Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 83

PASAJEROS A BORDO !!!!!!!!!

Los tiempos se aceleran... Nuestro sistema planetario se acerca al centro de la galaxia cumpliendo el giro de 52.000 años predicho por los antiguos mayas... Convulsiones sociales, políticas y económicas se aprecian en todo el mundo mientras la Madre Tierra hace oír su voz sacudiendo sus cimientos y sus mares... Y aquí estamos, artesanos de la palabra, llamados a mantener en alto la esperanza de que un futuro mejor es posible. En lo social, lo cultural, lo ambiental... porque pese a todo nuestra voz no callará...
Y con estas premisas emprendemos un nuevo viaje en el trencito, que abrazará amorosamente diferentes geografías. La campana suena y la locomotora parte... Y al tranco lenta se encamina hacia el norte pues, cerquita del límite con esta provincia pampa, nos espera ADRIANA KHOURY. Ya ha viajado con nosotros y les recuerdo sus datitos.

Nacida en Villa Huidobro (Córdoba), cursó sus estudios primarios y secundarios en Realicó (La Pampa). Egresada en 1984 del Profesorado en Letras en la Universidad Nacional de Santa Rosa (La Pampa). Desde 1982 reside en HUINCA RENANCÓ (Córdoba). En 1983 ingresó en la docencia, actividad que continúa desarrollando en el Ipem 141 "Dr. Dalmacio Vélez Sársfield" de Huinca Renancó. Actualmente se desempeña en tareas pasivas, da clases de apoyo a los alumnos que presentan dificultades en el aprendizaje y colabora con el gabinete psicopedagógico de la institución. Se dedica a escribir desde hace 2 años y algunos de sus trabajos resultaron finalistas de concursos literarios y fueron publicados en antologías: El Decir textual (Ed. De los cuatro vientos, 2008); Homenaje a Alfonsina Storni (Ed De los cuatro vientos, 2008) y Lunario (Ed. Dunken, 2008). Los cuentos allí publicados fueron: "El tio Enrique" (El Decir textual); "Deudor moroso" (Lunario) y "El llamado de la selva" (Homenaje a Alfonsina Storni). Aquí les dejo uno de éstos cuentos.


EL LLAMADO DE LA SELVA

         Amadeo Raimondi era un hombre con años suficientes para jubilarse, sin embargo, no se resignaba a ser parte de la tercera edad y asistía a la oficina a cumplir con su trabajo. En verdad, se resistía al silencio y soledad en que vivía. Caminaba como en cámara lenta; parco, distante y acostumbrado a la indiferencia de sus compañeros que no lo contaban para la cena de los viernes porque era reacio a participar en reuniones.
         Misteriosamente, un domingo Amadeo desapareció. Los meses de búsqueda fueron infructuosos; dotaciones de bomberos, brigadas policiales se movilizaron para dar con el paradero de este hombre de setenta años, tez clara, cabello canoso, delgado, empleado administrativo, sin señas particulares visibles y que al momento de su desaparición, vestía de remera oscura, zapatillas y jeans gastados.
         Inspeccionaron todos los rincones. En los cajones del escritorio de la oficina, guardados celosamente, descansaban miles de avioncitos de variadas formas y colores. Entretenimiento con que Raimondi ocupaba las horas para distenderse en los momentos en que el trabajo se lo permitía. Con excesiva paciencia plegaba el papel para dar forma a sus máquinas voladoras. Todos recuerdan haberlo visto concentrado con este pasatiempo que creían inofensivo. Sin embargo, alguien recordó sus ilusiones frustradas de ser piloto y de su contemplación ensimismada en todo lo que pudiera volar. Quizás, esta obsesión lo condujo al borde del delirio y en medio de su confusión mental, deambulo sin rumbo por las calles, tratando de asir una imagen o un recuerdo. Recorrieron hospitales y aeropuertos, pero de Amadeo Raimondi sólo quedaba el recuerdo de su carácter introvertido.
         La casa había quedado oscura y fría y el patio interior desbordaba de un follaje verde envejecido que cubría los restos ¿olvidados? de papeles amarillentos de diarios. Alguien levantó una hoja, guiado por un impulso y la despreocupación de quien levanta los desechos del suelo para arrojarlos a la basura. Adivinó en el papel borroso las letras grandes y negras de lo que fue el titular: “Accidente aéreo”.  El cuarto estaba en orden; en medio de la penumbra, titilaban como luciérnagas unos puntos multicolores que se balanceaban en lo alto. Al correr la cortina, se hicieron visibles los móviles de pájaros luminosos que sujetos a un hilo invisible, colgaban del techo. En una repisa, junto a la cama, retratos de personas que nadie identificó, rodeados de helechos artificiales y revistas femeninas.

         El laberinto verde humedecido, el coro salvaje de animales y las corrientes de aguas torrentosas, cascadas y ríos revueltos, despertaron al hombre en medio de la noche. Por decisión propia había elegido ese paisaje donde las fieras están al acecho y la astucia y el coraje deben ponerse a prueba para sobrevivir. Sabía que nadie se atrevería a desafiar esta naturaleza virgen y peligrosa, como en otro tiempo lo intentaron los conquistadores obnubilados por la ciudad del oro. Sólo él la conocía. Sólo él la había caminado, dos años atrás, aferrado a un machete, cubierto con un harapo y botas de caña alta para protegerse de insectos y reptiles. Sólo él tuvo fuerzas para buscar, para internarse por los recovecos más secretos y siniestros que oculta el corazón de la selva. Solo él sabe de las trampas vivientes en el suelo pantanoso y de las escondidas entre la hojarasca maloliente. Sólo él diferencia por el olor los frutos comestibles de los venenosos. Todo lo sabe. Todo lo conoce. Porque la recorrió por kilómetros buscando a la mujer que era el motor de su vida.  Agonizó en el punto exacto del accidente, aferrado a un pedazo de chatarra oxidado, al retrato de su esposa y a la fotografía publicada en un periódico: el fuselaje de un avión caído en medio de la selva.

