Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 50

QUERIDOS PASAJEROS:


QUERIDO VIAJEROS:

¡¡Y LLEGAMOS A LOS 50 NÚMEROS !!!!!!!!!!!!!!!!!
Que, así dicho, parece poquita cosa pero que, la verdad, para esta maquinista significa un logro. Logro que quiero compartir con mis pacientes y constantes lectores y con los amigos que, edición tras edición, aportan sus trabajos mientras pasean por todas las geografías con este trencito literario.

Y así la cuestión que mejor que trasponer fronteras y conocer otros paisajes. Por eso decidimos visitar la bella tierra paraguaya para que allí ascendiera nuestra primera pasajera: DELFINA ACOSTA. Nació en Asunción, PARAGUAY (1956), pero su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. Su primer poemario Todas las voces, mujer... obtuvo el Primer Premio ‘Amigos del Arte‘. En relación con este libro cabe mencionar que el mismo figura entre las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de Cervantes. Integró durante mucho tiempo el Taller de Poesía ‘Manuel Ortiz Guerrero‘ y dio a conocer algunas obras poéticas en publicaciones colectivas del citado Taller. Publicó el poemario La cruz del colibrí. Reunió sus cuentos que obtuvieron premios y menciones en concursos literarios en el libro El viaje. Su obra Romancero de mi pueblo ganó el segundo premio ‘Federico García Lorca‘. Dio a conocer un poemario llamado Versos esenciales, dedicado íntegramente a honrar la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. Fue presentado al público paraguayo en 2001, en la embajada de Chile en Paraguay. Varios ejemplares del poemario se encuentran en exposición permanente en la casa museo Isla Negra. El PEN Club del Paraguay otorgó al libro el Primer Premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal. Su último libro, que ahora edita Portal de poesía, lleva el nombre de Querido mío:  y es best seller en Asunción, ha recibido el premio ‘Roque Gaona 2004‘. Sus obras (cuentos y poesías) están incluidas dentro de numerosas antologías nacionales y extranjeras. Es columnista del diario ABC Color; hace comentarios literarios sobre los escritos de los poetas y narradores paraguayos en el Suplemento Cultural del mismo diario. Dirige el Taller de Poesía de la Manzana de la Rivera. Aquí podremos apreciar su calidad cuando habla del amor y de los sentimientos, con una fineza singular y profunda. Acompaño poemas de dos de sus libros. Que los disfruten.


ESTATUA EN LA PLAZA VERDE
 Te esperaría. Yo sería, amado,
la primera en llegar hasta la vía,
y la última en volver, con un paraguas,
de la estación del tren que te traería.
Iré hasta el mar como la lluvia, a veces,
y pasaré del mar a la otra cita,
en el muelle del puerto, frente al río.
Seré la gris silueta que tirita.
Inmensamente sola como novia
saldré a buscarte y volveré tardía.
Del balcón a la plaza partiré.
Seré una estatua de melancolía.
Y a la hora puntual de nuestras muertes,
si llegara primera a nuestra cita,
te estaré ya aguardando para darte
mi amor en una blanca margarita.

DIENTES
Estrella que es error, yo soy los dientes,
y solamente dientes, no la boca
que yerra, miente, injuria, a Dios calumnia,
y cuando su áspid guarda queda roja.
Ay, pobre bocas, lenguas enredadas
con las malas palabras que hablan solas.
Yo soy los dientes que castañetean
cuando filosos muerden a las rocas.
Las bocas son carmín que en la intemperie
pierden su fuego; en su lugar, las rosas
en las muy frías noches, de sus frentes
dejan caer sobre el amor sus gotas.
Soy como Hefesto, dios que cojo y feo,
pelea doy, mas llama que se llora,
no sé qué frase mágica invocara
para una vez besarte oscura boca.

HADES
La primera señal: te salen lágrimas,
y escribes, sin querer, mejores versos.
Se apagan los faroles de la cuadra,
pero tus ojos brillan más atentos.
Y hay dos señales: si con él te cruzas
es como si te diste vuelta a verlo.
La cerrazón que cae sobre tu alma
te lleva a presumir que ya es invierno.
Si habré escuchado historias en mi vida:
Érase una que bajó al infierno
donde perdió a su amante. Y hubo un ánima
por siempre enamorada de un espectro.
Y hay más relatos. Y éste es muy contado:
Dirá que al bosque irá por un momento.
Te besará como quien va por más
cerillas. Nunca volverás a verlo.

