Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 32

MIS QUERIDOS PASAJEROS

¡¡ BIENVENIDOS AL TREN !! en este mes mundialista, blanquiceleste y embanderado a más no poder, volvemos a caminar la vía en busca de las voces de la Patria. Que no se agota en nuestra argentina geografía sino que, excediéndola, abarca toda América. Pues la universalidad es nuestra consigan poética y social.

Y se encontraba la locomotora largando humito y haciendo sonar el silbato cuando llegó, a las corridas, una pasajera, vieja amiga de esta maquinista y de estas Letras. Pues LIANA EIRAS DE ORBEA ya nos acompañó en el Nº 15. A esa multifacética biografía me remito y les cuento alguna novedad. Hete aquí que la dama decidió presentar su PRIMER LIBRO. ¿Cuándo? ¡¡Pues el día que cumplió 80 años!!!!!!!!! ¡¡Pavada de presentación y estreno!!!! Pues, además, se dió el "lujito" de ver su escritura engalanada con las obras de 31 artistas plásticos de esta ciudad. ¡¡A lo que lleva la fama de la doña!! Con lo cual demostró, cabalmente, que para las cosas hermosas no hay edad si hay ganas y "polenta" para vivir. Su libro se llama "4 X 20" y de él son los cuentos breves que acompaño aquí y de los cuales recomiendo atenta lectura. Me dio un enorme trabajo la elección, pues estoy enamorada de todos sus cuentos. Espero que también sean de su agrado. Y termino esta presentación con palabras de la autora (a manera de prólogo de su libro): "Supo decirse -y algunos todavía sostienen- que un ser humano sólo llegaría a la plenitud luego de haber cumplido tres objetivos: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Con sólo 7 años, en una tórrida siesta de verano, estropeé el primoroso jardín de mi casa plantando a escondidas un aguaribay que mi padre tenía destinado llevar al campo. Cumplida dicha primera cláusula, manifiesto que tuve a mi hijo en 1.958. Nunca me animé a generar un libro; apenas me atrevo hoy a mostrar estas líneas que, sin duda con los brillantes trazos de mis amigos artistas plásticos, se valorizan"

TERQUEDAD

         Había partido de su terruño allá por 1916 dejando enterrados a sus padres y vivos a sus ocho hermanos diseminados en la cuenca de Pamplona.
         Recaló en General Pico (lástima que cuando decía General Pico, las letras no tenían para él, el sonido bizarro de Guernica, Urbasa, Orbea, Andárroa … )
         Aquí dobló el espinazo siempre mirando al suelo y ajustó la faja negra que heredó de su padre y de su abuelo, a quien solo conoció por un daguerrotipo que lo mostraba de pie al lado de una mujer enjuta –su abuela- ¡parecía las clásicas pinturas de Flores Kaperoxipi! ¡Su faja!… si habrá conocido amaneceres de sequías persistentes que le partían los finos labios mientras esperaba decirle a Marichu, esa vasquita rosada y algo rolliza, cuánto pensaba en ella!
         Sólo una tenue sonrisa en medio del gesto duro, un temblor casi imperceptible alteraba su cara cada tres meses cuando la veía venir desde Macachín para hacer sus compras en General Pico.
         Pasaron muchos años. Los 14 de ella ya eran 20.
         Entonces juntó coraje una tarde y con la seguridad de sus sentimientos le ofreció cuanto tenía: su metro noventa y cinco hechos en el trabajo, las manos callosas, un pedazo de tierra alquilada y la faja que ceñía su cintura, como símbolo de la honestidad de sus mayores.
         Se casaron pronto. Marichu el dio tres hijos varones (la hembrita no llegó nunca para poder ayudar en las tareas de la casa)
         Ella, además de esposa y madre era el peón multiuso que la tierra rebelde necesitaba.
         Vinieron años muy bravos, alzas del arrendamiento y pérdidas de cosecha. Iñaki y su esposa se multiplicaban en los trabajos diarios, a la vez que achicaban sus raciones en beneficio de sus hijos.
         La faja ceñía con más vueltas la cintura del hombre, en tanto que las mejillas de Marichu caían descoloridas,
         Viento y sequía; sequía y vientos pampeanos …
         La mesa familiar empobreció. Del plato hondo lleno de polenta que conocieron en La Pampa, pasaron a una mínima ración. El pan entró a mermar mientras ellos redoblaban fuerzas y voluntad rayanas en porfia tan característica de la raza euskera.
         Una noche hasta cedieron sus migas a los niños. El hambre los despertó más temprano que de costumbre.
         Pese al intenso frío, Iñaki y su familia fueron con las azadas a quebrar los terrones indómitos que parecían no ceder a la terquedad de la gente.
         Ese mediodía sobre la mesa de la cocina no había más que silencio.
         Cada uno ocupó su lugar habitual, encendieron  un pequeño fuego, acaso para entibiar el orgullo del vasco quien ordenó: ¡Cantad!
         Y todos entonaron a viva voz las canciones populares de sus antepasados.
         De pronto Iñaki Saldubeherre ajustó con otra vuelta más la faja que buscaba caérsele y dijo a su familia: “por fin pasó esta puta hora de la comida; volvamos al trabajo”


