Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 34

¡¡¡¡¡¡ BIENVENIDOS AL TREN !!!!!!

Nos reencontramos para transitar las rutas del país, unidos por el amor a la literatura y el anhelo de escuchar nuevas y viejas voces que nos hablen de las vivencias, los sentimientos, los acaeceres que compartimos cotidianamente. 


Impulsado por esos afanes el trencito decidió apresurar la partida, no sin antes permitir el ascenso de ESTELA FILIPPINI. Nacida en GENERAL PICO - LA PAMPA (1953), ciudad donde reside, Estela guarda la memoria de su familia y del entorno, ya que los Filippini fueron una de las primeras en establecerse en esta ciudad. Y sobre eso le gusta escribir... tal como lo demuestra su primer libro "INVITACIÓN A LA MEMORIA"  Estudió Letras en la UBA y egresó como Licenciada en Teología del Seminario del IBBA, en Buenos Aires.  Actualmente trabaja como docente en el 3er. Ciclo y Polimodal en al área de Lengua y Literatura en algunos establecimientos de Pico. Publicó en el 2005, "Invitación a la memoria", con motivo del Centenario de nuestra Ciudad.  Colabora con algunas revistas de teología y en "7 Musas", la revista de Bellas Artes de General Pico.  Asiste periódicamente a encuentros de escritores en Buenos Aires y tiene en carpeta algunos trabajos narrativos que espera poder sacar a la luz en algún futuro no muy lejano. Del libro citado elegí un cuento, que me parece muy hermoso, calificación que espero compartan.

SOPA CREMA DE ZAPALLOS
(8 porciones … o sólo 2)
(1988)

