Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 33

QUERIDOS VIAJEROS:

¡Ya era tiempo de regresar! Confieso que la maquinista se tomó un descansillo ¡je! para reponer energías y clarificar las ideas. Pero estos encuentros son ya parte de la vida y de la alegría que da el llegar a tantos amigos dispersos por el país y el exterior.

El trencito se zambulló, valientemente, en el mar Caribe, decidido a emular a un navío. Y todo por llegar al encuentro de nuestro primer pasajero quien se encuentra en la isla de CUBA. Que de allí es REINALDO CEDEÑO PINEDA a quien ahora presento. Nació en Santiago de Cuba, 1968. Es Licenciado en Periodismo y Master en Ciencias de la Comunicación Social. Premio Nacional de Periodismo Cultural en Cuba, 1998 y 2001.  Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Tiene publicados los libros “Son de la Loma” (investigación musical), “Cartas a Saturno” y “El diablo y la luz” (entrevistas y ensayos) y el poemario “Los corderos alzan la vista”. Fue redactor jefe de la página cultural del periódico Sierra Maestra. Actualmente es reportero-realizador de la emisora musical Radio Siboney y colabora en publicaciones cubanas y extranjeras. De su autoría les traigo un poema y un cuento que me pareció muy bueno. Ojalá cioncidamos...  E Mail: reinaldocp@cultstgo.cult.cu


LECCIÓN DE ARQUITECTURA

La cúpula   los planos   para hacer una iglesia
pero yo quiero ser tañido de campana
vitral
devolver la luz azul-amarillenta
a los fieles,
la ventana ojival que busca el cielo
la piedra bautismal de los recién nacidos
el pedazo de pan
piedra de cantería piedra bruta piedra filosa
piedra sobre piedra
el puente levadizo sobre el foso
la almena por donde al guarda se le va la madrugada
mientras cuenta estrellas con la punta del fusil,
la hoja de acanto
la rosa en el frontón  el templo
y apenas soy arena en la cuchara.


