QUERIDOS PASAJEROS:
Nuevos encuentros … nuevos caminos por recorrer … Y
las letras como lazo de unión … siempre … Somos portavoces de la realidad y de
los sueños … Somos voceros de los hechos y las utopías … ¿Qué mejor destino?
Emprendamos el viaje entonces …
La locomotora humeaba como para calentar el ambiente
(un áspero friazón se dejaba sentir) mientras la campana sonaba indicando la
partida. El trencito arrancó con rumbo a la cordillera, pues en Catamarca nos
esperaba una amiga: ANALÍA PASCANER. Nacida en Buenos Aires,
actualmente reside en la ciudad de CATAMARCA.
Estudió Psicología en la
Universidad de Buenos Aires. Es profesora de piano y se
dedicó a la enseñanza cuando vivía en Buenos Aires. En Catamarca concurrió a un
taller de narrativa e integró un grupo literario. Tuvo a su cargo la dirección
de la primera revista virtual de su provincia. Desde noviembre de 2006 es
editora y directora de la revista digital "CON VOZ
PROPIA", emprendimiento independiente de
difusión de literatura clásica y contemporánea. Participó con lectura de textos
propios y de otros autores en todos los cafés literarios realizados en la
ciudad de Catamarca, en recitales poéticos-musicales en Feria del Libro de
Catamarca y Feria del Libro de La
Rioja , en diversos homenajes realizados a escritores
catamarqueños. En mayo de 2008 participó –a distancia- en la mesa redonda de Archivos del Sur (de revistas digitales),
realizada en la
Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la
coordinación de la periodista y escritora Araceli Otamendi (directora de la
revista digital Archivos del Sur).Publicó algunos de sus cuentos en las
Antologías 'Escritos en La Cueva' (2003, 2004 y 2005),
y el libro 'La Noticia',
perteneciente a la Colección
de literatura infanto-juvenil La
Cueva (2005). Sus cuentos y relatos son leídos en algunos
programas radiales y publicados en revistas digitales: Isla Negra, El Ciruja, La Bodega del Diablo,
Literarte, Letras en el Andén, La
Máquina de Escribir, Poemas en Añil, Archivos del Sur, Axxón,
Revista Almiar, Artesanías Literarias y en diversos sitios literarios de la
web. Colabora con radios y publicaciones virtuales y en papel, en diversos
proyectos literarios. Se desempeña como correctora de textos." Aquí nos
trae un cuento, descarnado y realista.
E Mail: analiapascaner@gmail.com
UN CAMINO SIN
RETORNO
El deslucido abrigo de cuero pesaba holgado sobre sus
hombros. La cabeza inclinada sobre el pecho, el cuello levantado de la campera,
las manos dentro de los bolsillos, todo era inútil para protegerse del viento
helado. Oscar Rosales caminaba lentamente por las calles desoladas. La llegada
repentina del frío había atemorizado a los vecinos.
Pensaba en Matilde y en los amargos calentitos
y espumosos, en la sonrisa luminosa y en el calorcito de la estufa a querosén;
pensaba en la mirada amable y en el amparo de las paredes cálidas, en las
palabras comprensivas y en su propio desaliento.
Oscar pensaba…
Los cincuenta y dos años se apretaban en su cuerpo, la
humedad se concentraba en sus huesos, la angustia se traslucía en su rostro.
Desalentado, sus pasos conduciéndolo a ningún lugar, Oscar pensaba: ¡Qué
imbécil! ¿Cómo pude aceptar la jubilación a los cincuenta? Y no
hallaba respuesta a esa pregunta que día a día lo atormentaba más y más.