DESOLADA
                     a Gabriela Mistral
 Antes de echar mi cuerpo al ebrio río,
muy ebria ya, entré por las abiertas
puertas del templo; oí a una rata huir.
El atrio era una vieja madriguera.
Y le dije a mi Dios, en cualquier parte,
que pecar, no pequé, y ni siquiera...
Un relámpago atroz iluminó
las pocas velas y tronó la iglesia.
No supe qué decir, mas las palabras
fluían de mis lágrimas, sinceras.
Los santos parecían escucharme
con esa educación de gente vieja.
Y por si ahí estaba, a Dios le dije,
que amar, amé. Mis huesos di a las fieras.
Jesucristo en la cruz olía a herrumbre.
El río me aguardaba entre las piedras.
                                                         Del libro “Querido mío:”

ESTALACTÍTICO
Y cómo cuesta no ponerme triste
en esta tarde abierta al viento norte,
no replegar mis alas y sumirme
en las suaves olas de mi lecho.
Entonces, ya acostada, hacer memoria
de algún afortunado parpadeo,
mi calculada prohibición, mi airosa
tristeza alimentada con argento.
Y cómo cuesta no volver el rostro
en dirección al fresco de violetas,
y preguntarme en dónde he malogrado
los últimos temblores de mi sangre.
Hubiera sido justo que en la hora
exacta del hechizo, cuando terso
aún tenía el rostro tú amabas,
me hubiera vuelto yeso en la intemperie.

ARGUCIAS FEMENINAS
 Aún me queda un número en los guantes:
un hijo de ojos grandes, plasma cálido
y ombligo medicado con yoduro
que pariré en un marco de anestesia.
Su llanto habrá de ser tu media vuelta
después de haber dispuesto que te vas,
que ya te fuiste, y por aquel gemido
darás de nuevo con mis senos firmes.
A donde vayas llevarás su olor
y la visión compleja de su feria:
canarios de aluminio y marionetas
ahogándose en bañera soleada.
Imprevisible giro de coraje.
Ranura de tableta violentada
en pos del comprimido veintiuno.
Un trago de agua sella mi carácter.

ELECTRA DUDA
 Acaso esa mujer - creo haberla visto siempre -,
que me mira al modo mío
desde aquel inmenso espejo,
que viste mi traje azul
y lleva este pañuelo
de color dándole vueltas
en olas a los hombros
- parecía más contenta hace un instante -,
no soy yo.
¿Es posible dudar de los espejos?
¿Qué de la calóptrica y sus leyes?
¿Qué de las imágenes sensatas?
Años que llevo mirándome en sus rostros,
dudando seriamente de su fidelidad.
Anteayer el busto de Ifigenia, hija de Agamenón,
rey de Micenas y de Argos,
esta mañana Juana, abanderada y resuelta,
Virginia Woolf a la tarde, aterida de mar,
amamantando crustáceos.
Ahora, ¿ quién se atreverá a decirme
que esa mujer de enfrente
y sentada frente al espejo,
soy yo, setenta veces yo,
sin mirarse antes en él ?

MARGINAMIENTO
En fin, me pasa por andar de pálida
y por mi mala educación de hablar
de sangre soterrada y trino oscuro
con gente tan decente y sonrosada.
( Si lo correcto exige ponderar
el máximo centígrado del día
y disponer la voz a más asombros
previstos en tertulias de mujeres )
Me pasa por llevar a donde vaya
un extravío antiguo de relojes
y por dejar caer del gesto mío
fosilizados dientes de jazmines.
Los hombres ya se cuidan de mi lengua.
- Que tiene el virus -, corre la señal;
- y es improbable expectorar con suerte
el cúmulo de líquenes del pecho.
                                                             Del libro Todas las voces, mujer...”

Al tranquito lento venía la locomotora bajando por el Litoral pues nos esperaba un amigo en la capital del chamamé: RAMÓN ROJAS MOREL. Nació en la ciudad de Formosa, el 21 de marzo de 1958. Desde los 20 años de edad reside en la ciudad de CORRIENTES. Locutor y Periodista, es creador y conductor de Momentos, el programa de radio de frecuencia modulada más antiguo del país actualmente en el aire,  en vigencia ininterrumpidamente desde el 28 de abril de 1985. Momentos se difunde de lunes a viernes de 22 a 24 por Radio City FM -94.5- (en Internet: www.cadenaderadios.com.ar) con la propuesta de “aunar latidos” y el objetivo de “apoyar y difundir el arte y la cultura”, muy especialmente la poesía. Define a sus poemas como “sentimientos hechos versos de libre vuelo”. Les dejo sus poemas plenos de ternura.



