Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 28

MIS QUERIDOS PASAJEROS:

Algo lentos .... pero siempre estamos volviendo para recorrer los caminos del país y del exterior, incorporando nuevas voces a nuestro trencito.... o recordando amigos que ya han ascendido a estos vagones en otra oportunidad.

Pues ese es el caso de CARLOS EDUARDO FIGUEROA, a quien ya conocimos en revista anterior. Les recuerdo los datos biográficos: Nació en Buenos Aires y vivió desde su niñez hasta los 17 años en Santiago del Estero. Retornó a Bs.As. para estudiar Economía y se recibió de Contador Público. Viajó a Berlín (Alemania) y residió en esa ciudad entre 1963 y 1966. En el 68' se instaló nuevamente en la ciudad de Santiago del Estero donde sigue residiendo.
Se integró al grupo de escritores de su ciudad y junto con ellos ha transitado en la búsqueda de la palabra que exprese su filosofía de vida. Participante de Encuentros Literarios en todo el país, recibió el Gran Premio de Honor de la S.A.D.E - Sociedad Argentina de Escritores. Sus libros: "Los juguetes del sueño" (1.978) "Diálogo secreto! (1.984) "Señales de dos mundos" (1.993) "Los soles de la memoria" (1.998) y "Días sin regreso" (2.005). De este último libros son los poemas que compartimos hoy. La poesía de Carlos es engañosamente sencilla, ya que aborda con profundidad numerosos temas que preocupan al espíritu humano. ¡A disfrutarla entonces!

A ESTA HORA

Cuando hago un racconto de mi historia,
vuelven hasta el presente
como hojas que barre el viento sin memoria,
aquellos días felices de la niñez,
donde el horizontes era claro
y el sol eternizaba
todo lo que amábamos.
A ésta hora de mi vida
confieso que soy una suma casual
que Dios domina,
soplo agradecido del ayer,
apenas una feliz encrucijada
en el camino que oscurece afuera.


SOLEDAD DE LOS ABUELOS

Hoy la vi sentada en la tarde
a esa abuela de mi barrio que se ha quedado sola
a esta altura de sus sueños.
Su mirada vagaba por secretos mundos,
en una nube sin rumbo en el ocaso.
Su voz denunciaba un tono lejano, casi una plegaria
tratando de apurar el camino del reencuentro.
A esta hora en Santiago
una extraña niebla de noviembre
invadía el entorno donde otrora
el sol encendiera todas sus fogatas.
Ella sabe que ya nada será igual
a pesar de los hijos y de los nietos,
se ha quedado sola de confesión y anhelos,
de esa íntima relación que dan los años compartidos.
Más, que puedo hacer yo, simple testigo
sino revelar la magia del momento,
aprisionar en palabras la emoción de verla así
“silueta gris en la neblina”,
una piadosa metáfora del tiempo.


EVOCACIÓN


Recordar un amor ausente,
es desafío al corazón y la memoria,
porque lejos quedó esa piel que otrora
fuera la pasión que aquí se evoca.
Sin embargo, su leve calor me toca
en alas de una gaviota que regresa.
Amor de juventud, la otra orilla
que con dolor se deja,
miradas perdidas en un puerto,
adioses meciéndose en las olas.
Cómo rescatar lo que se ha querido
si ha pasado tanto olvido,
tanto silencio resignado.
Este río que aguarda dentro de mí
pugna hoy por salir
como un torrente enamorado.


TU VOZ EN EL AIRE

Pasaron Años de silencio
Pero tu voz vive todavía
en cómplice secreto
del aire y sus misterios.
Por estos días, esa dura lágrima del lamento
es una espada fiel que siempre me trae
un gran dolor en el pecho.
En la antigua casa
siguen arrasando los recuerdos
mientras crece la nostalgia, esa hoguera
que alimenta el incesante tiempo.
Padre, has rebasado la línea del misterio
y ya conoces todos los secretos.
Por ello, a tu lejanía opongo mi esperanza,
a tu ausencia confieso un gran deseo
verte un día feliz
agitando tus alas de regreso.


LA MAÑANA ES UN RÍO

Esa luz que apura sus pasos por el día
me arrastra en su cauce mientras miro
como quedan atrás las cosas y los seres
que amamos y creíamos perdidos.
La ausencia no podrá alejarnos
de los muros raigales que dejamos
cada vez que partimos.
Porque ese dolor por lo ausente
nos regresa a la casa de la infancia
por el alegre sendero de las manos,
o en la piadosa memoria del deseo.
Esta es la simple historia que revelo
con nostalgiosa voz, porque sabemos
que el día no regresa,
se ha ido para siempre, con el río.

                    De su libro “DÍAS SIN REGRESO”


Desde Santiago el trencito decidió poner rumbo al litoral, y así arribó a la ciudad de Suardi (Santa Fe) para encontrar a MARÍA INÉS HISCHIER. Joven escritora, mamá de Lautaro (3) y de Julieta (en la pancita hasta el 3 enero 06), su vida transcurría apaciblemente en la ciudad de Santa Fé, hasta que la inundación la obligó a regresar a su pueblo cuando llevaba seis meses de casada. Farmacéutica de profesión, luego de perder todo en la catástrofe, hubo de comenzar de cero, sacando coraje de donde viniera. Marinés es discapacitada física y se traslada en silla de ruedas, pero ni esa contingencia le ha hecho bajar los brazos. Les traigo hoy un relato vivencial y muy personal de su experiencia con la inundación. Y un poema que refleja su filosofía, sus anhelos, su lucha. Confieso que me emociona y confío que sea de vuestro agrado.

