas de la Bahía” desde 1989.Dicta el Taller Literario “Enhebrando LETRAS” desde 1998. Creó y coordinó el Encuentro Mensual de Poetas “Tiempo de Palabras” Es canta autora e interprete latinoamericana. Ilustra poemas para muestras itinerantes. Creadora de la Jornada “Deberes de un Decidor” (Cuatro módulos referidos a todo lo que debemos hacer e interpretar, sobre un escenario) y Resurrección del Arte. Realiza visitas a establecimientos escolares, para charlas didácticas y recitar a los distintos niveles educativos. Ha logrado varios premios literarios a nivel Nacional. Creadora del personaje “Mina Maleva” Sus poemas y cuentos están compartiendo 49 Antologías Nacionales e Internacionales, más cuadernillos, suplementos literarios y periódicos Argentinos y del Uruguay. Recientemente seleccionada como una de las Poetas Argentinas para integrar la Antología del MERCOSUR de 2007.
Invitada permanente de los Encuentros Internacionales y Nacionales de Escritores. Reside en Bahía Blanca desde 1982. Aquí les dejo poemas de su autoría, que alternan vertientes temáticas diferentes.  E-mail:  supoesia2003@yahoo.com.ar         

                     ¡Guapo  y  Varón...!

Con la gola bien puesta y su funyi en la mano,
la sonrisa de nacar y sus lompa... rayados,
caminaba contento, esquivando algún charco...
la paica lo esperaba, con el mate cebado.

El Abasto latía, su trajín cotidiano.
El trole y el tranvía, el viejo itinerario.
El carrito de leche surtía al conventillo
entre tanto los taitas..., afilaban cuchillos.

Los Tanos y los Gaitas, marchaban al laburo
y al sudor de la estiba, para un sueño muy duro.
Las viejas comadronas simulaban No hablar,
de la gris solterona... ¡Qué tejía su ajuar...!

Por la radio del ojo..., el TANGO descollaba,
con toda su vehemencia, para la muchachada.
Canzonetas y valses, candombes y milongas
conquistaban las gracias, de cortadas mistongas.

La codicia del tiempo se robó aquellas voces,
sólo queda el recuerdo y el silbido en la noche...
¡De aquel “Guapo y Varón” prendido a su bordona...!
Enlazando de dicha, a su fiel cebadora.

..................................................................................

¡Nadie supo de ella...! ¿Quién no supo de El...?
Si al rigor de la vida sigue siendo... ¡GARDEL...!


  
Te  acompañaremos.
                                                      a Pedro Leguiza.

Si esta vida es un preámbulo,
para otro surco de sueños...

¡Andarás querido Pedro...
contagiado por el embrujo de grillos...!
Con la luz de una luciérnaga,
serenateando versos
con aire de chacareras.

¡Andarás Amigo mío,
libre y contento...!
Abrazando un rasguido de guitarra,
compañera inclaudicable
de tantas alegrías y desaires.

¡Andarás querido Amigo...!
Cantándole al viento del Norte,
los aconteceros de tu atardecer,
el embrujo de tus penas
y el crisol de esta huella perdida.

Andarás tal vez...,
preparando la mesa del reencuentro,
para otras trasnochadas
de canto y cuentos.

Andarás palpitando nuestro arribo,
porque nosotros, Pedro...
más temprano de lo inesperado,
te acompañaremos...
¡Apenas a un suspiro del Adiós...!


                                                Definitivamente.
                
Después de mucho tiempo, reabro mi corazón
y echo a volar mis ilusiones.
Quiero llegar a vos, en esta noche...
dispuesta a darme por entero,
con la única premisa de encontrar al AMOR.

¡Cuidado Hombre...!
Que la intención es buena y la pasión
a veces resulta... ¡Etérea...!
El instante que me atrevo a compartir,
lleva mi alma como estandarte
y por ende, desnuda mi sensibilidad.
¿Si quieres...?
Puedes acurrucar tus nostalgias ante mi pecho
y entre el deleite de besos y caricias...
penetrar mi manantial en plenitud.