TABACO Y ROUGE

         Venía de clase media alta. Atractiva, elegante, inquieta, moderna.
         Hasta de entrecasa, el cigarrillo siempre encendido; hablaba –en esos años- de su audaz liberación.
         Se casó muy joven y su matrimonio fue un fracaso.
         Siempre venció en las contadas derrotas que soportó en la vida.
         Luego del divorcio, una nueva locura golpeó su corazón, quiso completar emociones y volvió a creer en otro hombre.
         Le ofreció hasta su fingido llanto con tal de contener el orgullo del macho.
         Crecía en ella una duda. No tenía razones claras para el rechazo, pero algo de leve luz, generada por la esperanza seguía alimentando su alma.
         Esos recelos los conoció su mucama y confidente.
         Semanas más tarde, después de una cena con un matrimonio muy amigo, mientras esperaban el café, el marido y el mejor amigo de la casa se retiraron.
         La empleada alertada, los siguió sigilosamente hasta el dormitorio matrimonial.
         El hombre se desnudó rápidamente, como enloquecido.
         Pintó su boca con el nuevo rouge francés de su mujer y se tiró, desesperado, sobre su amigo, que, ansiosamente, lo esperaba en la cama grande.


La locomotora soltó su pitido final y arrancamos. ¿Rumbo? Pa' los pagos del Litoral, precisamente Entre Ríos, pues allí debía ascender el poeta ALFREDO ARIEL CARRIÓ DE LA VANDERA. Residente en la ALDEA BRASILERA (de la provincia mencionada) así se presenta:
"Comencé este trabajo a los 16 años en "POESÌA BS.AS." junto a ALONSO, URONDO, AGUIRRE, BRASCO, BIRRI y otros. De allí en más o sea 44 años. viajo continuamente, escribiendo, dando cursos y esencial: la RADIO. Mi programa "ANDANDO, SIMPLEMENTE ANDANDO" tiene 43 años y ha recorrido gran  parte de Latinoamérica y Europa. Fui profesor de ARTES VISUALES Y COMUNICACIÒN SOCIAL en la UNIVERSIAD NACIONAL DEL LITORAL, hasta que me "rajaron" con el golpe. Me exilié en distintas zonas del país y del extranjero. Seguí andando. Siempre con la poesía y el cine documental (de esto trabajo actualmente) igual que subsidiado como corresponsal del NUEVO CINE LATINOAMERICANO designado por GABRIEL GARCÌA MÀRQUEZ hace ya más de quince años. Viajo constantemente. Estoy en inminente situación de partida. Esta misma tarea concreto para la ESCUELA DE CINE Y TELEVISIÒN de SAN ANTONIO DE LOS BAÑOS en CUBA  que represento. Cuando estoy en la Aldea escribo constantemente poesía y relatos breves. Tengo siete libros y actualmente, la UNIVERSIDAD NACIONAL DEL LITORAL  está editando: "LA MEMORIA Y SUS GOBIERNOS" (POEMAS DETRÀS DE LA JAULA) próximo a aparecer. Tengo una magnífica hija y dos perras. Como a las doce en punto y me baño a diario en el medio de un verde que no perdona. Estoy partiendo para Estados Unidos con una invitación de la ESCUELA DE ARTE de NEW YORK . Tengo mucho. Me gusta andar y vivir lo más intensamente que pueda sin medir ningún tipo de consecuencias. Y AHORA QUE ESTOY EN EL ANDÈN NO PIENSO  TOMARME EL TREN, NI EL ÒMNIBUS". Disfruten sus poemas.