LA SOMBRA

Aunque se haya querido tomar como un evangelio, es sólo una canción y a Gardel lo enmienda la vida. Nada pasaba ya en aquel matrimonio, después de veinte años; mas seguía pegada a la piel de ambos, la rutina, absorbiendo el tiempo, sustituyendo los espacios del deseo con tantas artimañas que ya se habían transformado en expertos, y además estaba El Hijo, que a la edad de las preguntas ha de estarse cerca, so pena de que las interrogantes vayan a beberse en otra fuente y no sea buena el agua. Y cuando el animal podía más que la frustración, se despojaban con desgano de una y otra pieza, acomodaban con calma las vestiduras del lecho como un ritual y entonces, sólo entonces cumplían como dos esposos en aquella cama renqueante, corcosiéndose el alma, que al otro día había trabajo muy temprano. Buenas noches, mi amor.
En las mañanas, siempre había un amago de discusión sobre el café o sobre el hijo que iba creciendo y debías ocuparte más que eres su padre, y tú que le consientes, pero en realidad era la noche cruel que sobrenadaba y había que sellar la discusión que el trabajo esperaba o sentir el portazo en el cuarto de El Hijo, el cuarto donde nadie se atrevía a entrar porque era un nuevo útero defendido con las uñas, pero no hay maestro como el tiempo que se empantana cuando debiera despeñarse y se espanta perseguido por perros rabiosos cuando se le quiere sujetar, y para aquel matrimonio habían pasado veinte siglos.
Todo comenzó aquella noche, cuando, por más que se movía de un lado a otro de la cama y hasta intentó traspasar aquella columna que había interpuesto la sequía que parecía partir la cama en dos, se miró las carnes y comprendió que no podía esperar mucho más, no podía. Hundió su mano para incorporarse, giró como un contorsionista y en un santiamén atinó a colar sus dedos fríos en los zapatos y más allá tomó una camisa negra y un viejo pantalón raído por el uso, todo armado en la oscuridad, y con el sigilo de un ladrón, pegó su oído al cuarto donde estaría durmiendo El Hijo y contuvo la respiración para detectar algo anormal, todo bien como si estuviera vacío, un paso sobre el otro, envolvió el picaporte en un pañuelo y partió al ruedo de la suerte con un peso a cuestas más grande que una casa, aquella en que se había sepultado vivo hacía tanto tiempo, que entonces era joven y ahora estaba a punto de dejar de serlo, se dijo para alentarse. Desorientado, caminó sin saber a dónde dirigirse, la oscuridad le abrumaba, se sentía desprotegido a la intemperie y ya su cabeza empezaba a fabular malas historias en aquella esquina justo cuando pasó La Sombra. Sus ojos se prendieron a la espalda hasta que la silueta sintió esa mirada clavada, eso dicen, y El deseo le emergió como un lago que rebosa un cántaro. Sin poder detenerse, sin mediar media palabra, que las palabras no estaban hechas para estas ocasiones, y las manos de la noche hábiles en la ceguera descubrieron su apetito y se apuraron en saciarlo. Madera lustrada sin una veta, piedra lavada por las olas, cáscara de ciruela, agua de siete incendios, fuego de siete mares… Todo empezó a nublarse, su naturaleza creció como un gigante, sintió su cuerpo más firme que su primera vez más joven que nunca y quiso hacer una declaración, un discurso mínimo mientras regresaba del sopor, mientras volvía a su inocencia de transeúnte, pero ya La Sombra se había deslizado hacia la misma oscuridad que la había parido. Y volvió sostenido por el susto a envolver el picaporte en el pañuelo y a transitar los pasillos y las puertas, para dejarse caer en las sábanas, en el hueco que el tiempo le había reservado y se movió con fuerza hasta cerciorarse que el lecho, el suyo, le estaba esperando y que su bella durmiente esperaría el beso que horas después sería depositado en aquellos labios con el respeto que merece la madre de un hijo concebido quince años atrás.
Un día, el colega que ya no te ve de tanto verte, repara en que andas estrenando una sonrisa y entonces te das cuenta de que te habías olvidado de sonreír, y una oleada modesta de esperanza invade de pronto. Ese era el día que vivía El Inspector y todos pensaron que por obra de un milagro quizás se había prendido el pedernal gastado de aquel matrimonio, pero nada dijeron de aquel secreto a voces. Nadie se hubiera atrevido a comentarle que sus largas jornadas de trabajo y la corbata perfecta y aquella nube posada en la mirada, eran la marca inequívoca de una pasión extinta. En realidad todo hubiera podido aliviarse de otra manera, según se juzgue, que desde afuera suele nadarse olímpicamente. Cuando aquel joven ejemplar se apostó a la entrada, las miradas la desnudaron, o la envidiaron o ambas; pero al enterarse de que ocuparía el puesto de secretaria, supieron que el destino había escuchado sus ruegos, porque sólo le faltaba la diana para que aquel sitio fuera un campamento militar, Por Dios, ¡no era normal! en un hombre joven apto para ocupaciones más gratas. Toda la oficina se movilizó, hasta los rezos necesitan ayuda, y no hubo dudas de que había llegado la hora de La Veterana, hora de su lucimiento para afincar su posición porque los años me han hecho sabia, siempre alardeaba, fíjate cuantos años viendo entrar a unos y salir a otros, y yo aquí. Comenzó el asedio, mientras bajaba la falda y subían las piernas; pero El Inspector solo tenía ojos para los papeles y la mano que lo extendía era una extensión del engranaje. Ni siquiera funcionó el elevador, que una mano oportuna trabó por órdenes expresas, porque aquellos minutos fueron el tiempo extra, justo el que necesitaba para terminar un informe de máxima urgencia. Qué suerte que estás aquí para que me ayudes, fue lo más amable que se dijo en la armazón de metal. El Deseo se le ha secado de no usarlo, sentenció La Veterana en un amargo rictus y  por primera vez hubo de rendir las ramas que había perfilado, se sintió escarnecida y vieja; pero no era cuestión de años, quien iba a imaginar que El Inspector ya había descubierto a La Sombra, y  aquella le proporcionaba un placer misterioso, sin exigir nada a cambio ni un favor ni un ascenso ni una cita siquiera que no fuera la espera en La Esquina de los