LA INUNDACIÓN

Lo que pasó fue y es terrible, no termino de incorporarlo.
Jamás pensé que iba a llegar el agua. Mi hogar era tan seguro, me protegió tantas veces! En él lloré, peleé, me reí, disfruté. Él fue testigo de cuando conocí a Dany, mi marido, de cuando nos comprometimos, de cuando nos juramos amor eterno . . .
A la mañana me llama mi mamá diciendo que me vaya, que el agua iba a llegar. Quería ir a buscarme, llamaba cada media hora, me largué a reír. Era comprensible, yo, embarazada y en silla de ruedas, era lógico que tuviera miedo.
Llamó un amigo de Dany de Bs.As. a las 9, preocupado, le dijimos que no pasaba nada. Que era otra parte de la provincia la que estaba inundada.
A las 10 llega la droguería de Santo Tomé y dice que a las 12 no va a traer pedido porque estaban  por cortar el puente del Salado.  Les dije asombrada: ¿Tanto creció el Salado?
Enseguida y, con toda normalidad, lo mandé mi empleado a llevar un pedido a Santa Rosa  (donde el agua, horas después, llegara a 7 mts) y cuando volvió me dijo: "No te quiero asustar pero el agua se viene, en 10 minutos que estuve allí avanzó 30 cm”. Pensé: "Llegará al terraplén que tiene 3,500 mts. y está a una cuadra de mi casa". Ante su convencimiento levantamos todo 1 metro y medio (el agua llegó a 3 metros).  Era un despiole de cosas! Arriba los muebles, el mostrador, los roperos, pusimos cosas, los medicamentos en la parte superior de las estanterías .
El policía que cuidaba la farmacia decía que el agua iba a llegar al puente negro, a tres cuadras de mi casa y luego iba a inundar Santa Rosa, que era más bajo que donde yo vivía.
Me llamó Diana, una amiga, para charlar. Le dije que llame después, que  estábamos subiendo las cosas porque el agua amenazaba con llegar. Ni yo me lo creía, “por las dudas”, pensé. Diana, quien días más tarde me prestara su casa para albergarme, vino a ayudar, decía que el agua no llegaría, pero por precaución que levante las cosas.
Sólo pensaba en el desorden que se hizo por una falsa alarma, creía yo.
La luz amaneció cortada, Dany llamó a la EPE, le dijeron que en una hora daban, él tenía que estudiar. ¿Quién diría? Pasaría un mes para que la dieran.
Dany decía: “En el Hospital de Niños están evacuando”, a lo que yo contestaba:  “Claro, tienen que tomar precauciones, porque es un hospital”.
Comimos, una de las comidas nuevas con que, cada día, sorprendía a Dany. No sé, algo raro se olía, escuchábamos la radio, un hombre en el campo llevaba perdidos miles de pesos en ganado por la inundación. “¡Qué bárbaridad!”, dijimos, sin saber que nosotros perderíamos mucho  más.
Mi tía Edita también llamó diciendo que me fuera. “No puedo”, respondí, cómo iba a dejar mi farmacia, con lo que me costó tenerla!. Pensaba que nadie me entendía.
Cuando vino mi empleada doméstica, Mirta,  se rió, dijo que ella hacía 40 años vivía allí y nunca se inundó. Llamó Laura, mi empleada de la farmacia, Mirta le dijo que estábamos bien. “La gente exagera”, pensé.
Dany (reconozco) a las 10 me dijo que me fuera, yo no quería, ¡me van a robar todo! le dije. Después quiso traer bolsas de arena “¿para qué?, ¡no es para tanto!”. Pero lo dejé, si él estaba tranquilo con eso, que lo traiga.
Me senté en el ventanal de mi pieza a observar el macabro panorama de gente huyendo. Pasaban con colchones, perros, mascotas, parecían correr despavoridos. “¡Pobre gente!, pensé, claro, viven al lado el río”.
Como mi mamá llamaba cada media hora para que salgamos, la llamé a las 15 para tranquilizarla: “ya levantamos todo”. Mientras hablaba entró Dany corriendo y me dijo: "YA,  andate, el agua viene del norte, a una cuadra y es una catarata".  Había empezado la catástrofe.
Corté y la llamé a mi amiga Graciela, que vive a 15 cuadras. En lo que demoró en atender, 5 segundos, el agua llegó a la vereda.
Se me cortó la voz, Dany tomó entonces el teléfono y  le dijo que venga urgente.
En 5 minutos el agua entró al jardín. Desesperada la llamé a Diana, a  Graciela Martínez, ¡¡¡vengan pronto!!!
En 10 minutos Graciela Real, a quien llamé primero, llegó caminando, tuvo que dejar el auto a 4 cuadras, el agua le daba arriba la rodilla y ya entraba por abajo la puerta de mi casa que estaba más alto.
Era marrón, fría, tan helada como despiadada.
Graciela me abrazó, yo lloraba, ella me decía: “No, no, no. Le va a hacer mal al bebé”. Justo pasaba un camión de canoas, que me lo mandó Dios, y Dany le gritó que me lleve. Me alzó, yo, embarazada de seis meses, se me mojaba la cola. ¡Ni la silla de ruedas saqué! Graciela lo sostenía de un lado, un vecino del otro y a los cuatro nos arrastraba la corriente. Bajó el del camión, baquiano, y nos ayudó.
Dany no quiso venir, quería cuidar las cosas, esa despedida me mató, como Titanic, que el chico se muere y la chica se salva. Me agarró un ataque de nervios, según Graciela, en el camino a su casa, me la pasé gritando: "No quiero un hijo sin padre".
Diana fue a buscarme también, la vi desde el camión, le grité que estaba a salvo, a ella la picó un bicho bajo el agua  oscura y sucia.
Dany entró a casa, pensando en cuidar las cosas, pero el agua subía, el perro, que es un pastor alemán, trepaba las ventanas y aullaba, de pronto ve el parket flotando, su humilde defensa de arena arrasada por el agua que parecía reírsele, las cacerolas, las fuentes, la vajilla liviana yéndose para el patio . . .
Llamó a una amiga: “Vengan a buscarme”; enseguida lo llamé yo, desde lo de Graciela:”Te mandé una canoa. Esperala afuera”. Nunca llegó mi canoa, seguramente socorrió a alguien antes de llegar.
Hasta que, a los 3 minutos ya el teléfono daba incomunicado. No hablé más, quedé muda, ni triste, ni mal, shockeada, quizás. No podía ni tomar agua que me ofrecían. Graciela me decía: ”Se va a salvar, es hombre”. Yo no hablaba.
Dany, cuando vio lo imposible de salvar cosas, le puso la soga al perro y salió. El perro nadaba, a él lo ayudó un vecino, caminó, caminó y a las 17 llegó.
Nos abrazamos, lloramos. ¡Estamos vivos!
Creo que en media hora el agua tapó la casa.
Estuvimos un día de Graciela, éramos 11 personas, más 5 perros y 11 gatos, la cuñada con sus hijos y la perra (que también se inundaron), la casa es incómoda para mi discapacidad, y estábamos hacinados. Yo la quiero tanto y me sentía tan desamparada que me resistía a irme, porque allí encontraba toda la contención que podía necesitar. Graciela me había salvado, tenía comida y techo: calor de hogar. Dormimos en una pieza de 2x2, Dany, el perro y yo.
Desde el primer momento Dany dijo: “A casa no volvemos”. Yo decía: ”Sí, no voy a dejar mi casa, mi lugar, mi negocio, estás loco”. Él decía que iba a haber humedad, que por mi embarazo no podíamos, yo no quería escucharlo.
Al día siguiente fue Laura, mi empleada de la farmacia, que habló a Suardi y me encontró. Yo no tomaba conciencia y preguntaba: “¿se habrá salvado la computadora? El agua habrá llegado al mostrador?” Laura quería darme una idea real de la dimensión, me decía que en el hospital, a una cuadra de casa, el agua llegó a 2.5 mts., pero yo no creia, quizás mi casa era hermética, o nos daba la sorpresa que todo estaba seco sólo allí.
Dany estaba enloquecido por conseguirme una silla de ruedas. Le hablé a una amiga que es de la comisión de Alpi y, después de pasar una odisea para encontrar la llave, pues quien la tenía le había llegado unos cm de agua, nos dio una silla.
Dany salió a buscarla, allí me quedé sola en la pieza y lloré, por primera vez. Estaba tomando conciencia.
Después entró Graciela, yo lloraba, ella estaba muda ¡Qué inteligente! Si no había consuelo, qué me iba a decir, sabiendo el valor que tenía para mí lo que estaba perdiendo irremediablemente. Porque, no sólo se mojaron cosas, todo se arruinó también porque el agua se quedó 15 días allí.
Perdimos todo: casa y trabajo: muebles, cosas eléctricas, recuerdos, cientos de fotos que yo ordenaba apasionadamente, videos, regalos de casamiento, la ropita para el bebé que estaba arriba el ropero y los muebles todos se cayeron, las PC, el tele, videocasseteras, equipos de música, compact, cientos de libros, hasta mis colecciones infantiles que le había preparado a  nuestro futuro bebé, cosas mías y de Dany, lo de cada uno hizo en años.
Lo único que recuperamos, cuando bajó el agua y Dany pudo entrar,  es la cocina, la heladera, algo de ropa nuestra (en estado casi inservible) y algo de vajilla. De la farmacia nada. Lógico, tantos días abajo del agua.
Llamaron por teléfono allí todos nuestros familiares, amigos de otros lugares, amigos de allá que se enteraron que estábamos allí.