“LA CANCIÓN DE LOS HUBIESES”
De haberlo sabido hubiese llegado antes
para hacerle compañía a los locos de un loquero
y a los inocentes  que riegan la tarde .

Caminé la soga con seguro de finales
y aunque me ajustaba el uniforme
de una vieja primavera
caí de bruces con la falsa llave de los palomares .

Cada una de las torres
del destruido camino a la nave
me lloraron para arriba
cuando era indispensable reírse para abajo .

Hubiese llegado
el día de la virgen de las tempestades
con presencia de buitre y bandido
a repartir las monedas que dejan en los atrios
los que tienen monedas ,
moneditas, medallas al ocaso.

Aquellos que jamás  se agacharon para amar
y  resignan seriamente
a los que ya no tienen ni hubieses ni habrá .

Tal vez tendría  un par de árboles más
y un amor escondido en la plaza del pueblo
y algunos baldes de ternura para acariciar .

Pasaría las tardes en lo de Ignacio
con los amigos de nunca
y los vinos     que entrada  ya noche
te vuelven incoherente
como un niño abandonado  sin alas
y sin las  yemas de las plumas.

Tentar la vida  en las morgueras húmedas
y saludar a los ladrones  de jazmines
y a los enamorados con ganglios de  rosas.

En verdad no hubiese cambiado bastante.

Las jornadas son tozudas
para los andares  que no saben
donde finaliza la calle,
ni la camisa de fuerza
ni la revolución de todos.


Eso sí me hubiera bañado.
con el agua  bendita  de Juana
y con las jarras del sol amotinándose.

Habría zurcido el corazón
y con los abrazos en alto
hubiese llegado antes.


“JODER, LA VIDA”.
                                                            

El “wallpaper” me observa de frente.
es tu rostro.
Me indaga acerca de la vida.
No parpadea. Es insobornable.

Hoy no vengo a visitar tu rostro, querida.
Estoy como pasando de largo en situación de partida.
Decirte de la vida, joder que arde.

No es cuestión
de arrastrar los carros de jornadas inciertas,
ni de sospechar que la electricidad de los destinos
camina en la cubierta de los barcos que se hunden
el  día de  una  santa paciencia.

Estoy flotando con la saliva de abril
ante  los toros que  me calman.

Una embestida, amor.
Una cornada final que desparrame
los horizontes de miel
sobre adolescentes 
sandalias descalzas.

Decirte de la vida, joder que cuesta.

Mientras sigo la tarde a contramano
pensando que si empieza o se termina,
celebro tu insólita compañía y festejo
el nacimiento de todos los silencios
y el final del día.


MUCHACHA EN PARÍS

En París es complicado arreglar los mundos
porque allí nacieron las flores de Baudelaire .
Bendita madrugada  de las manos en torres
donde pisas la tierra de pequeña muchacha .

París es sucia y limpia por los cuatro costados
y sólo se contradice con la razón.
París no tiene convenios  de temblores
y se guarece  en el rostro de un viejo que canta .

Los que pasaron por París seguramente no tienen arreglo
y no modificarán jamás la virtud de sus dientes .

En  las tabernas del bajo París un amor puede robarte cautelas
y reírse de tu pobre deriva
y de ese desamparo  americano por salvarse .

No te preocupes amor ,
o vivís los paraguas  de una astucia cualquiera
o París te deporta  a la hoguera prendida
donde las historias no tienen prórrogas .

 y además un beso y todo el amor  con sortija de buen augurio !!!!!!!!!

