Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 47

QUERIDOS PASAJEROS:

Sacudiéndose las hilachas del ocio vacacional el trencito ha decidido retomar nuevamente los caminos de la amistad y la literatura. Que sigue creciendo el interés y las colaboraciones para sacar boleto en este emprendimiento ferroliterario. Gracias a Dios ... pues significa que, al decir de Don Machado, "se hace camino al andar"

Y comenzamos el viaje en Buenos Aires, pues allí asciende nuestro primer pasajero: CÉSAR BISSO. Nacido en Santa Fe (1952) vive actualmente en la Reina del Plata, ejerciendo la docencia en la U.B.A. ya que es Sociólogo y es autor de ensayos publicados e inéditos en su especialidad. Publicó Poemas del taller (Colmegna, Santa Fe, 1975); La agonía del silencio (Colmegna, Santa Fe, 1976); El límite de los días (Ediciones Lux, Santa Fe, 1986); El otro río (Calle Abajo, Buenos Aires, 1990); A pesar de nosotros (Correo Latino, Buenos Aires, 1991); Contramuros (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1996); Isla adentro (Ediciones Culturales Santafesinas, Santa Fe, 1999, premio José Pedroni); De lluvias y regresos (Ediciones Juglaría, Rosario, 2006). La Universidad Nacional del Litoral ha publicado en el 2005 Las trazas del agua -poesía escogida-, y la editorial Arquitrave (Bogotá, Colombia) editó al año siguiente una selección de poemas éditos e inéditos bajo el título de Coronda. Ha participado en varias antologías poéticas y libros colectivos. Colabora en diarios y revistas nacionales y extranjeros. Algunos de sus textos poéticos fueron traducidos al inglés y al italiano. Entre 1991 y 1995 fue coordinador de talleres de escritura en el Rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional. En 1998 obtuvo el Premio de Poesía “José Pedroni”. Con mucha generosidad me ha enviado gran cantidad de excelente material. De allí elegí los poemas que hoy presento y que integran el libro Las Trazas del Agua (poesía escogida). Espero disfruten el trabajo de César.  E Mail: cbisso@fibertel.com.ar

Estoy buscando


En el trascolar de las lágrimas,
el amargo eco de palabras rotas,
el blanco pan sobre la mesa,
busco las glicinas de la infancia.

Entre sedientas calles matutinas,
estoicos arcones familiares,
desde la exaltación del silencio
busco aquellos cardos adolescentes.

En el breve espacio del sueño
penetro al día luminoso
sin hora, sin límite, sin olvido.

Y en un charco de melancolía,
la noche me sostiene.

Aún es temprano para hundirme.

              De Poemas del taller (1975)


La libertad de nosotros

                                                   a Francisco Mian


Si en este instante alguien me diera
la dignidad de una madre
o la melodía cautivante del poema,
si arrojaran sobre mis hombros
espigas de trigo
y me lanzaran por los campos,
si me cerraran los ojos,
mi voz proclamaría desde la noche
el amanecer de un sueño sin muros. 

Si en esta hora todo fuera mío
como las plumas son del ave
construiría otro hombre y otra mujer
para invitarlos a la búsqueda
de la tierra más fértil.
Si pudiera asirme 
a todas las manos desamparadas
y suplicar el devenir del pan y el agua,
oh, dichosa libertad
que nunca hubiéramos encontrado
ni los puros, ni los malditos,
dame tu látigo de luz
para regresarte y regresarme.

A pesar de todo,
creo en la dignidad y en las madres
para anunciar nuestro largo viaje
al primer intento,
a la merecida alegría de vivir
cuando aún no éramos ignorantes.

De Poemas del taller (1975)


Cuando el río pasa

Escucha el devenir.

Resuena otra voz
en pausada letanía.

Inquiere el mirar
la perfecta hondura.

Trasiega el alma
en vertical estallido.

Se alzan los juncos
hasta mudar el sol. 

                                   De La agonía del silencio (1976)


En soledad

Solo el silencio para evocarte.

