Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 11

¡¡ Bienvenidos al tren ....!!! (esta frase con música de Sui Géneris ... please...)
Y hoy anda localista la cosa ¿vió? porque hay gente muuy buena en estos pagos y es necesario hacerle justicia.
Así que comenzamos con RENE SUAREZ. Que es obediente y hace los deberes y por eso tenemos mini biografía de 1er. agua:        

"En cuanto a biografía, como te dije hace unos días en ocasión de tu inapreciable visita a mi cámara de torturas, estoy tan pobre que ni biografía tengo. Apenas si datos personales, y no sé hasta cuándo. Si pierdo el DNI paso a ser un ilustre NN.  Nací con el invierno de 1932, es decir, el 21 de junio de ese año. En Miguel Riglos (LP), localidad conocida como El Jardín de la República, denominación que nos fué plagiada por los tucumanos. Allí aprendí mis primeras y últimas letras en la Escuela Nacional Nº 91. Escribí mi primer trabajo a los ocho años de edad, para agasajar al  poeta Don Julio Nery Rubio en ocasión de su visita a la referida Escuela, entonces bajo la dirección de don Alberto Gómez Huarte, un auténtico y ejemplar maestro a quién recuerdo con gran cariño y respeto. Autodidacta, intuitivo y obstinado soñador, desde entonces, di rienda suelta a mis emociones, escribiendo. Pero recién publiqué algún trabajo en Gral. Pico, de tu mano, Cristina, en la revista Letras en el Andén.  No soy habitual participante en concursos literarios. Sin embargo, lo hice en dos ocasiones con poemas ilustrados cosechando en un caso un Primer Premio en Gral. Pico y una Mención en Bariloche.  Amo apasionadamente al Sur. Y creo que el Amor, en todas sus manifestaciones, es un hermoso don que nos es otorgado a los priviegiados".

Hasta acá René...y yo agrego que es un poeta de una exquisita sensibilidad y no dudo que se quedarán "enganchados" con los tres poemas que acompañamos.

DE OTRA TIERRA, Y OTRO TIEMPO.........

1: TERRA AUSTRALIS



Digamos,  que su nombre, lo guardo en mi memoria.
Que lo guardo conmigo, y es parte de mi historia.
O digamos, acaso, que su nombre querido,
se perdió en el fracaso, se quedó en el olvido.

Que sus ojos, azules como el cielo fueguino
o como las variantes de un paisaje marino,
siguen siendo los ojos que evoco, dulcemente,
o que apenas recuerdo;  apenas, vagamente.

Ese mar, y ese cielo y esos ojos australes,
me sugieren brevísimas jornadas invernales,
o interminables días de veranos isleños,
donde es señor el viento, indócil como un sueño.

Se me hace que en un tiempo viví esa geografía,
o que es solo un ensueño, solo una fantasía.
Y no puedo evitarlo. Ella está en el paisaje
así como los pájaros conforman el follaje.

Confusamente, sueño con una despedida
y una vana promesa de volver, incumplida.
Digamos que su nombre, que su nombre querido
Se perdió en el fracaso, se quedó en el olvido                                                                                                                        


                                                                                                                       
  
2: MEMORIA PARCIAL
                                                                                                                         
Para escribir la historia de mi historia
quise enhebrar las letras de su nombre,
pero encontré que nadie me responde
pese a mi pertinaz requisitoria.
Desde la inevitable sumatoria
de los años, busqué, no sé hasta dónde,
sin hallar el lugar donde se esconde
el indicio que alumbre la memoria.
Solo albores y ocasos. Despedidas
angustiantes, y manos extendidas
en adioses frustrantes, malhirientes,
pasan en ramalazo por mi vida                                                                                                                       
como una luz fantástica encendida.
Pero su nombre permanece ausente.

3:HORA CERO

Yo no sé si en el fondo de tus ojos
siguen morando vuelos de gaviotas,
cormoranes y albatros, como aquellos
que volaban el cielo de la costa
mientras alma con alma, y en silencio,
ignorando el transcurso de las horas,
pasábamos, amándonos y amándonos,
al arrullo incesante de las olas.
Yo no sé si es así. No sé si en cambio,
en la profunda sima de las sombras,
las cuencas de tus ojos, ya sin vida,
solo albergan tinieblas horrorosas.
El peso de la duda me acompaña.
¿Qué habrá sido de ti, sureña hermosa?
Hay un dolor ambiguo en mis entrañas,
y agonizo en un lecho de zozobras.