Nos despedimos de los amigos y el trencito siguió "subiendo" pues quería tomar aires en la zona de traslasierra. Y allí nos esperaba mi entrañable amigo FELIPE ANGELLOTTI. Nos conocimos en su pago, en un encuentro de poetas, y de allí en más llevamos años de compartir "poesía y amistad" como dijera Don Guiñazú Álvarez. Nació y reside en VILLA DOLORES (prov. de CÓRDOBA). Es Maestro y Profesor de enseñanza media. Libros publicados de poesía y cuento: “Poemata de un Grillo” 1986 - “Arpegios de rocío” 1994 - “La dulce Goya” 2005 (Novela) - “Cuentos de Miel, Sal y Pimienta” 2009. En el año 1992 recibió una mención especial en el concurso “Gente de Paz” Barcelona España. Ha participado en numerosos Encuentros de Poesía en Argentina, Chile Paraguay, Cuba, Brasil , Uruguay, Ecuador y Perú. Integra Antologías latinoamericanas de poesía y cuentos cortos .Entre otras “Voces en Plenilunio” (Loja 2009) y “Arquitectos del Alba” (Casa del Poeta Peruano 2009). Sus poemas infantiles han sido recomendados como material didáctico en las escuelas primarias. Asimismo ha incursionado en el Teatro como Dramaturgo y realizado obras de teatro, videos y radioteatro. En el año 2006 su obra de radioteatro “Estos Tiempos” fue seleccionada por Argentores y representada en la Sala Gregorio de Laferrere de la Institución. En su actividad de Gestor Cultural ha sido miembro activo de Tardes de Biblioteca Sarmiento de Villa Dolores y es Creador del Círculo de Narradores de Traslasierra “Paso del León”. Actualmente Coordinador general, y desde el año 2007 organizador de los encuentros internacionales, con asistencia de narradores nacionales y extranjeros. Les traigo hoy de su producción un cuento con un interesante final y unas coplitas que siempre me han gustado, sencillitas y entradoras.

