Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 66

QUERIDOS PASAJEROS:

Después de larga ausencia henos aquí dispuestos a recorrer nuevamente la geografía de nuestro país. En la constante búsqueda de voces que puedan decir, a través de las letras, lo que tantos otros callan.
Y comenzamos nomás que la locomotora ya está dispuesta ....

La campana estaba sonando cuando el primer pasajero ascendió al trencito: RODOLFO ZORZI. Nacido en Rufino (Santa Fe) reside en GENERAL PICO (provincia de La Pampa) desde 1.984. Es Ingeniero Agrónomo y tras largos años de trabajo se ha jubilado. Y fue a partir de ese retiro laboral que surgió la inquietud de "entretenerse" con una actividad creativa como son las letras. Asistente a talleres literarios, su meta cercana es escribir y publicar una novela de intriga, una ficción combinada con hechos reales que acontecen en el medio rural. Aquí nos deja un cuento y ¿la verdad? no es porque seamos amigos ... ¡está muy bueno! Que lo disfruten pues ...


                                             CHICHE

La plaza del pueblo, trazada sobre dos manzanas, tenía en el centro un lugar preferencial para nosotros, porque era el punto de reunión con las bicis: una construcción en el centro de la plaza, una gran  terraza con una superficie embaldosada similar a la de una cancha de básquet, elevada unos dos metros sobre el nivel del suelo. La rodeaba una verja de un metro de alto con sencillos barrotes de hierro. Se interrumpía en los laterales para dar paso a amplias escaleras de mármol blanco.
Se usaba para los actos oficiales de los años 50, cuando las autoridades invitadas a estar en ese palco eran personas que hoy ni se las tiene en cuenta: el cura párroco, el jefe de la estación, el gerente del banco, el comisario, el director de escuela, el rector del colegio, el director del hospital, Todos ellos acompañando al Intendente, en ceremoniosa compostura.
También allí tocaba la banda municipal en las retretas de los fines de semana del verano, cuando la gente se presentaba al paseo para dar la ”vuelta del perro”, al anochecer.
Nosotros usábamos ese amplio palco para patinar, montados en esos viejos patines de cuatro ruedas de acero y bolilleros, que se ataban a la pierna con correas de cuero.
El placero, don Sixto Ventura, no nos dejaba andar en bici ahí arriba, por que nos podíamos caer por las escaleras y lastimarnos feo. Así que uno de nosotros vigilaba su aparición y los otros dábamos vueltas ahí por un ratito,  furtivamente. Don Sixto no nos retaba si nos sorprendía, pero nos advertía con alguna frase siempre alusiva a la culpa y al reproche, algo de Sócrates o de Platón, tal vez de  Gracián, o una apropiada fábula de Samaniego o de Esopo.
Nos conocía a todos, porque además de ser leído y placero, el hombre era curandero de articulaciones tumefactas, de empacho y de dolor de muelas. Por ante él desfilábamos, recurriendo a su ciencia sanadora, la que le fuera transmitida por una abuela india y centenaria.