MIRÁ LA LUNA

Mirá la luna, papá,
me dijiste
justo cuando la tarde
comenzaba a despedirse…
Y tus ojos, y tu rostro todo,
tu corazoncito musiquero,
acariciaron, embelesados,
esa belleza tan distante…
Sin embargo, regresaste
y me afirmaste:
Es un pájaro que voló…

                                   DEL VERBO AMOR

                               Creer
                               soñar
                               amar
                               cantar
                               son infinitivos
                               infinitos en el
                               lenguaje del espíritu
                               que se hacen una sola palabra
                               cuando te vivo: Hijo.

UN POEMA POR LA PAZ

Te propongo que seamos
militantes
del inmenso ejército de la
vida
que pongamos al servicio de la
paz
nuestro arsenal de
armas blancas:
Amor, Caridad, Solidaridad,
Respeto
para construir un mundo pleno de armonía…
Depongamos actitudes
vanas:
orgullo, vanidad,
egoísmo
y sintamos en todo nuestro
ser
la maravillosa sensación de saber
compartir…
Hoy, ¡ya!, seamos
poesía
y hagamos versos de nuestras
manos
con rima de corazones para crear
el poema inmenso
que abarque toda la tierra
y alcance el cielo,
y sea cobijo, alegría,
presente y futuro…
Juntemos tu deseo y mi anhelo
y hagamos realidad la paz
de un mundo nuevo...


AMO

Amo
la rosa rosa
de tu bosque encantado.
Me gusta mirarla
besarla
tocarla
y penetrar
hasta lo más recóndito
de su belleza...
Amo
tu rosa...
Me encanta
me fascina
me enloquece...

VOLEMOS JUNTOS

Justo cuando estoy
por retomar el vuelo
la piedra de tu honda
golpea mis alas, mi cuerpo,
mis sueños y esperanza...
Lo triste es que cada vez
tardan más en curar
mis decepciones...
y los paisajes que
en algún momento
fueron bellos y nuestros
se vuelven agrestes...
Ya no sirve el te amo,
aunque te ame,
aunque me ames...
Ya no compartimos
el vuelo...
Pero creo que mañana
estiraré mis alas,
olvidaré mi cuerpo,
sonreirá mi espíritu
y volaré a buscar
el sol...

POEMA A MI PEQUEÑA MARIEL     

Me mira a los ojos, sonríe,
Aprieta mi mano y
Refunda mi vida...
Inquieta, tierna, hermosa,
Es mi pequeña, mi niña,
La esperanza...


                                 YO

Soy un poema nacido en otoño
con hojas secas y garúa de ciudad;
la poetisa que compuso mis versos
se impregnó de amor y dolor
pero con esperanza e ilusión
dio un pedazo de su vida
y me puso el corazón.
La rima de mis ojos y mi voz,
el soneto de mis pasos,
hoy deambulan por el viento,
gimen la tristeza, ríen o lloran un adiós.
Pero cada vez que mi alma de letras
se llena de sombra en la penumbra
que se formó cuando la luz de mi alegría se apagó,
es mi poetisa de ensueños la que, recitándome,
me devuelve todo el sabor de la vida
y borra todo mi dolor...
Es ella, mi madre querida,
la que me dio la vida, y es el amor...

¿POR QUÉ?

Allá va el papá
con sus dos ángeles en brazos
durmiendo la muerte injusta
de una guerra sin sentido...
Cuánta inocencia destruida
por la locura egoísta
de unos pocos monstruos
que se creen dueños del mundo...
Y nosotros somos simples espectadores
de las escenas terribles de la vida
sin poder hacer nada,
o haciendo muy poco,
intentando con algunos versos
llorar la impotencia
de tanta destrucción...
Miro a mi niño
y me pregunto
¿por qué...?