A la tarde Diana llamó diciendo que usurpaban casas y, como ella temporalmente, estaba cuidando a su mamá, le pidió a Dany que la acompañe a ver la suya, que estaba vacía, con Iggam, nuestro perro.
Dany  volvió impactado, Diana nos pedía que ocupemos la casa, que, además, era comodísima para mí: puertas grandes, se podía entrar al baño con la silla de ruedas, nada de saltos, ni escaleras. Pero sin teléfono. Allí no teníamos nada: ni comida, ni ropa y estábamos incomunicados. Pero Dany insistió y yo no tenía fuerzas para discutir. Así que, a lo de Diana.
Mi amiga Graciela Martínez y Ruth Puga, que me habían llamado ya el día después de la inundación, llegaron, enseguida, con bolsas de comida, ropas, un mate  y mucho amor. Graciela, a quien conocí de verdad en esa  triste ocasión, trataba de ponerme contenta: fue a la noche con el marido, me llevó un perfume importado, una tintura (creo que en un día envejecí diez años), pinturas de uñas, cremas, recién después de un mes que nació mi hijo volví a maquillarme, ponerme perfumes, usar cremas.
Jorge arregló un televisor, nos trajo una radio.  Le decía a Dany que se tranquilice, espere que baje el agua y entre a casa. Dany estaba como loco, por ahí se quería ir a cualquier lado, a veces me asustaba. Tomaba tranquilizantes. No podíamos dormir bien, teníamos pesadillas.
Pero el agua estaba estancada, bajaba unos pocos cm por día. La espera se hacía interminable.
Al día siguiente Graciela llevó su celular y habló mi mamá. ¡Cómo lloré! “Mami, perdí todo, hasta la ropa que me prestaron para el bebé”. Ella me trataba de consolar, casi me ahogaba en llanto. Me dijo que venía, no sé cómo, hasta habló con el intendente de Sto.Tomé para que la dejen  pasar por el puente que estaba cortado. Llegó como a las 22, cruzó la ciudad a oscuras, llena de policías, presenció saqueos, tiros, clima de guerra.
Durante esos días vinieron tíos, primos, amigos. Mi mamá había llevado su celular así que llamaban de todos lados.
Mi tía Edita me mandó una chica del plan Trabajar que me ayudaba a levantarme, cambiarme, acomodar ropa que nos daban, todos los días.
Amigos con ropas, parroquias que nos ayudaban. A la semana vino mi suegro, nos trajo ropa, comida, cosas que nos mandaban familiares y amigos de Bs As.
Por fin bajó el agua y Dany pudo entrar. Fue con Jorge, en su camioneta, hasta cuatro cuadras de casa. Allí tomó una canoa con alguien que, gentilmente, lo invitó y llegó.
El agua le daba al hombro. Sacó la llave de la puerta, como pudo abajo del agua y entró.
Recuerda el frío del agua y la imagen devastadora de ver su casa adentro después de tantos días.
Un silencio hondo, el único ruido era el del agua desplazándose alrededor suyo, ofreciéndote resistencia a cada paso y haciéndole la marcha muy dificil,
pero él pensaba en una cosa: salvar la ropa de Lautaro que tenía 6 meses de
gestacion.  Ropita que me esmeré en  acomodar y clasificar en cajas de
cartón forradas de manera muy prolija y guardadas en lo alto de los armarios, que al ser de madera se tumbaron.
Muy poca ropa pude rescatar: sacaba del piso ropa siempre negra y no había forma de saber qué sacaba . Del bebé, nada y, si había algo, se descartó, ya había leptopirosis, hepatitis, era un riesgo. Dany, mi mamá y Martín, que fueron los que entraron, se vacunaron.
Roperos pesadísimos, la puerta de adentro arrancada de las bisagras, cristalería y demás hecho puré, y la mercadería de la farmacia inutilizable
Se enredaba en los muebles porque no veía y todos los placares, roperos, vitrinas, armarios se habían caído.
Las cosas solas en la calle, las casas abandonadas que eran de vecinos, clientes de la farmacia, los vidrios ya no estaban, y se veía por primera vez el interior de las casas invadiendo con la vista la privacía desnuda y cruel de hogares que ya no serán los mismos.
Las caras avejentadas de los vecinos, la impotencia y el llanto de muchos, la valentía y el tremendo trabajo de los cuerpos armados (prefectura y gendarmeria). Ver por tu barrio un ANFIBIO!
Cuando llegaron yo esperaba ansiosa, a ver si todo se salvó: Dany pasó al baño y no habló. Jorge, el que parecía tan fuerte, se sentó y lloró: “No sabés, ver a la gente contenta por haber encontrado su mascota. Es muy terrible, no hay palabras que puedan contar  lo que es”.
Dany habló poco: “No voy más, decía cada vez que iba, ver tus cosas, tu lugar, hecho mierda”. Le insistía día a día que vaya, tenía esperanza de encontrar algo que era nuestro y el Salado nos robó.
Después lo acompañaba un empleado de la farmacia, Martín, quien fue más que amigo, en esos momentos. Dany volvía destrozado de los nervios, ver nuestras cosas inservibles, el agua estaba estancada, un olor , que por más que se bañara lo tenía adentro de su nariz y de su alma, un lugar donde ningún perfume puede llegar salvo las palabras oportunas de un amigo.
Traían bolsas negras, las de consorcio, cargadas de cosas, cajones . . ., mami y otros amigos lavaban en el patio, yo miraba las cosas que aparecían después del barro. Un día sacaron hasta una víbora de entre la ropa.
Pensar el silencio. Ya no había autos ni carretas tiradas a caballo, sólo algún que otro saludo en tono fuerte por la distancia y miradas de la gente en canoa o bote que se encontraba con la suya y las dos decían lo mismo: fuerza y adelante.
Es en la mirada donde cambió la gente santafesina, siempre se puede ver el horror que pasamos y cada relato que escuchamos suena terrorífico y se nos olvida que pasamos por lo mismo, peor o mejor.
Ojalá que los dirigentes provinciales puedan dormir el resto de sus días al
saber,  en ese entonces, que esa catástrofe pudo haberse evitado. Mucha gente
murió por causas varias: una de ellas fue por encerrarse en el baño, o por cerrar la familia e ir a buscar ayuda y no poder volver.
Ahora el horror ya pasó, pero siempre estaremos marcados por ello, por esa marca que la naturaleza le deja al hombre cuando le quiere ganar terreno a un río
que quiso recuperar, por unos días, el cauce que le pertenece naturalmente.
Siempre seremos una clase que me pareció ridícula hasta ese momento, que no existía: “los inundados”. Ahora sé que existe esa clase, que tiene caracteres propios y que yo pertenezco a ella.
Existe un antes y un después de la inundación para nosotros.
Todos los días nos acordamos de algo que perdimos, algo irrecuperable que formaba parte de nuestra historia. También cosas simples, como un destapador, que tuvimos que volver a comprar.
Dany y mami se quedaron a hacer trámites, dos días hasta que no lo pudo más contener a Dany y volvieron a Suardi. Él estaba como loco, siempre se quería ir, no sé adónde. Creo que ni él sabía.
Nuestro perro sufrió un gran susto, un estrés que no lo dejaba comer. ¡Cambiamos, en un mes, cuatro casas! Se perdía, se escapaba, en su mirada de paz había terror.
A mí me fue a buscar una amiga de acá, no quería venir pero, a esa altura, ya nada podía hacer. Aunque no sé si pude hacer algo alguna vez.
La gente de Suardi nos ayudó mucho, desde lavar cosas podridas hasta tratar de arreglarnos cosas, recopilarnos algunas fotos que se encontraron, videos. Mi tía de Bs.As. habló con sus amigos y me mandaron un ajuar completo para el bebé.
Me quedó una sensación de impotencia; una vez, como Dany me quería cuidar, llegué a decirle que si no estuviera embarazada lo mandaría a Bs. As. así hacía más cosas. No podía soportar el no haber podido.
Este hecho maldito también dejó secuelas en mi matrimonio que se van a curar con el tiempo, gracias al amor, que es el más grande de los curadores, ese que el agua sacudió pero no pudo llevar. Puede estar herido, pero está entero.
Entendí que no hay lugar seguro. No existe ninguna cosa indestructible, nada es insuperable. Todo puede ser destruido, avasallado, sólo nuestro espíritu que si bien fue alterado, no fue destruido.
A  veces creo que esto de volver a empezar es peor que la inundación. Nosotros ya no somos los mismos. Y nos surge, a veces, la pregunta inevitable: ¿Podremos?
Extraño mucho. Extraño el barrio, la gente, mi lugar . . .  Es feo no poder decidir, venirnos no fue una elección.
Si bien acá la gente es buena, añoro mis amigos, mis actividades, mi espacio, el colegio, los cursos. Mi mamá nos ayuda un montón, nos da la comida, nos lava y plancha la ropa, nos cuida, a veces, el nene.
Lautaro fue lo que nos dio y nos da la fuerza para intentar. Él merece todo porque nos da todo. Debemos empezar otra vez.