En una de esas tardes de patinaje lo vimos aparecer al Chiche, demudado. Solo, pero no desatado. Llevaba atada en la cintura la cuerda con que la loca Inés solía pasearlo. Ese día, en el extremo en  que debía ir la mano de la trastornada mujer, ella faltaba. Ese extremo lo llevaba el propio Chiche y lo ofrecía a quien quisiera tomarlo, con un gesto de muda preocupación en sus renegridos ojos.
Sin tomarle la punta de la cuerda que ofertaba, esa que nunca vimos en otras manos más que las de la loca Inés - no vaya a ser que su locura se nos pegara - lo hicimos subir a la plataforma embaldosada, tratando de entretenerlo, mientras uno de nosotros salía disparado en busca del placero.
Llegó don Sixto, con su paso cansino y su presencia confuciana, y se detuvo impasible a mirarlo al Chiche, él todavía oferente del extremo conductor de cuerda que denunciaba la ausencia maternal.
- ¿Dónde está Inés, Chiche, donde está? – le preguntó don Sixto, con voz tranquilizadora, comprensiva -.
Chiche movió la cabeza negativamente dos o tres veces. Los ojos ahora mostraban algo más que el sempiterno desconcierto, mostraban……pavor.
- Algo le pasó a la loca Inés, me parece.  Alguno de ustedes vaya en bicicleta a la comisaría y digan que necesito que venga un agente –  nos pidió don Sixto con voz apagada y disimulando, para que el muchachito no se asustara más de lo que estaba.
Bueno, pasó lo peor: a la loca Inés la encontraron muerta, ahogada en una cuneta profunda, cerca del derruido rancho que habitaba por la afueras del pueblo, casi campo. Una vieja construcción que alguna vez había sido puesto de una gran estancia, cuyos lotes más lejanos daban casi contra la población.
El comisario le pasó la novedad al intendente y el intendente le planteó la novedad al diputado nacional, don Pablo Robledo, un hombre que de cambista en el ferrocarril, por el solo hecho de estar de relleno en la boleta del partido, por esas gambetas eleccionarias, salió elegido diputado por el justicialismo.
Tan ingenuo era don Pablo que le contaba a cualquiera y sin ningún empacho, como votaban las leyes en el Congreso:
- Ahora vamos a tratar esta ley y ustedes deben votar por la afirmativa, señores diputados – nos dice el presidente de la cámara –.
-  Entonces todos levantamos la mano, cuando él termina de leer y nos hace una seña -.
Evidentemente, creía que su deber como diputado se reducía a esa votación ordenada y sometida.
El buen corazón de este hombre humilde, que de pronto se vio en los estrados legislativos más encumbrados, consiguió, gracias a sus influencias políticas, varias cosas:
Ø  Que el médico policial revisara al Chiche por su estado físico y mental, y determinara que edad podía tener el muchachito,
Ø  Que el dueño de un conventillo, compañero justicialista,  le diera una pieza para vivir y entre todos los que allí vivían le dieran de comer, a cambio de una asignación mensual que su secretario les entregaba,
Ø  Que la policía le gestionara una cédula de identidad de la provincia,
Ø  Que el juzgado de paz le hiciera luego la libreta de enrolamiento, para lo cual, convenientemente, al Chiche se le asignaron 17 años para la cédula, e inmediatamente después 18 para la libreta.

Pronto nos acostumbramos a verlo vestido con pantalón y saco, camisa limpia y bien peinado, luciendo un fino bigotito. Su tez morenita y es bigotito lampiño, denunciaban sus antecedentes de sangre indígena. Seguía siendo poco y nada  comunicativo, silencioso, algo autista sin serlo. Porqué, claro,  arrastraba años de andar atado tras una vieja loca, el pobre, siempre de tiro.
Por eso fue una sorpresa que el Chiche, una tarde de verano en que pasaba por el Club Español, se quedara mirando desde la vereda, muy  interesado, como jugaban una partida de damas en una mesa  ubicada contra una ventana que daba a la calle.
Más sorpresa fue cuando lo hicieron sentar a jugar y avanzó las fichas tímidamente, obediente a las indicaciones que le daba el ocurrente que lo hizo sentar en su lugar, con la intención de ver qué hacía.
Más sorpresa todavía, ya casi estupor,  cuando avanzada la tarde el Chiche resultó un imbatible en ese juego y les pasó el trapo a todo el que se le pusiera enfrente, moviendo las blancas con una valentía y rapidez tal que le enfriaba la sangre al adversario. Su silencioso juego y el brillo de hechizo de esos ojos negros misteriosos, que acentuaban el carisma de ese jugador temible, cautivaban a muchos mirones que se quedaron rodeando la mesa hasta tarde en la noche. El Chiche, se podría decir, quedó laureado casi como socio honorario del Club Español, al fin del día.
El fenómeno se repitió al día siguiente.  Avisado, don Pablo vino a verlo jugar. Después de un rato largo, tras consumir los presentes varios vinos y cafés que el diputado invitaba, éste ordenó, sentencioso, que le enseñaran a jugar a la generala.
Una hora después el cubilete en manos del Chiche,  ignoto fenómeno lúdico, parecía entregar los dados de manera tal que justo caían a la necesidad de su puntaje, convirtiendo fácilmente un tiro de veinticuatro al seis en generala en sólo dos tiros, o logrando una escalera servida para definir la partida, faltando por llenar apenas dos casilleros. Lo vimos también hacer generala y doble generala una atrás de la otra, para ponerle un espada de Damocles al ocasional contendiente.
Los que jugaban al billar allá en el fondo del salón se vinieron, atraídos por el murmullo y las exclamaciones del grupo de observantes que rodeaban la mesa donde jugaba el fenómeno, bajo la bonachona y suficiente supervisión de don Pablo, el diputado de la Nación, sentado allí con actitud de caudillo político rural condescendiente, vanidoso por el éxito de su protegido, devenido ahora en estrella del juego.
Un señor que yo conocía, vecino de mi calle, concesionario de tractores, don Antonio, atildado caballero que jugaba siempre al billar (porque sostenía que era un excelente deporte para caminar y mantener activa la mente, con la estrategia exigida y la precisión de los tiros), observó en voz alta que sería interesante probar si el Chiche aprendía a jugar el ajedrez, el juego ciencia.
Don Pablo se entusiasmó con la propuesta y en cuanto terminó la partida  de dados - que el Chiche obviamente ganó, con su suerte para tirar y su acertada elección para anotar -, hizo traer el tablero de ajedrez y le pidió a don Antonio que le explicara los posibles movimientos de las piezas.
 El Chiche los escuchaba atentamente.
Quieto como una estatua.
Mudo como una piedra.
Alerta como un zorro.
Nadie se sorprendió cuando al rato el Chiche se encontraba lo más suelto moviendo piezas y escuchando, como un gran entendido, cuando don Antonio le explicaba, quedamente, el error de una jugada, por la consecuencia nefasta esperable en dos movimientos mas adelante. O, por el contrario, cuando le hacía ver lo acertado de su movimiento de tres jugadas atrás.
Se terminó el día y don Pablo lo llevó él mismo al extraordinario player hasta el conventillo, donde también ingresó, haciendo de paso algo de proselitismo de bajo costo,  mostrando a su protegido que “era una luz para el juego de salón”.
Toda esa semana el Bobby Fisher local alborotó a todo el pueblo, chicos y grandes,  que lo iban a ver jugar y ganar, jugar y ganar, jugar y ganar. Le enseñaron a jugar contra el reloj: nada demoraba para hacer su movida y bajar el botón de detener, con un certero golpecito a la clavija. Golpecito que, evidentemente, lo divertía, pues una leve sonrisa se dibujaba ahora en ese rostro que siempre vimos ausente e inexpresivo, cuando trotaba atado tras la soguita de la loca Inés.
Algo se le debe haber conectado adentro de la cabeza, por que de ahí en más se fue haciendo hablador y comunicativo. Se podría decir…….casi normal. Salvo por la oscura mirada de asombro que siempre lo acompañaba. Mirada fija, mirada india, indescifrable, misteriosa.

