Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 44

QUERIDOS PASAJEROS:

Caminamos las últimas semanas de este 2.007 ajetreado, convulsionado, por momentos confuso y angustiante. ¿Qué mejor entonces que endulzar este tiempo con un poco de literatura? Pues a través de los escritores podemos tener otra visión de la realidad y de la vida, podemos sentir que ellos dicen lo que, quizá, nosotros no podemos decir con tanta justeza.
Y parte el trencito.

La primera parada fue en una ciudad que amo y a la que acabo de visitar nuevamente en julio: SALTA la linda. Allí ascendió al trencito DAVID SLODKY. Y así se presenta: " Nací en Salta en 1946, estudié Psicología en Córdoba, donde fui miembro del Equipo de Psicopatología del Hospital Clínicas y Ayudante de 1ª y luego Jefe de Trabajos Prácticos de distintas materias de la Facultad. Luché en esos gloriosos años 60 (contra la intervención de Onganía a las Universidades, con el Cordobazo) y luego fui profesor en la Universidad Nacional de Salta, desde 1975 hasta 1978. Partí a España en el 79, donde trabajé en la O.E.I. y a mi regreso al país, fui director de la Carrera de Ciencias de la Educación de la U.N.Sa. con el retorno de la Democracia. Desde poco después, me dedico exclusivamente a la práctica privada de la Psicología, como Psicoterapeuta, participando siempre en actividades científicas y culturales. Soy Académico de Número de "La senda gloriosa de la patria", una institución Güemesiana, fui miembro del Comité de Bioética del Colegio Médico de Salta, como psicólogo invitado, realizo constantemente recitales poético-musicales. Tengo dos libros publicados: "Las fronteras", Ed. del Tobogán, Salta, 1993, y "Al encuentro de la heroína...", edición de "La senda gloriosa de la patria", 2007. Me han hecho participar en distintas antologías de narrativa. Tengo un par de libros todavía no publicados: "Metempsicosis y otros cuentos" y la novela "Si la muerte pisa mi huerto...". Acompaño un cuento de su autoría y confieso que me encantó.  E Mail: davidslodky@arnet.com.ar

EL INVIERNO

El invierno se acercaba. No podía quejarse del otoño que estaba terminando. A la tristeza de las  hojas caídas y los árboles que iban desvistiéndose, los había compensado con atardeceres creativos, sumergiéndose en profundidades que nunca antes había alcanzado o se había permitido durante la primavera y el verano, cuando escudándose en el ajetreo de la tumultuosa vida que su desventurado país le prodigara, había perdido -como su amigo poeta- “una punta de cosas, imperceptiblemente, como un fósforo”.
Pero ya se evidenciaban helados anticipos: su memoria no funcionaba como antes, tenía que recurrir a complicados artilugios para llenar lagunas insospechadas. Un reloj que se cambiaba de muñeca, una agenda electrónica programada cada día. Sus piernas ya no respondían con la misma fuerza en las pedaleadas por sus amados cerros. La última vez que había ido con sus hijos a la quebrada de los arrayanes, ellos tuvieron que ayudarlo a él a cruzar el correntoso arroyo. Había notado la mirada que intercambiaron sus muchachos: seguramente recordaban cuántas veces el padre fuerte los había ayudado a cruzar; ahora, como a un viejito, como a un niño, ellos habían hecho cadena para que no se cayera en las piedras resbalosas, o lo arrastraran las frías aguas.
La memoria de los sucesos inmediatos comenzaba a fallarle, cada vez más. ¿Cómo se llama el Ingeniero que tan amablemente lo acaba de invitar?  ¿Qué es lo que vino a buscar a  la biblioteca? Olvidaba y perdía cosas, de manera cada vez más alarmante. Entre bromas decía que se pasaba la mitad del día buscando lo que perdía durante la otra mitad.