SOY ASÍ


SOY ASÍ PORQUE DEJÉ DE SERLO TANTAS VECES.
SOY ASÍ PORQUE ES TANTO LO QUE RECORRÍ,
Y ES TANTO LO QUE PUEDO Y NO PUEDO RECORRER.
SOY ASÍ PORQUE, A VECES ENCUENTRO,
A VECES ME ENCUENTRO, A VECES TE ENCUENTRO,
A VECES LO ENCUENTRO.
SOY ASÍ PORQUE AMÉ, PORQUE SENTÍ, PORQUE CREÍ.
SOY ASÍ PORQUE SANGRÉ, PORQUE ME ARRASTRÉ, PORQUE ME DOLIÓ,
PERO TAMBIÉN PORQUE REÍ, PORQUE CANTÉ, PORQUE VIBRÉ.
Y PORQUE VIVÍ, PORQUE APRENDÍ Y TAMBIÉN PORQUE NO SÉ.
SOY ASÍ PORQUE NUNCA SERÁ.
SOY ASÍ PORQUE UN DÍA NO QUISE VER Y ME QUEMÉ LAS MANOS BUSCANDO CALOR.
SOY ASÍ PORQUE ALGUIEN LO QUISO.
SOY ASÍ PORQUE UN GOLPE ME MOSTRÓ LA REALIDAD,
PERO TAMBIÉN UNA MANO ME AYUDÓ A LEVANTAR.
Y PORQUE LA CAÍDA FUE LA TORMENTA
Y EL SOCORRO LA MORALEJA.
SOY ASÍ PORQUE ME DESHICE Y ME ARMÉ TANTAS VECES.
SOY ASÍ PORQUE UNA PALBRA DE APOYO LLEGÓ DE MI PADRE
Y LA FUERZA SIN RUMBO DE MI MADRE.
SOY ASÍ PORQUE, QUIZÁS, NUNCA LO SEPA


Y el trencito dijo ¡basta! y volvió al pago. ¿Para qué? Pues para que esta escriba les dejara algo de su propia cosecha. ¡Je! ¡Alguna vez me toca! Por si alguno no me "ubica" les cuento: nacida en Avellaneda (Bs.As.) vivo desde el 81 en General Pico, La Pampa. Abogada, docente de secundaria y terciaria, mujer con pluriempleo. Una hija, mi princesita Paula, bióloga marina que desde hace un año vive y trabaja en Chile. Desde chiquita torturaba a la familia con mis poesías (¡horrendas!) y al parecer mejoré lo suficiente como para ganar un montón de premios en los últimos años. También me le animé al cuento y tampoco me fue mal (o los jurados de concursos fueron piadosos). Viajera incansable, frecuentadora de Encuentros Poéticos donde coseché montones de amigos. Libros: "Poemas para tu ausencia" y "En carne viva". Hay algunos más de ambos géneros para publicar, a la espera de un generoso mecenas que banque la edición. Espero les guste mi trabajo, un cuentito que algo le debe a Guareschi.

GUERRA SANTA

     Don Libertario Menéndez apoyó sus manos con tal fuerza que el escritorio trepidó. Su metro ochenta pareció alargarse con la furia que le brotaba por todos los poros de su piel coloradota y su vozarrón se escuchó claramente hasta la plaza mientras decía:
     - ¿Así que los curas no quieren pagar? ¿y que el Obispo me amenaza? ¡Pues que le vayan a llorar al Papa, coño!.
     Su secretario bajó la cabeza para ocultar su sonrisa y con voz trémula preguntó:
     - ¿Y ahora que hacemos jefe?
     - Tú sabrás. Yo me voy a almorzar y a dormir la siesta.