Un día sábado, a don Pablo se le ocurrió llevarlo al casino de Corral de Bustos, donde el diputado de la Nación se había aficionado a concurrir, ya embarcado en la inveterada costumbre política de despilfarrar plata que no era suya.
También allí se destacó el Chiche como estratega de la ruleta. Hasta llegó a hacer saltar la banca cuando el gerente del casino le dijo, contrito, que si ganaba en la siguiente postura, la casa no iba a poder pagarle.
Que les digo: En pocos años se convirtió en croupier, en ese mismo casino del sur de Córdoba.
¡¡El Chiche!!. Para los que lo conocimos de unos años antes, nos resultaba increíble verlo vestido ahora con pantalón negro, camisa de mangas largas inmaculadamente blanca,  moñito bordó, manejando el rastrillo con soltura. Nadie diría que este muchacho, ahora ya hombre joven, había tenido una infancia casi trágica, una niñez de locura inducida.
Pero la suerte que es grela, fallando y fallando, quiso que se juntara con unos malandrines que andaban en el juego de cartas, capitalistas de la timba que lo adiestraron para sentarlo en las mesas de juego clandestino, fascinados por la memoria que tenía el Chiche para llevar la cuenta de las cartas que cada jugador pedía,  acertando las posibilidades en el malicioso juego del Póker. También mintiendo astutamente, como el verdadero tahúr en que se había convertido.
Se hizo timbero famoso en todo el norte de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y sur de Santa Fe, suelto ahora de la mano protectora del entonces ya ex –diputado, que había vuelto a ser un sencillo vecino de mi pueblo, finiquitando sin pena ni gloria su prácticamente inútil desempeño como legislador.