Bastante tiempo atrás se había agotado el dinero del
cheque de la indemnización. Ya no hacía changas en el taller de Edmundo porque
el chico de la vuelta, ése que abandonó el colegio, “es más joven y más fuerte,
¿me entiende?”. El dueño del estacionamiento en el cual trabajó unos meses le
explicó que “el hijo de Moreno tomará su puesto para pagarse los estudios, buen
pibe, ¿vio?”. Ya no se reunía con los amigos a tomar unos vinos en el bar,
¿cómo los pagaría?, no le agradaba aceptar limosnas. Lo borraron del club por
falta de pago, ahora ni siquiera podía entrar a la cancha para distraerse, por
unos pocos pesos, viendo los partidos de su equipo de la categoría “C”.
Se sentía solo. Estaba solo. La muchachada lo fue dejando
solo o tal vez él se fue apartando del camino de aquellos obreros de la fábrica
que dio de comer a tantas familias durante tantos años.
Y Oscar pensaba… Al flaco Iriarte y al vasco Urrutia
también los tentaron, los hicieron caer como a él. Iriarte juntó su vida en
cuatro valijas y se fue a su pueblo natal, allí lo esperaba su madre; y el
flaco se fue porque sabía que en casa de la vieja no le faltaría el puchero. Y
el vasco, buen tipo, se murió “de depresión” comentaban algunos: dejó de comer,
perdió la afiliación al club, no aparecía por el bar, no recibía a los pocos
amigos que visitaban su casa; y se murió el vasco, se murió de tristeza y
soledad.
Oscar salía a caminar todos los días, empapado por la
lluvia o tiritando por el frío, azotado por el viento o agobiado por los
cuarenta y tantos grados. Él debía encontrar una salida.
Deambulaba todos los días por el barrio, algunas veces lo
acompañaba unos metros el chico diferente, ése… el de la sonrisa despreocupada.
Esquivaba la cuadra del bar y la manzana del club; evitaba mirar a aquellas
personas con quienes se cruzaba en el camino. Descansaba sentado en un banco de
la plaza, esa plaza donde nació la idea, esa plaza donde veía a los pibes jugar
con la pelota raída, esa plaza donde los jubilados jugaban a las bochas. Los
jubilados de antes, los de setenta y tantos años, los jubilados de verdad.
Oscar se sentía joven, sin embargo no todos opinaban lo mismo: para ningún
trabajo era joven.
Ese día se movía lentamente, como si sus pies se
resistieran a consentirlo en la misión desesperada que tramaba. Su mano
acarició el frío del metal que llevaba desde esa mañana en el bolsillo.
Faltaban pocos metros para llegar. Levantó la mirada y
observó la bandera gastada sobre la puerta de entrada, un jirón descolorido
zamarreado por el viento feroz, y un impulso renovado aceleró sus pasos. Sus
pensamientos lo atormentaban, su pulso y su respiración le quemaban, un nudo
comprimía su garganta, una piedra apretujaba su estómago. Esa idea lo
martirizaba: debía concretarla hoy, le resultaban insoportables las peripecias
con que se burlaba desde su mente. Y Oscar pensaba: Matilde… ¿qué diría
ella?, y luego se animaba: ¡Qué! si por Matilde lo hago, ella se
merece algo mejor.
Faltaban pocos minutos para las veinte horas. Sólo se
encontrarían Joaquín y la empleada nueva, ambos terminando un día de trabajo
para luego regresar a sus hogares, disfrutar junto a sus familias, entregarse
al sueño tranquilo; ambos sabían que al día siguiente un trabajo los esperaba.
Repasó el plan una y otra vez. No había posibilidad de error, la policía jamás
andaba por allí, a esa hora se internaba en la villa haciendo redadas. Nada
podía salir mal. Envalentonado por la angustia traspasó el umbral, sin embargo
permaneció inmóvil, la calidez del ambiente lo intimidó.
-¡Qué sorpresa, Oscar! Llegó justo, ya casi cerramos
-expresó Joaquín observándolo a través de los lentes-. ¿En qué le puedo ser
útil?