     Nadie que no conociera los vaivenes de la historia de "Cuatro Vientos", alegórico y certero nombre con que el fundador designara al pueblo, podía entender como un personaje como Don Liber había llegado a la jefatura de la comuna. Pero la política es un juego de azar y allí estaba.
     Libertario Menéndez Vidal había pisado por primera vez el pueblo cuando contaba cinco años. Sus padres, huyendo de la Guerra Civil que asolaba España, habían recalado en ese perdido punto de la llanura pampeana cuando era apenas un puñado de casas que se nucleaba alrededor de la estación del ferrocarril. Desde su más tierna infancia fue educado en los principios del anarquismo, y si bien sólo pudo cursar hasta el tercer grado de la primaria, porque las necesidades eran grandes y el trabajo apremiaba, la biblioteca de su padre complementada con sus propias adquisiciones, había sido la fuente donde completó su educación. Era lo que los americanos llamarían un "self made man", aunque hubiera carajeado a quien osase decirle semejante cosa.
     Ya a los veintidós años sabía que el pueblo, que había ido creciendo con el correr del tiempo, necesitaba un periódico que abriera los ojos a los ciudadanos sobre los desmanes de los conservadores y los educara política y cívicamente. Fundó "La Voz de los Vientos" a puro pulmón, y a puro pulmón y esfuerzo propio comenzó a publicarlo semanalmente. Entretanto, para mantenerse, hacía trabajos de imprenta, y cuando las épocas eran duras se lo podía ver descargando bolsas en la playa del ferrocarril, o cosechando trigo y maíz, o paleando carbón para el Turco Emir.
     -Ningún trabajo trae deshonra- solía decir, mientras tomaba su ginebra vespertina, único lujo que se permitía, en el boliche de Gaitán.
     Para cuando cumplió los treinta y cinco, su labor tesonera había dado frutos, y Cuatro Vientos podía exhibir orgullosa su propio grupo anarquista. Don Melquíades Soria, el médico, Eustaquio Vélez, capataz de la playa ferroviaria, Don Pedro Núñez, boticario, Juan Fernández, el representante de los obreros rurales, Atamante Berlini, telegrafista del ferrocarril y Libertario, fundador y líder indiscutido, se reunían todos los martes a estudiar y debatir sobre los grandes temas del pensamiento filosófico anarquista, y analizaban la situación nacional e internacional. 
     Cuando el espeso tinto que regaba generosamente la ingestión de jamón serrano y fiambre casero, hacía sentir sus efectos, las voces subían de tono, la discusión se volvía áspera, y no era raro que Teresa, infatigable compañera del líder, tuviese que intervenir para aplacar los ánimos belicosos y mandar a todo el mundo a dormir a su respectiva casa. El grupo no era poderoso en número, pero la unión de voluntades y esfuerzos, la encendida pasión que embargaba a sus integrantes, suplían con creces la inferioridad numérica y podían arrastrar a una buena cantidad de conciudadanos descontentos y hartos de los atropellos del caudillo de turno.
     Y el caudillo político de la zona era nada más ni nada menos que el ahijado del gobernador. Don Ramón Hernández sumaba a su escasa y rechoncha estatura, una ignorancia supina y una cortedad de luces intelectuales  que lo equiparaba a los equinos de la zona (con perdón de los mismos que, al menos, servían para las tareas rurales). Pero tenía un poder omnímodo y una viveza animal para la supervivencia que, unidos, lo convertían en un hombre temible. No había delito  descripto en el Código Penal que no hubiese cometido y la impunidad de que gozaba acrecentaba sus ambiciones día a día. Sus matones imponían la ley y el orden (según versión hernandiana) en kilómetros a la redonda, y junto con su jefe no le hacían asco a la hora de pelar el cuchillo o desenfundar el Colt para convencer a algún remiso de la urgente conveniencia de plegarse a sus órdenes y deseos.  
     Sus métodos para manejar situaciones de conflicto se habían hecho patentes cuando se declaró la huelga en la playa ferroviaria. Los peones, liderados por Eustaquio Vélez, y apoyados por el grupo anarquista, presentaron un petitorio a las autoridades del Ferrocarril del Oeste. Solicitaban reducción de la jornada laboral a diez horas por día, un aumento de cincuenta centavos por hora trabajada, y mejores condiciones sanitarias. Los ingleses, sobresaltados ante la rebelión de sus esclavos, no tuvieron mejor idea que apelar a la intervención de Hernández para poner fin al diferendo. Fue así que los sorprendidos huelguistas vieron aparecer una mañana a toda la milicada de la zona, con el caudillo y sus matones a la cabeza, y hubieron de refugiarse en uno de los galpones ante la granizada de balas que comenzó a caer sobre ellos. El sitio al galpón duró cinco días, mientras las fuerzas de seguridad esperaban vencer a los revoltosos por hambre o bajándolos a tiros, de a uno por vez. Pero el pueblo se había confabulado y, todas las noches, varios muchachitos se deslizaban sigilosamente por las banderolas traseras del recinto para alcanzar víveres a los sitiados. La situación se hubiera prolongado indefinidamente de no haber intervenido el Padre Julián, el joven cura que acababa de hacerse cargo de la parroquia. Gracias a su infatigable gestión, corriendo de los sitiados a los sitiadores, y de éstos a los ingleses, se pudo llegar a un acuerdo para suspender el fuego y negociar. Cuando al octavo día de iniciado el tumulto, los obreros abandonaron, barbudos y ojerosos el galpón, una amplia sonrisa cubría sus caras. Allí nomás, sobre el playón, Libertario improvisó un discurso aludiendo a la victoria (parcial) de los trabajadores, la nobleza de su causa, y el agradecimiento al pueblo de Cuatro Vientos que los había acompañado en esta lucha histórica, verdadera gesta patriótica contra la oligarquía internacional. Don Ramón, apenas contenido por el comisario, rumiaba su furia, pero las órdenes de su padrino habían sido tajantes: "Basta de tiros". Y había que obedecer.
     La desconcentración se produjo tranquilamente mientras el Padre Julián era saludado y felicitado calurosamente por vecinos y huelguistas. Solo el grupo de Libertario pasó a su lado en silencio, con una simple inclinación de cabeza, perdiéndose entre el gentío.
     El cura pensó que los agradecimientos llegarían después, pero el paso de los días y el mutismo de los anarquistas, lo convenció de que sus esperanzas eran infundadas.
     Durante varias noches, arrodillado en el reclinatorio frente al altar y mirando el crucifijo, descargó su humillación y su bronca.
     - Ateos desgraciados - le decía al Cristo mudo - si yo no intervengo los cosen a tiros. No son capaces de reconocerlo y darme las gracias. No pido mucho, Señor, sólo unas pocas palabras...
     Pero las palabras no llegaron, y la rabia sorda que crecía en su corazón empezó a traducirse en sus sermones dominicales.
     El Padre Julián era flaquito y petiso. Sus ojos celestes ardían de celo evangélico y su voz tronaba desde el púlpito cuando evocaba los fuegos del infierno que aguardaban a quienes se apartaran del camino del Señor. Nadie entendía como ese pecho esmirriado donde las costillas dibujaban su estructura, podía albergar semejante vozarrón, pero los domingos todo el pueblo, presente o no en el templo, escuchaba sus imprecaciones y sus vituperios contra los impíos a quienes prometía la condenación eterna a menos que cambiasen su vida. Era obvio que la guerra estaba declarada.
     Don Melquíades, que en razón de su profesión estaba en contacto diario con todos los estamentos sociales de la civilidad, comenzó a preocuparse, y aconsejó al grupo en general -y a Libertario en particular- sobre la conveniencia de no enfrentarse abiertamente al cura, dada la gran popularidad de que éste gozaba.
     La respuesta del imprentero fue concisa y terminante:
     -¡Que se vaya al infierno él y la madre que lo parió!. A curitas como éste, en España se los comen crudos. ¡Coño si voy a temerle!
     "La Voz de los Vientos" arreció con su campaña anticlerical y el cura bramaba cada domingo desde el púlpito, mentando a los herejes con nombre y apellido. Los habitantes del pueblo asistían, entre divertidos y pasmados, a este enfrentamiento entre dos hombres poderosos por su convicción y sus ideas, que no daban, fácilmente, su brazo a torcer. Como era de esperarse, la gente se dividió en dos bandos: julianenses y libertarios, y toda ocasión fue aprovechada para sacar a relucir las diferencias.
     Para la primavera siguiente, el Señor Obispo concurrió a Cuatro Vientos a inaugurar oficialmente el nuevo campanario, donado por la viuda de un hacendado de la zona. El festejo se había organizado a lo grande: procesión, misa solemne con presencia de autoridades, suelta de palomas y globos y almuerzo popular. Por la tarde estaba previsto un acto cultural donde los niños de Catecismo demostrarían sus dotes actorales y la Banda del pueblo vecino amenizaría la función bailable con la que culminaría el acto.
     Los libertarios parecían haberse llamado a sosiego y todo el mundo respiraba tranquilo, cuando en medio del almuerzo, realizado en el terreno adyacente a la iglesia, resonó en el aire la voz del líder anarquista entonando una marcha compuesta para el grupo por uno de sus simpatizantes, y arengando al pueblo a rebelarse contra la tiranía oscurantista y medieval de la iglesia, que ponía trabas al libre pensamiento, a la ciencia y al progreso. Al Obispo, que conocía el problema por relatos del Padre Julián, se le atragantó la pata de pollo que estaba saboreando. El cura, sorprendido mientras alzaba su vaso de vino, en su enojo revoleó el mismo y dejó una estela de preciosos vestidos femeninos manchados de gotas oscuras. El comisario manoteó la pistola reglamentaria y, levantándose de un salto, arrastró a cuatro de sus milicos con él. Pero fue en vano. La plaza estaba desierta y, excepto por unas palomas que alzaron vuelo asustadas por el despliegue policial, nada turbaba la calma pueblerina. Acallada la voz fantasmal, el acto prosiguió sin tropiezos, pero el cura juró para sus adentros que el atropello no quedaría impune.
     La vida proseguía sin mayores sobresaltos, cuando el pueblo se revolucionó con la noticia: a fin de mes se presentaría una compañía teatral para ofrecer una función de "Juan Moreira". Tan inusual evento era posible gracias a las gestiones del partido "Progreso en Libertad". Sí, porque a esta altura, los anarquistas se habían organizado bajo la batuta de Libertario y habían fundado su propio partido.
     Vanas fueron las apelaciones del Padre Julián a sus fieles señalando los peligros potenciales de asistir a un espectáculo semejante, de la posibilidad de caer en pecado, de la vida licenciosa que llevaban los artistas, del absurdo de haber convertido en héroe a un gaucho facineroso... Casi nadie le prestó atención. Sólo el grupo de damas de la Legión de María lo apoyaba, no tanto por una cuestión de convicción ideológica sino por la más prosaica de no perder los privilegios que gozaban en su relación con el cura y porque señoras de prosapia como ellas no podían juntarse con la chusma. Como lo expresó atinadamente Merceditas Aguirre Sagastizábal, su presidenta:
     - Esto es cosa del populacho, chicas. Y nosotras tenemos una posición que cuidar y defender. ¿Dónde se ha visto que nos sentemos al lado de obreros patasucias?
     Y llegó el gran día. El baldío frente a la plaza, que hacía diagonal con la iglesia, había sido desmalezado, barrido y regado. Un variopinto muestrario de sillas, gentilmente cedidas por la directiva del club "Unidos Venceremos", aseguraba la comodidad a los madrugadores. Y para el resto quedaba la posibilidad de acarrear su propio asiento o ver la obra de pie. Una cerrada ovación recibió a los actores y hasta los que habían debido conformarse con una ubicación en la plaza, por falta de espacio, pudieron apreciar el magnífico despliegue artístico. La noche cubría la ciudad y dos potentes focos iluminaban el tablado. La banda ponía su empeño en la musicalización y los actores desgranaban sus textos cuando, en medio de un emotivo y dramático parlamento, las tres campanas de la iglesia comenzaron a repicar. Luego de la sorpresa inicial, los ocupantes del escenario incrementaron el volumen de sus voces, pero el repique no cesaba y se desgañitaban en vano recitando. Menos mal que la mayoría de los espectadores conocía la historia, porque la cuestión se había vuelto teatro mudo, pese a los esfuerzos desesperados de sus protagonistas. El balazo que ponía fin a la vida del pobre Moreira pareció ser la señal para que las campanas se llamaran a silencio y los afónicos y agotados actores se vieran recompensados con más aplausos.
     Libertario Menéndez ardía de furia. Sólo la voluntad y la fuerza combinadas de Melquíades y de Eustaquio impidieron que se precipitara en la casa parroquial para golpear al cura.
     - Son las reglas del juego, jefe - sentenció filosóficamente Atamante - nos paga con la misma moneda lo que hicimos cuando vino el Obispo.
     Como era de esperarse, "La Voz de los Vientos" publicó al día siguiente un encendido editorial, contra las fuerzas retrógradas que pretendían privar al pueblo de un momento de sano esparcimiento, que contribuía al crecimiento y maduración de su conciencia de masas oprimidas. La respuesta vino en "El Heraldo Angelical", el diario que meses atrás fundara el Padre Julián, como medio de expresar públicamente sus convicciones y sus ideas. Era tan contundente, mechada de citas bíblicas y frases de los grandes pensadores católicos, tan virulenta en su condenación del ateísmo, que el propio diario parecía arder en las manos de sus lectores. La historia pintaba no tener fin.