¡Esta noche...
pretendo  enamorarme de tus actos...!
Desplegar tu miedo o tu ternura sobre mi piel
y tropezar con dulzor, sobre tus sentimientos.
Encaramarme a tus cinco sentidos
y revolotear como una golondrina en tu alegría.

¡No vengo a vos..., sólo por una noche...!
En ella quiero hallar, la eternidad de la vida,
un racimo de luz, capaz de sonrojar al Sol
e iluminar mis días sombríos.

Vos y yo, sabemos de llegadas y partidas,
de risas y llantos, de falsas promesas                                                                           y soledades bordeando el abismo.

Vos y yo, hace tiempo que abrigamos

la misma incertidumbre y el mismo anhelo.
Encontrarnos cerca y lejos pero...
¡Regocijados por el AMOR...!

Vos y yo, nos jugamos muchas veces por él

y aunque callemos, sin él,
nuestra esencia vital se diluye en la nada.
No se trata simplemente...
de darnos y amarnos... esta noche sino,
de hallarnos... ¡DEFINITIVAMENTE...!



                                               
                         ¡Quisiera Contarte...!

Que tras la lluvia se desliza
                          mi melancolía.                                                                                                 El gris de la tarde agoniza     
                                  en mi piel.                                                                                                 
El sonido del agua se absorbe
                             en mis oídos,                                                                                                    
como una melodía triste   
                                y marchita.                                                                                                     
Y me sumerge una pena 
                     pensando en vos.                                                                                                  
¿En qué recoveco de la vida  
                            te hallarás...?                                                                                                    
¡Que ni mi pensamiento,                                                                                           puede alcanzarte,
          mi recuerdo,
                   mi nostalgia  
                            o mi dolor...!                                                                                                       
¡La tarde llora mi lamento...!
   ¡La tarde llora tu ausencia...!
       ¡La tarde, llora tu AMOR...!   
                                                          Quisiera contarte...
        ¡Que mis ojos se llueven,
                    en esta Soledad...!



Allá en el Norte.

Muchas veces el recuerdo
me camina por la Puna,
vuelvo al paisaje querido
y aquellas noches de luna.

Retomo calles angostas
                                por la senda serpenteada,
subiendo hacia el Pucará
en lo alto de “Tilcara”.

Allá donde nuestra raza
vigilaba la comarca...
y protegía a sus tribus
del huinca y sus acechanzas.

El frío viento silbando
en eco por las montañas.
El Sol delineando ocaso
sobre aquella tierra árida.

Piedra, sobre rojas piedras,
piedra sobre piedra en casas,
collares de Maimareñas
que renuevan la confianza.

La buena gente del Norte

de tan buena postergada,
sumida entre la pobreza
de muchas promesas vanas.

Prosiguen a tranco lerdo
sobre telar de añoranza,
para llevar a sus críos
un mendrugo de esperanza.

Un Río Grande que espera
con la lluvia, su agua clara,
mientras que por “Casabindo”
sudan binchas de alabanzas.

Templo de fe y procesión
por la Virgen Peregrina
y la “Paleta del pintor”...
coloreándoles la vida.

 Y pegamos la vuelta... porque la maquinista había recibido una noticia: en el certamen literario de la Biblioteca Popular de Eduardo Castex (La Pampa) dos de sus cuentos habían obtenido: el Primer Premio ("EL CHORI GUZMÁN") y Segundo Premio ("ESTAMPIDA FATAL"). Y había que organizar el festejito amical. Por eso aquí van los "premiados". ¡Que los disfruten y se rían un ratito!