Fue por aquel entonces que el sortilegio de la noche lo llevó al Chiche para el cabaret, donde conoció mujer. Por el juego del amor se desgració, incitado por  una mariposa de la noche, embrujadora meretriz que se divertía, vana y caprichosa, con los celos de él.
Fue cuando mató, como si tal cosa, a un cafiolo varón que quería birlársela.
Lo mató, sin modificar ni un ápice su sempiterna mirada fija de exaltado. Lo mató ahorcándolo de atrás, con una cuerda igualita a la que lo tuvo por mucho tiempo atado y sometido, siendo chico.
Desde hace muchos años otra cuerda rodea ahora su cintura. Ésta es bastante más endeble, no sirve para apretarla alrededor de ningún cuello. Sólo sostiene el burdo pantalón rayado de preso, que hace juego con las rayas de su chaqueta carcelaria.
Tiene canas, sigue recluso allá en la cárcel de Junín, siempre con su permanente misteriosa loca mirada, como de atormentado desconcierto o de eterno asombro, jugando al ajedrez con los otros presos y hasta con el director. A veces, también con el psiquiatra que lo contiene.
Siempre ganando, claro.


El Norte nos llamaba con sus dulces tonadas y sus paisajes en flor. Y hacia allá marchó la locomotora para detenerse en el Jardín de la República: TUCUMÁN. Pues otro pasajero se sumaba: RUBÉN AMAYA, quien ya ha compartido otros viajes con nosotros. Nacido en Tucumán vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires. Desde el año 90 está radicado en su provincia. Obra publicada: 1982 - Simple como el pan (Poesía). 1985 - Para no decir adiós (Poesía) -1986 - Las palomas pueden ver más de cerca el corazón del hombre (Relatos y poemas). 1986 - El viejo compromiso y la mejor tristeza (Poemas). 1987 - El arte por la vida (Ensayo). 1989 La calesita no se rinde (Cuentos y poemas). 1992 Sur... el olvido ¿Y después? (Poemas). 1994 - Crónicas del regreso (Poemas). 1996 Viaje en cuento (Cuentos). 2002 ¿A cuánto se cotiza la cultura? Primera parte (Ensayo)- 2006 ¿A cuánto se cotiza la cultura? Segunda parte (Ensayo).
Ha obtenido diversos premios municipales, provinciales, nacionales y en el exterior. Dos obras de teatro puestas en escena en Buenos Aires. Una importante producción de canciones con músicos del país y de América. Recitales compartidos con importantes figuras de la canción, de la poesía y del teatro, de Argentina y de América. Ocupó cargos relevantes en diversos movimientos y organizaciones artísticas, como por ejemplo Co-Presidente del Movimiento de la Nueva Canción, en su segunda etapa, y tres veces Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores – S.A.D.E de Tucumán. Hoy nos trae dos relatos de fantasía, realmente hermosos.  