Milagros. Sólo sabía que se habían terminado los naufragios nocturnos y el pañuelo estaba a buen recaudo. Muchas madrugadas aguardó El Inspector para ver surgir a La Sombra de la negrura, con su largo pelo y ese olor a perfume y ebriedad, con un leve antifaz que cubría sus ojos para dejar fuera unos labios pequeños, diabólicos. La Sombra derribó todas las sentencias que la segunda fue mejor, y a la tercera no fue la vencida, sino muchas madrugadas después, un día en que El Inspector regresó de una de esas reuniones sofocantes, inútiles, girando sobre la misma noria y necesitó aire, aire… y allí estaría La Sombra para la asfixia. Se había jurado que al menos por hoy no permitiría una máscara más, que sabría el rostro tenían aquellas manos y aquellos labios que le habían sacudido veinte años de remar en tierra. Que La Sombra había derribado todas las sentencias, pero siempre entre las sombras como única condición.
La Sombra apareció por un lugar inesperado, sin señal alguna porque el acuerdo silente era perfecto y frotó sus dedos contra las piernas, las sobó con la lengua demorándose en cada centímetro, hundió las uñas, enroscó la vellosidad, sintió que una mano se acercaba a sus ojos, mordisqueó cada punta las acercó a su pecho erizado y cuando sintió que tocaban otra vez la máscara, giró violentamente para hundirse de una sola vez, dejó escapar un grito sordo y El Inspector se convirtió en el centro del mundo, la humedad se espesó en sudores, la negrura se desdibujó y El Inspector maldijo sus sábanas indefectiblemente pulcras, maldijo las páginas leídas a deshora, la corbata y el ascensor, maldijo cada masfrustración y cada año perdido y cada mes y cada minuto que lo habían separado de este momento, maldijo, y bendijo las sombras de esta tierra que le iluminaban; pero la vida llama a sus deberes y sus rutinas, y esta era impostergable porque de pronto El Hijo enfermó. La vida pareció detenerse de pronto en aquella salita y aquella cama con sus sábanas indefectiblemente pulcras que le acordaron su callada tragedia. Hacía mucho no se fijaba en él, considerándolo una prolongación de su madre, pensándolo siempre como un niño detenido cuando le leía cuentos y veía como se ovillaba aquella ternura salida de su sangre, tiempo de apretarlo contra sus brazos fuertes y recibir un te quiero y un beso antes de dormir, papito. Es verdad que andaba un poco pálido, pero detrás asomaba un rostro hermoso, un cuerpo hermoso sin dudas y el orgullo de padre le subió hasta el cuello de su camisa y tal vez fue eso o aquel desvelo compartido, las idas y venidas, pareceres y preocupaciones que hicieron verse mucho a los esposos después de mucho tiempo y el pedernal soltó una chispa de la ceniza y hasta la mañana del amago y el café se hizo distinta y allí mismo en la mesa. El Inspector pensó en La Sombra cuando vio inclinarse a la esposa que al fin y al cabo era suya, diablos, y la haló por la cintura hacia sí, la poseyó con odio y con la rabia acumulada, sin hacer caso a las negativas y remilgos, del niño ¡por Dios! que anda enfermo… tú sólo piensas en esas cosas… y le dijo al oído cochinadas de hombre en celo hasta que la fiebre bajó como había llegado después del hartazgo y la mujer se convenció de que le habían cambiado a su esposo y salió despavorida mientras aquel resoplaba como un toro, sintiendo que algo se le había roto dentro.  Nada se dijo como si nada hubiera pasado, El Hijo volvió recuperado, abrazó a su padre y a su madre, solo para volver a su cuarto cerrado para todos y  volvió la noche agria e insípida cayendo sobre aquel matrimonio. El Inspector intentó una terapia de factura propia, recortó sus pantalones, y temprano en las mañanas empezó a recorrer las calles de la casa al parque más cercano, jugando a descubrir cada vez algo nuevo al paso. Tocó al cuarto de El Hijo, retiró este la puerta, asomó un ojo… esa locura, esas son horas de dormir, yo me acuesto muy tarde y dio un portazo, más la terapia fue sólo un intento, las pulcras sábanas se le enroscaban, apenas alcanzó a llegar a los álamos hacia el final de la calle como si estos se alejaran y parecieron correr a la inversa en la segunda mañana… y al fin El Hijo llevó la razón  por más que lo negara y la voluntad acabó cediendo, a los veinte años había querido ser corredor de largo aliento, pero ahora, el aliento faltaba.
La Esquina de los Milagros era a la luz del día, una esquina cualquiera y cuando decidió verla anochecer, se dio cuenta de que tenía la crisis de los cuarenta con dos años de anticipación, un hijo desconocido que convivía en su propia casa, una silla mullida, un montón de papeles inútiles guardados metódicamente, una puntualidad intachable, una cama compartida en el limbo, justo antes del infierno y una sombra sin nombre. Sin dudas, no le faltaba nada y decidió celebrar consigo mismo tanta suerte, descorchó la botella, bebió despacio como un catador de vinos, floja la corbata, libre el cuello de esa guillotina de oficina y descubrió que el mejor invento del mundo era una botella.. A la hora de las complicidades, se apareció La Sombra, pero El Inspector estaba más allá de las sombras en el universo de la ebriedad soñando con una sombra que llegaba,  retiraba el disfraz y le besaba con familiaridad y pasión y hasta le cargaba. No supo como llegó a su casa, como le dejaron caer en su propia cama y no se atrevió a preguntar a su esposa, bendita durmiente, que esperó el beso de la mañana sin la menor señal de desconcierto y halló su explicación, convino en que acaso sus pies, que sabían de sobra el camino a casa, se habían echado su cuerpo a la espalda. Sólo sabe que una madrugada, cuando escapaba sigiloso hacia la libertad,  lo detuvo un haz de luz que se filtraba desde el cuarto vedado, desde la puerta entornada y la abrió lentamente… Hijo estás ahí… y pudo ver las paredes tapizadas de mujeres hermosas de papel con sus largos cabellos cuidados… vaya esa era la razón de tanto misterio, y el orgullo de padre le subió hasta su camisa de las escapadas. En breve, se encontraría en manos de La Sombra, mañana ya habría tiempo para pedir cuentas a su hijo, ese muchacho perdido a semejantes horas.