EL “CHORI” GUZMÁN

      
Cuatro Algarrobos debía su importancia a ser la ciudad cabecera del departamento Indio Quieto. Asimismo a unas ruinas que eran atribuidas a un viejísimo e inmemorial asentamiento indígena y que constituían el hito turístico en un lugar que, por lo demás, parecía haber sido olvidado por Dios en el reparto de paisajes dignos de ser admirados.
         Poca atención prestaban los algarrobenses a sus ruinas, más allá del pingüe negocio que solían hacer con incautos turistas, a quienes acosaban para venderles restos de cerámicas, puntas de flecha, postales y todo género de supuestos recuerdos dejados por la ignota tribu. Pues el centro de sus vidas giraba en torno del Club Defensores del Honor y la Patria, vulgarmente llamado “Defensores”. Si algo podía convocar masivamente a los pachorrientos habitantes de Cuatro Algarrobos eran los partidos de fútbol que jugaba su idolatrado equipo. Un despliegue de rojo, azul y blanco solía tapizar y engalanar la ciudad cada domingo, lloviera, tronara o hubiese sol. Aclaremos que el colorido tricolor era debido a Monsieur Jacques Adolphe Perpignan, francés de pura cepa y fundador del club que, llevado por su patriotismo gálico, había decidido que siempre flameara triunfal la inolvidable enseña de su patria lejana.
         Cuarenta años atrás cuando Don Jacobo –tal la versión criolla de su nombre- fundara a los Defensores del Honor y la Patria, los socios se contaban entre lo más granado de la sociedad algarrobeña. Sin embargo el paso del tiempo y la democratización del núcleo social, había hecho desaparecer los grandes apellidos y a sus titulares, los cuales habían sido reemplazados por un polifacético muestrario de ciudadanos que alentaba sin tregua, domingo tras domingo, al club de sus amores.
         Así llegó Juan “el Chori” Guzmán a encabezar la “barra brava” de los Defensores. Venía precedido, justo es remarcarlo, de una larga tradición familiar de hinchas fanáticos del equipo tricolor. Abuelos, tíos, padres, primos, hermanos, sobrinos, todos llevaban grabado a fuego en el corazón los gloriosos azules, rojos y blancos. También se expandían  esos matices y gamas tonales en las viviendas de la familia Guzmán y su extensa parentela, amén de las casas de sus vecinos, todos ellos radicados en el populoso barrio de Las Chinches, nombre que respondía - a que negarlo - a la proliferación de esos simpáticos bichitos en la vecindad, alentada su multiplicación por la pobreza, la mugre y el abandono general.
         Era, sin más ni más, un típico barrio marginal de Cuatro Algarrobos.
         Una larga tradición de enfrentamientos unía a los Defensores con el club Cultural Norteño, máximo representante de Roble Quemado, ciudad también cabecera del departamento vecino a Indio Quieto. No siempre se habían dirimido los enconos con el balompié, y así en numerosas oportunidades tuvieron los milicos que intervenir para que entre los dos bandos no llegara a correr la sangre. Ocurría que ambos equipos veían engrosadas sus huestes con los habitantes de pueblos vecinos, por lo que los partidos convocaban a un público tan numeroso como el de las grandes ciudades. Cuestión que podría atribuirse, quizá, a la falta de otros entretenimientos a nivel pueblerino.
         Esa tarde de febrero el sol caía a pique sobre los cientos de personas que presenciaban la definición del campeonato entre los Defensores y los Culturales. La cuestión venía peliaguda ya que los Defensores llevaban tres años de mala suerte, perdiendo el campeonato en el último partido y siempre, siempre, contra sus vecinos norteños.