Y el trencito decidió que ya había mateado suficiente con los amigos entrerrianos y apuntó la locomotora hacia la zona de Berisso. Pues quería rendir un sencillo y afectuoso homenaje a un amigo escritor que nos dejó el 10 de marzo de este año: MARIANO GARCÍA IZQUIERDO.  A principios de los años '60 estuvo viviendo en Uruguay por cinco años, donde hizo radio, teatro y escribió para televisión; entre los libros que editó figuran "Llegada al viento y otros poemas" ; "Del amor invitado y otros amores inventados"; hizo la parte escrita de Berisso Fotomemoria I, (un libro que cuenta a través de fotos, la historia de Berisso); desde 1996 conducía la audición de radio "El Firulete" por FM Difusión de Berisso y tenía una pasión muy grande por la literatura y el teatro. Sus palabras de presentación, en el libro "LOS PADRES SIN PLAZA" uno de cuyos cuentos publicamos hoy, nos hablan más sobre su vida y pensamiento: "Nací, hace un tiempo, en La Plata. Por entonces, los recién nacidos tardábamos un par de días en abrir los ojos. Los abrí, justo cuando me llevaron a Berisso. En su cruda luz vi el dolor de la muerte por pobreza, por accidentes laborales, por crueles contaminaciones. Vi la ilusión: Braden o Perón ... Evita, la real y la montonera. Y los ilusionados. Los fieles a la ilusión y sus traidores.   Como todo argentino recuerdo a gente y amigos desaparecidos en la oscuridad que sufrimos entre 1976 y 1983.  La lucha de Madres de Plaza de Mayo fue honrada con justicia por el mundo entero. Los Padres corrieron con otra suerte: muchos padecieron la angustia hasta la muerte; otros, cayeron en la indiferencia cómplice o quedaron atados a lo insondable". Elegí un cuento que, no lo dudo, los dejará pensando y evocando un pasado no tan lejano. En verdad, todos los cuentos conmueven.