Como única respuesta, esbozó una débil sonrisa y se
acercó al mostrador susurrando: Pobre Joaquín, cada día más sordo y más
miope. La empleada llenaba unas planillas y el encargado regresó a sus
papeles. Oscar sacó el revólver del bolsillo y murmuró algo así como “esto es
un asalto”. Entonces Joaquín le preguntó:
-¿Cómo dice, Oscar?
Algo más seguro, insistió:
-Don Joaquín, deme la recaudación del día y no les pasará
nada a usted ni a la chica.
El encargado, atónito, observó el arma gastada sostenida
por una mano temblorosa, se acomodó los lentes y, con torpeza, abrió un cajón
debajo del mostrador. Comenzó a sacar los billetes, los cuales Oscar tomaba y
hundía de manera desordenada en sus bolsillos.
-Lo van a agarrar, Oscar, y usted es un buen hombre,
usted no es de ésos.
-No soy nadie, don Joaquín, no tengo nada, me dieron la
jubilación y me arrancaron la dignidad. Deme la plata y me voy de aquí, sé que
usted no contará nada, tampoco la chica.
Terminó de guardar los billetes mientras repetía, como
intentando convencerse a sí mismo:
-Lo siento, don Joaquín, no es nada contra usted. Ya me
voy y todos olvidaremos este incidente.
Oscar notó la expresión de Joaquín: detrás de los vidrios
gruesos sus ojos se mostraron sorprendidos y sus labios se torcieron en una
mueca grotesca. Oscar no advirtió que la empleada clavó su mirada en la puerta
de calle. De pronto escuchó una frase común, una frase que se le ocurrió
irreal, y el silencio se rompió con palabras ásperas, lejanas, vacilantes:
-¡Alto, Policía! ¡Suelte el arma!
Ponga sus manos detrás de la cabeza y gire lentamente.
Y Oscar pensó… Pensó en Matilde (¡cómo lo iba a
extrañar!), en sus amigos, en los pibes jugando el picadito en la plaza, en la
sonrisa babeada del chico discapacitado, en los años entregados a la fábrica,
en el trabajo que esperaba y jamás llegó, en la plata del cheque que voló, en
los hijos que no tuvo, en su juventud perdida por las obligaciones, en sus
sueños olvidados, en sus ilusiones de tener algo mejor, de ser alguien mejor,
de vivir un poco mejor.
Entonces Oscar pensó. Giró sobre sus talones pausadamente
mientras ponía el arma en su sien derecha.
El sonido retumbó en la sala casi vacía del correo.
Y Oscar ya no pensó más.
La maquinista aprovechó para
degustar unas riquísimas nueces confitadas y nos despedimos de esos buenos
amigos y hermosos paisajes. Y cruzando todo el país el trencito rumbeó para el
litoral, a la provincia de Santa Fe para recibir al primero de tres pasajeros
de ese rincón argentino. Un nuevo pasajero: JORGE ISAIAS. Nació en
Los Quirquinchos,(Santa Fe) pero vive
hace 50 años en ROSARIO (prov. de SANTA
FE). Licenciado y profesor Superior en Letras, Magister en Lengua y
Literatura. Publicó 41 libros entre Poesía, Prosa y Crítica. Fundó la revista y
editorial La cachimba en 1970, luego
editorial. Su obra fue traducida al ingles, coreano, alemán, francés, italiano
y portugués. Sus libros circulan en la Enseñanza media y superior. Es Escritor
Distinguido de su Provincia, declarados sus libros por el Ministerio de Cultura
y Educación de la provincia como de interés educativo. Las cámaras de la Nación y la Provincia de S Fe ha declarado
su obra Interés Cultural. Su obra “Crónica Gringa “ tiene 7 ediciones. Otros libros suyos han sido
reeditados: “Oficios de Abdul y poemas de
amor”. Nos trae hoy una hermosa reflexión sobre la libertad, con matices de
nostalgia. Espero les agrade.
