Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 38

PASAJEROS AL TREN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Que nuevamente partimos para recorrer caminos y pueblos, a reencontrarnos con viejos amigos y a conocer nuevos amigos. En este mes de Mayo, mes de la Patria, con la escarapela, el himno y la gloriosa Plaza y el Cabildo Abierto, es bueno que buceemos en nuestras raíces y conozcamos la obra de nuestros escritores.
Y comenzamos ya ............

Para desmentir la mentas (valga la redundancia) de la rivalidad Gral. Pico - Santa Rosa, nuestro primer pasajero proviene de la segunda ciudad: ÁNGEL CIRILO AIMETTA. Nació en Bernardo Larroudé, L.P, en 1941. Desde muy pequeño fue con sus padres a vivir al campo, en la zona del Meridiano V, en las cercanías de Elordi y Banderaló. Reside en Santa Rosa, desde 1962. Allí egresó del Bachillerato Nocturno “Héctor Ayax Guiñazú” a los 29 años. Es un hombre de instituciones, principalmente de aquellas vinculadas al quehacer cultural, y miembro de la Cooperativa Popular de Electricidad de Santa Rosa. Desde hace muchos años es activista y animador de las actividades culturales. Fue Presidente de la Asociación Pampeana de Escritores (APE), desde el 2002 al 2005. Entre los 24 y 32 años se desempeñó como Secretario de la Comisión Municipal de Cultura de Santa Rosa —1965 - 1973— y, paralelamente, como Delegado del Fondo Nacional de las Artes (ambos ad honorem). En el período 1973-1975 fue Director Provincial de Cultura de la provincia de La Pampa. Es autor del Libro "De los Cuatro Vientos"- Cuentos y Relatos- que en el año 2000 le editó el Fondo Editorial Pampeano (FEP), en el marco de su convocatoria anual sobre narrativa. Integra la antología “LEER la Argentina” del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología – Presidencia de la Nación. EUDEBA y Fundación Mempo Giardinelli (2005). Está próximo a presentar  (mayo de 2007) su libro “Oficios y Personajes del campo”, editado por el INTA. Tiene en preparación "Mundo de Crotos”. Libro que cuenta historias de linyeras y trashumantes, a los que trató y conoció. Concluido, inédito: Cuentos inmobiliarios”. Aguafuertes en las que traza rápidos y mordaces retratos y perfiles de personajes y sus comportamientos, enredos y trapisondas que tienen lugar en sus transacciones, recogidos a lo largo de su prolongada profesión inmobiliaria. Es también autor de cuentos y relatos referidos a otras temáticas, publicados en diarios y revistas locales y regionales, y artículos sobre temas culturales, biográficos y de interés general. Ha actuado en el campo gremial empresario y profesional, siendo co-fundador y directivo de algunas de sus entidades, de la provincia y la región. Aquí les traigo dos relatos que me gustaron muchísimo. Espero los disfruten.  E Mail: aciriloa@cpenet.com.ar