         Don Juan Guzmán transpiraba profusamente mientras sacudía su inmenso corpachón sobre las tablas de la tribuna y agitaba la tricolor cual si quisiera verla volar hacia el infinito. A su lado las hijas, la luz de sus ojos desde que enviudara, seguían con idénticos movimientos la gestión paterna. 
         El aire llameaba y la tierra se estremecía con el unísono clamor de los hinchas alentando al equipo de su predilección. El marcador indicaba un alarmante 2 a 2. Faltaban tres minutos para que el árbitro diera por terminado el juego cuando Funes, el 9 de los Defensores, arrancó despacito -como acariciando la pelota- desde el mediocampo. Gambeteó un rival, le hizo un túnel al segundo y picando con garra se acercó al arco. Los dos defensores no atinaron a marcarlo y luego de que la pelota se elevara, cabeceando con admirable destreza Funes metió el balón justito en el ángulo derecho ante la mirada sorprendida del arquero.
         El rugido de ¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!! estremeció hasta las piedras de las ruinas. El árbitro hizo sonar su silbato y la locura se apoderó de los espectadores. ¡Habían vuelto a ser campeones!
         El Chori no tenía ya voz para gritar. La bandera había sido despedida hacia el césped de la cancha y el gordo se abrazaba frenéticamente con sus hijas. Saltaban y saltaban como una enorme y triple serpiente azul ... roja ... blanca ... Los tablones gemían, rechinaban, se estremecían bajo el embate de Juan, sus hijas,  amigos, vecinos y parientes que gritaban como desaforados y se sacudían como atacados por el mal de San Vito.
         Sucedió lo previsible: en uno de los saltos colectivos la madera cedió, agobiada, y todo el mundo se precipitó al suelo en una masa confusa. Arduas fueron las maniobras para desentrelazar tanto cuerpo sudoroso, pero al fin estuvieron todos en pie. Bien ... no todos .. ya que las horrorizadas muchachas comprobaron que su padre permanecía tieso sobre el cemento. Inútiles fueron los esfuerzos por revivirlo y hubo que aceptar que la emoción, la caída o sabe Dios qué, habían llevado de este mundo al jefe de la barra brava de Defensores.
         ... Al menos había muerto en su ley y con la alegría de ver campeón a su equipo....
         Concluidas las diligencias policiales y forenses el cadáver fue trasladado a la funeraria. Don Remigio Sansepolcro en persona recibió los restos de su ilustre convecino y dispuso con prontitud los preparativos necesarios. El primer problema que se le planteó al propietario de El Buen Fin –poético nombre de la funeraria- fue hallar un cajón del tamaño adecuado a la mole de Guzmán. El hombre se había dedicado -en vida- a ingerir con entusiasmo una dieta compuesta casi exclusivamente de choripanes y vino tinto... y el resultado estaba a la vista. Una panza de dimensiones rabelesianas sobresalía cual monte en la llanura por sobre el cuerpo. Se trajo lo más grande que se pudo encontrar y allí fue embutido el denodado hincha defensoril, a reposar por el resto de la noche.