Ya retornado de su viaje caribeño, el trencito decidió seguir por climas cálidos y fue así como llegó a los andenes de TUCUMÁN, para que ascendiera el poeta JULIO CARABELLI. Ya nos acompañó en el viaje Nº 17 pero, para los distraídos, les recuerdo algo de su CV.  Nació en Buenos Aires en 1940. Cofundador del Grupo Literario  “Además” y del Grupo “Poesía Peregrina”. Fue Secretario de la Fundación Argentina Para la Poesía, Jurado en varios concursos literarios. Participó en el staff de las Revistas “Nexo literario” y “Barataria”, es colaborador de “La luna que...” y fue Director de la Revista Literaria “artes, becas & concursos” y de LETRARTE (Encuentro Internacional y Congreso Nacional de Escritores, 1998 en Tucumán y 1999 en Mendoza).Colaboró con el Encuentro de Escritores argentinos y uruguayos realizado en 1998 en Bs. Aires. Organizó el Café Literario “Café y letras” en la SADE Central. Colaboró con el Café Literario que coordinó Myriam Leal: “Poetas de la Plaza” en S. M. de Tucumán y con el Café literario y el programa radial “José Hernández hoy” de Radio Municipal de Catamarca. Organizó la Primera Tourneé Poética La Rioja, Catamarca y Tucumán confraternizando con los escritores de las distintas provincias. Sus cuentos, poesías y ensayos se han publicado en diarios y Revistas Literarias de Buenos Aires, del interior del país y del exterior. Residió cinco años en Nueva York y fue invitado a lecturas y conferencias en dicha ciudad, en Perú y en España. Miembro de Asamblea de Escritores Tucumán. Participó en la Antología Panorama del Cuento Argentino (Revista PROA  Nº 15) y en varias Antologías nacionales y del extranjero. Es miembro de la SADE filial Tucumán. Antólogo de la Primera Antología Virtual “Conocer” y creador del primer Café Literario Virtual, publicaciones que llegan por Internet a más de 6000 lectores. Desde el año 2001 reside en Tucumán donde es el Coordinador del Ciclo “Café Literario” en el Centro Cultural Virla dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán. Algunas de sus obras publicadas: A CONCIENCIA PURA-  (Marymar 1986) Novela Premiada por el Seminario de Comunicaciones Humanas. AUTOPSIAS-  (Además 1988) Cuentos. Con Alberto Vanasco y otros. CONTINUACIÓN DE LOS JUEGOS- (Fundación Argentina Para la Poesía 1992) Cuentos. EL CRIMEN DE LA VECINA EN EL PRESUPUESTO NACIONAL - (GEL1993) Novela Primer Premio Centro de Extensión Cultural Leopoldo Marechal. JURISDICCIONES - (Poesía en Bolsa 1997) Poesía. JURISDICCION DE AMOR - (Poesía en bolsa 1998) Poesía. LA FUNCIÓN SOCIAL DEL ESCRITOR- (La luna que...2000) Ensayo. NUEVE MONEDAS PARA EL BARQUERO (Editado en Inglaterra (Bob Sidney, 2004) El COLOR DE HARLEM- Poesía (La luna que...2005) ANTOLOGÍA DE PUERTO ARGENTINO (Ediciones del Gajo, 2005). Van dos poemas para disfrutar.

