Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 42

MIS QUERIDOS PASAJEROS:

Primaveral y festiva llega la locomotora para encontrarlos, pues nos convoca nuevamente el quehacer literario y la amistad. ¡Qué no son poca cosa!

Y así el trencito arranca y la primera estación será la ciudad autónoma de Buenos Aires, para recibir allí al primer pasajero: FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ. Lo dejo que se presente a sí mismo: "Nací el veinte de septiembre del año 1968 en Capital Federal. No sé a qué hora, ni qué día de la semana, ni si llovía o era un día de sol (Nunca lo pude recordar), a los dos días mi hermano mayor cumplió su primer aniversario, es decir que durante dos días tuvimos la misma edad y siempre festejamos juntos los cumpleaños. Mi padre nos organizaba partidos de fútbol, tercero contra cuarto, al año siguiente cuarto contra quinto y así... comíamos choripanes, hacíamos carreras de embolsados ¡era tan divertido! Para entonces ya había nacido mi otro hermano. Vivimos en Castelar y fuimos muy felices. Mi madre era profesora de Letras, mi padre, Arquitecto. Jugué al básquet, al chupi y a las bolitas. A los ocho años tomé clases de guitarra con el profesor Saldaña. Con mis hermanos armamos un trío de folclore y cantamos en el cumpleaños de la abuela Celia. A los dieciséis escribí el primer poema y era tan malo como solo pueden ser los primeros poemas. Las chicas me esquivaban entonces escribía más y más. A los dieciocho me volví  loco con la música norteña. Toqué sikus, quena, Pututu, charango, armónica, bombo... A los diecinueve fui al primer taller literario. Quería aprender de una buena vez y cambiar mi suerte. Cuando terminé la escuela me anoté en guitarra en el conservatorio Nacional, después me pasé al de Morón, pero Lenguaje Musical hizo estragos con mi alma. Dejé y seguí escribiendo. Fui a otro taller y a otro taller, y a otro y a otro...  Dejé los poemas y escribí cuentos, pero seguían siendo insoportablemente cursis y atestados de lugares comunes. Probé entonces cantar canciones para conseguir el amor de las mujeres, pero desafinaba como un animal, entonces me metí en un coro y nos llevaron a Italia y le cantamos al Papa y estuvimos dando vueltas por el viejo continente. Trabajé de cadete, jardinero, motoquero, cantante en casamientos, artesano, pizzero, vendedor de monumentos al bombero y otros trabajos en los que no pude hacer carrera. Y seguí escribiendo y cambiando de taller y persiguiendo chicas. Conocí a muchas ( Mi suerte había empezado a cambiar y pensé que estaba escribiendo mejor, pero luego me di cuenta que era por mi insistencia, o mis cantos que ahora salían afinados... no sé,  seguro que no fue por mi plata)  En el 98 fui a una compraventa y cambié un televisor por un violín, y a los quince días ya estaba tocando en las peñas. Armamos un grupo de folclore y anduvimos por todos lados. Conocimos a Sixto Palavecino y a mucha gente muy valiosa. Y seguí escribiendo y corrigiendo cuentos del pasado. Volví al conservatorio para estudiar  violín, y seguí en los talleres. ( Voy por el vigésimo) y aquí estoy 37 años después, buscando espacios para mostrar mi arte, luchando por afinar el violín. Yo no sé si aprendí a escribir, la única realidad es que no puedo dejar de hacerlo. Ya no persigo mujeres porque conocí a la mejor". Nos entrega dos cuentos para disfrutar, en un estilo joven y con ribetes de humor.