Pero la memoria de las lejanas vivencias, de los dulces o dolorosos recuerdos, lo embargaba a cada paso. Primero brumosamente, como presentándose, como diciéndole: “Acá hay algo...” Después, ya vívidamente. Y a veces los hijos le veían el rostro distendido, los ojos auroleados de felicidad; a veces  una mueca dolorosa en el barbado rostro del padre los preocupaba. “¿Qué te pasa, pa?”. “Nada, hijo, recuerdos, historias...”.
Estaba en su reposera cuando la primera niebla lo visitó: “Ah, sí, era tan bonita... La quería tanto, como a una hermanita que había que proteger, cuidar”. Y empezaron a aflorar las imágenes, los recuerdos, las anécdotas.

Se la habían “encargado”. “Cuidamelá” –le pidió doña Carmen. “Ha sufrido mucho desde que su padre la abandonó.  Se ensimismó en un silencio que nunca pude develar, aunque supongo está poblado de hondas decepciones y dolores”. Le comentó entonces que ella había sido la niña de los ojos de su padre,  la que había heredado su talento musical, la que había pasado horas y días y años con el piano bajo la mirada entre adusta y orgullosa del severo maestro y progenitor. Pero cuando la verdad estallara, cuando se supo que él tenía otra mujer y otra hija y que toda su vida había sido una enorme mentira, la promisoria púber se abismó en su soledad, se negó a tocar el piano nunca más, y les había dado mil dolores de cabeza a su madre y a su hermana, en una rebeldía insensata que seguramente tenía otro destinatario.
Ya sin fuerzas para seguirla sosteniendo, la mandaban ahora con sus primos, a fin de que ellos la guiaran un poco y fuera viendo qué carrera universitaria seguiría, ya terminado su secundario.
“Lo que me faltaba” se había dicho él, “hacer de niñero”. Pero no le desagradó mucho la idea: adivinaba en la jovencita un diamante a pulir. Lo atisbaba en su amplia frente despejada, en sus grandes y hermosos ojos melancólicos, en la belleza exótica de ese rostro límpido que enmascaraba su honda congoja en una displicencia simulada.
Él era ya un aventajado estudiante universitario, y estaba convirtiéndose en el líder reconocido de su carrera. Comenzaban a agitarse nuevamente las aguas del movimiento estudiantil,  y él encabezaba una tendencia que por fuera de cualquier estructura partidaria, pretendía llevar a los estudiantes desde el cuestionamiento activo de la deformación que recibían en sus aulas, a la progresiva toma de conciencia del rol social que debían jugar, retomando las banderas de la reforma del 18 y uniéndolas con las de la  gran revuelta que se acababa de vivir en Francia. Marx, el Che Guevara, la heroica lucha vietnamita, Politzer y su cuestionamiento a la psicología tradicional, la Psicología Concreta que trataba de ocuparse del Hombre Concreto antes que de abstracciones teóricas, Marcuse, Mao Tse Tung, Freud, Sartre, Fromm, la CGT de los Argentinos, Agustín Tosco, los grupos de estudio y debate, todas eran referencias en esa búsqueda incesante de nuevos horizontes, de hombres nuevos.
La “niña” a su cargo, que había llegado a mitad del 68 a Córdoba, asistía ya a las tumultuosas asambleas estudiantiles (antes de estar inscripta siquiera en alguna carrera), donde él era ya un orador destacado. Cambió el rosario debajo de su almohada, por noches en vela estudiando marxismo; acortó sus polleras hasta hacerlas minifaldas diminutas, mostrando sus hermosas piernas. Asistió a las asambleas donde su protector era el orador fundamental para oponerse a los exámenes de ingreso: “Es cierto que los ingresantes vienen con deformaciones mucho más graves que los errores de ortografía que usted aduce como justificativo del ingreso limitacionista; pero la Universidad es corresponsable como parte integrante del Sistema Educativo Argentino, tercera instancia de un sistema que debiera estar perfectamente articulado, y de cuyas fallas ustedes pretenden hacer responsables a los que no son sino sus víctimas” arengó en una clase del Curso de Ingreso, entre aplausos sostenidos que -como siempre- sonaban como música en su oído. “Cómo te aplaudieron” –le dijo su protegida, ahora ingresante de la carrera que él ya estaba terminando.