¿El segundo? Les cuento un secreto top secret: aunque él lo niega lleva en sus venas sangre azul... very british... CARLOS "CHARLIE" GALLO. Para despistar nomás nació en Montevideo y chiquito cruzó el River Plate para  afincarse en la Reina del Plata.  Es local por adopción ya que hace más de veinte años que recaló por estos pagos. Por acá desempeñó variadas tareas pero es unánimemente reconocido por su actuación en nuestros medios de comunicación: el diario La Reforma, la radio LU37 (AM) y otras FM y la TV. local. En radio tiene actualmente dos programas "Sábado Fiesta" (FM Arco Iris) y "Por la vida" (LU37). Sus numerosas admiradoras las cosechó con sus "Charlas de Café" y "Por la Vida", programas que se emitieron durante cuatro años en la tv. de G.Pico. Destaco el segundo por cuanto fui su productora de arranque (año 1.999) y porque fue el primer programa de educación y prevención de salud de la televisión pampeana.  Actualmente realiza el mismo programa en la TV de Laboulaye (Córdoba) y con gran éxito. Era medio chúcaro para presentarse en concursos pero al fin entró en razones y tan mal no le fué porque cosechó varios premios con sus cuentos. Y un cuento es lo que les traigo hoy para que uds. disfruten.