LA VISTEADA
        
         Temprano habían dejado esa tarde del viernes la bolseada en el galpón grande del Sarmiento.
         Eran los últimos días de diciembre y todo había concluido en un verdadero clima de fiesta. No sólo por la paga sino también por la abundancia y calidad del grano, resultado del cosechón que se había dado aquel año en las pródigas tierras de la comarca santarroseña.
         Las tres naves repletas hasta las cabriadas parecían reventar de estibas.
         Los calores de aquel verano habían sido realmente sofocantes, y en el galpón se le sumaba la efervescencia de la cerveza, no siempre rebajada con algo de naranjina, que corría punta a punta calmando la sed, dando coraje y tensando el músculo de lechuzones, bolseros y estibadores.
         El ambiente del galpón es bochornoso, y se va caldeando a medida que se avanza en la cosecha y se multiplican los atraques de las chatas cargadas hasta la última tabla, que pujan por descargar cuando antes. Encima, siempre hay alguno que llantea un turno con la complicidad del capataz de playa.
         Se trabaja corriendo. Al límite del aguante y del tiempo. Hay que subir al burro con la bolsa, descargar y bajar al mismo ritmo, sin pausa, en un desfiladero estrecho de hombres trotando uno tras de otro entre el carro ubicado en el portón de entrada y la estiba, que arranca desde los fondos del galpón.
         Bañados en sudor y polvillo, todo es vértigo y fricción, chanzas y alaridos de coraje.  Las chatas apuran, y una cola interminable que se renueva sin horario, espera al rayo del sol.
         Más que hombres trabajando son hombres en pugna. En pugna contra el peso muerto de la bolsa, contra el clima, por la premura, y en la disputa de rapidez, fuerza y baquía entre sí y entre cuadrillas. Una pugna abierta y expuesta que se resuelve -no siempre- en su misma naturaleza y con el transcurrir de las jornadas.
         Mientras tanto, otra pugna se desenvuelve sórdidamente, que a veces arrastra a sus propias cuadrillas: la de intereses de grandes firmas cerealeras y de estancieros fuertes, que tienen comprados a recibidores y capataces venales para dirimir el dominio del galpón.
         Los hermanos Gervasio y Abelardo Funes eran  viejos y conocidos bolseros, ya veteranos, que se encontraban año tras año para la galponada de diciembre, pasaban juntos el fin de año, siempre en la misma fonda, cercana a los galpones, y después se abrían y cada cual peonaba en remotas estancias, sin noticia alguna uno del otro.
         Eran hijos del mismo padre pero de madres diferentes, lo sabían; no se habían criado juntos y aunque una oscura y desgraciada historia cargada de resquemores y despechos maternos los reconocía y distanciaba en suerte, el apellido, el tiempo y los oficios habían conseguido hacerlos sentir hermanos y juntarse.
         La bolseada año tras año los reencontraba y les renovaba su precaria hermandad. Pertenecían, encima, a cuadrillas distintas. Justamente a las dos cuadrillas más fuertes que rivalizaban con viejos y reavivados enconos en los que se mezclaban, entre otras cosas, un rudimentario gremialismo de facción, la política y, eso sí, el predominio en el galpón.
            Pero el reencuentro parecía ser para ellos más importante que todo, quizás porque la fuerza de la sangre los llamaba y los hacía juntar, especialmente en el descanso, y muchas veces compartir el disfrute eufórico de gastar los jugosos jornales en el boliche, en el juego de la taba o de naipes, no siempre jugando de compañeros.
         Los identificaba una tradición: su padre, Teodoro Funes, había sido también un famoso bolsero cuyas mentas aún recordaban en toda la región los más viejos; y ellos -en la estirpe y cada uno con su estilo- sobresalían en sus cuadrillas. También, como su padre, muy aficionados a la chupan dina y al juego.
         Esa enfática noche de diciembre comenzaron temprano a darle fuerte al taco, festejando con algunos compañeros hasta la hora del asado, en el mismo corralón de la fonda.
         Después de varias partidas de truco y taba en las que se jugó fuerte y unos deschalaron a otros sin contemplación, el subido ánimo de contienda se calmó con un asado patrio bien regado con vino áspero. Habían quedado unos pocos y, en la embriaguez jubilosa, los hermanos Funes, que no habían jugado de compañeros y habían tenido suerte diversa, apostaron a vistear a cuchillo limpio entre los dos.
         La destreza en el manejo del cuchillo de Gervasio era ponderada ruidosamente por Abelardo y los falsos amagues de Abelardo que hacían errar el esquive y trastrabillar a Gervasio, les provocaba a ambos continuas y sueltas risotadas.
         En medio de la penumbra del patio y con una generosa luna llena, dos relucientes y expertas dagas dibujaban en el aire luminosas volutas y espirales como queriendo destramar enserio, por encima de los dos, una vieja y dolorosa historia de desamor y abandono, de miseria y de padrastros; también una contenida rivalidad de primacías por saber cuál de los dos era más Funes.
         Cuando trababan, fraternalmente interrumpían el juego para obligarse una y otra vez en un convite con el negro vino de la bota, no tanto por el gusto de gozarlo como para calmar la sed y la agitación que les provocaba esa parodia de duelo criollo que tanto deleite les producía y que había logrado al fin calentarles la sangre.
         Ya jadeantes y exhaustos, embebidos en risas y chanzas, con varios puntazos que vertían imperceptibles hilitos de sangre sin importancia ni dolor, decidieron irse a dormir al cuarto que ocupaban juntos, abrazados y ayudándose en la mamúa el uno al otro hasta acostarse y quedar profundamente dormidos.
         La noche se encargaría de terminar la tarea cerrando la historia y cubriendo de silencio sus sueños desangrados. Y así los encontró al mediodía del sábado el fondero empapados en rojo y dormidos para siempre.