Comenzó a guiarla en sus estudios, en sus lecturas. Admiró la valentía y la tranquilidad con la que ella comenzó a participar en las primeras y grandes agitaciones estudiantiles y populares. Sus pequeñas manos portando ladrillones para apedrear a las fuerzas represivas, le provocaron una sonrisa. Cuando se puso de novia con un líder de la izquierda revolucionaria, bastante mayor que ella, pensó que realmente alguien importante la valoraba en lo que ella valía. Cuando el líder de la izquierda revolucionaria la dejó como quien tira un trasto inservible generando en ella nuevos sufrimientos, procuró calmarla y acompañarla solidariamente. Enfrentó violentamente a algún amigo que pretendió aprovecharse de lo linda que era y lo mal que estaba. Era su hermanita menor, hermosa, lúcida, valiente, sufriente.
Llegó a ser aventajada alumna en las Comisiones que él tenía a su cargo; si no atendía debidamente, la retaba. Cuando sacaba 10 en un práctico, se enorgullecía. Formó parte del Grupo de Estudio que él contribuyó decididamente a formar con los profesores que habían sido cesanteados por la dictadura de Onganía. Era más bien callada, no aportaba mucho en los debates que se generaban, pero él siempre advertía en sus ojos el destello inteligente de aprobación o desacuerdo ante las posturas que se oponían.
Ella fue la encargada de comunicarle que su padre estaba muy enfermo, y que debía viajar urgente. Ella fue la que lo acompañó devotamente cuando la desolación de la muerte de ese ser tan amado, se hizo presente en su vida. Sólo ella supo de la “soledad cósmica”  que lo atenazó largamente. Nadie más lo supo, él siguió militando y dirigiendo su facultad como siempre, como si nada en su vida hubiera pasado.
Pero todo esto entró en hibernación aquella vez que ella le dijo “¿Sabés qué soñé anoche? Que estaba de novia con vos.”
“Cruz diablo” -se dijo- . “Claro, ella ha perdido a su padre, y ahora me transfiere ese enorme amor que le ha tenido justamente a mí,  que cumplo tan bien ese rol paternal de protector, de guía, de palabra afectuosa pero firme, de esto está bien pero esto no.” Él no sentía ninguna atracción por ella como mujer; era su hermanita, ese carboncito que le habían confiado y que con la altísima temperatura de las luchas revolucionarias y de las esclarecedoras lecturas dirigidas, se estaba convirtiendo en ese diamante que él intuyera.
Puso entonces prudente distancia, y ella -calladamente- la respetó.
Tiempo después, volvieron a ser hermano mayor y hermanita menor, maestro y discípula, líder y adherente, amor fraterno y amor fraterno.
“¿Cómo fue? ¿Cuándo fue? Ah, sí, yo me estaba por ir a trabajar una semana al frío sur de la provincia, y la invité al cine.”
Habían ido a ver “Lord Jim”, en el “Lumière”, ese cine club universitario construido a lo estudiante en una cancha de pelota-paleta, sin ningún declive. Ella tuvo un grandote sentado adelante, y tuvo que ladearse constantemente a la izquierda, donde él estaba, y por primera vez y durante largo rato, no tuvo otro remedio que olerla, husmearla, olfatearla, presentirla por primera vez como mujer, como hembra de un aroma embriagador, cautivante.
Profundamente perturbado, se escudó en la mala copia de la película para argumentar que no podía dar opinión al término de la función: en realidad, ni sabía qué habían visto.
Al día siguiente estaba viajando. Jovita, Laboulaye, los fríos pueblos de la pampa cordobesa, tuvieron a ese transitorio empleado de vialidad haciendo el censo de sus guadalosas rutas. Ahorró un poco de dinero de los viáticos, durmiendo en las casillas que le proporcionaba la Dirección de Vialidad, helándose y tiritando, calentándose tan sólo con el recuerdo fascinado de lo que había experimentado esa noche. De golpe, y sin nada que lo anunciara previamente, se sentía embelesado, deslumbrado, alucinado.