PALOMAS DE LA PLAZA

         La vio irse, cruzando por el jardín desde hace tiempo desangelado por la tristeza. Desde la ventana, su figura se empequeñecía en la fragilidad del andar. Día de circular por la plaza. El tiempo no era malo. Por eso llevaba el traje sastre noble y gastado. Y el pañuelo blanco en la cabeza.
         La humedad en los ojos desenfocó la imagen. Cuando desapareció, volvió a ocuparse, como todos los jueves, de las tareas de la casa. Ella caminaba hacia la lucha como un guerrero sin armas. Él esquivaba el miedo pero nunca se lo diría. Más juntos que antes, perdidos en la soledad de un desierto sin respuestas, en un dolor que ninguno de los dos acusaba. Preguntas a nadie, a la nada: ¿En dónde estaban su hijo con la mujer y su nieto? ¿Por qué este castigo? Preguntas que ya no se hacían.
         Se sintió mareado, con una sensación de náusea que aparecía cada tanto más prolongada y al borde de esas ganas de vomitar sin conseguirlo. Apagó el cigarrillo, el segundo de la mañana, y se prometió (otra vez) dejar de fumar. Hay que lavar las tazas del desayuno, tender la cama, pasar la aspiradora; también esperaban el lavarropas, la máquina para cortar el pasto, el arreglo de la canilla del baño que goteaba, había que repasar los muebles, hachar algo de leña – porque el frío se esconde en primavera, pero no se va - seguir con la casa del árbol y seguir, a secas. Siempre. Seguir escribiendo ese relato que llevaba más de trescientas páginas y que iba a terminar cuando su hijo apareciera. Ya pasó lo peor. En el aire estaba la idea de que pronto se llamaría a elecciones. La democracia traería alguna certeza. Se votaría, se elegiría… ¿Volverían? Caminó hasta el fondo del jardín por entre el silencio que provoca una gran ausencia; hace un mes que comenzó a construir la casita en el árbol para su nieto que aún no caminaba. “Pronto vendrá”, se engaña para aliviar un poco el dolor. Muy poco. Levantó la vista hacia el viejo paraíso. En la horqueta ya se tendía el piso de la casita. Hay que levantar las paredes, pensar en un techo a dos o cuatro aguas, darle un gris oscuro al tejado; las placas de madera –que cortó en forma romboidal- eran una textual imitación de pizarra. Con ese techo puede quedar bien el entablonado de las paredes puntado de blanco y los marcos de las aberturas, de rojo.
         Las torcazas ya estaban, con su ronroneo, picoteando el pasto y subiendo a lo más alto de los árboles para arrullarse; la casuarina, pretérita y sombría, era el árbol más poblado. “Palomas pusilánimes y a su vez, poco precavidas”, caviló. Bastaba un zarpazo de los tantos gatos que dormían al sol en los techos, para que sólo quedaran tres o cuatro plumas grises y blancas sobre el verde lóbrego de las clivias. Las otras palomas no daban señales de vida a pesar del luminoso anuncio de la cercana primavera. Esperaba a esas palomas domésticas. Con una, era suficiente para evocar al centenar que desciende en la plaza ante la menor migaja que alguien les tira. Recuerda que su hijo las dejaba alborotar a su alrededor, desafiándolas temeroso y contento; esa aventura era una excitante diversión para sus cuatro o cinco años. Ver una pluma aludía siempre a esa foto que le tomó entre aquellas, ahora remotas, voraces de la plaza: se cubría y descubría con rapidez, las manitos evitando los picotazos en la cara, riéndose a los gritos nerviosamente, con la alegría y el miedo en una mezcla de placer y bronca por no poder atraparlas y porque lo amenazaban; una foto permanente en su memoria. Otra foto igual pero con el nieto, era lo primero que iba a hacer cuando se lo devolvieran. No quería usar esa palabra. ¿De dónde y quiénes se lo devolverían? ¿Devolver? El verbo no se le despegaba. ¿Su nieto no estaba con los padres? Se reprochó ese temor, esas ideas de viejo. Ellos nunca se lo dejarían quitar, se conformó. Tampoco se iba a resignar a un envejecimiento antes de tiempo, a pesar de los dolores al despertar y del colesterol algo elevado. Tenía que estar bien para cuando volvieran. Darían una fiesta. No. Mejor estar solos el primer día.
         Darle de comer a las palomas, a las páginas de su libro, a la esperanza de verlos. Era lo único que le importaba. Todo lo demás no hacía mella en nada. Ni los nubarrones del hambre anunciándose porque lo habían separado de sus cátedras – sin los esporádicos aportes por algunos artículos publicados en España y México no hubieran subsistido -; ella mejoraba las finanzas con la venta a los amigos de artesanías o dulces que elaboraba con habilidad. Además, buscando algún dato sobre el paradero de su hijo habían perdido, en sobornos a falsos influyentes, lo poco que tenían ahorrado. No quería quebrarse del todo por tanta impotencia ni desesperar. No lo llenarían de odio; allí estaban – para espantar rencores – la casita del árbol, las palomas que volvían. Y ese Trío de Schubert tranquilizador que le decía cosas distintas cada vez que lo escuchaba. Por eso lo repetía, mañanas enteras. El diálogo entre el violín, el piano y el chelo decía siempre frases melódicas nuevas, como si las oyera por primera vez. Ahora prometían una larga víspera esperanzada. Ya no le duele el corazón ni siente bronca. No se ahoga, asmático, ni bien pone la cabeza en la almohada. (” Tengo que dejar de fumar” se reprochaba). Ahora la mañana asoma por la ventana volcándole lentamente todo el sol, iluminando los libros, los afiches todavía intactos en las paredes del cuarto de su hijo; la mañana soltando las frases melódicas, breves del Trío, en ese parloteo entre una cuerda aguda y la ronca lamentación del chelo y el golpetear del piano que corre como el sol sin parar. Es demasiada vida sonora y visual para no compartirla, para no gritar la bronca, para no reclamar por la libertad.