MONCHO: EL HACHERO

  El sol, al caer la tarde, se incendió como un tizón en la hoguera. 40 grados de calor en el monte chaqueño con una humedad de dos días de lluvia permanente, con casi 100 milímetros, hacían del ambiente un lugar irrespirable.
  Moncho conocía el monte, se había criado entre quebrachos ; su padre había sido hachero y él mamó desde niño la sabia vegetal y le quedó de herencia el hacha filosa con la cual se sentía “el señor del bosque”. Tenía 26 años de edad y desde muy niño acompañó a su padre en la tarea de hachar árboles de la rica flora chaqueña, en especial el quebracho,  árbol cotizado en los mercados por su madera dura y de gran resistencia.
  Dios le dio al hombre lo necesario para que se sirviera de la naturaleza, lo que le sea útil de ella, no obstante, el humano es devastador y en años fue destruyendo árboles y quemando cientos de quebrachos - riqueza vegetal del Chaco -ante la ceguera de los gobernantes o de los guardabosques que tal vez cerraron sus ojos con billetes ardidos como el monte.
  Moncho silba un chamamé llorón, mientras el brillo de la herramienta sube y baja en reflejos concéntricos laminando el  pie del quebracho que llora por su final tan atroz. Tal vez Moncho no lo vive como el árbol porque tiene que comer y su patrón le ha ordenado voltear todos los ejemplares que rodean el abra para agrandar la tierra laborable para el algodón. Para él es una lucha entre su habilidad para manejar la herramienta y el árbol que resiste con dolor el golpe mortal del acero. Finalmente cae estrepitosamente y el grito de guerra triunfal sale de la garganta reseca en un piu…piu…piu…piuuuuuuuuuu potente y agudo  desgarrando la mañana.    El “sapucay” se pierde entre el follaje llevando el triunfo del hachero rama por rama, hoja por hoja .El grito, hace estremecer la yarará que se esconde por miedo del filo asesino.
  Ya en la tierra muere lentamente mientras siente que sus ramas –brazos vegetales- y su corteza, son desprendidas de su cuerpo con precisión matemática por el machete, arma peligrosa en las manos de Moncho que lo maneja con maestría. En poco tiempo, es un tronco de color rojizo-un “rollizo”- intensamente bello, con manchas de sangre de su corazón herido.
  Moncho tiene un patrón que no es gringo, sino criollo como él. Irascible, insociable, con una familia hecha a su medida .A los peones los trata como seres inferiores, con un desprecio intenso por su humildad y pobreza. Es frecuente en su enojo, insultarlos con palabras hirientes.
  Moncho, nunca le contestó, aprendió a callar porque necesitaba trabajar para alimentar a su mujer y a su hijito que todos los días lo esperaban para compartir la magra comida y un mate amargo con que ella lo esperaba a la puerta del ranchito que apenas tenía dos piecitas; una cocina y la otra el aposento, donde dormían los tres.
  Blando de corazón, en las noches perforada de estrellas, se sentaba en el patio y empuñando la guitarra, cantaba las canciones que en su niñez, le enseñó su padre. De su garganta surgía algún chamamé dulzón, un valseadito y a veces un corridito de letra graciosa para alegrar el momento.
  Los días corrían con monótono ritmo, con la misma constancia de siglos envejeciendo la tierra y la vida.
  Una noche el niño comenzó a respirar con dificultad, la fiebre se le subió produciéndole un sudor helado que le llenó los poros de la piel Con paños fríos la madre intentó bajársela, pero, muy poco es lo que pudo hacer, no descendía, y el  pequeño comenzó a delirar.
  Aguantaron pacientemente hasta la madrugada  con  la resignación de la impotencia. Ella rezaba con un rosarito de cuentas que su madre le había regalado cuando cumplió los dieciocho y Moncho que nunca había pasado una experiencia igual, pensaba en la decisión que debía tomar apenas el sol derrochara su fulgor en el monte.
  El patrón tendría que hacerle el favor de llevarlo con el niño hasta el hospital más cercano que distaba doce km del lugar .Tendría que hacerle ese favor, en pago de las veces que le había robado cuando medían los rollizos hachados o cuando en época de cosecha del algodón ,él y su mujer se arqueaban juntando capullos. También sabía que la balanza pesaba mal, siempre a favor del dueño que se quedaba con el sudor de varios cosecheros 
 Además le debía plata desde tiempo. Nunca le pagó porque la mercadería se la vendía él y le decía que no le daba el dinero porque seguro que se lo jugaría o lo gastaría en chupandinas .
  Yo te lo voy a guardar- le decía- pá que ahorres pá tu hijo.
-    Patrón, mi guricito está con mucha fiebre. Muy enfermo. Anoche casi no durmió el pobrecito, quiero llevarlo al hospital.
-Pero,¡ la puta!,¿justo ahora se le ocurre enfermarse ?
No te puedo llevar, ya viene el camión para cargar los rollizos y si no lo hacemos ahora, le tengo que pagar la venida y esperar un montón de días hasta que se le ocurra aparecer de nuevo.
-    Pero ,patrón, está muy enfermo.
-    ¡Bahh!,los chicos se enferman de noche y de día se les pasa .Ya vas a ver que dentro de un rato va a estar jugando como si tal cosa.
-    ¡No patrón!,está muy enfermo, deme mi plata que lo voy a llevar al hospital .Seguro voy a necesitar pá los remedios.
  Mirá Moncho, ya te dije que no y no me hinchés las bolas carajo. Ahí viene el camión y voy a cargar los rollizos.
  No supo en qué momento se le llenó la cara de lágrimas, ni cuando  Dios lo Iluminó y se acordó que su compadre tenía una chata rodeadora.
  Con el movimiento del duro vehículo despertó de lo que consideró era un sueño. Su compadre lo llevaba junto con su mujer y el niño que acostado sobre unas mantas, se quejaba tal vez de dolor o de la fiebre que no cejaba.
  Tenía miedo, a ese ritmo jamás llegarían .Nunca imaginó que su patrón fuera tan insensible, tan hijo de puta, con el camioncito ya estarían en el hospital, pero, con la chata tardarían horas.
Cuando llegaron, ya era tarde, el médico dijo que si lo hubieran traído una hora antes se hubiera salvado, pero, la fiebre hizo estragos en el cuerpecito del niño y las convulsiones que tuvo, le afectaron el cerebro.
  El llanto de la madre fue largo y prolongado durante el viaje, aferraba a su niño como si quisiera devolverle la vida, y lo afirmaba a su corazón como entregándoselo para que el hijito volviera a la vida.
  Todo fue muy triste, el velorio, el entierro. No faltaron las lloronas, ni los borrachos que aprovecharon de tomar ginebra sin medida. El patrón no apareció por el rancho. Tal vez no le importaba o no tenía conciencia.
Pasaron varios días y Moncho, el que siempre sonreía por cualquier cosa porque era de naturaleza radiante y jovial, cambió su rostro por un hombre taciturno. Pareció que había envejecido años .Se quedó mudo por días.
  Salió como para distraerse y no ver llorar a su mujer, llevaba en sus manos el machete, siempre lo llevaba por  si aparecía algún peligro - el filoso acero era un arma peligrosa en manos de un hombre del monte- .Caminó sin rumbo, solamente por caminar y alejarse.
   Pasó mucho tiempo hasta que tomó conciencia que se había alejado del rancho; casi sin quererlo, se había acercado a la propiedad del patrón que no le gustaba que lo fueran a buscar cuando estaba con la familia.
   Volvió sobre sus pasos y sintió mucha sed, caminó por una picada hasta llegar a una lagunita y allí se hincó para beber con las manos el agüita cristalina que se había aplacado en un círculo concéntrico.
 Vio su figura como si estuviera frente a un espejo. Su cara mostraba la infelicidad, había crecido mucho su barba y sus ojos, antes vivaces, eran un rescoldo tibio.
  Se asustó y levantó la cabeza, recordando que había ido a saciar su sed. Se inclinó nuevamente cuando la vio
Era una aparición, quiso moverse pero algo no lo dejó erguirse. Sintió que lo nombraba…” Moncho “
Sintió terror, la conocía aunque nunca la había visto. Todos los moradores del monte sabían que cuando se la veía ocurría una desgracia. Comenzó a temblar y luego espeluznado corrió alejándose del poder perverso de la maléfica.
  Después de correr un tramo de picada, se detuvo e intentó serenarse, aunque todavía estaba convulsionado.
  Una voz conocida lo hizo reaccionar al escuchar su nombre .El patrón, se acercaba lentamente donde estaba y de pronto lo interpeló .
- ¿ No pensás ir a trabajar vos ?.
Lo miró desafiante .
- Cuando tenga ganas ahora no las tengo.
- Pero, mirá vos .Crees que te pago pá que estés de vago
- Usté a mí me paga sólo cuando trabajo.
- Ah sí, y cuando llueve no vas a buscar provista pá cocinar y no has trabajado.
- Me lo tengo ganado, además bastante me ha “chupado el hueso” pá que me eche en cara lo poco que me ha dado.
- ¿Qué te pasa que estás tan arisco?.
- ¿Cómo que me pasa ?Acabo de perder un hijo por su culpa, porque se cagonió en llevarme al hospital y ahora me quiere pordelantiar.
- ¡Qué les hace a los negros un hijo más o menos!    montala  a tu mujer esta noche y hacele otro y se acabó che.
- Nunca supo por qué la sangre se le subió a la cabeza, por qué se encegueció y toda la bronca que había juntado se trepó a ese machete que subió como relamiendo el aire para dirigirse a la cabeza del hombre que alcanzó a subir el brazo para protegerse y sintió como se le volaba por el aire cercenado de golpe.
- “Negro hijo de puta” alcanzó a balbucear el patrón que con el muñón escupiendo sangre le bañó la cara al Moncho que volvió a subir el machete y lo descargó nuevamente sobre la cabeza del hombre que involuntariamente la corrió hacia un costado sintiendo que se le partía el cráneo y el machete le llevaba la piel con el cabello y la oreja completa de una sien. Cayó de bruces y antes de desmayarse sintió nuevamente el filo del arma cortándole una pierna para quedar desmayado, El Moncho paró el arma ,para qué más, y creyéndolo muerto, gritó, gritó con todas sus fuerzas el sapucay de la victoria, de la venganza sobre la inhumanidad del hombre que tantas veces lo había degradado.
  La policía lo llevó después de encontrarlo vagando por el monte luego de tres días .afónico de tanto gritar. No se resistió para qué. Ya había volcado su odio, su impotencia. Se dejó llevar, hasta lo golpearon para que confesara donde tenía la plata que le había sacado al muerto. Los dejó hacer sin inmutarse.
  El patrón fue llevado con urgencia a una clínica y lograron salvarle la vida. La plata obra milagros.
  Quedó inválido en una silla de ruedas, con la cabeza hacia un costado, sin una oreja y sin un brazo. Conservaba el derecho y después de unos meses cargó una escopeta día y noche porque obsesionado temía que el Moncho apareciera nuevamente y culminara su criminal obra.
  En varias oportunidades la mujer le dijo que el Moncho no aparecería porque estaba preso y lo estaría por muchos años porqué la justicia sólo es benéfica para los pudientes. No lo entendió y siguió inquebrantable en su postura. Todo el tiempo se sentaba bajo el techo de la galería que daba hacia el camino y observaba, mientras limpiaba meticulosamente el arma.
  Pasaron los días hasta que en uno, en el que se había olvidado de ponerse los anteojos, divisó una sombra que se acercaba, vio que algo llevaba en las manos. Creyó ver el filo del machete que resplandecía con el sol.
-Parate carajo -gritó destempladamente-.
 Sintió la risa de la sombra y vio la cara del Moncho en una mueca burlona.
  Ciego de odio y de terror, disparó al bulto para verlo caer, no sin antes escuchar esa voz que le decía
 – Abuelo…
  Recién recordó que su nieto había salido de cacería y lo que llevaba en las manos no era un machete, sino una escopeta del 28.