A Woodstock le pusieron ketchup

                             N.Y.

Aquí no baja el viento,
se queda aquí en las torres,
en las largas alturas,
que un día caerán,
batidas, arrasadas de su propia ufanía.

                                 Rafel Alberti 1980

Nosotros
dudando de todo no somos culpables
las dudas
enredaderas que calan las mentes
se alojan
como quien cimienta o funda un hogar
Nosotros
no somos culpables si insistimos
en preguntar
¿Quién delimitó los limitados límites?
¿Dónde está
la extensión territorial de la ternura
el costado
irregular y subversivo de los verbos?
¿Quién medirá
la rebelión del Tiempo en el espacio
la figura
del Hambre elaborando los guarismos?
¿Adónde
está el dueño del frío y sus vasallos
el preventivo
que atajará el ataque de los pájaros?
¿Adónde
el amo de tantas certezas infundadas?
¿Quién
ha asesinado en el nombre de la duda?
¿Con quién
se masturba en su tálamo de arena?
¿Cuántos
marcharán a desarmar la primavera?
¿Cómo duerme
sobre su edredón de tierna sangre?
¿Y ustedes?
los que velan el perverso desvarío
el embarazo
de empedernido esperma permanente
¡ustedes!
los que entregan sus hijos a la muerte
¡al elegido!
al genocida serial tan prevenido
el insomnio
¿no demanda si existe otra manera?
pregunto
¿de conciliar el sucio sueño americano?