Y ya que andábamos en el rumbo "descendente", no pudimos dejar de acercarnos al gran Buenos Aires, para encontrarnos con nuestro último pasajero:  MARIO CAPASSO. Nació el 9 de marzo de 1953 en VILLA MARTELLI, en la zona norte del Gran Buenos Aires, en la que continúa residiendo. Participó de tres talleres literarios, cuyos coordinadores fueron: Beatriz Isoldi, Nilda Adaro y Federico Jeanmaire. Libros publicados: EL FUTURO ES UN TROPEL ABSURDO, cuentos, año 1999. EL EDIFICIO, Una novela en escombros, novela, Ediciones AQL, año 2002. PIEDRAS HERIDAS, cuentos, año 2005. Ediciones Corregidor. Este último obtuvo segundo premio en su género, año 2003, otorgado por el Fondo Nacional de las Artes. Tiene aún inéditos un libro de cuentos y tres novelas. Algunas de sus obras pueden leerse en la página web: www.textos-en-escombros.com.ar. Aquí nos deja un cuento, sumamente original que, imagino, disfrutarán.


VIAJEROS

Qué raro.
Algo así pensó el doctor Ledesma al salir de su casa esa mañana, y enseguida siguió, cómo puede ser que todavía esté tan oscuro si estamos en pleno verano, si el calor ya me ha hecho transpirar y el sol debió haber salido hace rato. Algo así, tal vez de manera más confusa, habrá pensado. Pleno verano, sin dudas, si el día anterior había regresado de sus vacaciones en playas lejanas, playas con mar caliente y arenas suaves y mujeres rubias y suaves y calientes, y el mar y su entorno volvieron a su recuerdo en ese instante en el que la oscuridad lo abarcaba todo y entonces volvió a decirse, qué raro todo esto, ¿para qué volví? Pero no había caso, había regresado y la noche estaba allí. Allí. ¿Y él? ¿Podría haberse confundido tanto? Intentó consultar el reloj, el reloj era nuevo pero no pudo ver qué marcaban las agujas, así que entró de nuevo en la casa y encendió la luz y ahí confirmó que la hora era la de siempre, la que transcurría mientras atravesaba el largo jardín para dirigirse hacia la estación y tomar el tren, el que le permitía llegar temprano al centro de la ciudad, cada día el primero para atender y dirigir la clínica de su propiedad. Pero esa mañana las cosas parecían enmarañarse. En fin. Ya que la oscuridad podía aceptarse como un hecho incontrastable, y como ya hacía rato que estaba parado en la vereda y se había ido acostumbrando, caminó sobre ella. Lo incomodaba ese dolor en su espalda, comenzado durante las vacaciones, pero más lo incomodaba el sentir tanta negrura cubriéndolo y al acercarse a la esquina pensó que sería oportuno comentar algo con el muchacho que vigilaba, no hubiera tenido nada de extraño, solía intercambiar de vez en cuando alguna palabra con él, que, si no recordaba mal, había nacido en un pueblo cercano al suyo, en aquella provincia del norte, eso le había contado alguna vez, sí, ahora estaba seguro, fue una mañana que había amanecido muy contento por algo que ahora no recordaba, pero su paisano no se había esforzado en ser alguien importante y ahora no se hallaba en la casilla, no, ni en la casilla ni en ninguna parte, en realidad parece no haber nadie en la calle hoy, porque no es solamente la oscuridad, ni un ruido se escucha por aquí, se dijo al mismo tiempo que esbozaba algún gesto de preocupación o de fastidio. Luego pareció resignarse y así siguió. Caminó algunos pasos, cinco o seis tal vez, volvió a consultar el reloj sin éxito y continuó andando rumbo a la estación, al menos eso creía con alguna certeza. Durante el trayecto se cruzó con la posibilidad de alguna silueta a lo lejos y además algún perro. O quizá dos.
Al llegar, nadie en el andén, y encima la noche daba la impresión de haberse perfeccionado durante la caminata. El doctor Ledesma, sin motivo aparente, se tranquilizó un poco y hasta silbó una vidala, cosa rara en él, hacía muchos años que no lo intentaba, desde su época de muchacho. Allá en su pueblo todos le decían que silbaba bien, muy bien, dale, silbate algo, Eliseo, le decían sus amigos cuando se juntaban a la noche en la esquina del almacén y después volvía tarde y la madre lo esperaba y le servía la comida. Los amigos, qué habrá sido de ellos, casi veinte años sin verlos, apenas alguna noticia de vez en cuando, muy a las perdidas. Trató de recordar algunas