E Mail: jisaias46@yahoo.com.ar
El arte es libertad, le dice mi nieta Pilar a mi hija. Y tiene
razón.
Tal vez sea el último refugio que le queda al ser humano donde pueda ejercer, vía imaginación y creatividad, su condición ínclita e inclaudicable de decidir fuera del poder y de las órdenes. "Me senté a escribir en el lugar donde cesan las órdenes", supo escribir el poeta Raúl Gustavo Aguirre para siempre.
Mi hija había anotado a Pilar en una escuela de arte y en algún momento casi a fin de año ella le dijo estas palabras entre otras, que por qué si el arte es libertad no la había consultado para anotarla allí. Pero este año se arrepintió y quiso volver. Pilar tiene seis años y cursa primer grado en una escuela estatal. La escuela de arte también lo es. Son ambas muy buenas.
Este año se cumplen cien años de la muerte de uno de los más grandes poetas de la lengua castellana, es decir, Rubén Darío, un hombre libre que nos limpió el idioma y lo dotó de la plasticidad que nos permite expresarnos, y como escribió Borges, poco importa que nosotros lo hayamos leído, porque tal vez su estética hoy nos resulta un poco envejecida, pero sigue cantando con su voz tan plena, como afirma Angel Rama.
La situación de la libertad tiene que ver con la vida, por supuesto.
En otro tiempo ya lejano, ya remoto, en un lugar pequeño, lleno de aire no contaminado, de pájaros libres, de mariposas y de abejas, participé como un integrante más de una barrita de niños, amigos o compañeros de escuela, o ambas cosas a la vez. Todos vestíamos de la misma manera, uniformados por decirlo de algún modo, que nos hacía integrantes de una clase social a la que pertenecíamos por la identidad de nuestros padres. Eramos hijos de obreros rurales, agremiados y defendidos por "el sindicato", como llamaban al de Obreros rurales y Estibadores adheridos ala FATRE. La ropa que
vestíamos era confeccionada por nuestras madres hacendosas y creativas,
raramente usábamos zapatos, como mucho teníamos un par para los domingos y
teníamos prohibido patear una pelota con ellos, y nos lo teníamos que quitar
cuando volvíamos del cine los domingos por la tarde. Para la escuela usábamos
unas zapatillas marca Pampero que nos sacábamos junto al delantal. Y allí
nuestras madres nos hacían calzar unas alpargatas que el uso les sacaba un hilo
largo al que llamábamos "bigote" y en el verano éramos completamente
libres. Nos permitían andar descalzos la mayor parte del día. Nos juntábamos en
la cortada de gramilla muy verde donde no pasaba casi nadie. Salvo los perros
vagabundos y el carro del lechero, y de allí partíamos hacia los profusos
cañadones, munidos de hondas matadora de pájaros o tramperas donde cazábamos
grandes cantores para venderles a los vecinos. En estas incursiones casi
siempre veíamos volar bandadas de garzas blancas que eran, para nosotros, la
representación de la libertad sin más, bajo el cielo celeste como una chapa
reseca.
Tal vez sea el último refugio que le queda al ser humano donde pueda ejercer, vía imaginación y creatividad, su condición ínclita e inclaudicable de decidir fuera del poder y de las órdenes. "Me senté a escribir en el lugar donde cesan las órdenes", supo escribir el poeta Raúl Gustavo Aguirre para siempre.
Mi hija había anotado a Pilar en una escuela de arte y en algún momento casi a fin de año ella le dijo estas palabras entre otras, que por qué si el arte es libertad no la había consultado para anotarla allí. Pero este año se arrepintió y quiso volver. Pilar tiene seis años y cursa primer grado en una escuela estatal. La escuela de arte también lo es. Son ambas muy buenas.