Don Pedro del Gualeguay

            Don Pedro Balladares, toda su vida fue tropero. No se le conoció otro oficio.
         Se había criado arriando atrás de su padre, y ya grande, le siguió en fama. Eran tan extendidas sus mentas que lo llamaban para hacer arreos en las llanuras pampeanas, en los faldeos cordobeses; para cruzar tropa a Chile, arrebañar ariscos en las cuchillas correntinas u orientales, lo mismo que majadear en abras patagónicas.
         Tenía poquitos caballos, pero todos a prueba de caminos y travesías. El no decía que era un hombre de a caballo, el decía que era un “hombre del recado”. Si, claro, desde el recado ejercía su oficio y sobre el recado dormía; a cielo abierto, toda la vida. Podía decirse que era un hombre de vida a cielo abierto, como todos los reseros.
         Por encima de ese destino de andancia, como el hombre era de Elordi, a su pago volvía siempre. En la punta del pueblo, casi a las afueras, tenía un solar generoso, y allí sentaba los reales; incluyendo los caballos, si no los ubicaba en el campo de algún amigo cuando su estada no era breve; nunca le faltó quien le diera lugar.
         En el solar, cercado por un alambrado antiguo, tenía una bomba, una bebida y un excusado, y en el medio, más que como adorno, como una posada, un gualeguay añoso; debajo de su fronda el hombre vivía y dormía en su recado.
         Era un hombre respetado, de trato correcto y muy reservado. Como que no era un hombre de a pie, cuando salía a buscar algunos suministros o a tomarse una copita en el almacén y despacho de bebidas de don Angel Martínez, lo hacía invariablemente de a caballo.
         Con el tiempo, en sus breves estadías, se lo vio ir levantando poco a poco un rancho de chorizo, entre la bomba y el Gualeguay; cuando lo tuvo listo, le quedó un ranchito escaso y decente, pero él, sin que nadie se preguntara demasiado, continuó viviendo y durmiendo debajo del gualeguay; afuera, como en los arreos.
         Como al año, se juntó con la Panchita Meliendre, mucho más joven que él, y en el ranchito la instaló. En un hombre tan de paso, y como no se les vio noviazgo, nadie lo hubiera esperado. Pero cayó bien, porque la Panchita, hija de criollos, tan hacendosa y recatada, era de su misma laya. Eso sí, él continuó durmiendo en su recado debajo del gualeguay, invierno y verano. Soberanamente.
         Después de juntado, pareció volver más pronto de cada viaje. Como sabiendo o presagiando, cuando se la veía a la Panchita esperarlo en el portillo, ése o al otro día, caía de regreso el arriero. Desensillaba, y debajo del gualeguay, mateaban o churrasqueaban mientras seguramente le contaría las cosas de sus andanzas. Horas pasaban allí, conversando, sentados en unos banquitos criollos, como si ella lo visitara. Cuando el calor apretaba o la noche subía, ella volvía a su morada, como quien vuelve a su casa. Y él, se entregaba al descanso, sobre su recado. Nunca nadie lo vio vivir o dormir adentro. El rancho daba frente al camino de los tamberos, y muchos de ellos, al pasar, los han visto conversar largamente, ella parada en la puerta del rancho y el, allí, como si hubiese ido a buscar algo.
         Así y todo, tuvieron once hijos. Hermosos hijos, juiciosos, de su misma estampa. Con toda naturalidad y cariño, en el pueblo les llamaban “los hijos del recado”.

La locomotora resopló un poquito, sonó el silbato y ¡otra vez en marcha! Rumbo a la provincia de Córdoba para reencontrarnos con nuestro querido amigo EFRAÍN BARBOSA. Ya nos acompañó en números anteriores pero refresquemos la memoria: nacido en Bell Ville (Cba.) reside desde hace muchos años en la ciudad de Córdoba. Médico traumatólogo, poeta, cantor, trabajador de la cultura, alma inquieta siempre en la búsqueda de la perfección. Innumerables premio literarios jalonan su carrera. Participante asiduo de Encuentros de Poetas ha recorrido con su obra y su buen decir escenarios del país y del exterior. Libros: "A través de mi vida", "Poemario del amor", "Las voces necesarias", "Invocación al vuelo", "Habitantes del fuego", "Rebelión de astillas", "Fraternidad del vuelo". Asimismo ha publicado numerosas plaquetas con sus poemas. Siguiendo mis predilecciones románticas he elegido tres poemas de esa veta, más allá de que Efraín cultiva otras vertientes de la poesía (tendrán que perdonarme ¡je!). Que los disfruten.

ABRIL

Presencia de tu paso inconfundible,
gramilla que se aplasta mansamente.
Abril, graba sus toscas iniciales
en la gris oquedad de los cipreses.

Tu cadencia despierta sensaciones.
La trama del vestido desfallece
al empuje vital de tu colinas.
Se eternizan los tiempos de la fiebre.

Hay crujientes alfombras de hojarasca.
Un ocre gorgotea en las vertientes.
El día se detiene en tus ojeras
cuando inicio el ritual de poseerte.