     Jeanne Elise se ajustó el pañuelo detrás de la nuca. El solcito de la mañana brillaba débilmente sobre las hileras de la huerta. La mayoría de ellas habían sido invadidas por las poderosas hojas, ásperas y oscuras, y los zarcillo de las plantas de zapallo. Ella ni siquiera había sospechado que aquellas semillas nacaradas que Félix, su marido, trajera de la chacra de Mendoza, brotarían tan bien en esta tierra árida de las pampas, y menos aún, que ganarían tanta fuerza. Hoy era el día de la primera cosecha. Los zapallos pesaban demasiado en el delantal que sujetaba por las puntas, formando una bolsa donde llevaba su carga de lustrosos soles verdes. Se dirigió hacia la casa atravesando el patio de tierra rodeado por altos eucaliptos y, seguida por su fiel Bismarck, entró en la umbría y enorme cocina.
     El fuego ya ardía vigorosamente a un costado, pues Félix lo había encendido al amanecer para calentar el agua para el mate al que tanto se habían acostumbrado. Después de la primera vuelta, que compartieron con su prima María Luisa, quien la ayudaba con los quehaceres diarios, él había partido en el sulky hacia el pueblo. Hoy, sábado, llegaba el viajante con los diarios que venían de Buenos Aires, con noticias de su lejana tierra, su gente y la imprevisible guerra.
     Miró los zapallos criollo que iba sacando de la bolsa del supermercado y pensó que ese día iba a prepara la sopa de su niñez; se sentía triste y un poco abandonada. Los había visto en las góndolas de la verdulería y se sintió extrañamente tentada a comprarlos. Esa mañana de sábado era un remanso en su agitada vida de muchacha libre y liberada y pensaba dedicarla a sí  misma y a sus cosas más preciadas. Decidió olvidarse de sus socios del estudio y los clientes; hoy se ocuparía de su pelo y su piel; esa semana había comprado un baño de crema y unas mascarillas de vitaminas y minerales. Luego se regalaría con una deliciosa sopa casera de zapallo.
     Jeanne Elise colocó al fuego la reluciente cacerola llena de agua y se dio a la tarea de picar y preparar las verduras: seis dientes de ajos ambarinos que destellaron debajo de las cascarillas rosada, las tersas cebollas que aparecieron al quitar las doradas capas quebradizas, el ramo crepitante y verde del perejil recién cortado y, por supuesto, los zapallos, que lanzaron su aroma en cuanto les hundió la cuchilla y los partió dejando al desnudo el racimo de semillas que quieto con cuidado y reservó para una nueva siembra.
     Eran buenos estos frutos de la tierra; pensó que le serían útiles para recrear alguno de aquellos consommé de su bella patria, tan lejana pero tan prendida en sus recuerdos.. Claro, la receta que recordaba de su abuela no llevaba zapallo, era de papas y puerros, pero éstos eran tan delicados y aromáticos a la vez que decidió probar… Los cortó en buenos trozos y junto con las mitades de las cebollas los echó en la olla que empezaba a humear. Un buen puñado de sal gruesa, y la tapó, pues recordó que tendría que ir hasta el tambo a retirar la crema fresca que necesitaría para dar el toque a su crema de zapallos.
     “No, crema no”, pensó y se dispuso a sacar de la heladera el sachet de leche Light. Ésa era la receta de la abuela, la receta clásica, pero ella cuidaba su salud y su silueta de modo que reemplazó leche por crema  y destapó la olla que hervía decididamente sobre la hornalla y burbujeaba en torno de los troncos de zapallo y la cebolla que, en láminas ya, nadaba en el caldo. Midió una taza de té y volcó la leche en la sopa humeante. Machacó los ajos con la hoja del cuchillo y los agregó, junto con el perejil picado en trozos grandes. Volvió a tapar la olla a medias y corrió al teléfono que había empezado a sonar. Su corazón se agitó y pensó –soñó- una vez más que tal vez fuera él. El que la rescataría de su soledad de sábado a la tarde. Le respondió la voz metálica de la locutora de la compañía de seguros recordándole que ya había vencido la última cuota y que …. Una desilusión más; al cortar, el vacío se hizo más profundo y volvió a su tarea, pensando que el aroma de los ajos en el caldo era bueno para el alma.
     El perfume de la sopa invadía toda la cocina cuando Jeanne Elise regresó del tambo. Traía la jarra con la crema, tapada con un trozo de papel de estraza y la colocó sobre la mesa. Separó una porción abundante y pensó que utilizaría el resto para acompañar alguna tarta de frutas que prepararía esa tarde con las peras que esperaban maduras entre las pajas del granero. En su atareada vida de chacarera gringa no había ni sábados ni domingos. Esa mañana, antes de ordeñar a la Rosilla, su vaca lechera, había empezado a lavar la ropa de la semana y ya tenía en su segunda agua con jabón la ropa blanca. Después de la cosecha en la huerta había empezado a preparar la comida, mientras María Luisa, que vivía con ellos desde que perdiera a sus padres, la ayudaba con las niñas. Justamente en ese momento llegó hasta la cocina el rumor de sus hijas en el dormitorio, que jugaban y reían con la prima.
     Encendió la televisión porque el silencio era insoportable. Quería acompañarse aunque más no fuera con las voces agudas y profesionales del canal de noticias. Se concentró en la tarea de retirar de la olla los trozos de zapallo y los colocó en un bols. Los pisó con el prensapapas y rápidamente obtuvo un puré acuoso y amarillo que sazonó con abundante pimienta y nuez moscada. Los aromas de la cocina… Que delicioso placer dejarse llevar por la fragancia de las especias y recordar otros tiempos, otros aires … mucho mejores que estos Buenos Aires que la asfixiaban y a los que tal vez nunca lograría acostumbrarse. Había llegado de General Pico para comerse la ciudad y ahora la ciudad se la estaba comiendo a ella. Las calles ardían desde la pantalla de la televisión, pero ya había aprendido a no hacerle caso. Simplemente se dejó acompañar por la debacle de todos los días y volcó el puré de los zapallos en el caldo que, blanquecino ya, bullía en la cacerola.
     Jeanne Elise le cebó el último mate a su papá quien, sentado en su sillón de mimbre, frente a la venta de la cocina, miraba sin ver los lejanos cardales. Él y su mujer, Marie Claire, completaban la familia que vivía desde hacía varios años en Dorila, ese pequeño poblado de aquel rincón de la Pampa. La amplia casa de la chacra era lo suficientemente cómoda como para albergar a tantas generaciones y la vida transcurría metódica y lenta entre amaneceres, estíos, siembras y otoños idénticos. Jeanne Elise picó los ajos y junto a los cebollines también picados los puso a cocinar en la manteca que su madre había derretido al fuego en la amplia sartén de dos asas. Jeanne Elise batía ahora la crema reservada aparte y la mezclaba suavemente con el puré de zapallos. Luego le añadió los ajos, ya blandos y cocidos en la manteca y volcó la preparación en el caldo humeante que bullía en el fogón. “¡A poner la mesa!” – llamó varias veces revolviendo con cuidado la mezcla sobre el fuego. Un revuelo de polleras y risas y moños en el pelo iluminó la penumbra de la cocina y pronto el mantel y los platos de loza blanca y las servilletas fueron apareciendo y armando un rincón invitante y generoso junto al sillón del abuelo. María Luisa hizo salir a Bismarck al patio de tierra, en el preciso momento en que se divisaba, lejana aún, la polvareda que anunciaba el regreso del sulky de Félix..
     “Increíble soledad” – pensó mientras se servía en el plato de cerámica rústica la crema de zapallos. A último momento le había agregado el ingrediente que suplantaba las grasas y le daba cuerpo a la sopa: un abundante puñado de avena arrollada instantánea. “Huele deliciosa” – se dijo mientras buscaba en la heladera el sobre de quedo rallado. Probó un primer bocado y se sintió reconfortada; el segundo, y ya se sintió mejor, pero con el tercero supo que estaba irremediablemente sola, que él no llamaría hoy y aunque llamara el lunes ya sería demasiado tarde, ella no quería estar sola los sábados ni los domingos ni cuando en verdad lo necesitara. Pensó que esa crema de zapallos era buena, demasiado buena para saborearla a solas y empezó a llorar.
     “Ya está aquí” – anunció Marie Claire. Hizo que las niñas se lavaran las manos, acercó a su padre a la mesa mientras Jeanne Elise y María Luisa completaban la mesa con el pan, las servilletas y la jarra con el agua. Se cambió el delantal por uno más almidonado y se quitó presurosa el pañuelo que le cubría los cabellos entrecanos. Mientras su bulliciosa familia ocupaba los asientos en la mesa, salió al patio de tierra, hacia Félix, que regresaba con un atado de diarios y algunos paquetes. Se abrazaron con alegría. “¿Qué tenemos hoy? ¡Vengo con hambre!” – dijo él con entusiasmo. “Sopa crema de zapallos” – contestó riendo Jeanne Elise. “¿De zapallos?” – él la miró sorprendido y entraron juntos a la cocina.
     La sopa se entibiaba en el bello plato de cerámica. “Maravillosa para compartir” – volvió a pensar Susana. Todavía quedaba una porción en la cacerola. “Tengo mi cena” - se dijo mientras tomaba la última cucharada del plato. Y sin darse cuenta, volvió a salarla, esta vez con la última lágrima que le quedaba de su vida de muchacha libre, superad y sola de fines del siglo XX.