La ausencia derrama su vino
por los peldaños del tiempo.
La copa aún está vacía.
No puedo brindar en soledad.

Déjame habitar en tu adiós.

                                           De La agonía del silencio (1976)


Aquellas tardes

Aún endulzan aquellas tardes 
el grávido pan de la memoria.                                  

Aquella mansa tierra henchida.
Aquel zarpazo impuro del arado.
Aquella fragancia de la siembra.

El tajamar ardido de perdigones.
La voz del viento en las espigas.
El desvanecido árbol del sueño.                               

Oh, suave exhalación del alma
cuando te abrazabas al horizonte
bajo el abrigo diáfano de la lluvia.
                              
Madre, ¿recuerdas lo que amaste?

                                       De El límite de los días (1986)


Junto a mi padre

De tu mano
caminé hacia el río
por senderos de arena
nutridos de rama y luz.

A tu lado
descubrí el tenaz cazador
que marchaba sigiloso
al verde misterio insular.

Por tus ojos
avisté la pesca silenciosa
erguida al crepúsculo
entre ajados espineles.

Fue mi niñez
aquel brinco de sábalo
reverberado en la honda
serenidad del agua.

                                     De El límite de los días (1986)

Renacimiento

Más allá del cóndor estrujado
por leyendas de sueños y muerte.

Más allá del oprobio, del tributo
de hombres espantados por fusiles,
aún perdura el ínfimo aliento.

Quizá mañana
alguien devuelva el corazón
y entonces pueda liberarte
vida
             sueño
                            patria.
                                                      
                                                De El límite de los días (1986)

Quietud

Abajo,
el río habla el idioma del tiempo.

Arriba,
el caserío busca reparo
en la levedad de los sauces.

Cerca,
la cigarra alienta sin premura
el designio de cándidas esquinas.

Lejos,
donde el campanario no vigila,
emergen taciturnas frutillas.

Y dentro de la noche
el silencio narra la belleza
en todos los idiomas del amor.
          De  El otro río (1990)


El pan de los pobres
  a Pepita Parra

La brisa del río puebla la casa
y en el patio vuelan las retamas.

La noche aún tiene cerrada su boca.

Una mujer alegre y enharinada
amasa el alimento de los otros.

Su ancho corazón intuye
como leva el goce en los que aman.

El frágil rancherío de la costa
se esponja bajo el sol.

Ella espera detrás del mostrador.

El día es feliz en cada niño
cuando el pan de los pobres no se paga.

                                                                        De  El otro río (1990)


Interior

Dejo el mundo afuera.
El agua emblandece al barro
y mendiga sed.
Convenciones de juncos agarbados.
Desorden del viento.
La belleza está allí: silenciosa, cauta.

El ojo usurpa restos del alba.
Ningún pájaro es vuelo que libera
si escala su propia altura.
Sólo el agua va. El ojo permanece.

Tomo al mundo por el ojo
y nada oculto tras la maleza.
Lo que no alcanzo, inmóvil goza
en el misterio de la mirada.
Dura el intento y mientras intenta
anima.

No hay otro lenguaje.
                                   Cielo.
                                             Agua.
                                                       Isla.

                                                 De   Isla adentro (1999)


Ya que estábamos tan cerca... y que el río leonado se veía invitante... la locomotora salió a dar una vueltita por la costanera y allí encontró a un nuevo pasajero: Nixte Zapicán. Nació en Durazno, Uruguay, en 1968; actualmente vive en Buenos Aires. Ha publicado: Charcos, 1988; Transpoesía, 1990; Poemas del Arrabal, 1991; Muestra de Autores Jóvenes Duraznenses, edición colectiva; Canción de un Americano del Sur, 1992; 100 Poetas Actuales, 1993 poesía compartida; Fuegos y Diluvios, 1994; Veinte Voces de Buenos Aires, 1995 edición colectiva; Letras Vivas 2001, antología colectiva; Los Nuevos Escritores Latinoamericanos 2003 tomo II, edición colectiva; Hora Lejana, 2004. Aquí nos entrega sus poemas.  E Mail: zapican@mixmail.com

AQUÍ ESTOY donde morí cien veces.