HISTORIA DE AMOR

Un día vegetal, que no es el mismo día que conocemos, porque las plantas no cierran los ojos durante unas horas para olvidarse del mundo; uno de esos transparentes días en que las rosas sostienen interminables diálogos con el sol, y los malvones solicitan la ayuda del viento para enviar mensajes a las azucenas; un día tan repetidamente mágico que solemos ignorar, nació una enredadera. La recién nacida pensaba que a nadie le importaba. En realidad, el sol atenuaba sus rayos para no lastimarla; el viento, aún en sus frecuentes momentos de mal humor, cuidaba no golpearla; la lluvia caía en los brazos de plantas más grandes para que dieran de beber a la pequeña en la medida conveniente la enredadera madre acomodaba el espacio necesario para que creciera sana y feliz. Urgida por una insaciable y tenaz curiosidad, la plantita estiraba sus insolentes brotes. Por fin pudo asomarse al borde la maceta y entablar amistad con sus vecinos. Un grupo de abejas, una vieja lombriz que la había acompañado en el vientre materno: la tierra. Las plantas tienen dos madres, la planta que las origina y la tierra que las fecunda. Esto de tener dos madres es uno de los motivos por los cuales las plantas no se dedican a la guerra.
La
enredadera creció hasta ser una hermosa adolescente. Delgada, elegante, sus múltiples brazos se cubrían de espigas blancas que derivaba en delgadas hojas de un verde sólido y destellante. Su vida se desarrollaba en una casi perfecta armonía. El margen de desorden era el necesario para el asombro. Este fue, cuando apareció un raro forastero. Tal vez arrastrado por solapados vientos o por su propia decisión, un hilo de plástico colgaba del alambrado. Su detonante color dorado con motas blancas y amarillas, fue observado por el vecindario vegetal, con verdadera curiosidad que derivó a una amistosa indiferencia. Para la joven enredadera fue un impacto. Sin motivo, sin explicaciones, se enamoró del extranjero. La planta madre, sus hermanas, sus amigos, le advirtieron de lo insensato del asunto. Inútil. La joven sólo sabia de su amor. Este era inaccesible, indiferente. Lo cual avivaba la pasión de la adolescente. Entonces recibió la comprensión de su otra madre, la tierra, quien le dio el vigor necesario para crecer en dirección al objeto de su amor. Cuando llegó a él, con la complicidad del viento, cada mañana le ofrecía una danza donde palpitaba el dolor del amor no correspondido, la alegría de un ser vivo, las interminables preguntas de quien está creciendo, la ternura de las criaturas limpias, la desvergüenza de quien ama sin reglas ni prejuicios. El hilo de plástico por momentos se dejaba acariciar, a veces la rechazaba airado. A la joven enredadera le bastaba con su amor. Decidida se unió a él. Lo rodeó con sus brazos y fue apretando su cuerpo al dorado cuerpo del extranjero. Ella, palpitante y sedienta; él indiferente. Ella le hablaba de sus amigos, de sus vecinos, de su serena vida familiar; él, de elementos químicos, maquinarias, laboratorios. Ella soñaba con un universo donde la armonía y la alegría fueran la nota dominante; él tenía la visión de un mundo de plástico. Plástico en lugar de madera, de acero, de papel. Casas de plástico, vehículos de plástico ¿Y porqué no? Algún día... hombres y mujeres de plástico. Como es natural, llegó el momento de las definiciones. El hilo exigió a su enamorada que se desprendiera de sus lazos afectivos y lo siguiera en su camino. Ella estaba dispuesta. Pero, he aquí una vez más la importancia de contar con dos madres: la planta madre entrelazó con firmeza sus brazos en torno al cuerpo de su hija, mientras la madre tierra sujetaba sus raíces. Esto exasperó al hilo. Al hacer un violento esfuerzo por arrastrar a la enredadera, se rasgó el extremo que lo mantenía sujeto al alambre, pudiendo comprobar ella, que él no tenía nada en su interior. Sólo plástico. Frío, insensible plástico...Esto podría merecer una moraleja. A mí lo único que se me ocurrió fue desenredar el hilo y regar a la enredadera.
En el país de las hormigas, todos sabían que “el ahorro es la base de la fortuna”. También era de conocimiento general, que el orden era la única forma de garantizar el progreso...Entonces, ordenadamente ahorraban. Todo lo que se les cruzaba en el camino, sin saber para qué, almacenaban cosas que podrían haber alegrado algún momento de su vida pero en lugar de usarlas, las guardaban: el aroma de un pimpollo de rosa, el eco del canto de la cigarra, la frescura de la risa de un niño. A doña Juana Hormiga (en el país de estas hormigas todas tienen el mismo apellido, hasta la paternidad es una actividad colectiva), jamás se le ocurriría, ni soñando, (si a las hormigas se les permitiera soñar) que alguna vez podría hacer un camino distinto al de todos los días, o que la rutina podía ser alterada con un mínimo gesto creativo.
Todos los días, en el país de las hormigas, se desarrollaban exactamente iguales. El mismo saludo con los mismos vecinos, el mismo camino, las mismas rosas para masticar...No sé si les aclaré que hablamos del país de las hormigas negras, a menudo atacadas por las hormigas coloradas, (feroces y depredadoras) para quitarles sus ahorros. Un día de otoño, doña Juana Hormiga estaba ocupadísima cortando una hoja de un rosal. Era un rosal viejo, sus hojas y sus pimpollos, muy duros y pesados. Doña Juana cortó un pedazo demasiado grande, aún para ella, acostumbrada a cargar pesos que nosotros ni podemos imaginarnos. Terminó de cortar su enorme pedazo de hoja y comenzó su camino de regreso. A poco andar sintió que el peso de la hoja la abrumaba, de todas maneras siguió su camino (era lo único que sabía hacer). Cada paso le costaba mucho más que el anterior, hasta que sintió que sus pinzas no aguantaban y el pedazo de hoja se le cayó encima.
En un primer momento se quedó inmóvil, esperando recuperar sus fuerzas. Poco a poco sintió que el pedazo de hoja la cubría del frío que ya invadía el aire, además comenzó a sentir algo muy extraño, algo totalmente desconocido en la historia del país de las hormigas. Sintió que permanecer ahí, cubierta por el pedazo de hoja, y sin hacer nada, le producía una sensación muy agradable. Sorprendida y ¿Porqué no? inmovilizada por descubrirse cansada y cómoda en su inesperado descanso, fue asaltada por más sensaciones desconocidas. Los ojos se le cerraban y las cosas que le rodeaban se veían cada vez más lejanas y borrosas.
Finalmente, aunque Doña Juana no lo sabía, se durmió. Y soñó. Se vio ella misma y a sus hermanas, que en lugar de marchar silenciosa, triste y disciplinadas una detrás de otra, yendo y viniendo siempre por el mismo camino, siempre haciendo lo mismo, bailaban al compás de un sonido extraño que, en su sueño por supuesto, una hormiga luminosa y con alas le enseñó que se llamaba música. Y notó, siempre en su sueño, que tanto ella como sus hermanas emitían también otro sonido extraño, que la misma hormiga luminosa le susurró al oído que se llamaba risa. Y soñó. Las hormigas que nacían, eran cuidadas por sus madres. No había una hormiga reina, sino que todas decidían que hacer, y entonces se ayudaban unas a otras. Cuando llegaba el invierno, le daban de comer a la cigarra que era la artista que alegraba sus días de trabajo. Soñó tantas cosas, que haría falta un libro aparte para contarlas a todas.
Finalmente, como es natural, despertó de su largo sueño. Emprendió el camino de regreso al hormiguero, tan confundida que varias veces confundió el sendero. Naturalmente también, al reunirse con las demás hormigas, contaba lo que le había sucedido, a todas las que se le cruzaban en el camino. Y les contaba todo lo que había visto en su sueño. Que felices se veían. Al principio nadie le prestaba atención, demasiado ocupadas en su rutina. De pronto, alguna hormiga se detuvo a escucharla; luego, otra se animó a preguntarle; y luego otra que le prestaba atención, y luego otra, y otra. Y en algún momento se formó una rueda de hormigas escuchando los sueños de Doña Juana.
Así, Doña Juana quedó en la historia del país de las hormigas. La primera que se atrevió a soñar. La primera que transmitió sus sueños al resto de las hormigas.
Y la hormiga que inauguró la condición de presa política.