caras, por ejemplo Luis, qué sería de su vida, en la escuela primaria Luis lo había aventajado, siempre. Sin dejar de silbar se dirigió hacia la boletería, tal vez ahí le pudieran informar la causa de tanta negrura y silencio, quizás el empleado había escuchado alguna noticia en la radio, una novedad que justificara ese panorama, sí, eso podía ser, y mientras avanzaba veía una luz muy tenue, no muy lejos, ahí nomás, y a medida que se acercaba la luz iba empalideciendo, aparentaba achicarse con cada paso, y cuando creyó llegar ya la luz había desaparecido, por completo, como si nunca hubiera existido, nunca la luz ni la boletería, tan sólo sombras abarcándolo todo, ahí, ¿en el andén?, ¿seguro que en el andén? Entonces se sintió débil, súbitamente débil, y buscó sentarse en el refugio, a tientas bajó los cuatro peldaños y se dijo que en algunos minutos llegaría el tren, lo tenía todo calculado, cada día de trabajo había sido así. Y sin embargo. Se equivocaba, apenas se había sentado cuando el ruido del tren comenzó a llegarle, parecido al de cada jornada y al mismo tiempo diferente, como si el ruido esta vez lo nombrara. Entonces subió la escalera, se asomó y con alguna dificultad lo vio aparecer al salir de una curva, ¿una curva? Su tren, claro que era su tren, aunque esta vez pareció surgir de una especie de túnel y luego se detuvo lenta, muy lentamente frente al doctor Ledesma, que permaneció quieto, muy quieto ahí en medio del andén, enmarcado por el humo que emanaba de la máquina. La oscuridad en ese momento comenzó a no ser tan espesa, al menos así le pareció. La puerta del único vagón quedó justo frente a él. Entonces respiró hondo y se agarró fuerte y subió. Una campana sonó dos o tres veces en la estación, desde la locomotora llegó la respuesta, y la formación, la escasa formación, se puso en marcha.
Al principio se sintió un poco mareado, pero el malestar duró poco. Se afirmó mejor y comenzó a recorrer el vagón de asientos marrones y penumbras, y, ya casi a punto de aceptarse como el único pasajero, escuchó una voz invitándolo, venga aquí, mi amigo, venga, no me mire así, acérquese, acá lo estoy esperando, ah, muy bien, bienvenido, parece que seremos dos en este viaje, dos nomás. Tal vez debería haber respondido que no podía ser, que era imposible, el dueño de esa voz se equivocaba, al fin y al cabo un error lo tiene cualquiera, porque cómo podía ser que lo hubiera estado esperando a él, al doctor Eliseo Ledesma, que si bien tomaba todas las mañanas el mismo tren para llegar temprano a su clínica, no conocía a ninguno de los que viajaban, él no conversaba con nadie, jamás, y mientras pensaba o decía o creía pensar o creía decir éstas u otras cosas parecidas, el tren había arrancado y él se había deslizado quizá sin querer hacia la voz, se aproximó y el que había hablado repitió la invitación con un gesto de la cabeza, y entonces se vio sentado frente a ese hombre bastante corpulento y de piel oscura. Lo miró con atención. La piel, además de oscura se le ocurrió gastada, su cara le resultó vagamente familiar y luego, varios minutos después, cuando el tren ya había alcanzado una velocidad tal vez excesiva, le vio el mazo de cartas en las manos y bien pronto pudo apreciar la habilidad demostrada y el hombre volvió a hablar y mezclando las cartas le repitió bienvenido al tren, qué le parece si mientras vamos regresando jugamos para pasar el tiempo, así amenizamos el viaje, que va a ser largo según creo. Él no contestó enseguida, tal vez trataba de comprender el sentido de las palabras. Luego dijo algo, tosió un poco, miró a través de la ventanilla y notó que afuera estaba tan oscuro como antes, como cuando al salir de su casa esa mañana había pensado algo así como, qué raro, y más raro aún, porque una segunda mirada por la ventanilla, luego de parpadear un par de veces, le permitió advertir que el día se había transformado, un gris impreciso se debatía con el atardecer, ¿el atardecer? También el tren parecía haberse detenido o al menos aminorado su andar impetuoso, y eso le permitió ver con bastante nitidez el patio de una casa, una casa en medio de la inmensidad, y allí una mujer morena descolgaba la ropa y miraba cómo tres