     Los años transcurrían y los agravios que se propinaban ambos bandos por medio de la prensa y a través de distintas acciones concretas, eran una constante ya aceptada como natural por todos. La imaginación desplegada por los libertarios y por el cura era admirable e inagotable. Y fue en medio de ese clima cuando se anunciaron las elecciones. Debía elegirse no sólo nuevo gobernador, sino un intendente para Cuatro Vientos, que recientemente había sido promovida a la categoría de ciudad.
     Don Ramón Hernández comenzó a movilizar todo su aparato electoral. Se reunió personalmente con los hacendados y los notables de la zona, a quienes prometió mantener férreamente sus privilegios; convenció de su generosidad y sus buenas intenciones a parte del pobrerío, con dádivas oportunas; y de su voluntad de imponer el orden y el trabajo, con palizas memorables a los obreros recalcitrantes. Asimismo se reunió con el Padre Julián, ante quien se comprometió a erradicar de cuajo al grupo de rojos que alteraban la paz ciudadana. Todo estaba cuidadosamente planificado.
     Lo que no previó fue que, justo para esas fechas, su padrino que aspiraba a la reelección, descubriese que en el último año Ramoncito se había quedado con varios "vueltos" que le pertenecían por una cuestión de jerarquía y peso político. La suma era demasiado considerable para que pudiese ser ignorada, y el caudillo había agotado la paciencia del gobernador, quien estaba dispuesto a perdonarle el robo a bolsillos ajenos pero no a los propios.
     La noticia sacudió al pueblo y provocó un generalizado sentimiento de alivio: un desgraciado (y oportuno) accidente de auto había segado la vida de Don Ramón Hernández cuando retornaba a su estancia. A pocos días de las elecciones, los conservadores quedaron, literalmente, descabezados e inermes, sin capacidad de reacción. Era una consecuencia no querida ni prevista por el gobernador, pero éste evaluó el problema y decidió que la posibilidad de no obtener la jefatura de un pueblo era una pérdida menor que se compensaba con las ganancias que la muerte de su ahijado le acarreaba.  
     Así fue como Don Libertario Menéndez Vidal, candidato por el Partido "Progreso en Libertad", único que se presentó a la contienda, fue electo como el primer intendente de Cuatro Vientos. Y así fue como el Padre Julián Racedo supo que su calvario no hacía más que comenzar, que los hechos pasados eran solamente una gota en el océano de amarguras que se avecinaban para él.