Y decidimos con el trencito marchar hacia el litoral, para recrear la vista con el río Paraná y para recoger a nuestra segunda pasajera. Ella es una amiga que ya paseó con nosotros en el Nº 18: RAQUEL PIÑEIRO MONGIELLO. Nacida en Rosario y viviendo actualmente en FUNES ("el jardín de Santa Fe" según se anuncia) es una viajera incansable cuando se trata de encontrarse con los escritores y compartir su común pasión. Así nos conocimos hace un montonazo de años.... ¡y todavía me banca!!! Poeta y cuentista prolífica, ha editado: "Mi tiempo de retorno" (narrativa breve); "En defensa propia" (poemas y cuentos); "Rincones de herencias y oficios", "Reflejos de un juego", "De voces ilesas", "A modo de amor", "Lenguaje de pan" (todos de poesía). Asimismo ha publicado en antologías y revistas del país y del exterior. Concurre habitualmente a Encuentros de Poetas en Argentina y también se ha hecho presente llevando su obra en Holguín (CUBA), Arequipa (PERÚ), Montevideo (URUGUAY) y Santiago (CHILE). Ha resultado una ardua tarea elegir las obras a publicar, pero me decidí por una serie de poemas de su libro "En defensa propia". Espero que disfruten de ellos tanto como yo.

CONSONANTES

Esto sueños librados
tienen el trazo
de una risa
que coquetea
en el gesto
de consonantes
subidas
por los breteles
de la piel.


CUENTAS PENDIENTES

Todos los días
un sol lee,
hace números
y saluda
a ese atardecer
de antigua data;
luego en soledad
escribe
en el documento
trasnochado,
las cuentas
pendientes
de mañana.