COPLITAS SENCILLAS


Siempre le canto una copla
a la mujer que yo amo
y son coplitas de amor
con florcitas de retamo

Me dicen que soy un tonto
porque le canto a toda hora
y mucho no hay que querer
porque el amor se malogra.

Se malogra si uno quiere
y descuida su pareja
pero si es mucho el amor
es palomita en la reja.

La mujer que estoy amando
la que me da sus encantos
jamás le voy a negar
una copla cuando canto.

Déjenme que yo le cante
A la mañana y la tarde
Quiero ser zorzal cantor
Sin hacer muchos alardes.

Ay florcita del desierto
perfuma mi corazón
que tengo miel para darte
con los besos del amor.

El amor agua de río
se bebe y se deja correr
y cuando el río se seca
también se acaba el querer.

Suenan bombos en la noche
con lamentos de baguala
así suenan mis parches
cuando te tengo abrazada

Coplitas coplitas vengan
que se me están acabando
es triste estar muy solito
y el amar de vez en cuando.

Aunque también es mejor
cuando no hay compromisos
el picaflor solo pica
de la flor lo mejorcito

Hay hombres que solo pican
lo mejor de la mujer
y después se van felices
recordando ese placer.

Yo probé y me gustó
el picar lo mejorcito
por eso pico de noche
y también con el solcito.

Y por gustarme el picar
me quedé con esa flor
y no estoy arrepentido
porque me da mucho amor.

Y con esta copla me voy
pa mi casa en el salar
tal vez esté mi mujer   
con ganitas de picar.


La locomotora se había entusiasmado con esto de andar trepando y por ello decidió poner rumbo a CATAMARCA, que allí nos esperaba otro amigo: EMILIO YAGGI. Les recuerdo su biografía: Nacido en la ciudad de Santa Fe, desde 1998 reside en la ciudad de CATAMARCA. Estudió profesorado de música y armonía en Santa Fe. Profesorado de Bellas Artes en la misma ciudad. Hizo un Bachillerato en Teología en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires. Entrevistado por: Radio Valle Viejo (Pcia de Catamarca); Canal Aire Visión de Catamarca y Diario El Ancasti de Catamarca. Publicaciones: en “Escritos en la Cueva”, primera revista digital de la provincia de Catamarca, dirigida por Analía Pascaner, la cual era parte de un proyecto del grupo literario La Cueva. En “Tribuna Evangélica” revista de la Juventud Evangélica Bautista Argentina. En la revista digital “Con Voz Propia”. En “Letras en el Andén” Premios: Primer premio de Dramas Navideños para Niños. Casa Bautista de Publicaciones. USA. Este drama, junto a los dos premios siguientes fue publicado en el libro que lleva ese mismo nombre. Actualmente se desempeña como Pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Catamarca. Para esta entrega les traigo una serie de textos breves para que disfruten.