         Cuál no sería la sorpresa de los empleados cuando, a la mañana siguiente y dispuestos a trasladar el ataúd hasta la casa del finado, encontraron con que el mismo no había soportado la presión y había reventado por el centro. Tras numerosas deliberaciones Sansepolcro optó por llamar a un carpintero. Sacaron el cuerpo, el artesano procedió a reforzar la madera colocando en el interior unos tirantes sujetos con flejes de chapa y volvió Guzmán a ser metido –con no poca presión y esfuerzo- en el cajón. Todos los presentes elevaron in peto una oración al santo protector de las funerarias, lo cargaron cuidadosamente y el furgón partió rumbo a Las Chinches, lugar del velorio.
         Los preparativos de la capilla fúnebre estaban concluidos. A tal fin se había despejado el comedor-cocina-estar de la vivienda de Guzmán. Por su categoría de “jefe” (y alguna prebenda concedida por el club) la suya era la única casa del barrio que contaba con piso de cemento, el que fue barrido prolijamente por las vecinas comedidas. Las paredes de bloques se hallaban recubiertas -¡cuando no!- por innúmeros y tricolores gallardetes, banderas, banderolas y banderitas, que semejaban un tapiz azulrojiblanquecino. Dos minúsculos ventanucos dejaban apenas filtrar el solazo que agobiaba el mediodía. En el patio de tierra apisonada, bajo la sombra bienhechora de un viejo algarrobo, se apiñaban parientes, amigos, vecinos, hinchas, todos unidos en la pena y en saborear un criollo locro bien regado con tinto de damajuana. El velorio prometía ponerse bueno.
         Las coronas y palmas fúnebres seguían llegando en ininterrumpida procesión y, a falta de espacio en el interior de la casa, formaban un gracioso y colorido dosel a ambos lados del senderito de entrada. Las mujeres se repartían entre los rezos y la vigilancia del locro –ya que la constante afluencia de visitantes hacía necesario seguir cocinando nuevas remesas- y los hombres comentaban los detalles del histórico partido que los había consagrado campeones. El imbatible Funes ocupaba un lugar de honor pues, luego de rendir sus respetos al difunto jefe de la hinchada, se había arrimado al fogón y saboreaba la comida y el tinto.
         Así transcurrieron la tarde y la noche y cuando las primeras luces del alba comenzaron a alumbrar la escena, pudo advertirse que numerosos concurrentes se encontraban durmiendo plácidamente bajo el algarrobo. Salieron las mujeres a despabilar al varonaje y se reinició el desfile para dar el último saludo al finadito.
         Hora es que recordemos a las dolientes hijas, que tan durísima pérdida habían experimentado tras el glorioso triunfo.
         Eran mellizas y respondían a los nombres de Mabel y Norma, pero eran más conocidas por “la Pochi” y “la Tuni”. Habían pasado ya la juventud y sucesivas maternidades habían contribuido a rellenar sus figuras. Digámoslo francamente: eran gordas con ganas. Sus pechos semejaban la proa del Titanic y sus traseros tenían la anchura y la solidez de un tonel. Los dos maridos eran, por el contrario, flacos y escuálidos. Quizá para compensar tanta abundancia femenina....
         Las chicas habían permanecido estoicamente junto al ataúd toda la noche, sin que súplicas o ruegos hubieran podido disuadirlas de tomar un descanso. Se las veía con ojos hinchados de llorar, mandíbulas caídas en un gesto laxo de profundo pesar y con las cabelleras largas y enmarañadas. El cadáver estaba recubierto de pies a cabeza por una  inmensa bandera (acorde al tamaño del pobre Chori) y sobre el pecho reposaba la gorra con las múltiples trenzas y cintas colgantes que se desplegaban como un pulpo colorido sobre el muerto. En contraposición las mujeres, de negro riguroso de pies a cabeza, ubicadas a cada lado de su padre semejaban las Parcas vigilantes.