Aquí sentado a la orilla de los tiempos.

Miro las inscripciones, los túneles, las caravanas
el delirio de los amantes mordiendo la flor
los ojos alertas de los sabios

y las olas que caen del futuro.

Aquí estoy de pie lunático muerto
de perfil volando milagroso;
ramificándome.

Huyendo en mil pedazos.

Aquí soy o fui o me pudro.

Aquí estoy acribillado de palabras.

Con una explosión de sombras en el estómago
con un silencio de muertes en cada frontera.

Y aquí estoy al final en el origen
palpando las incógnitas
abriendo la maraña de los huesos.

Aquí estoy.
Existo.

                            –––––oOo–––––

LA LUZ, esa otra luz que me devora urgida por el siglo
encrespada de soles turbulentos
ebria de pedazos de mar y golondrinas
columpiándose de cascabel a brújula selvática.
Luz retumbando por las paredes
con estertores de plomo y amargura
y resabios de sueño que bajan al futuro
ladrillo por ladrillo.
Luz de caracol sin dientes y preso de la noche
que no puede salir, sino desnudo
que no puede volar sino de rosa en rosa moribunda.
Esa luz, espada, cumbre, calle de piedra, espejo triste
¿de quién salió?
¿De quién hasta mí viene subiéndome las costillas
traspasándome las manos como un grito?

                            –––––oOo–––––

CIÉNAGA

LA EXISTENCIA sin forma.
Declinación vacía de guijarros
indecisos entre ser pozos o mástiles o números.
El desapego al tiempo y a la muerte.
El discurso monótono de la burbuja:
latido, liquen, podre.

Cuchicheos entrecruzándose bajo los párpados.
Un puñal de luz que se bifurca
al fondo de los huesos:
fulguración de sapos
piel sin materia
furor de vértigo.

Lunas obscenas convergen
al frío súbito del alba.
En el charco del ojo
dobla un tren, un pájaro transcurre
una víbora coincide con las hojas quebrándose.
Tardía revelación de paz.

                            –––––oOo–––––

YO CANTO del horror
que azota el barco
canto
del fondo de la piel, campanario
y de la mordedura
canto, con el idioma marchito
de los volcanes del cráneo
y tanto
alfiler inasible, que rueda solo
canto
y por los muñones védicos de los pantanos
voy,
traficante de crepúsculos y salmos.

                            –––––oOo–––––

(SOPLO: no le soples.
Tierra: no la entierres.
Tumba: no la tumbes.)

La noche está ahuecando la memoria
transformando tu ausencia
en risa de cigarras.

(Cueva: no la caves.
Vuelo: no la vueles.
Llanto: no le llores.)

La mar encinta trepa la sombra
diáfana, del aire
roto.

(Tumba: no retumbes.)

                            –––––oOo–––––

¡AL muecín!
¡Ramo de tempestades invirtiéndose
sol acribillado
verdugo definitivo!

¡Al muecín del pozo
que llama
a la canción
y la canción que llama
al cardenal
y el cardenal
al cuchillo turbulento de la aurora
y el cuchillo
a todos los amores!

¡Al muecín del agua
y del pájaro
que desenreda
el canto de la sangre firme!

                            –––––oOo–––––

LA CALAVERA del mar
canta y no canta
la calavera del mar
ensimismada.
Hueso con motor de palo
espuma desgarrada
la soledad del mar
danza y no danza.
Rompe y no rompe
oquedades con alas
ramos confusos
sobre la tabla.
La calavera del mar
rosa lunática
detrás del espigón
amordazada.