TIEMPO DE PARTIR

Sólo faltan que caigan unas hojas para que me encuentre frente al mar inmenso, infinito en el cielo.
Tan sólo un latido del tiempo y encontraré un terreno baldío.
Tan sólo unos segundos de la eternidad y sentiré un glaciar entrando en mis venas.
Sé que hay un tiempo para todo:
“Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de amar y de ser amado; tiempo de reír y tiempo de llorar; tiempo de ganar y tiempo de perder; tiempo de ir y tiempo de volver”.
Pero... ¿y entre tiempo y tiempo?
Estaré esperando palomas con letras en las alas.
Estaré esperando trenes que vuelen, sin ruidos.
Estaré esperando el tiempo nuevo que está detrás de los muchos tiempos que desconozco...
...y cuando despierte, encontraré un árbol verde en lo que fuera el baldío, y las palomas serán historia y ya no desconoceré los tiempos.


SOLEDAD

¿Por qué te busco, si cuando estoy contigo se me hiela el alma?
¿Por qué te anhelo, si me haces daño?
¿Será que ya estás en mí y me hablas cuando los que comparten mis tiempos se alejan?
Si supiera, al menos, vivirte con altura...
Si pudiera brindarme en lugar de encapsularme...
Si definiera –al menos- lo que siento por ti...


LA INALCANZABLE LUNA

Ayer vi la luna tirada sobre el río.
Era un plato de pan bailando sobre el agua.
La hamacaba el viento, respiraba, vivía en la ondulada superficie del río.
Respiraba el plato de luna sobre el agua.
Mil caras se asomaron en la orilla entre los juncos.
Dos mil ojos miraron hacia el plato de la luna.
Dos mil pies descalzos y huesudos se hundieron sigilosos en el barro.
Chapaleos breves, ojos fijos y agrandados saboreando el pan del plato de la luna.
Estómagos hablando de hambre; mentes pensando en el banquete cercano.
Dos mil pies, dos mil ojos, dos mil manos acercándose a la imagen plateada en un acto impensado.
Ella se burla.
Se aleja, salta y se parte.
Se ríe del hambre de los hombres.
Ante la horrible posibilidad de perder aquello, los brazos se apresuran, los cuerpos se zambullen, van nadando en carrera descontrolada, hacia el plato que se aleja con el pan que en el agua tiró la luna.
Desesperación.
Rabia entre los dientes. Impotencia. Y el hambre apretando fuerte.
Gritan, lloran y se apresuran, pero no llegan porque el plato plateado se esconde entre las olas, entre los juncos, entre las nubes.
Al intentar sus últimos desesperados esfuerzos sólo logran que el plato se deshaga.
¡Cien mil pedazos! Nada...
Cien mil pedazos que bailan, saltan y brillan riéndose ante las caras
de los mil hombres hambrientos,
golpeados por la realidad fría
de que el pan que está en el plato
que la luna dibujó en el río,
es sólo para que ella se mire
y sepamos que ella existe
allá arriba,
inalcanzable.


PROHIBIDO

Pasé mis manos por las rejas y fuertemente tomé la suya. La miré a los ojos, estaban cansados y tristes; esperé que dijera algo, sólo un gran silencio.
Quise retirar mi mano pero me la retuvo un momento.
Le acaricié el pelo, algo sucio y despeinado y, mirándola con ternura, separé mi mano de la suya.
Cuando me iba ya, apesadumbrado, recordé el paquete de comida que, con cariño, había preparado. Con disimulo se lo alcancé pero el cuidador me vio y con voz áspera y cortante me gritó: “¡Oiga! ¿No sabe que está prohibido darle comida a esa mona?”.


LA VIDA DENTRO DEL LIBRO

Caminar desiertos con siglos de cansancio en la espalda.
Morder la piedra calcinada y, con dolor, reconocer que no es pan;
correr hacia el oasis y zambullirse en la arena, porque es espejismo;
sentarse a la sombra bienhechora de un cactus que agrede a traición con sus espinas.
¿No es acaso parte de la vida? ¿No es, tal vez, necesario? ¿No adquiriremos, al fin, la paciencia?
Luego veremos que la roca es buena para cimiento y que la arena es un elemento útil para la edificación y que dentro del cactus hay agua suficiente como para preparar la mezcla.
Pero sólo después de todo...
...y sólo después de nada mío.
Entonces sí, será posible caminar la vida entera dentro de El Libro, letra a letra, hasta que la tapa selle mi vida.


Nos agasajaron super bien los amigos catamarqueños y después de una noche de empanadas, vinitos y nueces confitadas el trencito "se puso las pilas" para cruzar todo el país y arribar a la provincia de Buenos Aires. Allí aguardaba otro amigo entrañable (una palabra que a él le gusta mucho): HORACIO URBAÑSKY. Nacido y residiendo en BERISSO (provincia de BUENOS AIRES). Medico sanitarista, dirigente comunitario y escritor. En las letras desde 1950: Narrativa, poesía, conferencias, periodismo, colaborando con el Archivo Histórico Bonaerense y participando de Encuentros Literarios en Argentina y Uruguay. Actúa permanentemente como Jurado. Recibió, por su trayectoria los Premios "Horacio Rega Molina" de San Nicolas, Buenos Aires; "Poeta Ivan Vazov" de la colectividad Búlgara de Berisso, Bs. Aires; el reconocimiento por su permanente asistencia al Encuentro anual "Oscar Guiñazu Alvarez" de Villa Dolores, Córdoba y el Gran Premio de Honor "Almafuerte" de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Bs. Aires (SEP). Aquí nos trae poemas, con su estilo claro y pleno de ironía, espero, disfruten.