LA DE CUERO

Estaba seguro que iba a haber despelote en casa. Y para eso tenía  una intuición bárbara. Me tenía estudiada las reacciones de todos. Mi vieja con la cara de orto que ponía como cuando nos visitaba la tía Sara Carmen, cuyo nombre aprendí a escribir hace poco porque yo creía que se hacía como sonaba, todo junto.
La cara de mi vieja... Parecía que tuviera bigote y todo. Se le fruncía el labio y se le formaban mil arruguitas que, unidas a lo fino del mismo y lo corto del espacio entre la nariz y la boca, resultaba como un subrayado, una linea oscura que le endurecía las facciones.
Hablaba lo suficiente y necesario. Como si le costase soltarse, decir algo o aunque fuese pegar un grito. Solo un rezongo y luego el mutismo. Claro, acompañado por la cara de no quiero hablarte, ni verte, ni escucharte.
Igual era lo de menos, porque yo me callaba un rato, desaparecía de su vista y al rato ya estaba viendo tele o leyendo las revistas. Sabía, eso si, que no podía traer amigos a casa por un par de días, ni salir a la calle o al parque. Solo la iglesia estaba permitida, con su gran patio donde podíamos jugar al fútbol. Pero no era lo mismo. No estaban los amigos de la plaza ni el fútbol de cuero. En el patio de la parroquia, los equipos los armaba el cura y teníamos que jugar con la Pulpo.
Ahí siempre jugaba. El cura me quería porque había sido monaguillo hasta el año pasado y tenía fama porque una vez, de casualidad, había hecho un remate de sobrepique que no sólo había sido gol, sino que la pelota quedó incrustada en un hueco que había en los ladrillos. No me olvido más. El rusito había tirado al arco, había pegado en el palo y la pelota había rebotado hasta el medio campo. Yo, obligado a jugar allí porque como delantero no hacía goles y como defensa era un flan, me la encontré boyando, casi muerta, como si me estuviera llamando, diciéndome aquí estoy, pateáme. Y yo que venía a la carrera, y ella que me esperaba a media altura, como para hacer un romance de goma y zapatilla, y yo que le pego con alma y vida, con los ojos cerrados y el corazón que me latía fuerte sintiendo el golpe de la pelota contra mi empeine o el empeine contra la pelota.
Sentí el ¡uhhhh! me acuerdo. Y cuando abrí los ojos la pelota no estaba en ningún lado, hasta que la mirada de los otros me la mostró allí, incrustada en la pared como no podría pasar nunca más. Estaba deformada, enchufada en un lugar imposible. Parecía que a la pared la hubiesen levantado con la pelota adentro. Tardaron un rato en poder sacarla.
Después de aquel gol, mi fama creció dentro del patio de la parroquia, cosa que no me enorgullecía demasiado porque los que jugaban ahí eran los más blanditos. Nada que ver con los de la plaza.
Pero cuando mi vieja estaba enojada tenía que ir allí, único lugar permitido hasta que se pasase la bronca.
¿Dónde estaba?...Ah, si...de mi intuición de despelote y de la cara de mi mamá, que según mi viejo era de culo. Cara de tres días mínimo, decía, cuando entraba y luego de un breve análisis de situación seguía para el dormitorio a cambiarse de rigurosa camiseta para ir a la mesa.
En cambio la bronca del viejo era distinta. Ni mejor ni peor, era diferente. Era una bronca por cualquier estupidez. Un mal gesto, una palabra que no le gustó, una opinión en contrario o una broma que no entendía. Porque lo que se dice sentido del humor, tenía, pero muy limitado. Si el chiste contenía la palabra caca, pedo o hablaba de coger o tenía la palabra boludo, ahí sí que se reia. Y a las carcajadas, lo que  sacaba de quicio a mi vieja.
A ella le gustaba Verdaguer. A él Biondi, Marrone y el teatro de revistas. En casa la paz reinaba cuando había silencio.
Pero vuelvo a los enojos del viejo. Eran algo así como una erupción volcánica, un maremoto y un tifón, pero todo junto. En los cinco minutos de locura decía cuanto se le venía a la boca, estuviese quien estuviese delante, rompía algún objeto querido por mí o por mi madre, según con quién fuese la pelea y amenazaba con pegar aunque nunca llegó a la vía del hecho.
Yo ya sabía; no había que hacerle frente. Sólo agachar la cabeza y esperar que pasase. Una hora después, ya todo estaba calmo y generalmente ni siquiera recordaba por qué había sido la disputa. Pero a partir de ese momento comenzaba la cara agria de mi vieja que podía durar de dos días a tres semanas, límite máximo que yo recordaba.
Claro que hoy, la cosa iba a ser brava. Además yo no estaba en condiciones de bancarme todo lo que venía. Si tenía unas ganas de llorar...
Ayer por la mañana, en cambio, fue el día más feliz de mi vida. Apenas me desperté, mamá me llamó a su pieza, me besuqueó con amor, me dijo feliz cumpleaños y me entregó en nombre de los dos, según dijo, una caja grande, como de pan dulce pero más grande.  Empecé a abrirla con prolijidad, pero me traicionó la emoción y le rompí la tapa. Allí, entre papeles blancos, como si estuviese anidada, estaba ella... la número cinco de cuero. ¡Qué emoción!
Le dí un beso de gracias, pero con mayúscula. De esos donde se ponen los labios y el alma y salí corriendo a mostrársela a Alberto, mi amigo del alma que vive al lado. Antes me tuve que comer todas las recomendaciones: que la cuidara, que había costado mucho comprarla, que no la usase con cualquiera y sobretodo, que no la prestase.