Este año se cumplen cien años de la muerte de uno de los más grandes poetas de la lengua castellana, es decir, Rubén Darío, un hombre libre que nos limpió el idioma y lo dotó de la plasticidad que nos permite expresarnos, y como escribió Borges, poco importa que nosotros lo hayamos leído, porque tal vez su estética hoy nos resulta un poco envejecida, pero sigue cantando con su voz tan plena, como afirma Angel Rama.
La situación de la libertad tiene que ver con la vida, por supuesto.
En otro tiempo ya lejano, ya remoto, en un lugar pequeño, lleno de aire no contaminado, de pájaros libres, de mariposas y de abejas, participé como un integrante más de una barrita de niños, amigos o compañeros de escuela, o ambas cosas a la vez. Todos vestíamos de la misma manera, uniformados por decirlo de algún modo, que nos hacía integrantes de una clase social a la que pertenecíamos por la identidad de nuestros padres. Eramos hijos de obreros rurales, agremiados y defendidos por "el sindicato", como llamaban al de Obreros rurales y Estibadores adheridos a
publicado en “Página/12”
Dejamos
la ciudad dando una vueltita por el magnífico Monumento a la Bandera y la locomotora
enfiló hacia la ciudad de Arequito para recibir a otra nueva pasajera: CLAUDIA COSENZO. Nació un verano de 1971
en la ciudad de Río Tercero en la provincia de Córdoba. Allí cursó sus
estudios primarios, secundario y terciarios obteniendo el título de Profesora
en Educación Preescolar. Hace unos años el destino la condujo a la localidad de
AREQUITO (prov. de Santa Fe) donde
formó su familia y hoy reside. Nos dice: “Desde
pequeña tengo varias pasiones que aún conservo; las más importantes mi pasión
por la lectura y escritura lo que me permiten adentrar en universos
desconocidos. Participo de talleres literarios, he formado parte de varias
antologías con cuentos breves y poesía. Obtuve algunas menciones en el género
“poesía”. Actualmente estoy trabajando en la
primera novela. Lo que hace a la integridad de quien escribe es
imaginar, liberar lo que atesora en su interior tratando de llegar con sus
palabras a conmover y emocionar a quien sepa valorarlo. De eso se trata
escribir…” Les traigo hoy sus poemas
que, espero, disfruten.
E Mail: claudiacosenzo@yahoo.com.ar
MEDITACIÓN
ABSTRACTA
Te
busco, hurgo en lo más profundo.
Ahí,
donde el alma permanece aletargada,
recorro
sin prisa cada recoveco
de
este túnel interminable.
Cual
fantasma en vilo,
la
intriga va carcomiendo mis sentidos,
me impulsa a dar cada paso,
en este candente sendero
que me lleva hacia ti.
Me
desvanezco
en esta meditación abstracta,
sigo
buscándote; quiero tocar,
mirar,
oler, escuchar, la nada me lo impide.
Un
sentimiento desgarrador y oscuro
me revela que en mi interior ya no estás…
Es la
nada misma, en mi propia esencia.
OTOÑO
¿Es acaso el otoño una
estación del año?
O es el momento exacto
donde la naturaleza
se despoja de aquello que
la agobia
dejando al descubierto su
verdadera esencia.
Ese estado donde las hojas
secas se deslizan
acariciando lo invisible, lo imaginado,
lo irreal de lo que nos
rodea.
Formando parte de una
metamorfosis
de colores entre ocres y
amarillos
develando su espíritu
oxidado, azafranado.
Se va decolorando
lentamente,
hasta quedar en un estado envejecido.
Cual un retrato en sepia se
proyecta
ante el entorno, durante el tiempo
que tarda en despertar la
primavera.
VÍNCULO SECRETO
Establezco un vínculo secreto
en la serenidad de mi espíritu.
Retozando en remembranzas,
cobra vida la nostalgia
entrelazada con el silencio
de lo que nunca fue.
Desdibujando momentos
despliega mi niñez su incertidumbre,
despereza de a poco la inocencia
en ese devenir de cosas nuevas.