Nidito de amor

A María la conocí en un asado en el campo y fue lo que se dice amor a primera vista. Comimos, bebimos, nos miramos...Luego me senté a su lado y estuvimos juntos hasta que se fueron todos, entonces fuimos a un boliche y seguimos bebiendo y seguimos conversando. Era dulce y  bella... Me gustaron desde sus ojos hasta su pelo, y su boca, y sus piernas. La manera de reírse, su vida, todo. Cerca del río la besé y nos besamos hasta la medianoche. Volvimos a su casa, resueltos. Hablé con su madre que lloraba desconsolada. María tomó sus cosas y se vino a vivir conmigo, a nuestro nidito de amor, y aquello fue una verdadera fiesta: Tocábamos la guitarra, tomábamos cerveza y hacíamos el amor el día entero. Pero toda fiesta termina, y la nuestra terminó cuando tuve que volver a trabajar.
Ella se quedaba sola en mi pequeño departamento de dos ambientes, y pronto comenzó a sentirse mal. Ni la radio, ni el televisor, ni la maravilla del teléfono con el que no dejaba de llamarme, pudieron aliviarla. – Extraño a mi familia- decía. – Extraño los animales, el color del cielo, el sol, la tierra...
María tenía sus costumbres que no podía ni quería cambiar. Yo intentaba imponerle las mías, y pronto nos perdimos en discusiones interminables.
Le llegué a comprar muy lindos zapatos, y suecos, y ojotas, pero ella andaba descalza, como en el campo. Descalza iba a hacer las compras. Descalza iba a pagar el gas y descalza subía al colectivo.- Así es más cómodo- decía- Si no les gusta que no miren.
Un día la encontré sentada en el umbral, mateando con el encargado. Me enojé y volvimos a pelear, pero me dejó sin argumentos y tuve que disculparme. El idiota era yo, por supuesto. El mal pensado era yo, el que sentía vergüenza por sus pies descalzos, por los rumores y  suspicacias . “Mierdas de la ciudad” dijo una vez, y tenía razón. Ella era simple y frontal, y me quería.
Le hice conocer el cine y el teatro, para tales ocasiones logré que se calzara, aunque nunca la vi con mucho entusiasmo.
Los fines de semana la llevé los parques, al río, pero nada era igual a la tierra de su campo.
Cuando terminó de pintarme el departamento volvió a aburrirse profundamente y  ya estaba pensando en volver.
Le confié mi problema al encargado y logré que en la terraza, en un pequeño y prolijo almácigo, hiciera una huerta, pero la felicidad fue efímera. “Que esta tierra no es buena. Que la contaminación...”
Un día me dijo: - No aguanto más. El sábado me vuelvo para el campo.
La acompañé, en realidad quería asegurarme su regreso. Pasamos allí el fin de semana y volvió a brillar y volvió  a ser la misma dulce y alegre mujer que yo había conocido. Antes de partir me dijo que quería llevarse al loro, el mismo que había criado y enseñado a hablar. Me negué argumentando las reglas del consorcio, pero fue terminante:- O me voy con el perico o me quedo acá.
Como digo la quería. Ya tendría tempo en pensar como hacer para burlar al consorcio. No fue fácil. María camufló al ave entre sus ropas, y luego tuve que esconder en unas cajas una jaula y un aro que le compré.
Una tarde el encargado me tocó el timbre para decirme que los vecinos se habían quejado.
-¿Un...un loro? ¿acá? ¡Nada que ver!- No pude sostenerle la mirada. Mi actuación fue pésima, lo sé. María dijo que me puse colorado. El hombre me miró con desconfianza:
 - Recuerde que están prohibidos los animales en el edificio.
Perico vivía en el baño, era el lugar más alejado de las ventanas, pero a mí no me resultaba nada cómodo sentarme en el trono y escucharlo parlotear: - Porteño buchón, Prr. Porteño impotente Prr...