o cuatro chicos jugaban a la pelota. Ella pareció gritarles algo, que tengan cuidado tal vez, que no se fueran a lastimar, aunque lo que más le llamó la atención fue la tanta tristeza que emanaba de la ancha figura de la mujer que colgaba la ropa en el patio de esa casa y que bien pronto desapareció de su vista. Ya no hubo nada más afuera, el paisaje se borroneó al tiempo que un movimiento brusco sacudió el andar del tren, entonces volvió su mirada al interior del vagón. El hombre sentado justo enfrente de él continuaba allí, tan grande y oscuro como antes. Mezclaba las cartas a intervalos regulares y parecía haber adquirido rasgos más juveniles. El doctor Ledesma se acomodó en su asiento, notó que el dolor en la espalda había disminuido, se había tornado casi imperceptible, apenas un recuerdo del dolor. En ese momento pensó de nuevo que ese rostro le recordaba a alguien, a quién se parece este hombre, se dijo, pero claro, él había tenido que atender a tantos y tantos pacientes, bien podía ser que se tratara de alguno de ellos, y sin embargo no me parece que por ahí ande la cosa, aunque no hay caso, no me acuerdo, concluyó, y quizás hubiera dicho algo, pero no supo qué decir o cómo iniciar una frase cualquiera, y el hombre, que seguía mezclando las cartas, que parecía sonreír cada tanto, le dijo que no se preocupara, ¿sabe una cosa?, tengo la impresión de que hace mucho tiempo que usted no juega, además no parece andar con ganas, y agregó que él tampoco andaba con mucha voluntad, que en vez de jugar bien podían conversar un rato, ¿qué le parece si charlamos un poco?, preguntó en apariencia sin aguardar una respuesta. El que mezclaba dejó de hacerlo y dijo entonces, deje nomás que empiezo yo: todos tenemos algo de qué arrepentirnos, yo he matado a un hombre. Sin énfasis lo dijo, como si hubiera dicho que el vagón o que el cansancio o que el tiempo. He matado a un hombre, repitió, y ante el gesto de incredulidad del que lo escuchaba, lo miró fijamente y siguió, sí, hacía calor, y no es una excusa, solía hacer mucho calor en el pueblo, yo era joven y tenía por entonces siempre mucha sed y nada de plata y esa noche esperé que el boliche cerrara, forcé la puerta y entré y agarré unas botellas y las metí en el bolso, y cuando ya me iba, cuando ya en la calle me creí a salvo, sentí a mis espaldas el grito del que resultó ser el comisario pero yo qué sabía, yo no sabía nada en ese momento, solamente que la sed me quemaba la garganta, y escuché como en un mal sueño largá lo que llevás ahí y levantá las manos, y yo hice al principio lo que la voz me ordenó, apoyé el bolso en el piso, y apenas lo apoyé pegué un salto hacia delante y desenfundé y contesté con un único balazo, siempre tuve buena puntería, y siempre fui rápido, no vaya a creer, y aunque él alcanzó a herirme fue muy poca cosa, acá en el brazo izquierdo, ¿lo ve usted?, sí, así nomás fueron las cosas aquella vez, a él lo velaron y yo finalmente escapé, tuve que escapar, me fui y de nuevo creí ser libre y de nuevo volví a equivocarme, porque viví años terribles, casi como veinte años de una pesadilla, así, con su último gesto de sorpresa y muerte en mi conciencia, y ya no pude vivir en paz, no, todo este tiempo con su cara final ante el fogonazo me ha hecho daño, mucho daño, me ha perseguido en todos los momentos, y su boca que sangra pregunta y pregunta ¿qué me hiciste?, y es por eso que subí a este tren y ahora vuelvo para allá, porque ya no puedo soportarlo, ya no más, ¿me entiende?
Más o menos.
No importa, ya va a entender, todos entendemos alguna vez, ¿y usted?, ¿de qué se arrepiente usted?
¿Yo?
El doctor Ledesma comenzó a fumar un cigarrillo que el otro le había convidado, las dos volutas de humo se trenzaron a la altura de las cabezas. Cuánto hacía que no fumaba, aquella tarde bajo el puente tal vez, cuando quiso impresionar a Graciela, ¿se habría casado?, ¿con Luis?
Gracias, viene bien un cigarrillo, porque.