Van y vienen.
Oscilando en el columpio del tiempo,
permiten colmar
de palabras
páginas en blanco de una historia,
para repasar cada vez
que establezca un vínculo secreto
con mi propia alma.
ERES
Esa bruma gris, húmeda , triste
como cortina de llovizna de
agonía
me enceguece, me
transportas
a lugares donde
te anidas
receloso y vulnerable.
Dolor, eres el monstruo
que apareces de la nada y
te instalas;
reniegas en quedarte y
formar parte
de mis días, de la vida
misma.
Sensación desgarradora que
estruje
el alma y deja en vilo mi
conciencia.
Sensación de suspenderme en
el vacío
y chocar de golpe con una
realidad
demoledora...
Destructor, aniquilas mi
felicidad
en un instante y te quedas
para siempre
pretendiendo que te acepte.
Eso eres dolor, lo único
que resta
es aceptarte o aprender a
llevarte
en mis entrañas.
Apareces cuando evoco los
recuerdos,
me asfixia tu presencia, me
ensordeces.
Te asigno a pesar de mi
rechazo
un pequeño espacio en mi
memoria,
ahí donde deseo que te
aquietes
y permanezcas para siempre
adormecido,
aun sabiendo que eres
torbellino
volverás como llovizna
entristecida
cual bruma gris cargada de agonía.
MIRADAS ENCENDIDAS
En amaneceres
se desperezan
retoños de esperanzas postergadas,
Ilusiones capturadas por luciérnagas radiantes
en la noche clara.
Reviven fantasías rehenes de la infancia
Exploran el juego escurridizo
de luces y sombras.
Resplandecen miradas encendidas
por estrellas fugaces.
ENIGMA
En la urdimbre de mis pensamientos
es tan efímero el aroma de tu cuerpo.
Huidizo se entrelaza entre las hebras
que en mi mente,
van plasmando de gozo
mi inconsciente apasionado.
Devanando sensaciones
va transformando el cuerpo.
En la trama se escabullen
magia, deseo, misterios.
Resiliencia que transforma
mis sentidos.
Unos
matecitos y ricos bizcochitos de grasa nos reconfortaron y así seguimos la
huella (o mejor dicho la vía) para recibir a nuestro último pasajero y amigo: RAMÓN WALTERIO GODOY. Nacido hace
84 años en Conlara, Provincia de Córdoba, se siente hijo adoptivo de Concarán,
San Luis, donde pasara su infancia y parte de su juventud. Residió tres años en
la ciudad de San Luis, donde cursó el bachiller, continuando sus estudios
universitarios en Córdoba, egresando con el título de Odontólogo. Hace 45 años
que reside en RAFAELA (SANTA FE).Retirado
de su profesión dedica la mayor parte de su tiempo a la actividad literaria,
habiendo publicado su primer libro de cuentos “Historias de vidas” en el 2010 y luego su segundo libro “Historias debidas”. Varios de sus
cuentos han merecido distintos premios en concursos nacionales. Nos acompaña
con dos relatos cortos que, espero, disfruten.
E Mail: chitatoto@arnet.com.ar
E Mail: chitatoto@arnet.com.ar
EVOCANDO A MI PEQUEÑA
¿Te conté que a la escuela solía ir a caballo?
Iba montado en La Pequeña. Una petisa
adorable. Era mi mejor amiga. Cuando me
acercaba al corral para darle de comer o para ensillarla, me recibía con un potente
relincho, movía su cola y levantaba sus
manos dándome la bienvenida.
Su pelo
cobrizo brillaba al sol, como si hubiese estado revestido de oro. La cabeza erguida y su paso seguro le
daban un porte majestuoso. En un concurso de belleza equina seguro que ganaba
por varios cuerpos.
Nos entendíamos a las mil
maravillas. Yo le hablaba y con la cabeza asentía como si comprendiera. Todos los días del año me llevó al colegio sin problemas. Aunque
no eran todas flores en nuestra relación.