                            –––––oOo–––––

La maquinista estaba nostalgiosa y con ganas de ver a su princesa trasandina cuando recordó que la esperaba un nuevo pasajero ... precisamente en Chile. Así que al tranquito corto la locomotora cruzó la llanura, recorrió cerros y montañas, cruzó la Cordillera de los Andes y se fue a recoger a CRISTIAN LAGOS LAGOS, joven poeta chileno, nacido en Lonquimay el día 12 de septiembre de año 1975. Actualmente vive en la ciudad de Curacautín. Ha particpado en diversos recitales tanto en Chile como en Argentina; ha desarrollado talleres de poesía. Ha publicado En el País de los Espejos Quebrados; 2000. En el Puerto de Agua Fría; 2005. Huesos Transhumados 2006. De este último libro son los poemas que elegí para uds. y se añadió otra prosa poética. Tiene la frescura de su juventud.  E Mail: escritores_arauca@yahoo.es

El viento de la costa pasa del azul al verde
y las gaviotas tensan un arco que dispara nuestras voces
de una playa a otra

Es tan ancha la lluvia
que comienza a caer del cielo raso una gotera
la recibo en la palma de la mano
la gotera tiene el secreto lenguaje de la isla

Comienza a caer una gotera
pero la lluvia es tan ancha que mis ojos se fatigan
y no puedo contenerla

Vengo del otro lado de esos puentes
mi izquierda mano sostiene el redondo olor de los             lleuques amarillos
y mi derecha mano el verde olor
de los cilantros silvestres

Vengo del otro lado de esos puentes
y traigo sobre el hombro todas las tranquillas de la lluvia
bajo el equinoccio
el viento mueve un barco de papel sobre las aguas
de un charco
en cuya sustancia los perros beben sus pupilas


La nieve cercenada por alambres de púa
tiñe al fin el estambre de los notros
la totora recibió los círculos concéntricos del agua
y yo los golpes del aire
el vaivén del fuego mueve huesos en la noche
hasta que entran y salen las palabras
por la única ventana que es
la niebla


He terminado de acunar las últimas
monedas del otoño
ahora
levantaré los viejos
cercos
vencidos por el agua

En el lecho de los ríos  fui sacando lo mejor de tus nervios azules, decía Lino Raguileo, en tus nalgas el viento se enrrollaba y ardían en zarzas tu pezones oscuros de tierra
no era difícil morder las enaguas de la luz y escrudiñar tus ojos/ había tanto mar en ellos que los peces agonizaban de extravío dejándome sólo entre los un dedos un armazón de espinas diminutas una margarita triturada en los muslos de tu voz por sazonar el caldo de mis sienes ataría mis muñecas a un catre de bronce florecido colgaría mi deshuesada lengua en los cuernos del agua que te hunde las costillas a golpe de piedras si Dios bramara  en mangas de camisa un pájaro de óleo y cal se ahogaría en esta orina que chorrea la verdura de mi labios si Dios se llamara Luis Acevedo pasos de avioneta consumida por el sol tu pubis de choclo desgranado sería el puente de cimbra donde bebo el óxido del polen se teñirán de morados las campanas la tiza de tu piel con que escribes las piedras que humedecen el cauce de los peces extinguidos pasarán esta semana los satélites de USA  te dejarán ciega y habrá pólvora en la sombra del manzano como no llorar si los gusanos te eligieron para fabricar con tus huesos una lámpara debes estar pensando ahora en los  maremotos…./ las gaviotas traen un féretro lleno estertores oblicuos una multitud de esteros y troncos agazapándose a este terrible deseo de embriagarme en los cardos que azotan mis pómulos oyes el viento que recoge la leche de los días? Como gotea un suero engorda  perros de juezas que aman en catres de bronce…? con la hostia que me trago en cada equinoccio la perdiz de mis angustiados párpados endulzan los perdigones que vomita tu escopeta  soles negros de mi vida diaria mordedura  de miga  mi sangrante encía maltrecha por horas que fueron mi felicidad.

Tanto ajetreo había cansado al pobre trencito... anhelaba la tranquilidad de sus pagos y tomarse unos matecitos bajo el caldén.  Por eso puso fin al viaje. Y hasta aquí llegamos con la renovada promesa de regresar. Les recuerdo a quienes quieran enviar material que lo pueden hacer a: millaco@ciudad.com.ar. A todos ¡¡gracias por viajar!!!!!!!!!!!!!!! Un abrazo

                       CRIS FERNÁNDEZ