María ya no era aquella campesina inocente. Al cabo de unos meses se había contaminado con el ácido de mi humor. Simbiosis, esa era la palabra.
Pronto fue el cumpleaños de su madre. Yo debía hacer unos trámites insalvables y no la pude acompañar, y antes de partir le hice jurar que volvería. Y juró, y viajo, y volvió, pero no vino sola, no. Traía una gallina bataraza.
Discutimos, pero la gallina se quedó a vivir con nosotros. Por supuesto, su lugar fue el baño, y cada vez que ponía un huevo María hablaba de economía, ecología y no sé cuántas cosas.
A veces la gallina andaba suelta por todo el departamento, haciendo destrozos. Le gustaba cagar en el sofá y agujerear las cortinas a picotazos.
Por un sentimiento de culpa o de agradecimiento, quizás, María estaba más cariñosa que nunca, su felicidad se transformó en una nueva reconciliación, y hubo tanta pasión que hasta llegué a olvidarme de los animales.
Todo fue inútil porque volvió a hundirse en la tristeza. Una noche al llegar del trabajo me encontré con la novedad que había llenado el departamento de plantas y árboles. Orgullosa me mostraba los helechos, el mandarino, el limonero, el sauce... todas las mañanas los llevaba al cuarto por dónde entraba una ínfima porción de sol, y poco a poco se fueron muriendo. Las macetas eran grandes, pesadas, y al trasladarlas se les caían la tierra que yo barría por la noche.
No fueron días sencillos. A veces me sentaba a tomar mate y la gallina me picoteaba las tostadas.
El limonero se llenó de cochinillas y María dele fumigar, ya no podía ni respirar en  mi propia casa.
Nuestra relación iba en franca decadencia y sentí un impulso muy grande por retorcer el cogote de la gallina el día que deshizo a picotazos un billete de cien dólares, pero una vez más María con sus artilugios logró salvarle el pellejo.
Un martes encontré una nota: “Mi amor, me fui al campo, no te enojes, pero extrañaba a la mama, vuelvo el viernes”.
No me enojé, por el contrario fue un gran alivio. Visité a un amigo, y a otro, y jugué al football, al pool... El jueves volví pensando en tirarme en el sofá a mirar  películas y tomar cerveza, pero María ya había regresado. Me abrazó. Me besó. Me desvistió. Estaba irreconocible! Hacía tanto que no teníamos una escena romántica!. Tuve que ir al baño. Me hallaba orinando muy plácidamente pero me sentí observado. Giré la cabeza y lo vi. ¡Dios mío!!No lo podía creer!. En la ducha un pequeño chancho me miraba con curiosidad. El enojo se me pasó cuando salí del baño y la vi a María en ropa interior. Siempre fui un hombre débil. Lo sé. Y así fue como llegamos a convivir los cinco: María, el loro, la gallina, el chancho y yo.
En la bañera la preparó un corralito donde el porcino permanecía la mayor parte del tiempo. Aunque siempre se escapaba y se paseaba por todo el departamento. Lo que más le gustaba hacer al muy hijo de puta era revolcarse en mi cama.
Ahora al salir de la ducha debía limpiarme los pies den el bidet, y el olor de los animales mezclado con el desodorante de ambiente creó una pestilencia muy particular.
Un día María se fue y al llegar encontré una nota de despedida, pero esta vez no fui a buscarla. Tarde un tiempo en volver a hacer de la granja un departamento habitable. Para festejarlo hice una fiesta con mis amigos. El lechón lo hicimos al horno, el loro al escabeche, la gallina hirvió en la cacerola. Comimos y bebimos como si fuera la última vez, creo que engordé tres kilos.