Tus ojos que se aniñan de ternura
me traspasan heridos y silentes.
Hay un grito mordiendo soledades
en los recodos de tu cuerpo breve.

Guardo todo el otoño en tu regazo
porque vivo el milagro de tenerte.

                                 

BAJAMAR

El mascarón de proa del olvido
se bate contra el mar de la distancia.
Su interminable mueca de madera
circunda tus mareas y mis pausas.

Hipocampos por grietas coralinas
condicionan un círculo en las aguas
mientras clava su arpón de lejanía
un dolor que corroe las entrañas.

El arrecife se desploma en lluvia.
Fuera, caen las horas lapidarias
sobre mis pobres párpados resecos
que añoran el camino de las lágrimas.

La bajamar descubre, boquiabierta,
los restos de tu amor en la resaca.

                                    
OCEÁNICA

Niña del mar –atávica belleza-,
tu blanca cabellera de glaciares
desmadeja su pétrea lejanía.
Labio de espuma con un sol gendarme.

Niña del mar –oceánica cintura-,
en tu pubis de sol copula el aire
su pasión ancestral
                               enajenada.
Muslos de arena,
                           rendición salvaje.

Quisiera transgredir tus promontorios,
corsario de la piel de tus oleajes.
Tu carnal redención adormilada
deshiela ventisqueros en la sangre.

Niña del mar –abrazo coralino-,
pubis de sal con cópula del aire.


                                    De su libro “REBELIÓN DE ASTILLAS”


Estaba traviesa y con ganas de andar ... la locomotora ... claro ... Por eso puso rumbo a Buenos Aires para recoger allí al último pasajero: ALDO REGINATO. Nacido en Quilmes (PBA) 1953, pasó por algún estudio de agronomía, lo dejó, y recaló en Radiología (es su labor actual en el Hospital Eva Perón de Lanús). Los aires de Buenos Aires le resultaron insalubres y decidió emigrar: primero General Acha (sur de La Pampa) y luego General Pico, donde hace años nos conocimos e hicimos amigos. Allí se estableció con su familia pero la Reina del Plata (o sus aledaños bonaerenses) le tiraban, por lo que, luego de muchos años, retornó a Bs.As.  Actualmente está cursando una Licenciatura en Gestión de Políticas Públicas. Como él mismo dice, desde siempre en lugar de estudiar se dedicaba a escribir, una compulsión que no lo ha abandonado aún. En sus propias palabras: "amo la paz, detesto la injusticia, como dice canción de Aute soy enemigo de la guerra y su reverso la medalla"  Colabora en la revista "Poemas en Añil" (Lanús - Bs.As.)Aquí les dejo seis breves poemas de su autoría para que los disfruten. E Mail: reginatoaldo@yahoo.com.ar

I.- señora
alma
eterna piedra astral
caminan los pasos firmes
desde sur a norte
abajoarriba
allacá
madeja
hilo de pétalos húmedos
ojos que nacen
rustica parición
metálica
miel
señora
alma
eterna piedra astral
llevaras por siempre
el emblema de haberme
hecho
                     
II- gracias.
que descanses
del gentío
de mí
que sueñes
el sueño de tu sueño
el que yo también
te sueño
y al despertar
en la luz
quede mi sombra
tenuemente
dulce
camuflada
tal vez tus ángeles me adopten
como tu yerra
en la marca
de mis sentidos.

III.- tu alma molde
marca de sendero
los silencios
solo serán pinceladas de tus miradas
nuestros ángeles engendraran himnos
somos un poema creciendo en la aurora
de la esperanza

IV.- ha declarado la huelga
el forjador de almas
en  el piquete
se enfrenta la alborada
destella la guerra
cambiemos el nombre
quitemos el
Hambre
la sed
el sueño y el deseo

V.- mi silente dibujo acompaña
tu vuelo
siempre el esperado calor
de la mirada
que cuida cada viaje
cada cambio de altitud

VI.- oh ¡ no!
si es necesario poblaremos el universo
de sonrisas
y de presencias celestes
no habrá nada imbatible
solo reina nuestra palabra
y el resabio del gusto de la piel.
ya habremos eliminado
a los falsos profetas
y todo será
como el rico perfume del sexo del amor amado.


¡¡SE ACABÓ!! Hemos llegado al final de este viaje... pero ya estamos pensando el próximo destino donde, lo descuento, me acompañarán. A quienes quieran acercar sus trabajos les recuerdo: poemas y/o cuentos más una minibiografía. ¿Dónde lo recibo?: millaco@ciudad.com.ar
A todos ¡gracias por compartir este viaje! Un abrazo pampa

                                            CRIS FERNÁNDEZ