AMOR Y QUÍMICA

El amor comienza en la mirada.
El feeling sajón acerca cercanías.
Por el amor, Romeo desbordo balcones
y Julieta entreabrió las celosías.
La química dice que probeta y sales
generarán sustancias condensadas,
sublimando el Cantar de los Cantares
y el harén de Salomón y sus amadas.
Pablo y Virginia. Abelardo y Eloisa
en mutua seducción y sin reparos
se metieron uno dentro de otro
sin recurrir a los tubos de ensayo.
Amantes de Teruel, Isabel y Diego
conmovieron las tierras de Aragón
sin las pócimas del sabio Paracelso
con la alquimia que destila una pasión.
Si el enamorarse fabrica dopaminas
sobreabundaron en don Juan Tenorio
que combinaba con norepinefrina
para aventar un eventual casorio.
El Kamasutra en detalles orientales
sugiere amar sin descargar adrenalina
y para ser mas cariñosos y viriles
recomienda tomar ginseng con yohimbina.
Cyrano embelesado mediaba sus misivas
envolviendo en arreboles a Roxana,
aumentando los niveles de la serotonina
amándola con euforia desbocada.
Ortega y Gasset impulsa la existencia
con una orden: ¡Siempre hacia adelante!
sin menguar en vigores y deseos
con viagra y un buen estimulante
Química: Materia y energía transformadas.
Moderna definición que nos desvela.
Que Federico continúe yendo al río
aunque piense, pueril, que era mozuela.


POEMA ANDINO
Ahuyentando mi apatía
y mi experiencia lo avala,
llegue a la verdulería
entre ancos, choclos y chalas.

 Un pleno ambiente serrano
con pieles aceitunadas,
mezclados, sacro y profano
con moque, quinua y diablada.

 Carnavales de Urubamba,
que hacen trepidar la tierra,
en Tarija, en Cochabamba
y en Santa Cruz de la Sierra.

¿Seran de Pando? ¿De Oruro?
¿De La Paz, de Chuquisaca?
Inmigrando a lo seguro
postergando al Titicaca.

 Viajare hasta el Altiplano
con pasión americana:
Abrácenme, bolivianos.
Bésenme, las bolivianas.



POEMA AUSTRAL

 Me desordenan las esfericidades
y las de ella, sin duda, me provocan.
Las caricias se suman; sobreinvaden
anhelos y apetencias. Me desbocan.

 Son perfectos (cavilo anonadado).
Palparlos, una manía interminable,
dependencia, que asumo perturbado,
poseído de un ardor inmanejable.

  Un mohín de disgusto que trastoca.
Un entrelazar de manos en las manos
evitan el contacto que convoca
desde el consenso del amor temprano.

 Aclaro que mi comportamiento la sofoca,
desequilibra su interior, que no resiste
y por este fanatismo que me descoloca
casto olvidé, que "el sur también existe".

"Se hace camino al andar..." como dijera Machado, pero la pobre locomotora andaba ya muy cansada, por lo que decidió retornar al andén pampa. Y antes que los pasajeros desciendan, esta escriba quiere hacer su aporte (por aquello de que la caridad bien entendida empieza por casa). Nos les voy a contar mi biografía pues la pueden leer en el blog. Solo les aclaro que este cuentito "El Chori Guzmán" me ha traído muchas satisfacciones, una de ellas el 1er. premio obtenido hace un tiempo en el Certamen Literario de Eduardo Castex (La Pampa). Ojalá se diviertan tanto como yo lo hice mientras lo escribía.


EL “CHORI” GUZMÁN

         Cuatro Algarrobos debía su importancia a ser la ciudad cabecera del departamento Indio Quieto. Asimismo a unas ruinas que eran atribuidas a un viejísimo e inmemorial asentamiento indígena y que constituían el hito turístico en un lugar que, por lo demás, parecía haber sido olvidado por Dios en el reparto de paisajes dignos de ser admirados.
         Poca atención prestaban los algarrobenses a sus ruinas, más allá del pingüe negocio que solían hacer con incautos turistas, a quienes acosaban para venderles restos de cerámicas, puntas de flecha, postales y todo género de supuestos recuerdos dejados por la ignota tribu. Pues el centro de sus vidas giraba en torno del Club Defensores del Honor y la Patria, vulgarmente llamado “Defensores”. Si algo podía convocar masivamente a los pachorrientos habitantes de Cuatro Algarrobos eran los partidos de fútbol que jugaba su idolatrado equipo. Un despliegue de rojo, azul y blanco solía tapizar y engalanar la ciudad cada domingo, lloviera, tronara o hubiese sol. Aclaremos que el colorido tricolor era debido a Monsieur Jacques Adolphe Perpignan, francés de pura cepa y fundador del club que, llevado por su patriotismo gálico, había decidido que siempre flameara triunfal la inolvidable enseña de su patria lejana.
         Cuarenta años atrás cuando Don Jacobo –tal la versión criolla de su nombre- fundara a los Defensores del Honor y la Patria, los socios se contaban entre lo más granado de la sociedad algarrobeña. Sin embargo el paso del tiempo y la democratización del núcleo social, había hecho desaparecer los grandes apellidos y a sus titulares, los cuales habían sido reemplazados por un polifacético muestrario de ciudadanos que alentaba sin tregua, domingo tras domingo, al club de sus amores.
         Así llegó Juan “el Chori” Guzmán a encabezar la “barra brava” de los Defensores. Venía precedido, justo es remarcarlo, de una larga tradición familiar de hinchas fanáticos del equipo tricolor. Abuelos, tíos, padres, primos, hermanos, sobrinos, todos llevaban grabado a fuego en el corazón los gloriosos azules, rojos y blancos. También se expandían  esos matices y gamas tonales en las viviendas de la familia Guzmán y su extensa parentela, amén de las casas de sus vecinos, todos ellos radicados en el populoso barrio de Las Chinches, nombre que respondía - a que negarlo - a la proliferación de esos simpáticos bichitos en la vecindad, alentada su multiplicación por la pobreza, la mugre y el abandono general.
         Era, sin más ni más, un típico barrio marginal de Cuatro Algarrobos.
        