LOS DIBUJOS DEL ARTISTA

Era una tarde soleada de un día jueves, y desde la ventana del colectivo 115, Mariano miraba el tránsito de la avenida Corrientes. No tenía prisa. En una hora habría de encontrarse con sus amigos en el Centro Cultural La Plaza. Se sentía bien. Las luces de las vidrieras inauguraban la noche que caía serena sobre Buenos Aires. En el anfiteatro, un grupo de música flamenca afinaba las guitarras y preparaba el sonido.
Mariano se sentó en el descanso de una escalera. Comenzó a dibujar el croquis de la fachada antigua que podía apreciar desde su rincón. Su diestra trazaba finas líneas que se convertían en paredes, columnas, ventanas...
Encendió un cigarrillo y como siempre o casi siempre, pensó en Patricia.
La voz de Gal Costa lo embriagó de cierta nostalgia. Las líneas sobre el papel con precisión, y  tan concentrado estaba que no se dio cuenta de que lo observaban.
Solo dejó de dibujar cuando una sombra disipó la luz, entonces se dio vuelta y la vio: Una melena como fuego caía por los hombros de una mujer tan bella que Mariano se sintió conmovido.
-¡Qué buen dibujo!- dijo la mujer al sentirse sorprendida.
-¿Te gusta?- el artista no lo podía creer.
-¡Me encanta! ¿Dónde estudias?-  esta vez preguntó mirándolo a los ojos.
-Estudio arquitectura en la UBA, y también hice algunos cursos de croquis.
-¿Trabajás con punto de fuga?
-En este dibujo sí, pero no siempre. ¿Vos también dibujas?
-Sí, estudio arquitectura pero recién ahora estoy cursando materias de primer año, en realidad me gustaría aprender a dibujar.
¿Té querés sentar?- Mariano extendió la mano, mostrándole el descanso de la escalera. Se sentía feliz.
Sentada se desperezó, estiró su pelo dorado y lacio, y en un segundo Mariano pudo observar sus curvas prominentes, la gracia de su figura y la belleza de sus piernas.
Qué lindo poder dibujar así... ¿Siempre venís acá?
A veces, cuando me encuentro con los chicos vengo un rato antes y me pongo a trabajar. Me gusta. Me hace sentir bien. No sé como decirte, me siento libre, eso es... Siento que cuando dibujo soy yo mismo- Le daba a sus palabras un dejo de profundidad y reflexión. Se sintió muy bien después de tanto tiempo. Quiso impresionarla y ella se dejó impresionar.
En el anfiteatro comenzaba a tocar la banda de música flamenca y su dibujo estaba casi terminado. Ella solo dejó de mirarlo para buscar sus ojos que estaban encendidos. Fue como un rayo, una flecha que atravesó la noche con el filo de sus ilusiones.
Él la tomó de la mano y la llevó a caminar por la avenida Corrientes. En un rincón oscuro la besó. Y fue un beso tan dulce que no pudo dejar de besarla el resto de la noche: En la calle, en el taxi, en las escaleras del edifico de la bella que lo embriagaba como el mejor de todos lo licores.
Besándose entraron al departamento y besándose llegaron a la habitación, y en su camino de amor rompieron un florero, una cortina...
La medianoche los encontró extenuados. Ella lo abandonó por un instante para ir al baño, y él cayó en la cuenta de que no había podido avisarle a sus amigos. Seguro que lo habrían esperado. Se sintió dichoso por esa mujer de la que ni siquiera sabía su nombre. Esa mujer que ahora volvía  a meterse entre las sábanas y volvía a reconciliarlo con el mundo...

Prendió un cigarrillo, y mientras ella cocinaba, Mariano dibujó una mujer desnuda mirando por la ventana.
Luego de los fideos hicieron el amor, y a la mañana, antes de ir a sus trabajos, hicieron el amor, y entre una cópula y otra Mariano comenzaba dibujos que terminaba luego en su casa.
Fue una relación impetuosa. El artista ya no dibujaba perspectivas ni croquis de catedrales. Dibujaba sus piernas, sus senos, su rostro tan bello que lo llenaba de locura, y pronto vio sus trabajos enmarcados en todas las paredes del pequeño departamento. Pero un día no la encontró y al día siguiente tampoco. Habló con el vecino, con el encargado... Ella se había mudado. Ahora ocupaba el departamento un matrimonio italiano.
Mariano la buscó por distintos puntos de Buenos Aires sin suerte alguna.
Triste y desolado buscó refugio en el Complejo La Plaza, se sentó en un banco y se puso a recordar. Abrió la carpeta, observó los dibujos de ese ser que había desaparecido misteriosamente. Los contempló con nostalgia sin darse cuenta que lo estaban observando.
-Qué lindo dibujo-  era una mujer alta, cobriza, de ojos negros. Mariano sonrió y comprendió de las bondades de la noche que otra vez volvía a bendecirlo con sus ofrendas.

La Reina del Plata, como siempre, era puro bochinche. La locomotora puso primera y decidió rumbear para el sur, en busca de ambientes más calmos. Y allí lo encontró a PEDRO SOTO. Nació en Saénz Peña, provincia del Chaco y desde 1955 reside en el partido de Quilmes, provincia de Bs.As. Cursó estudios de nivel terciario. Participa en actividades literarias y ha obtenido importantes premios y distinciones en cerámenes de poesía, cuento y letras de canción popular. Sus trabajos han sido publicados en diversas Antologías. Les traigo sus poemas claros y de engañosa simplicidad.  E Mail: sotopedro99@hotmail.com

UN  CAMINO  INFINITO

En la quietud nocturna como un pozo,
callados los candiles y las sombras,
miro hacia adentro y surge interminable
una calle infinita sin orillas,
y yo me voy por ella y ellos vienen,
vuelvo por esta calle que se aleja
ellos... también regresan.