         El médico le recomendó dar vueltas a la plaza.
         Circular, verde y solitaria la plaza era el sitio ideal para oxigenar la sangre. Lo hizo durante dos días seguidos. Y luego, a la hora de descansar, se sintió muy bien. Pero ni eso le permitieron. A la tercera mañana de aerobismo, un jeep del ejército con dos soldados y un oficial comenzó a dar vueltas junto a él. No quiso acusar el miedo, aunque lo sentía cada vez más, pero no lo iba a demostrar. De pronto se detuvo. El jeep, también. Intentó salir de la plaza cuando dos manos tomaron las suyas y se las cruzaron en la espalda. Sintió el olor a forraje que tenían los trajes de fajina de los dos muchachos. El oficial se adelantó para mirarlo insolentemente a los ojos. Fueron minutos de silencio estirados por tanta acción física, tanta violencia sorda. Ni una sola palabra. Él no se animaba a preguntar, los soldados no podían hacerlo antes que su jefe; y éste, se regodeaba en una amenazadora recorrida con su vista, desafiante en el cruce de las miradas y despectiva al mirarlo de arriba a abajo. Lenta, morbosamente, sin decir nada, los ojos del oficial amenazaban. De pronto le hizo una seña con la cabeza a los soldados para que lo soltaran. – No lo quiero ver más por acá – le dijo - ¿O todavía no se dio cuenta de que ya nadie corre en esta plaza? Se mata el césped. Váyase. Y no dé vuelta la cabeza hasta dejar de oír el motor del jeep. ¿Entendido?   
         Oír o no oír el motor del jeep era lo de menos. Lo difícil era no escuchar –traído por el viento norte – el tableteo de las ametralladoras en la madrugada. No era suficiente con cubrirse la cabeza con la almohada. ¿A dónde ir? ¿Qué hacer para espantar de la imaginación a esos cuerpos encapuchados, atados en los pies y en las manos, desnudos tal vez?. Blancos cuerpos fosforescentes en la negrura de la noche, llenos de llagas, de moretones, vellos chamuscados y heridas sin sangre. El viento norte espesaba las nubes. El campo no tenía iluminación y lo demás, hombres, armas, autos apagados, eran bultos negros sobre sombras. Todo se hacía con rapidez: cinco, seis cuerpos descabezados por las capuchas caminaban con los pies atados, con dificultad entre la maleza, la basura y algunos roedores huían aterrados. Les ordenaban correr. Imposible con esas ataduras. Algunos caían, a los otros lo volteaban las balas, Todos – de pie, boca abajo o patéticamente encorvados buscando una salvadora posición fetal – eran acribillados.
         Los dos fingían dormir. Los dos ocultaban sus lágrimas. Ninguno de los dos decía nada cuando en la noche esos golpes de la muerte despertaban a todos sus vecinos, tan acurrucados, escondidos bajo sus almohadas; miedosos o indiferentes, vengativos o implorantes. Alguien intentará rezar para distraerse, otros levantarán el volumen de la radio puesta debajo de la almohada para que nadie creyera que estaban despiertos e indiferentes a esos ruidos; alguien repetirá en voz baja el lugar común: “por algo será, algo habrán hecho”.
         No se puede matar dos veces la misma cosa. La primera noche que oyó escupir a las ametralladoras pensó en ellos. Ya está, se dijo, ya los mataron. Y esa fue una idea salvadora. Porque cuando el tableteo quebraba el silencio nocturno, mentalmente repetía lo mismo para calmarse: “Sólo se muere una vez y los mataron en la primera noche. Pero van a venir y vamos a dar una fiesta. No, mejor solos los cinco”. Y el sueño era posible. Entonces a la mañana siguiente, descansado, cierto optimismo lo engañaba una vez más: las ametralladoras habían sonado en una pesadilla recurrente. Nada más que un mal sueño.
         Esa mañana de jueves hizo todo lo que pudo. Rápido y algo desmañado. Como hacía tiempo que ya no se oían los tiros nocturnos, ni siquiera era necesario recurrir a la idea de las pesadillas. Tenía ganas de terminar la casita, algo le estaba anunciando que el día del regreso se acercaba.
         Buscó la escalera, subió hasta el piso tendido en la horqueta del paraíso, lo presionó con la mano, bajó para buscar unos ladrillos y aumentar la prueba de resistencia. El piso soportó hasta su peso. Entonces comenzó a levantar las paredes laterales. Se le aceleraban los latidos. Tomó su ansiedad como una señal, un signo de tiempos mejores. Volvería a verlos pronto. Tuvo ganas de cantar o de silbar, de hablarles a los gatos, a las palomas. El corazón latía acelerándose. Tuvo miedo. Se sintió como en prisión domiciliaria de hecho, sin imputaciones, sin condena. Estaba preso entre las paredes formadas por la vegetación de su jardín: no podía ir hasta la plaza, no podía cantar ni levantar el volumen de su voz. Lo estaban ahogando. Ahora el ahogo era físico. Le faltaba el aire en ese lugar verde como el Paraíso. Un latido muy fuerte y el dolor hasta el hombro mucho más fuerte. Y el piso de la casita que giraba y el martillo que no quiso soltar y que se le quedó acogotado en el puño.
         Ella volvió cuando el atardecer ya había decolorado los verdes del jardín. La escena tomó ese tinte de viejas fotos anónimas que aparecen entre le polvo de los cambalaches en álbumes con imágenes que ganó el olvido. Las palomas que lo rodeaban estáticas, como de terracota, se espantaron al oírla gritar, desgarrada, desde la ventana.