                                           
SIEMPRE RECORDAREMOS A KAVAFIS

Y sin embargo
se hizo una costumbre el esperarlos
averiguar
en qué punto el planeta los demora
preguntarnos
¿qué hora es? mirándonos los huesos
y responder
es nueve de enero y pronto será diez.
¡Ahí vienen!
por el aire por la tierra por el mar
entonces
algunos abominan del insomnio
buscando
la sombra que han dejado en el olvido
encima
del mapa que ellos van inaugurando
al ritmo
de sus simples cumplidas ambiciones
jubilosos
los esqueletos fundan las fronteras
acomodan
sus dudas sus oasis y oleoductos.
¡Ahí vienen!
por el aire por la tierra por el mar
todos
nos preparamos para recibirlos
las mujeres
adornando los senos de sus hijas
los hombres
masticando la urdimbre de la espera
sabemos
que el territorio es ancho y nada ajeno
hay pueblos
que cegados se oponen a sus pasos
pueblos
con las cuencas vacías de sus ojos
en las cuales
no ha de crecer el trigo necesario.
¡Ahí vienen!
por el aire por la tierra por el mar
nosotros
recordamos a Berlín y a Jericó
porque
es un extenso fémur la memoria
recorremos
el suicidio entusiasta de los mirlos
en la arena
de donde surgirán para asistirnos
los únicos
que dominan lo que tenemos que hacer.  

Y después de tanto estar parada, la locomotora quería seguir haciendo chirriar sus ruedas y largar su humito. Por eso rumbeó para la Reina del Plata. Y allí encontró a mi amigo RAÚL PIGNOLINO, quien nos acompañó por primera vez en el Nº 24. Recuerdo algunos datos biográficos: nació (1947) y vive en Buenos Aires. Es Profesor de Letras egresado de la UBA. Ejerce la docencia y la crítica literaria. Ha participado en varias Antologías de Poesía desde 1972. Dirigió Talleres Literarios y fue Vicepresidente de la S.A.D.E. Filial Noroeste Bonaerense. Libros publicados: CUESTIÓN DE VIDA O VIDA (1980) LOS DESAMADOS (1988) y EL PAN DE CADA NOCHE (2.001). De este último libro son los poemas que he seleccionado para ustedes.  E Mail: rauchi@tutopia.com

AHORA

Ahora
recupero la forma de los días
rescato
una porción del alba
una gota inocente para el sueño,
un perfil de pasado
reviso con paciencia
lo que queda de Dios.

Claro que ya no sé
de que noche llegaste
cuándo fue la mirada
que me abrigó hasta quedar desnudo.

Apenas si recuerdo
una sola distancia
que se llevó la tarde.


ENCUENTRO

Para lavar el aire de abandonos
junto a las manos viejas del camino
para nombrar el orden de las rosas
en el alba vencida por los siglos,
vino a nacer tu nombre de muchacha
con perfume de pan recién parido.

En el erial de mi canción gastada
se detuvo en palomas tu vestido
y fue la casa de tu antigua sombra,
el sitio permanente de los nidos,
el lugar de la paz y las antorchas
junto a las manos viejas del camino. 


N.N.

La impaciencia del agua
rescatando las íntimas heridas
que postergan
que presienten en el signo y la estocada.
La tierra que persigue
como indócil albergue
las señales dejadas por el viento.

Nadie verá su gesto
ni entenderá su lengua
fraguada por la noche
pero algunas auroras
proclamarán el parto de su sombra
cabalgando el regreso.


DE REGRESO

El camino que vuelve
tiene aristas de sangre.
No entiendo los derrumbes de la dicha
Alguna vez
mi follaje de antorchas
supo desentrañar su melodía.

Mis recetas,
las pobres predicciones,
la palabra más simple
conjuraba el abismo
el tiempo era posible de engañar
con una exclamación, con un latido
con la inocente trampa de la juventud;
pero antes de reconocerme
el juego ha terminado,
ahora busco el río
que me aleje del sueño
de todos los espejos


YO

La fugaz permanencia del camino,
la incertidumbre gris del horizonte,
cada minuto que parió la vida,
el desvelo inicial de lo que crece.

Todo me pertenece y me cautiva
desde el umbral oscuro de los tiempos
todo me pertenece por la sangre
hasta la última gota del mundo.


Resoplando ... resoplando ... el trencito regresó a su andén. Y desde allí me despido hasta el próximo viaje.
A los escritores les recuerdo: espero sus colaboraciones y una minibiografía. A los lectores les deseo que hayan disfrutado el material. A todos ¡¡gracias por acompañarnos!!

                         CRIS FERNÁNDEZ  (millaco@ciudad.com.ar)