         Los empleados de la funeraria, ante el despliegue de gente que iba y venía, se encontraban refugiados detrás de las coronas enviadas por la directiva del club. Desde allí soportaban estoicos los clamores, los gritos, los llantos. También escuchaban con toda claridad al perrerío que se había congregado –vaya uno a saber en pos de que misterioso llamado- y que aullaba a coro con el griterío del interior.
         Por fin llegó la hora de cerrar el ataúd. La Pochi y la Tuni se abalanzaron sobre el mismo y la presión conjunta de sus robustas humanidades comenzó a bambolearlo para espanto de los funebreros. El lloradero alcanzó su máxima intensidad, los ladridos se oían hasta los pagos vecinos y un paroxismo de locura amenazó convertir el último adiós en un caos. Los esfuerzos de los pobres maridos no daban fruto y fue menester que otros parientes contribuyeran para arrastrar a las mujeres de las cercanías del muerto. El cajón se cerró.
         Numerosos concurrentes se abocaron a la tarea conjunta de depositarlo en el coche fúnebre al ritmo ensordecedor de los bombos que eran frenéticamente golpeados por los barras bravas. Tras los coches que conducían a  la familia y los vecinos se ubicaron los veinticinco micros donde se trasladaba la hinchada.
         El cortejo desfiló por la calle central de Las Chinches y puso rumbo al cementerio local.
         Frente al rectángulo de tierra se apiñaban los concurrentes y, a falta de espacio, también se desperdigaban por entre las tumbas vecinas. El sacerdote leyó el responso con un coro de llantos y ayes de fondo. Por sobre el claro azul de la mañana resonaba el sonsonete  “De-fen-so-res .... De-fen-so-res ... De-fen-so-res ...”
         El ataúd reposaba ya dentro del agujero y el sepulturero comenzó a palear tierra sobre él. Un espeso silencio había cubierto a los presentes. Entonces la Pochi se desprendió de los brazos de marido y vecinas y se arrodilló sobre el borde de la fosa mientras gritaba
         -¡No te vayas papá! ¡No nos dejes!....
         Y la tierra, blanda por una reciente lluvia, cedió. Y allá fue la Pochi a dar con su generoso cuerpo sobre el recipiente que contenía los restos de su adorado padre. Sus pechos se aplastaban sobre la madera y su trasero monumental sobresalía como una negra montaña. 
         Se apuraron marido y parientes a realizar el rescate. ¡Ímproba tarea! ya que la pobre Mabel había quedado enganchada en el reborde de tierra que sobresalía a los costados. Consiguieron alzarla y se vió entonces una enorme masa humana, barrosa y llorosa, que se sacudía la tierra que la cubría íntegramente.
         Le alcanzaron las fuerzas para volver a dirigirse al difunto y así, entre hipos, estornudos y llantos aulló:
         -¡Me dijiste... cuando me muera no me llorés...! ¡Cantá bien fuerte “Defensores... Defensores”!
         La última sílaba pareció estimular el delirio entre los asistentes y al golpe rítmico, potente y ensordecedor de los bombos y tambores todos corearon:
         -¡De-fen-so-res ... De-fen-so-res .... De-fen-so-res...”
         El cementerio se estremeció de fervor futbolero y hasta los muertos
–cualesquiera hubiera sido en vida el equipo de sus preferencias- parecieron unirse al coro enloquecido y aullador, para rendir el postrer homenaje a Don Juan “Chori” Guzmán.