No me preguntan nada...
yo tampoco me animo a preguntarme.
Sin movernos bailamos de memoria
y cantamos canciones amarillas
hasta que llega el sueño a borrar el camino.

Vuelvo por esta calle larga que se aleja,
voy en silencio mojado de recuerdos,
ellos... se van etéreos,
se van hasta la esencia de los tiempos,
y yo me duermo acurrucado en ellos
y ellos... también se duermen en mis ojos.


VELETA

Eólico reloj sin la chaveta,
mira la inmensidad recto y derecho,
metálico copete insatisfecho,
descontrolado trompo del planeta.

Señalador del viento, marioneta,
volátil pluma va de trecho en trecho,
vigía infatigable de los techos,
espíritu latente de saeta.

Un inquieto reposo somnoliento
despierta con la música del viento,
algo de sueño ausente de cometa,

indaga el aire, mece los anhelos,
remolina en el mundo de los cielos,
baila en el corazón de la veleta.

COMO   EL  AGUA

Yo tenía las puertas clausuradas
por gastados rencores
la mañana que llegó tu alegría
a liberar cadenas y candados.

Despacio,
sin aviso,
ingresaste a mi vida
por grietas y ranuras.

Radiante,
como se cuela el sol por las hendijas.

Sin permiso,
como se filtra el agua cuando llega.

            
POETA  ARAÑA

Con movimientos leves, apenas perceptibles,
en su escondrijo cumple su antigua penitencia.
Tiene un secreto instinto que lo torna infalible,
construye laberintos sonoros con su ciencia.

Sueña el poeta araña meditando apacible,
y cuando las campanas despiertan su paciencia,
desde la entraña suelta las hebras invisibles
y su memoria trama tules de transparencia.

Es un vulgar insecto con humana apariencia,
alucina en rincones lejanos y sensibles
donde urde paciente los hilos con que labra.

Cautivo en su designio transcurre su existencia,
cazador obsesivo, tejedor de imposibles,
vive siempre en vigilia... persiguiendo palabras.


L L O V I Z N A

Era  la  última  mañana  de  domingo.
Me  habló  con  todas  las  palabras
y  hasta  con  el  silencio.

Me  habló  de  un  largo  viaje,
y  se  durmió  despacio.

Era  la  última  mañana  de  domingo
cuando  se  fue  cansada,
a  vivir  con  las  nubes.

Cada  tanto  regresa  una  llovizna
y  siento  que  me  habla  todavía.


¿La verdad? Tampoco andaba demasiado tranqui el sur, por eso el trencito decidió llegarse hasta el oeste bonaerense, a la localidad de Tres de Febrero, donde subiría el último pasajero: ROBERTO SURRA. Nació el 9 de mayo de 1952. En 1975 fue designado como Director de Cultura de Tres de Febrero.  En 1976 fue uno de los primeros cesanteados por la dictadura militar. En abril de ese mismo año una comisión del ejército fue a buscarlo a su casa del barrio El Libertador en Tres de Febrero pero no lo encontró. Fue prosecretario de MAPA (Mensaje Argentino para Argentinos) entidad presidida por el escritor y poeta de origen sanjuanino Miguel Tejada y de la que fuera socio el General Perón. En 1982, con el advenimiento de la democracia fue electo Secretario General del Partido Justicialista de Tres de Febrero. En 1987 Director de Planeamiento y Control de Gestión de la Municipalidad de Tres de Febrero. Fue co-fundador de la Casa de la Cultura de Tres de Febrero y Subsecretario General de esa Municipalidad. Editó los libros Conducción política, de Juan Perón y Mi mensaje, de Eva Perón. Fue el responsable periodístico de las columnas de cultura de Cablemundo, Mega-Cable y Multicanal (1995–96) además de productor y conductor de Estación Cultura programa semanal dedicado íntegramente al quehacer cultural en el Conurbano Bonaerense (Multicanal 1996–97). En 2000, fundó la revista Suburbanía, noticias de Cultura. Desde estos distintos ámbitos del periodismo, se dedicó por entero a difundir la obra de las entidades culturales y de las Bibliotecas Populares de Tres de Febrero. Convocó al Primer Encuentro de Entidades Culturales y Artistas Independientes de Tres de Febrero (1996) y las Primeras Jornadas de Cultura y Universidad (HCD de Tres de Febrero 1996). Ese mismo año impulsó la creación de la Asociación Amigos de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Organizó Primera Exposición de la Cultura en Tres de Febrero (1997). Durante 1998 y 1999 realizó dos encuentros de escritores del Gran Buenos Aires, en los que participaron representantes de veinte distritos abordando temas referidos a la gestión literaria en el sector. Fue co-fundador de la SADE Tres de Febrero y dos veces consecutivas presidente de dicha entidad. Integró la conducción nacional de la SADE Central (1997-2000) que presidía el licenciado Carlos Paz. En 1998 fue elegido Hombre del Año en la Cultura por las entidades culturales de Tres de Febrero. Ha realizado numerosos recitales y conferencias con sus temas dentro y fuera del país.  Recibió distinciones en el ámbito local y provincial como escritor y por su labor periodística difundiendo la obra de los artistas locales y regionales. Es presidente de la Biblioteca Popular General San Martín y el creador del sitio www.cultura3.com. Actualmente, está a cargo de la Oficina Municipal de Letras de Tres de Febrero. 