¿Yo?, no, de nada me arrepiento, mi vida ha sido una vida normal, la vida de alguien que se propone una meta y la consigue, ya que estamos le cuento, cuando terminé el secundario dejé mi pueblo, la muerte de mi padre aceleró las cosas y abandoné ese lugar, un pueblito sin esperanzas perdido allá en el norte del país, rodeado de montañas como las que ahora se ven ahí afuera, mire, vea qué enormes y hermosas son, ah, ¿las conoce usted?, y entonces me marché con los ahorros de mi familia, mi madre me dijo el dinero es para vos, llevátelo, y eso hice y estudié con entusiasmo y me recibí de médico, me ha ido muy bien y no he vuelto nunca, ¿si extraño a mi gente?, a veces he extrañado, creo que sí, pero he tenido tan poco tiempo, todo fue tan rápido, eso sí, cada tanto les he mandado algo de dinero y también les escribí diciéndoles que por qué no se venían un tiempo para acá, pero no, ellos no quieren moverse de allí, tengo dos hermanos menores, con poco se arreglan, no tienen grandes necesidades, en fin, he conseguido una buena posición, soy dueño de una clínica, mis colegas me respetan, tengo cierto prestigio bien ganado, he viajado por el mundo, no, mire, le soy sincero, nada de qué arrepentirme.
Terminó de hablar y miró hacia afuera, el día se presentaba ante sus ojos claro y luminoso, un amanecer quizás. Y entonces la vio otra vez. La casa en la inmensidad. La misma casa de antes. En el patio, un hombre ayudaba a la mujer morena que colgaba la ropa, y a él le pareció que ella cantaba, que era feliz, eso le pareció, muy feliz. La delgada figura de la mujer se le quedó largo rato en la memoria. Trató de entender.
Así que, mire usted, me alegra saber que no tiene motivos de arrepentimiento, me alegra y me extraña, quiero decir, me extraña que entonces usted esté aquí.
El doctor Ledesma le quiso preguntar algo y no tuvo chance. El hombre dejó por fin el mazo de cartas a un costado, inclinó la cabeza hacia la derecha, se recostó contra el asiento y cerró los ojos.
Y así estuvieron viajando durante un tiempo imposible de precisar. El tren parecía flotar, se deslizaba en silencio, con un transcurrir tranquilo por momentos, con algunas ráfagas de velocidad en otros, aunque la mayor parte del tiempo parecía no avanzar. Eso, flotar.
Tal vez él se haya quedado dormido también, puede ser, no lo recuerda, no está seguro, fue un viaje largo, muy largo, lo que sí recuerda es que las caras eran muchas y de gran felicidad en el pobre andén, cuando el tren llegó, que el hombre que mezclaba las cartas ya no estaba en el vagón cuando quiso despedirse, pero sí que allí abajo estaban, y los vio enseguida, sus dos hermanitos vestidos con guardapolvos, al parecer listos para ir al colegio esa mañana, la mañana de cuando el tren llegó, la mañana en que vio también a Graciela tan bella, vestida como los domingos, a Luis no lo vio, pero  había tanta gente allí, todo el pueblo quizás, y también su madre lo esperaba, como siempre cuando volvía tarde de la esquina del almacén, aunque no, esta vez más contenta que nunca, porque lo buscaba con la mirada a él, a su hijo, mi hijo el más grande solía decir, sí, el más grande, que todavía no había bajado, que todavía no los había abrazado, que todavía no se había encaminado hacia el pequeño hospital del lugar, que todavía no había atendido a ninguno de sus amigos ni a ninguno de los hijos de sus amigos, y la madre después de abrazarlo y de llorar en el pobre andén le contestó que no, que ella no había visto bajar a ningún otro allí, nosotros sabíamos que te ibas a hacer doctor y te ibas a venir enseguida para acá, que tanta falta nos hace, todo el pueblo está orgulloso de vos, y tu padre, Eliseo querido, tu padre no ha podido venir a recibirte porque lo hirió anoche un ladrón, pero está bien, no te preocupes, ya lo vas a ver, y mejor va a estar cuando vos vayas y lo cures, ¿qué dijiste?, no, casi nada, apenas un rasguño en el brazo izquierdo, ¿el ladrón?, se resistió y tu padre tuvo que matarlo, ¿sabés?


Acunados aún por las guaranias y conservando el sabor de los matecitos amargos tuvimos que emprender el regreso, pues nos reclamaba la pampa. Pero no es esto un adiós sino un simple "hasta luego". Y como siempre invito a los escritores/as que quieran hacerme llegar sus trabajos y su minibiografía; los espero en: millaco@ciudad.com.ar.
Con un abrazo federal, celeste y blanco, me despido de todos uds. hasta el próximo tren.

                                                      CRIS