LA ESTAMPIDA FATAL


    La primavera estallaba en los capullos del cerezo situado en la vereda de Doña Pancha. Las comadres, escoba en mano, se dedicaban a su deporte favorito: ponerse al día con los chismes pueblerinos.
    En rigor de verdad, Caldén Muerto no contaba con tantos habitantes como para que las noticias abundaran. Pero a falta de novedades, buenas eran las imaginativas suposiciones que tejían y destejían las mujeres en su charla.
    De a ratos, algún paisano a caballo trotaba con calma hacia el extremo del pueblo donde se desarrollaba la habitual feria de los primeros viernes de mes. Los potenciales compradores se arracimaban frente a los corrales, rebosantes de ganado. El día pintaba bueno para las ventas.
    Don Gómez lucía su nueva montura, un tordillo joven y nervioso que caracoleaba entre las vacas imponiendo su estampa. Un poco más lejos un par de peoncitos venidos con Laurenti, contemplaban con cara de pasmo un toro negro, grandote y brilloso de sudor que arremetía contra las maderas del corral. Era la nueva adquisición del patrón y había pagado sus buenos pesos por ese brioso reproductor.
    Las ofertas iban y venían y la cacofonía de las voces del subastador y de los compradores ponían una nota vocinglera en la modorra pueblerina.
    Para el mediodía los negocios estaban concluidos. Leves volutas de humo y un tentador aroma a carne asada anunciaban que el merecido descanso había llegado. Don Gómez desmontó y desenvainando el  facón se arrimó a los asadores.
    Laurenti decidió pasar por alto el almuerzo y marchar para la estancia. Las leguas eran muchas y la noche caía pronto. Llamó a los muchachos y se metió en el corral, lazo en mano. Los tres caballos rodeaban al toro y las cuerdas silbaban en el aire formando espirales ondulantes y ominosas. Por fin el toro quedó enlazado y uno de los peoncitos se arrimó para abrir la tranquera. Ahora venía la parte difícil: sacar al inquieto animal y subirlo al camión.
    Pareció ser la señal. El toro, en un alarde de coraje insospechado, salió disparado hacia la abertura. Tantas eran sus fuerzas y su velocidad que Laurenti y los muchachos debieron soltar los lazos para no verse arrastrados con él.
    En el alboroto subsiguiente todo el mundo montó a caballo y salió disparado en persecución del animal. Don Gómez encabezaba el grupo de vociferantes jinetes que al grito de “¡¡Guarda con el toro!!” se desperdigó por la calle principal siguiendo al fugitivo.
    La paz de Caldén Muerto se vio entonces quebrada por el galope simultáneo del toro y de sus perseguidores. Los vecinos se asomaban para no perderse el espectáculo y algún desavisado que circulaba por la plaza debió zambullirse entre las retamas para no verse arrollado por el furibundo bicho que, como una negra locomotora, embestía cuanto se le ponía a tiro.
    Parecía que la carrera no tenía fin. El toro, brilloso de sudor y de rabia, llegó al límite del pueblo (y de la calle) y se encontró, frente a frente, con el rancho de los Quiroga. Apenas se detuvo, como si meditara el siguiente movimiento que fue, casualmente, introducirse en el ancho y yerboso patio de la casucha.
    Don José Quiroga, quien estaba aplicadamente dedicado a sembrar unas margaritas, se llevó el susto de su vida. Las flacas patas apenas si le alcanzaron para correr hacia la puerta del rancho cuando vio que el toro enfilaba en la misma dirección. Juntó coraje y huyó hacia la tranquerita, justo cuando los paisanos embocaban sus caballos en el patio. Pero, decidido a defender su hogar, se entremezcló con la gente intentando ser de ayuda.
    Los gritos de Don Gómez arengando a su tropa se oían hasta la plaza:
    - ¡Métale lazo Funes, no deje que escape pa’l fondo! ¡Usté, Pedro, arrímesele con Laurenti pa’ arrinconarlo! ¡Sálgase viejo, que está estorbando!
    La bestia los miraba fijamente con sus ojitos furiosos mientras bramaba y destrozaba la tierra con las pezuñas. Tenía las negras ancas apoyadas con firmeza sobre la madera despintada de la puerta. Sus reculadas hacían temblar el adobe añoso y las chapas del techo. Cada golpe era seguido por frenéticos gritos que surgían del interior de la vivienda donde la mujer de Quiroga había quedado encerrada.
    A esa altura de los hechos medio pueblo se había congregado en la calle y alentaba a los intrépidos “vaqueros”. A voz en grito cada cual emitía su opinión pero todos se cuidaban de arrimarse al epicentro del problema. Un cerrado aplauso premió la puntería de Don Gómez y de Laurenti que, en una lazada combinada y certera pusieron al animal de rodillas en tierra. Su pesada caída retumbó como un trueno. José corrió hacia su casa y rescató a la vieja, que debió ser atendida de su crisis nerviosa, producto del susto y de ver el estado calamitoso de su – otrora- hermoso jardín.
    El camión se arrimó a la entrada para proceder a la carga pero el toro seguía inmóvil mirando fijamente al más allá.
    El dictamen del veterinario fue lapidario: un ataque de rabia, sumado al esfuerzo realizado por la bestia en su huída habían causado la muerte. Los gritos de Laurenti y las puteadas referidas a la señora madre del animal retumbaron sobre los presentes.   
    Las comadres tuvieron material para hablar durante meses, sobre todo si consideramos que Quiroga, asesorado por el leguleyo viajero que aparecía una vez por semana en el pueblo, decidió presentar una demanda por daños y perjuicios con el objeto de obtener una nueva vivienda. La inició, por si acaso, contra el Municipio, la Feria y Laurentis
    Todavía está pleiteando ...

¡Se acabó por hoy! Nos estaremos, como siempre, reencontrando. A los amigos /as que quieran colaborar les recuerdo que envíen los trabajos y una minibiografía a: millaco@ciudad.com.ar
Un abrazo pampa
                                        CRIS FERNÁNDEZ