En el aire flotaba un rumor de bombos y un aroma a chacareras. Es que estábamos cerca de la entrañable SANTIAGO DEL ESTERO. Y allí nos dirigimos para que ascendiese nuestra pasajera STELLA MARIS INCOLA. Dejemos que ella nos hable: “Nací en un pueblito de la provincia de Buenos Aires, Juan José Paso.  Sigue alimentando mi alma,  el  recuerdo de sus calles de tierra, los colores  y dibujos increíbles de las mariposas que invadían el verano  y  buscaba incansable aquella a la que Dios le había escrito un número en sus alas enormes, según me decía mi hermano mayor, compañero de aventuras, para quedarme con el premio (cuál sería nunca lo supe). A veces, creo que sigo tras ese sueño y es lo que me convence y gratifica: aún vive esa niñita en mí. En “Origen” describo el patio de la casa donde nací. Los paseos encaramada en “la máquina”, como mi padre llamaba a su cosechadora, durante las siestas, cuando lo acompañaba a segar las espigas, que formaban una lluvia brillante a nuestro costado, aún siento en la cara el olor del campo y era mío todo el sol y el aire que hacia volar mi pelo y me producía una sensación de felicidad inenarrable. Luego, vino el traslado a la ciudad y …  el encuentro de otro mundo que con mi hermano procuramos acomodar a nuestro recuerdo . Así, el  patio de nuestra nueva casa se transformó en un pequeño escenario de aquello que nuestros corazones añoraban. Mi padre nos traía animalitos del campo: un zorro, una liebre, pichis  y peludos que vivían en grandes cilindros de lata y que, nos terminaba provocando  llanto y tristeza porque, invariablemente se escapaban. Por las noches atrapábamos luciérnagas, las poníamos en frascos y los llevábamos a nuestro cuarto. Nos dormíamos viendo sus pequeñísimos vuelos luminosos. Esto es algo, solo algún detalle de mi infancia, obviando los paseos en el carrito del lechero, de las fogatas de San Juan y San Pedro, de la búsqueda de nidos trepada en los árboles, de los juegos en la vereda en las noches de verano. Le debo a la vida, espero poder cumplir en algún momento, un relato novelado de mi infancia  y lo que la precedió. Una bandera roja de remate flameando en el patio  cerró esta etapa de mi vida y me preparó para salir al mundo, tenía 8 años. Viví desde esa edad, alternativamente, en Castelar y Pehuajò. A los 17 años fui a La Plata, hice la licenciatura en Relaciones Públicas y Humanas y trabajé allí. Me trasladé años después a Capital Federal. Me enamoré y casé con un santiagueño y vinimos a vivir a Santiago del Estero. Aquí tuve mis 3 hijos varones, me divorcié. Quedé aquí y adopté “ciudadanía” santiagueña. Hice radio. Creé, produje y dirigí un programa con la base musical de tango, su historia, sus compositores, su danza. Difundí la obra de los poetas y escritores de las provincias, de  plásticos, de  músicos, mediante notas, visitas de los autores y en mi narrativa personal. Todos los creadores de arte que lo desearon, tuvieron su espacio en mi programa al que identifiqué como ” Faltaba encontrarnos”  su cortina musical fue “Con una flor en la mano” de Facundo Cabral, y “Mi dolor” un tema precioso interpretado por las guitarras de “Los Indios Tacunau”. También ejercí el periodismo independiente, cubriendo notas de corte político y social para la emisora en la cual tenía mi espacio radial. Desarrollé esta actividad durante 7 años aproximadamente. Dejé comenzada la carrera de derecho y sociología. Trabajo  en el área de Salud Pública, comencé cubriendo el cargo de Encargada de Prensa durante la intervención del año 2004, y actualmente, tras asumir el gobierno electo, estoy en una unidad de atención primaria de la salud, lo cual resulta también interesante y enriquecedor. Asisto a encuentros, cuando y cuanto puedo, por lo maravilloso que es encontrarte con los amigos y compartir afectos, sueños y sentimientos. No hablo de premios, no son relevantes, los premios no hacen que brindes lo mejor y lo más profundo, no niego la satisfacción del ego, pero prefiero que alguien, un solo ser humano, se identifique en un verso, sonría . . . .o llore. . . de emoción, ternura … que ese poema toque, acaricie, despierte  el costado de un recuerdo, de un pequeño trozo de vida que creíamos perdido. Ese es el número en las alas de la mariposa que aún busco”. Participante en Antologías y Muestras literarias editadas en diferentes provincias. Ultima de ellas "Celebración de la Palabra" Muestra Literaria, Poesía y Narrativa editada por: "Escritores del Nuevo Tiempo" de Santiago del Estero. De interés educativo para niños y jóvenes. Del material que me envió he seleccionado (por cuestiones de espacio) una serie de poemas que muestran su sensibilidad profunda.