Creo que tenía mucho sentido del humor. La escuela
quedaba a dos leguas. Salíamos de mi casa al galope lento, pero en
cuanto tomábamos el camino acelerábamos la marcha. A mí me gustaba ir rápido y a ella también. El único problema es que se
espantaba por cualquier cosa. Si una perdiz levantaba vuelo, o una liebre
cruzaba el camino, paraba de golpe y yo iba a dar con mi humanidad en la tierra. Me la aguantaba
pensando que realmente tenía temor y por
eso lo hacía. Aunque desconfiaba un poco, porque me daba la sensación de que
cuando yo juntaba los útiles y me sacudía, levantaba su labio mostrando sus
dientes como si sonriera.
Pero lo que me hizo aquella vez no me dejó ninguna duda. Había llovido mucho, así es que todo el camino era
un lodazal. Por eso íbamos muy
despacio, con mucha precaución para que no
resbalara. En un momento me sorprendió, porque empezó a acelerar el trote y, de pronto, sin que absolutamente nada se cruzara en el camino,
paró de golpe, pero no me caí. Quedé
prendido a su cuello, tomándome de
las crines con todas mis fuerzas. Cuando creía superado el inconveniente y,
antes de que pudiera acomodarme, levantó
su cabeza todo lo que pudo y la bajó de
golpe como haciendo una reverencia.
Y ahí sí que
fui a aterrizar en el barro. No repuesto
de mi asombro por lo que había pasado, cuando empecé a levantarme y la miré, su relincho me sonó
como una carcajada.
Conteniendo mis lágrimas al
verme todo embarrado por su culpa, mientras montaba le dije: ¡Ya me las vas a
pagar! ¡Te voy a tener una semana sin
comer! -¿que si cumplí la amenaza?
¡¡NO!! Era mi mejor amiga y consideré que era una broma que me había hecho.
Nunca se lo conté a nadie. A mi mamá le dije que me había resbalado al
desmontar y me caí en el barro. Los amigos no deben ser “buchones”. Es la primera vez que lo cuento porque mi
querida Pequeña debe andar alegrando los caminos del cielo, mientras yo,
octogenario, sigo aún recorriendo los caminos de este mundo.
EL CIRILO
Era
la visita mensual que me hacía ese vendedor con su muestrario repleto de novedades.
- A éste se lo lleva. No me
interesa.
-
Mire señora que es un hermoso Cristo.
-
Sí, pero yo no vendo imágenes, así es que se lo lleva.
-
Bueno, si usted no lo quiere lo llevaré.
Media
hora después, mientras acomodaba la mercadería que me había dejado, lo encontré
debajo de unos papeles.
–
Se lo llevará la próxima vez, pensé, a este Cirilo yo no lo quiero, - y lo coloqué en un clavo que había en la pared.
A
la tarde entró mi hijo y lo primero que vio fue
la imagen.
-
¡Que hermoso Cristo, mamá! No lo vendas. Lo pondré en mi
dormitorio.
-
Llevalo cuando quieras.
El
destino enlutó mi alma y me sentía morir de tristeza. Mi compañero de 30 años
me dejaba para siempre. Si bien sabía que en cualquiera momento podía
suceder ya que sus arterias estaban
tapadas por la nicotina del maldito
vicio del cigarrillo que lo dominó, no
pudiendo complacer al pedido de
sus hijos que tanto quería y que le imploraban que lo dejara.
Una
furia anti imágenes se apoderó de mí, y metí en una caja todos los santos y estampas
que encontré. Ahí fue también a parar el Cirilo como yo lo había bautizado. En
la pared donde había estado colocado
quedó bien nítida una cruz. Me llamó la atención porque no tenía ninguna pintura que hubiese podido
marcarla.