MINIMALISMO

Culpable o no
afilo el reloj
y dejo por un rato
el rítmico aleteo
de tus pupilas,
para saber
por dónde
ha comenzado en mí
la primera lágrima;
entonces veo
un desempleo
del alma
en el minimalismo
de tus gestos.



DE LOS ECHARTE DE MENOS

Ese caminar siempre
por la cornisa
de los adioses
y los echarte de menos
y esa piel
desapareciendo
en el bloqueo
de una gota;
ese huir del polen
en el principio
del ser,
esto que fuimos
y somos
y seguiremos siendo
en esta biografía
que hace mucho,
mucho,
comencé a escribir.


CUESTIONES VARIAS

Qué hago
con estos
desatados lugares
desde donde te hablo
y con estas
cuestiones varias
y este desvarío
ideológico del alma.
Qué, con esta tormenta
donde puse
todos mis huracanes.
Qué, mi amor
con tu voz
si no me hospeda,
se queda
en sus poses
y se va de aventuras.


SOLTAR LOS PASOS

Desandar al fin
todas las carcajadas,
ser solamente
un equipaje de palabras,
hasta soltar los pasos
en la boca del día;
después mirar
y poder ver
de una buena vez
la biografía pendiente
que se hamaca
aun sin sentido
por las farándulas
imposibles de evitar;
porque están
en el centro
de una melodía
que avanza
y llega a ser
confidencias
de un grillo;
presumir con él
porque entró por la ventana
y trajo su vieja mirada
ruborizada de deseo.

                         De su libro “EN DEFENSA PROPIA


El Paraná lucía toda su belleza la tarde en que nos despedimos, pero otra viajera nos esperaba para embarcar en Buenos Aires: MIRTA LILIANA URDIROZ. Psicóloga y poeta, porteña, reside en el barrio de Caballito. Tiene intenciones de publicar su primer libro este año, y ya ha integrado antologías. Participante de concursos literarios ha cosechado variados premios. Aquí llegan para ustedes sus poemas, claros, sensitivos.


 Andaba descalza
cuando estaba contigo
sintiendo el hielo
desangrar mis pies

Heridos errantes
sólo con la caricia de tus manos
encontraban camino

Andaba descalza
y aún hoy
resistiría


Te contemplo

Si  pudieras ver la luna llena
entrar por la ventana
clareando con su palpitante luz
tu rostro

Si  pudieras ver
que te contemplo
y un escalofrío anónimo
serpentea mi cuerpo

Si  pudieras...
tal vez sabrías
si tus sueños
son espejismo del ocaso
de un ayer
ó de mañanas
pausadas llegando
a trasnochar tu vida

Te contemplo sin prisa
y pregunto por qué
Sin respuesta
el silencio
entorna la ventana


Canto a la Vida
                                     
Tenemos años que  nos unen
atajos y  emboscadas
tanto nos conocemos
que cuando el agua gris corre abrupta
a cercar el paso todo es distancia

Tenemos amaneceres con telarañas
que nos impiden ver la aurora
otros que alertan al ritmo sin par de cada día

Tardes  noches opacas y estrelladas
con luna sin luz y con luna llena

Un aire que al devorarlo nos empalaga
de sutil  aroma a rosas y jazmines
Nos quedan  muchos caminos
puentes por transgredir
laberintos por desmembrar
acertijos por parir

Vida
continuemos


A mi Padre

Siempre fuiste un  niño
jugando a ser mi padre
y te esperaba cada tarde
para alcanzarte
antes de tu llegada
y sentir la sonrisa de tu abrazo

Eras el recreo de mi día y mi rescate
Mi perturbación y mi tormento
Y aún así te esperaba
Y aún así hoy te espero
Sé que llegarás y me contarás
por primera vez
cuánto me amas


La Reina del Plata, ruidosa y caótica como siempre, quedó atrás y resoplando, resoplando, la locomotora se adentró en la pampa para retornar al nido. Y así llegamos al final de este viaje.
Recuerden que espero colaboraciones de los escritores (éditos o inéditos) a millaco@ciudad.com.ar. Agradeceré el envío del material y de una minibiografía.   
¡Suena la campana anunciando la llegada! ¡¡¡Nos vemos!!! ¡¡¡Adiós!!!

                                         CRIS FERNÁNDEZ