A MIS HIJOS

Mi vientre fue tres barcos
Y veintisiete lunas.
Tres mares con playa
Y caracolas.
Tres canciones de amor.
Tres inviernos
Despertándose al sol del mediodía
Fue el sonido del bronce
Y la paloma
Con su arrullo ronco y tibio.
Los sueños, la espera
Y destino del árbol
En estación de fruto.
A veces. . .
Entre lágrima y piel y transparencia,
En medio de la noche
-casi nada, casi nadie, casi desierto el mundo-
Un ovillo de miedo quiso tejer su nido.
Pero mi vientre fue
                              Tres barcos que navegan
                               Tres pájaros azules
                               Tres árboles que crecen
                                Tres canciones de amor
Y un devenir eterno en tres latidos.


MARIA – CUENTO DE INVIERNO –

La mirada perdida, los labios entreabiertos.
Un retazo de gris cubriéndole su cuerpo.
Arrancado a la tela el color del cabello
Y su rostro una copia de algún cuento de invierno.
Se marchito la rosa temprana de los sueños
En su seno,  dormidos  quedaron los recuerdos.

Mansa. . . .Suave. . . . En el pozo más triste de  la vida
Donde existir es muerte. . . . .y morir un proyecto
Celestial que no llega a limpiar el infierno,
Está María acunando un gastado muñeco,
En medio de las tardes, en la esquina desnuda,
Donde un árbol de otoño se viste con el viento.

El tapial derrumbado de la vieja casona
Descubriendo la sombra de un gran pájaro negro,
Es el mudo testigo del canto de Maria.
Corazón de misterio y ternura escondida
Aflorando en caricias y canciones sin eco:
-Duerme, mi niño, duerme- - que tu madre te cuida-.