Esperar hasta la tarde, después del colegio, para estrenarla fue todo un sacrificio. El tiempo era de chicle. Por fin, cuando llegué a casa me enteré de la espantosa novedad. La abuela y la tía venían a festejar mi cumpleaños. No sólo no iba a poder ir a la plaza, sino que la tía me iba a babosear la cara con su fingida efusión. ¡Qué lindo que está el Lito...y qué alto! ¡Parece mentira... si ayer era un bebé rozagante! Y mil estupideces más que la tía invariablemente repetía cada cumpleaños.
¡Dios! Y con las ganas que tenía de ir a estrenar la pelota.
Entreví la posibilidad de que terminando de tomar el té, con masitas, torta y mantel, todavía hubiese luz como para hacerme una escapada a la plaza, pero fue en vano. Las visitas llegaron tarde y oscureció temprano.
A la noche, me fui a la cama con la pelota y mientras fantaseaba jugadas únicas y goles de novela, me quedé dormido.
Apenas el sol me dio en la cara, me levanté como un resorte. Allí estaba la pelota, impecable. Había rodado hasta apoyarse con suavidad en el portafolios y me pareció como una invitación para después del colegio.
Hice los mandados bien temprano y con buen ánimo. Quise llevar la pelota pero mi mamá no me dejó. Así que volví enseguida y me puse a hacer los deberes. Después un peloteo contra la pared de la pieza, interrumpido por las protestas de mi vieja –cuidado la pared, que se descascara- y a almorzar.
La vuelta del cole fue la más rápida que haya hecho en mi vida. No me daban las piernas para llegar. Tampoco quise tomar la leche, aduciendo que ya la había tomado en el colegio, aunque era mentira.
La llegada al parque fue apoteósica. Las caras de los chicos cuando me veían llegar con la pelota bajo el brazo izquierdo, con su redondez perfecta y su color marrón claro, eran un muestrario del deslumbramiento. Había un partido empezado, pero con la pelota del Aníbal. Era otra cosa. Si bien era de cuero, era más chiquita y estaba vieja y defomada, a fuerza de parches.
Cuando el primero gritó “miren la pelota del Lito” se paralizó el partido, mientras quince pares de ojos se abrían al asombro y la envidia.
Yo puse las condiciones: pan y queso,  pero yo elegía. Nadie discutió nada. Todos querían patearla, acariciarla, sentir ese contacto especial del cuero y el pié.
Así que por primera vez en mi vida, pude elegir y hasta gané el pan y queso.
Recién después de formados los equipos, la solté. Me puse de delantero y todo. Ya estaba harto de entrar de arquero o quedarme mirando a un costado, aguardando que alguno se cansase y dijera el esperado ¿querés entrar? Era mi día y mi partido.
Los primeros minutos fueron intensos. La toqué tres veces, bah, una la pifié, pero en otra ocasión hice un buen pase y hasta un remate al arco que salió desviado. Íbamos ganando tres a uno, cuando el colorado Mantegari, saliendo a rechazar le pegó una patada que elevó el balón por sobre el árbol grande y luego de rebotar en el paragolpes de un auto, fue a parar al medio de la calle.
La desesperación se apoderó de mí que salí disparado detrás de la pelota, que había quedado en la mitad de la calzada, equidistante de las vías del tranvía. La veía, casi inmóvil, indiferente a la caída que tenía la calle. Ya estaba llegando cuando apareció el camión volcador. El conductor la vió, pero no atinó a frenar. Como venía bastante rápido, le apuntó al medio, para pasarle por arriba. Yo, desde la vereda, me dí cuenta de lo que pensaba hacer y sentí un instante de alivio. El camión pasó sobre ella, pero con tan mala suerte que la rozó con las ruedas traseras que eran dobles. La pelota salió disparada hacia el otro lado, golpeando con las otras ruedas. Y así rebotando, la pelota seguía al volcador sin que la misma fuera arrojada a un costado. Yo corría detrás desesperado, mientras veía los botes de la pelota que había tomado igual velocidad que el camión.
Lo seguí por casi tres cuadras, hasta que se perdió de vista. Continué coriendo y caminando horas, buscando un rastro, esperando ver la pelota reventada o a alguien que la hubiese rescatado. Todo fue en vano. Ya anochecía cuando emprendí el regreso. Con la infinita tristeza de la pérdida y este presentimiento de despelote en casa. Y como dije, mi intuición rar vez falla.
Por eso tomé la decisión: no iba a volver. Sentía la burla de los muchachos cuando les dijese que había perdido la pelota, el escarnio del Aníbal con su vieja pelota, ahora revalorizada y, más que nada la cara de culo de mi vieja y su “yo te lo dije” y la explosión de mi viejo y su “vos sabés lo que me costó comprar esa pelota”.
Me fui a la plaza y me quedé debajo del ombú grande, acurrucado dentro de la cuevita que usábamos para nuestras exploraciones imaginarias. Era chica la cuevita, pero tenía la magia de mil juegos. Ahora venía poco, pero la seguía sintiendo como un lugar acogedor. Me quedé allí, con la tristeza en el alma. Me sentía el último paria, el más desgraciado, aquél al que le ocurren las peores cosas.
No podía volver. ¿Para qué? Solo traería amargura a los seres que más quiero.
Tampoco sé cuándo me dormí.
Solo sé que la cara que me despierta y me abraza y me besa es la de mi padre.  Y que me dice ya sé, ya me contaron los chicos, no sabés lo que te queremos, qué susto nos diste, vamos, vamos que mamá que está desesperada nos espera en casa...


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             CRIS