Obra editada: El último poeta Poesía (1991) Aproximación a Leopoldo Marechal Ensayo (1998)El partido justicialista, hoy y así, ¿para qué sirve? Ensayo (1999) Aproximación a Enrique Santos Discépolo Ensayo (2000) A mi manera Poemas y cuentos (2003) Peronismo y Cultura Ensayo (2003) Del amor, de Juan y de María (Cuentos y poemas) (2006) Incorregibles, (un anecdotario peronista) (Narraciones y poemas) (2006). Integra –entre otras– las siguientes antologías y selecciones: Antología de los Cien Mejores Poemas Lunfardos (1995) Academia Porteña del Lunfardo. El siglo por la ventana (1999) Ronda Literaria (2000) El compromiso de los escritores (2001) Homenaje a Caseros a 110 años de su fundación (2002) La Fogarata  I (2001) El libro de los encuentros (2001) La Fogarata II (2002) Diccionario Histórico Argentino (Obra dirigida por el Profesor Fermín Chávez – (2005). Obra inédita: Del Evangelio apócrifo y mistongo (Poesía) Los escritores de Tres de Febrero (Ensayo). Un nutrido curriculum y mucha actividad para Roberto. Tres poemas les traigo en esta vuelta y, confieso, el primero me hizo un nudito en la garganta. E Mail: robertosurra@yahoo.com.ar


Paula

A mi hija especial que es más, mucho más que especial

Te vi bailando frente al mar descalza
como una virgen-diosa de todos los paganos.
Te vi flameando frente a un mar de sueños:
Bandera a media asta de mi vencido orgullo,
tus ojos siempre niños, devolviéndome el llanto,
alándome las ganas y prestándome fuerza.

Yo imaginé tu vals en otros escenarios,
y soñé con tus hijos de vientre y de labranza.
Luego vino el infierno con sus descensos cíclicos
y el abismo-pregunta: ¿Por qué a mí?, ¿por qué a mí?
y el callo en cada ojo de mirar el futuro,
y la angustia-respuesta y el abismo-pregunta.

Y ahora te veo así: todo tu ser al viento;
niña-mujer-sirena frente al mar y a la tierra,
caracola de música suspendida en el aire.
Gaviota manejando las alas a tu antojo,
y levanto los ojos limpios y agradecidos
mientras izo hasta el tope mi bandera de amor.

                                               Del libro A mi manera


Tu amor de colección

Incunable
y una nueva edición en cada día.
Encuadernado en
finísimo nonato,
papel biblia de evangelios apócrifos
no escritos aún.

No, amor de meseta;
amor de abismo.
No, de lago;
amor de río.
No, de calma;
amor de tempestad acechando en el tejado,
golpeando en los cristales.
Amor de soledad a la intemperie.

No, amor de pampa ni sabana;
amor de acantilado, de montaña,
de pico y de cornisa.
Siempre cornisa.

Sí, tu amor de colección es otra cosa.