     El primer problema se planteó para el momento de la jura. Don Libertario quería añadir a la tradicional fórmula de "por la patria" el aditamento de "anarquista" para calificar a la misma. A los sesenta años no era una persona fácil para cambiar de opinión y menos cuando de cuestiones ideológicas se trataba. Sólo la palabra convincente del doctor Melquíades, flamante secretario de Salud Pública y los ruegos de Don Pedro, designado Secretario de Hacienda, lograron al cabo de varios días hacerlo desistir de su propósito. Fue la primera vez en la historia local,  provincial y nacional, que un intendente asumió su cargo vestido de bombacha, camisa blanca y fulgurante pañuelo rojo al cuello. La tímida sugerencia de Teresa sobre revisar el atuendo y trocarlo por algo más formal fue recibida con un:
     -¡Me cago en el traje y las formalidades!- que puso punto final al tema.
     Pero las excentricidades indumentarias del nuevo intendente fueron olvidadas muy pronto por su eficacia en la gestión comunal. La ciudad fue embellecida con una  fuente, obra de un escultor local, que rememoraba la victoria de los trabajadores sobre los capitalistas y que se convirtió en el paseo obligado de los forasteros que visitaban Cuatro Vientos. La plaza contó con nuevas y exóticas variedades de plantas, encargadas al vivero de la capital; y la vieja glorieta, donde todas las tardes de domingo la Banda Municipal deleitaba a los vienteños, fue remodelada por completo. Las calles y las veredas lucían limpias y brillantes. El Hospital se amplió y modernizó, y con el arribo de nuevos médicos se inauguraron servicios de mayor complejidad, convirtiéndose en un objeto de envidia por parte de los pueblos vecinos. Se repintó la vieja estación ferroviaria y se parquizaron los baldíos que rodeaban a la playa ferroviaria. Fueron creadas dos escuelas primarias, un jardín maternal y, ante la satisfacción de todos los vecinos, el Gobernador en persona se hizo presente para cortar las cintas del flamante colegio secundario. Se pavimentaron calles, y el acceso a la ciudad fue profusamente iluminado y forestado con pinos, mientras que un arco alusivo daba la bienvenida a los visitantes. El aire de progreso y modernismo que envolvía a Cuatro Vientos era notorio, y el empuje del jefe comunal y su gabinete, parecía no tomar descanso. No fue raro entonces que, vencido el mandato de cuatro años, Don Libertario Menéndez fuera reelecto por mayoría aplastante de votos.
     Los fundadores del partido en el Gobierno parecían tener una reserva inagotable de proyectos bullendo en sus cabezas, y la firme intención de convertir a su ciudad en la más destacada de la provincia. Pero para eso, era necesario revisar el sistema financiero que últimamente estaba haciendo agua.
     Don Pedro, quien había trocado la botica por la Secretaría de Hacienda, fue muy claro esa mañana fatal de marzo:
     - Compañeros: es necesario que la recaudación aumente. No es posible seguir con la pavimentación de las calles, o mejorar el sistema de agua potable, y mucho menos instalar un servicio cloacal, si no vemos primero de donde han de salir los dineros para ello.
     Atamante propuso hacer un listado de vecinos que no abonaban impuestos municipales, para citarlos uno por uno y convencerlos de las ventajas del modernismo y del progreso, y de su deber cívico de pagar como el resto.
     Eustaquio sostuvo que era justicia que, quienes más tenían más pagasen, y que se debían aumentar los impuestos a los grandes propietarios y respetar a la clase trabajadora. Juan acotó que muchos productores agropecuarios evadían las tasas que debían abonar por cada camión que cargaba hacienda o cereal en sus campos y los inspectores no daban abasto para solucionar el problema. Melquíades comentó que muchos de sus colegas médicos, quienes construían grandes chalets sobre la avenida de acceso, no denunciaban la totalidad de las obras emprendidas, y evitaban así pagar el impuesto correspondiente. En fin, que cada uno proponía, analizaba, daba ejemplos, sugería posibles soluciones.
     Don Libertario permanecía callado, pero al calor del debate sus amigos casi no habían reparado en ese sorprendente hecho. Fue Pedro quien impuso silencio y dirigiéndose al intendente preguntó:
     - Pero, bueno, hombre. Tú ¿qué dices?
     - Hay que acabar con los privilegios compañeros - tronó Don Liber - De ahora en más todos pagarán. Los unos más, los otros menos, pero todos pagarán.
- Compadre, que eso lo tenemos todos muy clarito - retrucó Melquíades.
- Y entonces ¿por qué los gringos no pagan por los terrenos que ocupa el ferrocarril? ¿Por qué los curas no pagan por la iglesia, su colegio y el convento de las monjas?- la voz tonante del intendente volvió a resonar sobre las vigas del techo
Un silencio denso se abatió sobre los presentes. Atamante, dadas sus conexiones con el ferrocarril fue el primero en atinar una respuesta:
- Los ingleses nos cedieron los terrenos, Don Liber. ¿No se acuerda? Fue cuando hicimos los parques al costado de la vía y en la vieja playa ferroviaria.
- Y la iglesia está exenta del pago de impuestos por disposiciones nacionales - musitó Don Pedro.
- Las disposiciones nacionales ya sabes por donde me las paso, compañero - contestó el iracundo jefe comunal. - Que eso está bien para los señorones de la capital que no quieren quedar mal con los curas, para que les perdonen todos sus chanchullos y trapisondas el día que se mueran, pero yo sólo le rindo y le rendiré cuantas a mis conciudadanos. Así que ya me estás redactando una ordenanza para que los curas se pongan a pagarme los impuestos - ordenó al azorado Don Pedro.
     Al día siguiente, los habitantes de Cuatro Vientos encontraron en la primera plana de "La Voz de los Vientos" las novedades surgidas luego de la última reunión del gabinete municipal. Como era de esperarse la ciudad se convirtió en un hervidero de rumores, críticas, felicitaciones, y las opiniones volvieron a dividirse entre quienes apoyaban a Don Libertario y quienes sostenían que el viejo chocheaba o se había vuelto loco.
     A Don Julián se le atravesó el desayuno al leer la primera página del diario. Con la edad su carácter se había endurecido y agriado aún más. Ante la sorpresa muda de los dos jóvenes curitas que compartían su mesa y las responsabilidades parroquiales, se descargó con una catarata de epítetos dirigidos al intendente, sus ascendientes y descendientes, que habrían hecho ruborizar a un camionero.
     -¡Antes muerto que permitir este atropello!- vociferó el anciano. -¡Resistiremos a pie firme el ataque de este engendro de Satanás!. Y blandiendo el paraguas a modo de espada (ya que el sol brillaba a pleno sobre la acera) se encaminó hacia la glorieta de la plaza.
     Tras él corrieron los dos curas, el sacristán y el ama de llaves que enarbolaba su delantal cual bandera de guerra. Los vecinos que cruzaban la plaza, los dueños de los negocios que la rodeaban y que habían oído los gritos de Don Julián, y los que curioseaban las vidrieras, todos, masivamente, se encolumnaron tras la comitiva eclesial. Al llegar a la glorieta el sacerdote ascendió los escalones y, usando el escenario de improvisado púlpito, comenzó a arengar a los concurrentes, remarcando sus palabras con oportunos paraguazos. La multitud crecía al mismo ritmo que el furor y la elocuencia del cura.
     -¡La Intendencia se ha convertido en el refugio del demonio, hermanos!- su voz restallaba sobre el verdor de los eucaliptos y los caldenes. -¡Hemos de limpiar ese antro de corrupción e impiedad antes que el fuego del infierno nos arrastre a nosotros también!. ¡Ha muerto el respeto por la religión y sus representantes, gracias a esos sicarios de Belcebú!
     Los vienteños entendían solo en parte la prédica de su párroco, ya que la ira hacía tartamudear al buen hombre y transformaba su cara en una máscara encendida. Notaban, eso sí, que el paraguas había terminado deshecho por los golpes y que era a puño desnudo que Don Julián remarcaba ahora sus palabras sobre la piedra del bordillo. Estaba al borde del ataque, no cabía duda, y en un rapto de lucidez los dos curitas salieron de su estupor y se lanzaron sobre su superior para bajarlo de la glorieta. No fue tarea fácil, ya que flaco y esmirriado, parecía que el ángel exterminador lo había dotado de una fuerza sobrenatural. Para cuando consiguieron arrastrarlo hasta la casa parroquial, endosarle un sedante y meterlo en la cama, las sotanas eran jirones deslucidos.
     Al mediodía, el Obispo, convocado de urgencia, se hizo presente en Cuatro Vientos. La fama y los antecedentes de Don Libertario habían trascendido los límites de la ciudad y el prelado no tenía dudas de que la cuestión se presentaba sumamente espinosa y difícil de resolver. Pero había que intentarlo. Por intermedio de su secretario solicitó una entrevista con el intendente y se sentó a saborear un café en el despacho mientras esperaba la respuesta.
     La misma no se hizo esperar. Compungido, el secretario informó que Sr. Menéndez se había retirado a su domicilio a almorzar y dormir la siesta, dejando instrucciones de que sólo recibiría al Obispo si éste iba dispuesto a arreglar las deudas pendientes.
     Los pocos vecinos que aún rondaban la iglesia a la espera de novedades, vieron salir a un prelado enfurecido, seguido a la carrera por su secretario. Cuando el automóvil partió con un rechinar de ruedas, supieron que el asunto traía muy mal aspecto.
     Los meses siguientes pusieron a Cuatro Vientos en el mapa nacional, otorgándole una notoriedad hasta entonces desconocida. Las radios de la capital, los diarios y revistas de todo el país, montaron una guardia permanente e implacable sobre la ciudad. Enloquecieron a los ciudadanos inquiriendo sin cesar su opinión; sitiaron la Municipalidad, acribillando a preguntas a cuanto funcionario se les pusiera a tiro; entrevistaron hasta el hartazgo al Padre Julián, quien reiteraba en distintos tonos, cada vez más ácidos y encendidos, su prédica antidemoníaca; y trastornaron la, hasta entonces, pacífica vida de los vienteños.
     El Juez de Paz, ante quien la Comuna había planteado una demanda por impuestos impagos, se declaró incompetente, y pasó la pelota al Juez Civil. Este se vió jaqueado por Don Libertario y Don Julián, quienes diariamente lo acosaban con sus reclamos de justicia, y no le permitían ocuparse del resto de los casos pendientes de resolución, por lo que alegando confusas razones de jurisdicción envió el expediente a la Cámara de Apelaciones de la provincia.
     En vista de la situación, el Obispo decidió deponer su enojo y concertar una tregua, para lo cual volvió a trasladarse al centro del huracán y convocó la presencia de las partes en conflicto y la de los notables de la ciudad: el gabinete municipal, el jefe de policía, el director del hospital, los dos jueces, el jefe de redacción de "La Voz de los Vientos" y los directores de las escuelas. Más le hubiera valido abstenerse de intervenir. La potencial concertación comenzó con arengas fervorosas e incendiarias y culminó en una batalla campal que saturó la guardia del hospital de contusos y  lesionados, sin distinción de jerarquías o cargos.
     Así las cosas, Monseñor Amadeo Cassano, quien había salido milagrosamente ileso de la batahola, decidió apelar a un postrer recurso y en medio del hall del Hospital anunció la excomunión del intendente hasta tanto cesara en su delirio impositivo y el pase a retiro de su subordinado. De nada sirvió. Las partes interesadas contestaron en forma tajante:
     -¡La excomunión no existe para un ateo como yo, y toda la iglesia puede irse al carajo!- bramó Don Libertario
     -¡Solamente muerto abandonaré mi parroquia!- gritó exasperado Don Julián
     El Obispo los encomendó a las manos de la Divina Providencia, ya que no era apropiado putearlos públicamente, y retornó a su sede.
     La ciudad inauguró entonces una extraña e inédita experiencia.
     La iglesia estaba situada frente a la plaza, sobre el lado norte, lindando con la escuela parroquial y el convento de las monjas. Sobre las escalinatas de acceso al templo los fieles defensores de Don Julián decidieron montar una carpa, donde se instalaron a rezar y ayunar hasta que se resolviese el conflicto o un milagro fulminase al intendente. Frente a la iglesia, cruzando la plaza, sobre su lado sur, se encontraba el edificio de la Intendencia. Allí, los fervorosos militantes de "Progreso en Libertad", levantaron también su campamento, donde dictaban conferencias, adoctrinaban nuevos prosélitos y entonaban en forma permanente consignas partidarias de apoyo a su jefe y líder máximo. Si bien no rezaban por un milagro - ya que su ideología se lo impedía - anhelaban profundamente que un rayo partiese al medio al cura incordioso. La prensa, había instalado su cuartel general en el Hotel del gallego López, el que se ubicaba frente a la plaza, sobre la cara oeste, lo que les permitía estar en el medio de ambos bandos contendientes. Y para rematar el ambiente de opereta, los gitanos que anualmente visitaban la ciudad, estableciendo tradicionalmente sus tiendas en la ruta de acceso, viendo la posibilidad de ampliar sus negocios con los forasteros decidieron instalarse sobre la cara este, en el único solar que aún permanecía baldío. La plaza fue considerado terreno neutral, y así los ciudadanos de Cuatro Vientos podían, mientras la transitaban, sumarse al rezo del rosario, entonar la marcha del partido oficial, ser abordados por algún periodista o conocer su futuro de boca de alguna de las gitanas que pululaban por las cercanías. Cada cual según su gusto.
     Por las noches, el ambiente se vestía de fiesta con la música y los bailes de los zíngaros, a los que se sumaban los corresponsales de los medios (hartos de la esterilidad de su tarea), y los curiosos que nunca faltan. Sólo julianenses y libertarios proseguían en sus trece, sin sumarse al jolgorio.
     La situación se hubiera prolongado hasta el infinito, dada la cerril tozudez de sus principales protagonistas, si la Divina Providencia o el Destino, según el costado que se mire, no hubiesen decidido tomar cartas en el asunto, escuchando los ruegos de los partidarios de las dos facciones en pugna. Fue así como, con horas de diferencia, un derrame cerebral acabó con Don Libertario, y un ataque cardíaco mandó a Don Julián a encontrarse con su Creador.