         Una larga tradición de enfrentamientos unía a los Defensores con el club Cultural Norteño, máximo representante de Roble Quemado, ciudad también cabecera del departamento vecino a Indio Quieto. No siempre se habían dirimido los enconos con el balompié, y así en numerosas oportunidades tuvieron los milicos que intervenir para que entre los dos bandos no llegara a correr la sangre. Ocurría que ambos equipos veían engrosadas sus huestes con los habitantes de pueblos vecinos, por lo que los partidos convocaban a un público tan numeroso como el de las grandes ciudades. Cuestión que podría atribuirse, quizá, a la falta de otros entretenimientos a nivel pueblerino.
         Esa tarde de febrero el sol caía a pique sobre los cientos de personas que presenciaban la definición del campeonato entre los Defensores y los Culturales. La cuestión venía peliaguda ya que los Defensores llevaban tres años de mala suerte, perdiendo el campeonato en el último partido y siempre, siempre, contra sus vecinos norteños.
         Don Juan Guzmán transpiraba profusamente mientras sacudía su inmenso corpachón sobre las tablas de la tribuna y agitaba la tricolor cual si quisiera verla volar hacia el infinito. A su lado las hijas, la luz de sus ojos desde que enviudara, seguían con idénticos movimientos la gestión paterna. 
        
         El aire llameaba y la tierra se estremecía con el unísono clamor de los hinchas alentando al equipo de su predilección. El marcador indicaba un alarmante 2 a 2. Faltaban tres minutos para que el árbitro diera por terminado el juego cuando Funes, el 9 de los Defensores, arrancó despacito -como acariciando la pelota- desde el mediocampo. Gambeteó un rival, le hizo un túnel al segundo y picando con garra se acercó al arco. Los dos defensores no atinaron a marcarlo y luego de que la pelota se elevara, cabeceando con admirable destreza Funes metió el balón justito en el ángulo derecho ante la mirada sorprendida del arquero.
         El rugido de ¡¡¡ GOOOOOOOOOOOOOOOOL !!!! estremeció hasta las piedras de las ruinas. El árbitro hizo sonar su silbato y la locura se apoderó de los espectadores. ¡Habían vuelto a ser campeones!
         El Chori no tenía ya voz para gritar. La bandera había sido despedida hacia el césped de la cancha y el gordo se abrazaba frenéticamente con sus hijas. Saltaban y saltaban como una enorme y triple serpiente azul ... roja ... blanca ... Los tablones gemían, rechinaban, se estremecían bajo el embate de Juan, sus hijas,  amigos, vecinos y parientes que gritaban como desaforados y se sacudían como atacados por el mal de San Vito.
         Sucedió lo previsible: en uno de los saltos colectivos la madera cedió, agobiada, y todo el mundo se precipitó al suelo en una masa confusa. Arduas fueron las maniobras para desentrelazar tanto cuerpo sudoroso, pero al fin estuvieron todos en pie. Bien ... no todos .. ya que las horrorizadas muchachas comprobaron que su padre permanecía tieso sobre el cemento. Inútiles fueron los esfuerzos por revivirlo y hubo que aceptar que la emoción, la caída o sabe Dios qué, habían llevado de este mundo al jefe de la barra brava de Defensores.
         ... Al menos había muerto en su ley y con la alegría de ver campeón a su equipo ....

         Concluidas las diligencias policiales y forenses el cadáver fue trasladado a la funeraria. Don Remigio Sansepolcro en persona recibió los restos de su ilustre convecino y dispuso con prontitud los preparativos necesarios. El primer problema que se le planteó al propietario de El Buen Fin –poético nombre de la funeraria- fue hallar un cajón del tamaño adecuado a la mole de Guzmán. El hombre se había dedicado -en vida- a ingerir con entusiasmo una dieta compuesta casi exclusivamente de choripanes y vino tinto ... y el resultado estaba a la vista. Una panza de dimensiones rabelesianas sobresalía cual monte en la llanura por sobre el cuerpo. Se trajo lo más grande que se pudo encontrar y allí fue embutido el denodado hincha defensoril, a reposar por el resto de la noche.
         Cual no sería la sorpresa de los empleados cuando, a la mañana siguiente y dispuestos a trasladar el ataúd hasta la casa del finado, se encontraron con que el mismo no había soportado la presión y había reventado por el centro. Tras numerosas deliberaciones Sansepolcro optó por llamar a un carpintero. Sacaron el cuerpo, el artesano procedió a reforzar la madera colocando en el interior unos tirantes sujetos con flejes de chapa y volvió Guzmán a ser metido –con no poca presión y esfuerzo- en el cajón. Todos los presentes elevaron in peto una oración al santo protector de las funerarias, lo cargaron cuidadosamente y el furgón partió rumbo a Las Chinches, lugar del velorio.

         Los preparativos de la capilla fúnebre estaban concluidos. A tal fin se había despejado el comedor-cocina-estar de la vivienda de Guzmán. Por su categoría de “jefe” (y alguna prebenda concedida por el club) la suya era la única casa del barrio que contaba con piso de cemento, el que fue barrido prolijamente por las vecinas comedidas. Las paredes de bloques se hallaban recubiertas -¡cuando no!- por innúmeros y tricolores gallardetes, banderas, banderolas y banderitas, que semejaban un tapiz azulrojiblanquecino. Dos minúsculos ventanucos dejaban apenas filtrar el solazo que agobiaba el mediodía. En el patio de tierra apisonada, bajo la sombra bienhechora de un viejo algarrobo, se apiñaban parientes, amigos, vecinos, hinchas, todos unidos en la pena y en saborear un criollo locro bien regado con tinto de damajuana. El velorio prometía ponerse bueno.
         Las coronas y palmas fúnebres seguían llegando en ininterrumpida procesión y, a falta de espacio en el interior de la casa, formaban un gracioso y colorido dosel a ambos lados del senderito de entrada. Las mujeres se repartían entre los rezos y la vigilancia del locro –ya que la constante afluencia de visitantes hacía necesario seguir cocinando nuevas remesas- y los hombres comentaban los detalles del histórico partido que los había consagrado campeones. El imbatible Funes ocupaba un lugar de honor pues, luego de rendir sus respetos al difunto jefe de la hinchada, se había arrimado al fogón y saboreaba la comida y el tinto.
         Así transcurrieron la tarde y la noche y cuando las primeras luces del alba comenzaron a alumbrar la escena, pudo advertirse que numerosos concurrentes se encontraban durmiendo plácidamente bajo el algarrobo. Salieron las mujeres a despabilar al varonaje y se reinició el desfile para dar el último saludo al finadito.