Un corazón de trapo apretado a su pecho
Acompaña la ronda sin color de sus días.
La razón extraviada  en un ángel sin cielos
Y el tapial derrumbado de la vieja casona,
Descubriendo la sombra de un gran pájaro negro
Es el mudo testigo del llanto de Maria

EL MENDIGO

Lo vi perdido, ausente.
Alargada silueta recostando su sombra
Contra el fuego que enero
Encendía en la mañana.
El estaba. . . .¿Quién sabe? . . .
Si liviano del peso de recuerdos y sueños.
Quizá el cristal del tiempo
Desgastó y fue rasgando
Los retazos azules que cantan los relojes
Y lo dejó vestido con sangre, piel y huesos.

Lo vi perdido, ausente.
Sin mensajes, sin nombre.
Doblando su memoria la esquina de la gente.
¡Tan olvidado y solo!. . . .
En medio de esa plaza con palomas y flores,
Entre ramos de globos y el juego de los niños.
Sin ternura, sin puertos.
Sin la mesa esperando con el mantel tendido.
Estaba allí
. . . .Deambulando los vientos. . . .

. . . gota de agua solísima, resbalando su ruego
Entre flores. .  . Palomas. . . .
Y el sol de la mañana estallando en el cielo.

DESTINO

En este extraño suelo que me toca por casa
Con su espacio de voces y luz en movimiento
Un coloquio de especies se estremece en el aire.

En este incierto mundo de miedos heredados
Desde una antigua tarde detenida en el tiempo,
Van cantando los hombres la oración del silencio:
Mientras les crece el alma en el trajín
-golpeando, plantando las estacas,
Abriéndose camino. . . esbozando senderos –
Sabiendo que le sirven al corazón sediento
Los ríos largos de sangre
¡También se vuelve río!
Y avanza sobre el surco, con un rumor de espigas
Que toma consistencia por debajo del viento.

A todo ese prodigio de seres pertenezco.
Soy un punto y palpito en medio del misterio,
Y sé que eres tú, vida, de todos los milagros
La forma que El dibuja para acercar mis ojos
A la tierra que piso. . .!Y es toda de milagro!
En sus duras entrañas donde incansable ordena
Raíces y metales
Y organiza los ciclos de siembras y cosechas,
Reposará mi anhelo de semilla y de sueños.
Sobre esa alfombra oscura tendida al infinito
Tendrá respuesta cierta mi última pregunta

Así, de a poco – Vida – sobre ti irán dejando
Lentamente, sin peso, mis párpados cansados
. . . sus luces. . . .Sus recuerdos.

Un destino fundado sobre pieles y huesos
Que mañana, otros hombres,
Le llamarán: “Mi historia”

EL PACTO

Tú sabes como es esto
Esta rueda que gira
Infinita y perfecta hacia el túnel del sueño
No turbe tu alegría, ni tu amor, ni tus ansias
Mi falta de respuesta
A las preguntas tuyas
Si la vida me lleva
Al abismo o al cielo.
Tan solo. . . . . .

¡Búscame!
En los sonidos de las viejas campanas.
Riega mucho un jazmín y que sus gajos crezcan,
Deshace entre tus dedos puñados de su tierra.
Observa atentamente el vuelo de las aves
Hasta encontrar los nidos
Allí. . . . .
Donde se ocultan las fugaces estrellas
Y los cantos del viento estremecen las hojas.

¡Búscame!
Donde la lluvia alisa
Con su peine los huertos.
Se confunde en el aire la lejana capilla
Con su cúpula blanca
Coronando las nubes,
Y el paisaje del pueblo
En el rostro del ángel.
En un frescor de charcos, donde se duerme el agua.

Porque. . . .
Si allí me buscas
. . . los jazmines, la música, las hojas,
El ángel, la capilla del pueblo de mi infancia,
Los graves, viejos bronces
La lluvia
Las palomas
. . . .Te dirán
. . . .-No la llores. . .ella ha vuelto a sus cosas


Nos habían agasajado con riquísimas empanadas y buen vino, habíamos bailado unas chacareras pero ... era hora de partir. La locomotora humeó a modo de saludo y emprendimos al tranquito corto el regreso al pago. Y aquí estamos ... esperando ahora los amigos que quieran acercar sus trabajos a: millaco@ciudad.com.ar. Y a no olvidarse de la minibiografía. Los dejamos que disfruten con la lectura
Un abrazo
                                                           CRIS