Amor espumante,
de cosechas exclusivas
estacionado en cubas especiales
a mi espera.

Amor eruptivo, emergente.
Amor calidoscopio,
sincopado, arista, desprolijo,
amor a la que te criaste,
amor que llega cuando quiere
y se va sin saludar.
No, amor de césped prolijito de señora de country;
amor de grama y de potrero
(baldío trajinado, pero virgen aún).
Amor que crece y crece, contra todo.

Tu amor de colección, es otra cosa.

Amor relampagueante, gigantesco,
amor desmesurado,
marea desbordante, prepotente.
amor desprejuiciado. Amor impensado.

Amor de recorridos y planeos
en medio de una lluvia de claveles,
resistiendo rutinas
a la luz de las velas y los ojos
o a la sombra gastada de los días.

Sí: tu amor de colección es otra cosa.
Y es todo mío,
aunque no lo sea.

Del libro Del amor, y de Juan, y de María

Saber que llegarás


Saber que llegarás es una fiesta
que desbarata todas esa trampas
que nos tiende la vida con sigilo
desbarrancándonos en la nostalgia.

Saber que llegarás es un domingo
con el sol en los patios y en las plazas,
y todas las palomas en el aire
danzando en una suelta de campanas.

Saber que llegarás es un estadio
con un gol que se asoma a las gargantas.
Y la jarra que va de mano en mano
en una rueda amiga de guitarras

Saber que llegarás y que tu pelo
se agitará y descansará en mi almohada
es la consagración de la alegría
y la nutriente de las alabanzas.

Saber que llegarás es una lluvia
bienhechora que me refresca el alma
en las grietas del surco inhabitado
que insomne me desvela y me acompaña.

Saber que llegarás es como un sábado,
¡una noche de Reyes!, ¡una Pascua
de la resurrección de los sentidos!
en un campo de azahares y lavandas.

Saber que llegarás es un alero
que me alivia el camino hasta mañana.
Es una sinfonía de colores:
¡la armonía, la cuerda, el pentagrama!

Presentirte. Imaginarte cerca,
pensar tu boca desencadenada
es un big-bang. Un Fiat Lux. Demiurgo,
apócrifo hacedor de mi Mandala.

Saber que llegarás con tu ternura
para ondular tu amor hacia mi savia
es casi, casi una cosmogonía,
y yo, Dios pronunciando ¡Abracadabra!

Saber que llegarás es una víspera,
la magia impar que sólo se compara
a la felicidad irrepetible
de un viaje en unicornio por la infancia.

Saber que llegarás, mi amor,
me pone alas.
                                                                          
                                   Del libro Del amor, y de Juan, y de María


Y ya debemos partir pero... les cuento algo.... Estuve hace unos días en la Feria del Libro en Córdoba (imperdible). En un momento se me acercó un adolescente (con deficiencia mental por lo que se apreciaba) y me entregó un poema (de varios que tenía) a cambio de una moneda. Y el poema ¡¡me encantó!! pero... no tenía los datos del autor/a. Incluso no sé si está completo. Se titula LAVANDERA y si alguien conoce quien lo escribió se agradecerá la información.

LAVANDERA (1995)


No recuerdo su nombre.
Están en cambio
sus manos
sus brillosas manos
friega y friega
tan rojas
la tabla de madera
el jabón amarillo
las grandes ollas de agua
muy calientes
el fuentón en el patio
y la mañana.

El agua se engrisaba con el frío
y sus manos
levantaban las ollas
con dos trapos.
El vapor nos fantasmaba la cocina
mientras gritaba
¡guarda!
La hirviente transparencia
revivía la espuma blanquecina
y eran sus manos
de nuevo
siempre rojas
inflamadas y rojas
fregando y refregando
sábanas y manteles
los guardapolvos blancos

Y ahora sí ¡¡se acabó!!!!!!!!  El trencito regresa al pago para reponerse y esperar el próximo viaje. A quienes mandaron trabajos que todavía no publiqué suplico ¡paciencia! los tengo todos guardaditos. A quienes quieran verse en letras de molde en este humilde trencito escriban a: millaco@ciudad.com.ar enviando los trabajos y una minibiografía. A todos un super abrazo aromado a pampas en flor
                                               CRIS FERNÁNDEZ