         Hora es que recordemos a las dolientes hijas, que tan durísima pérdida habían experimentado tras el glorioso triunfo.
         Eran mellizas y respondían a los nombres de Mabel y Norma, pero eran más conocidas por “la Pochi” y “la Tuni”. Habían pasado ya la juventud y sucesivas maternidades habían contribuido a rellenar sus figuras. Digámoslo francamente: eran gordas con ganas. Sus pechos semejaban la proa del Titanic y sus traseros tenían la anchura y la solidez de un tonel. Los dos maridos eran, por el contrario, flacos y escuálidos. Quizá para compensar tanta abundancia femenina ....
         Las chicas habían permanecido estoicamente junto al ataúd toda la noche, sin que súplicas o ruegos hubieran podido disuadirlas de tomar un descanso. Se las veía con ojos hinchados de llorar, mandíbulas caídas en un gesto laxo de profundo pesar y con las cabelleras largas y enmarañadas. El cadáver estaba recubierto de pies a cabeza por una  inmensa bandera (acorde al tamaño del pobre Chori) y sobre el pecho reposaba la gorra con las múltiples trenzas y cintas colgantes que se desplegaban como un pulpo colorido sobre el muerto. En contraposición las mujeres, de negro riguroso de pies a cabeza, ubicadas a cada lado de su padre semejaban las Parcas vigilantes.
         Los empleados de la funeraria, ante el despliegue de gente que iba y venía, se encontraban refugiados detrás de las coronas enviadas por la directiva del club. Desde allí soportaban estoicos los clamores, los gritos, los llantos. También escuchaban con toda claridad al perrerío que se había congregado –vaya uno a saber en pos de que misterioso llamado- y que aullaba a coro con el griterío del interior.
         Por fin llegó la hora de cerrar el ataúd. La Pochi y la Tuni se abalanzaron sobre el mismo y la presión conjunta de sus robustas humanidades comenzó a bambolearlo para espanto de los funebreros. El lloradero alcanzó su máxima intensidad, los ladridos se oían hasta los pagos vecinos y un paroxismo de locura amenazó convertir el último adiós en un caos. Los esfuerzos de los pobres maridos no daban fruto y fue menester que otros parientes contribuyeran para arrastrar a las mujeres de las cercanías del muerto. El cajón se cerró.
         Numerosos concurrentes se abocaron a la tarea conjunta de depositarlo en el coche fúnebre al ritmo ensordecedor de los bombos que eran frenéticamente golpeados por los barras bravas. Tras los coches que conducían a  la familia y los vecinos se ubicaron los veinticinco micros donde se trasladaba la hinchada.
         El cortejo desfiló por la calle central de Las Chinches y puso rumbo al cementerio local.
        
         Frente al rectángulo de tierra se apiñaban los concurrentes y, a falta de espacio, también se desperdigaban por entre las tumbas vecinas. El sacerdote leyó el responso con un coro de llantos y ayes de fondo. Por sobre el claro azul de la mañana resonaba el sonsonete  “De-fen-so-res .... De-fen-so-res ... De-fen-so-res ...”
         El ataúd reposaba ya dentro del agujero y el sepulturero comenzó a palear tierra sobre él. Un espeso silencio había cubierto a los presentes. Entonces la Pochi se desprendió de los brazos de marido y vecinas y se arrodilló sobre el borde de la fosa mientras gritaba
         -¡No te vayas papá! ¡No nos dejes!....
         Y la tierra, blanda por una reciente lluvia, cedió. Y allá fue la Pochi a dar con su generoso cuerpo sobre el recipiente que contenía los restos de su adorado padre. Sus pechos se aplastaban sobre la madera y su trasero monumental sobresalía como una negra montaña. 
         Se apuraron marido y parientes a realizar el rescate. ¡Ímproba tarea! ya que la pobre Mabel había quedado enganchada en el reborde de tierra que sobresalía a los costados. Consiguieron alzarla y se vio entonces una enorme masa humana, barrosa y llorosa, que se sacudía la tierra que la cubría íntegramente.
         Le alcanzaron las fuerzas para volver a dirigirse al difunto y así, entre hipos, estornudos y llantos aulló:
         -¡Me dijiste ... cuando me muera no me llorés...! ¡Cantá bien fuerte “Defensores ... Defensores”!
         La última sílaba pareció estimular el delirio entre los asistentes y al golpe rítmico, potente y ensordecedor de los bombos y tambores todos corearon:
         -¡De-fen-so-res ... De-fen-so-res .... De-fen-so-res...”
         El cementerio se estremeció de fervor futbolero y hasta los muertos
–cualesquiera hubiera sido en vida el equipo de sus preferencias- parecieron unirse al coro enloquecido y aullador, para rendir el postrer homenaje a Don Juan “Chori” Guzmán.

Y aquí quedamos. Siempre a la espera de vuestros textos más una minibiografía. En: millaco@ciudad.com.ar. Les recuerdo que si cambiaron de mail tengan la bondad de avisarme.
Con un enorme abrazo me despido hasta el próximo viaje ...............

                                                CRIS FERNÁNDEZ

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