                    De su libro  “LOS PADRES SIN PLAZA”


Era hora de regresar. Sin embargo, en el trencito se habían hecho presentes, casi de sorpresa, seis de mis alumnos 8º III de la Unidad Educativa Nº 15 de General Pico. Por eso les presento a JOSEFINA CID, VALENTINA VITALI, SOFIA TOMASELLI, CAROLINA BRIGNOLI, CINTIA ACUÑA y FRANCO MASSARA.  Por si no lo saben, soy profe de música en esa escuela. Hace unas semanas atrás comenzamos a ver el tema de la Contaminación Sonora. Y como no puedo con mi genio, para culminar la cuestión les pedí a los chicos que trabajando en equipos de tres, inventaran un cuento cuyo tema "de fondo" fuese, precisamente, la contaminación sonora. Aquí les presento entonces la obra de estos dos tercetos, que me llamó la atención por la originalidad. ¿Quién dijo que todo está perdido?

 POR FIN ….

         Estoy acá internado desde hace un mes: 30 días, 2 horas, 20 minutos en el Psiquiátrico Starplan.
         Las horas se me hacen interminables, no puedo más.
         Todo comenzó desde que me separé de la mujer con la que había estado casado diez años, que me había dado tres hijos maravillosos; pero el amor había terminado hacía mucho tiempo.
         Repartimos los bienes y me mudé esperando estar tranquilo; total, era un hombre joven de 35 años que tenía todavía mucho que vivir.
         Habían pasado algunos meses de mi mudanza y empezaron a construir algo en el baldío junto a mi casa. Yo no sabía que sería pero, con el tiempo, descubrí que era una fábrica metalúrgica. No le di mucha importancia.
         Un día, exactamente el 3 de junio de 2.005, comenzaron a trabajar. Primero no se escuchaba nada aunque con el paso del tiempo los ruidos empezaron a hacerse cada vez más notables; pero como no tenía el dinero suficiente decidí quedarme allí.
         Cuando habían pasado tres meses ya era insoportable, día y noche ¡ruido de máquinas! Ruidos de toda clase invadían mis oídos ya ¡los tenía grabados! Y esto me empezó a afectar.
         En el trabajo me desconcentraba, no prestaba atención, estaba desmemoriado, mi jefe ya no me soportaba. Hasta que … me despidieron.
         Me hundí en una depresión total, no salía a ningún lado, dormía todo el día por las pastillas que me había dado el doctor.
         Pero ya ni las pastillas me hacían efecto, los ruidos eran insoportables, me habían causado estress, hipertensión arterial y, según el doctor, tenía un riesgo coronario.
         Seguí viviendo ahí, ya ni mis hijos me visitaban, estaba trastornado, loco. La fábrica fue mi perdición.
         Hice la denuncia y nadie me respondió.
         El 5 de octubre tomé –a propósito – una sobredosis de tranquilizantes, no sé cuánto pasó y empecé a sentir náuseas y mareo, vi pasar mi vida en segundos, sentí miedo, desesperación … que pensarían mis hijos … hasta que, en un momento, no vi nada más.
         Empecé a escuchar voces que decían “Despertó, por fin despertó”. Cuando abrí los ojos ví a mi alrededor enfermeras, doctores, tenía sondas por todos lados, quise moverme, salir de allí pero estaba débil. Le pregunté a una enfermera:
-      ¿Dónde estoy? ¿Hace cuánto? ¿Quién me encontró?
La enfermera me dijo:
-      Estás aquí desde hace una semana, estuviste tres días en coma profundo hasta que saliste del área de peligro y hace cuatro días que estás durmiendo. Pero no creo que salgas de aquí: tienes una enfermedad terminal.
         Por eso estoy ahora escribiéndoles la historia de mi vida. Ya solo me quedan 24 horas de vida. Pero estoy feliz: los ruidos por fin cesaron y pronto viene la paz eterna.