Después
de un mes decidí abrir el negocio, aprovechando el receso para pintarlo
y hacer limpieza general tratando de empezar con mejor ánimo.
Una
semana después de haber reiniciado la actividad me llamó la atención de que en
la pared donde había estado apoyado “El
Cirilo” volvió a aparecer la
cruz. Lo hice pintar
nuevamente y al poco tiempo otra
vez lo mismo. Decidí entonces sacarlo al
Cirilo de la caja y lo coloqué en el
lugar donde había estado.
Una
noche, estando cerrado el negocio escuché
un ruido. Cuando fui a ver, lo encontré
al Cirilo caído sobre una caja. El clavo estaba bien puesto en la
pared. No le encontré explicación y lo puse nuevamente en su sitio
un poco sorprendida.
Pocos
días después al abrir el negocio
encontré la imagen que se había desprendido
de la cruz. ¡Otra sorpresa! Lo miré y no me explicaba cómo podía haberse caído
ya que estaba bien engarzado. Le puse
pegamento y lo volví a su lugar, pero previamente le coloqué dos clavos grandes
debajo de los brazos. ¡Vamos a ver si te
volvés a caer!
Cuando
una clienta muy católica me preguntó por qué lo tenía tan lleno de
clavos, le conté lo que había sucedido.
-
Debe ser porque no está bendito. Préstemelo que yo lo haré bendecir.
-
Sí, ahí lo tiene, haga lo que quiera.
Al
día siguiente Cirilo estaba
nuevamente en su lugar, ya
bendito según me dijo la señora.
-
Y dice el sacerdote que lo cuide. Que tiene algo muy especial...
-
Bueno, si es Dios, que se cuide solo.
Unos
días después otra vecina me preguntó:
– ¿No me prestaría el crucifijo señora? Mi hija y yo terminamos de
hacernos una biopsia y queremos pedirle que nos ayude para que el resultado sea
negativo.
-
Sí señora llévelo. Téngalo todo el tiempo que quiera. Yo le llamo el Cirilo, pero
con cariño.
-
Cuando vino a devolvérmelo la felicidad se le veía reflejada en su rostro.
-
Gracias señora. Aquí tiene a su Cirilo.
Nos hizo el milagro. Los dos análisis dieron negativos.
- Ahora es muy común que me
lo pidan. A nadie le falló en las
peticiones que le han hecho.
-
No lo niego. Pero ahora les digo que me
lo devuelvan enseguida. Porque todas las noches, antes de acostarme, y haciendo una olvidada señal de la cruz, de
rodillas le digo simplemente: perdoname Cirilo querido, yo no creía en vos.
Ahora si creo que eres Dios. Por eso te
lo encargo al Horacio. Yo sé que está en el cielo. ¡¡Cuidamelo!!
La
locomotora andaba ya cansada y quiso regresar al pago. Y al trotecito corto se
allegó a su andén. Y aquí los espera esta maquinista, con sus cuentos y poemas
(y una minibiografía) en: letrasenelanden@gmail.com
Espero
hayan disfrutado el paseo. Y ¡¡hasta la próxima!!!!!!!!!!!
Un
abrazo
CRIS FERNÁNDEZ
Gracias, Cris, por el envío.
ResponderEliminarQué buenos cuentistas los tres.
A Analía tengo la satisfacción de conocer sus escritos y la difusión cultural que desempeña.
A Jorge lo quiero y valoro mucho desde hace años.
No conocía al tercer autor y me encantó leer sus relatos y recorrido de vida, un verdadero gusto.
Betty
Gracias por tu lectura, querida Betty.
EliminarCariños, que tengas días plenos
Analía
Mil gracias por la publicación de mi cuento, querida Cris.
ResponderEliminarY reitero mis felicitaciones por tu tarea de difusión literaria, siempre has sido un ejemplo para mí, desde aquellos años de la revista Escritos...
Cariños, que estés muy bien y todo te resulte para bien
Analía