     Como signo de la concordia que no tuvieron en vida, el gabinete municipal y el obispado decidieron velarlos en forma conjunta en el Salón de Actos de la secundaria local. No quedó habitante que no rindiera sus últimos respetos a los dos grandes de Cuatro Vientos y la nota fue cubierta por los medios de comunicación que, al fin, podrían retornar a  sus respectivas ciudades. También se acordó sobre el cortejo que los trasladaría a su morada final, y una tibia mañana de octubre la ciudad vió desfilar dos carrozas fúnebres, la una ornada con lazos rojos, la otra con banderas papales. La Banda Municipal encabezaba la marcha seguida por el coche que transportaba el féretro del intendente. Luego se encolumnaba el gabinete municipal y los partidarios de "Progreso en Libertad". A continuación los monaguillos portando grandes velones, las damas de la Legión de María con sus estandartes y el Obispo revoleando el incensario como para ahuyentar los demonios que aún flotaban por sobre la ciudad, precedían al coche que guardaba los restos del cura párroco, y el cortejo se cerraba con los fieles vestidos de riguroso luto.
     Los viejos memoriosos aún guardan recuerdos de ese día, y de la primera medida del nuevo intendente, quien decidió denominar la avenida que cruzaba toda la ciudad con los nombres de Don Libertario Menéndez Vidal y Don Julián Racedo. Eso sí, para que no pudieran seguir disputando también en el más allá, la vía del ferrocarril que partía al medio la ciudad, fue el punto donde comenzaba equitativamente cada tramo de la rebautizada arteria.

Y se acabó ... por hoy nomás ... A mis lectores: gracias por la paciencia. A los escritores: sigo esperando colaboraciones así que ¡¡no sean vagos y enviénlas junto con una minibiografía!! Pueden comunicarse con esta maquinista a: millaco@ciudad.com.ar
Un abrazo primaveral

                                      CRIS FERNÁNDEZ