MI DIARIO

         Quién podría creer que ya casi esté por egresar, por cumplir mis sueños de ir a la universidad y formar una vida independiente; pero ¿por qué digo casi? digo casi porque no somos dueños de nuestros destinos y nunca sabemos lo que nos puede suceder. Tal vez yo tenga un destino mejor que éste ¿quién sabe? No sé, por lo menos yo no lo sé: este diario que escribo, o escribía, con estas hermosas páginas frías y mojadas, que guardan mi vida, mi pasado y muestran mi presente e ignoran mi futuro. Si quieren saber lo que oculta este diario, si yo quiero saber, este es el momento, ya que se encuentra en la superficie del mar, listo para ser encontrado y leído. A veces me pregunto quién tendrá la suerte o la casualidad de leer estas mismas palabras:

    “Ya me estaba por ir a la universidad, faltaban pocas semana y ya tenía las valijas listas y una familia inquieta y nerviosa porque era mi primer viaje sola y podría pasar cualquier cosa. Tenía, bueno tengo, un hermano, que vive las 24 hs del día encerrado en su cuarto, escuchando música a todo lo que da y que con el tiempo se va a quedar sordo, según lo que decía mi maestra. Podrá ser música linda, pero horrible y enfermiza para nuestros oídos, bueno, por lo menos yo no la escuchaba… y al final quien es la que se va a la universidad.
    Después de tanto esperar, por fin llegó el día en que emprendería mi viaje hacia mi futuro. Pero siempre recuerdo lo que mi abuela decía “Los últimos serán los primeros” “Más vale tarde que nunca” Estas lindas palabras jamás las olvidaré, pero esta vez se me habían olvidado. Luego de muchas despedidas, besos, abrazos, subí al colectivo que me llevaría a destino. Junto conmigo traía a mi mejor compañero, a mi mejor amigo,  a quien siempre me escuchaba, me escucha: a mí diario.
    Luego de tres horas de viaje todo era ruta, asfalto, rayas amarillas, carteles, árboles, solo cosas sin importancia, pero si entramos dentro del colectivo encontraremos personas durmiendo charlando, leyendo y, al lado mío, una persona con una pequeña que solo lloraba y, a veces, reía. Estábamos cruzando un gran puente, debajo de ese puente veía agua, agua, agua y nada más que agua. Enfrente nuestro venía un gran camión, con la música a todo lo que daba que se escuchaba desde afuera y hasta pocos metros alejados de él. Un conductor muy distraído y una ruta muy difícil de transitar. De pronto me pregunté ¿qué pasa? La madre y su pequeña que se encontraban a mi derecha lloraban y todos gritaban, todo era desorden, bocinas fuertes y continuas y esa música que se seguía escuchando. Sin darme cuenta las ventanas del colectivo habían estallado y nos encontrábamos en las profundidades del frío y mojado mar. De allí ya estaba a salvo, porque me encontraba en las blancas y esponjosas nubes y yo tenía razón, al final me tocaba un futuro mejor y el colectivo, aunque alguno no lo admita, llegó a su verdadero destino.
    Desde aquí se puede observar las luces, las ambulancias y esa música que sigue sonando, y más de uno piensa que es culpable del cambio de destino de nuestro colectivo. Si más de uno hubiese prestado atención tal vez esto no hubiera ocurrido. O tal vez sí, ya que era nuestro destino o, por lo menos, el mío. Aquí arriba todo es paz y silencio, no hay música ruidosa, nada más nuestros pensamientos, no hay reproches, no hay nada. Y mi compañero se quedó abajo, en las profundidades del agua, mojado, esperando que alguien continúe escribiéndolo, que comience una nueva historia ya que esta llegó a su fin”

“13 de Marzo de 1971: Trágico accidente…. “


Ahora sí... ¡¡chuffffffffff ..... chuffffffff......!! y la locomotora apagó sus fuegos hasta el próximo viaje. A quienes me han enviado material ¡¡gracias!! y ya lo verán publicado. A quienes aún están deshojando la margarita, les digo ¡¡anímense!!. Una cuestión importante para quienes son usuarios de HOTMAIL. En casi todas las revistas que envío me vienen " de rebote" varias que pertenecen a esos usuarios. Tomo nota y la reenvío otra vez pero, como comprenderán, no puedo hacerlo ad infinitum. Por eso una sugerencia: ¿por qué no se pasan al GMail que tiene un montóóóóóóóóóóón de espacio y donde hay menos riesgo de no recibir (por no abrir seguido la casilla) esta revista (y algunas cosillas más, imagino)?
Y que, para enviar trabajos y minibiografía pueden hacerlo a: millaco@ciudad.com.ar 
Con el corazón celeste y blanco (y varias velas prendidas) les digo
¡¡¡¡HASTA LA VUELTA!!!!!
                                              
CRIS FERNÁNDEZ