¿Podría ser? ¿Cómo sería? Imaginó una vida en común (nunca jamás encararía una relación para pasar el rato): él escribiendo, ella tocando el piano al lado del fuego de un hogar, los hijos formándose  bajo ese otro fuego de la honda sensibilidad social, científica, artística, que ellos serían capaces de transmitirles. Se sorprendió imaginándose al hacer el amor con ella, hundiéndose en el cobijo de ese cuerpo que recién ahora se permitía reconocerlo no sólo como bello, sino también particularmente atrayente. Recordó la única vez que se había pescado una mirada un tanto lasciva, al admirar las desnudas y hermosas piernas que la mínima falda dejara al descubierto, cuando ella sentada al borde de su cama lo acompañara silenciosamente, en esos días de insondable tristeza tras la muerte de su padre. Había sacudido su cabeza, rechazándose, y ella le había preguntado qué le pasaba. “Nada, no sé muy bien qué estoy sintiendo” –argumentó, y ella evidentemente entendió que no quería hablar del inmensurable dolor que lo abrumaba.
De regreso en la ciudad, la invitó nuevamente al cine. Esta vez fue al “Sombras”. “La guerra ha terminado”, fue el magnífico preámbulo de la sorpresa que evidenciaron los enormes y primorosos ojos de ella cuando él le dijo: “Te mentí cuando te dije que los había extrañado. Te extrañé.  No hice otra cosa que pensar en vos todo el tiempo. ¿Te parece que podríamos intentar ser algo más que amigos, y ver qué pasa?” –le dijo con la absoluta seguridad de un “¡Sí!” atronador. Pudo disimular su decepción con un “Por supuesto” ante el pedido de ella que la dejara pensar, que se sorprendía enormemente con su propuesta. Dos días después le decía que sí, y le confesaba que había despertado a almohadazos a su compañera de departamento, para contarle jubilosa la propuesta. “Ahora sí que no creo más en la amistad del hombre y la mujer” –dijo Mirta.
Recordaba luego el entrañable beso.
No habían pasado ni tres semanas, sin embargo, cuando él le planteó y ella aceptó que dejaran, que no perdieran la hermosa amistad que los había unido.
Increíblemente (o no), toda la riqueza de esa relación se había diluido como por encanto. Pasar de hermanita menor a compañera, a mujer, a amante, no había resultado. Incómodos silencios se habían instalado entre ellos; una especie de prohibición incestuosa dificultaba sus relaciones; no sentía ya la vocación de maestro que hasta ese entonces había sentido al guiar sus lecturas, al recitar sus poemas, al desarrollar sus opiniones. Ella había perdido -al menos ante sus ojos- esa frescura lúcida que él tanto valorara; no lo miraba orgullosamente cuando él -con ese fuego que lo caracterizaba- debatía en una asamblea, arengaba en una toma del decanato, desarrollaba una crítica al plan de estudios de la carrera.
Se separaron con un beso en la mejilla, prometiéndose tratar de restablecer la deteriorada red que los había unido fraternalmente.
Él suspiró aliviado. Fantaseó con una rubita encantadora a la que había cazado más de una mirada arrobada ante sus brillantes oratorias. Aunque sacudió su cabeza diciéndose: “Es tiempo de estar solo.”
Una semana después se sorprendió al abrir la puerta de su departamento y encontrarse con ella, que lo miraba desde sus enigmáticos y preciosos ojos: “Vos sos alguien muy importante para mí, esta relación es para mí algo inapreciable. Yo la quiero pelear. No bajemos los brazos a las primeras dificultades. Te pido que lo intentemos. ¿Puede ser?”
Él le sonrió con cariño. Sabía que no era posible, pero no se lo podía decir, no podía hacerla sufrir. Ella solita ya se daría cuenta. “Bueno, si te parece, lo intentemos...”, dijo.
Frunció el entrecejo. ¿Qué siguió después? ¿Qué pasó con esa hermosa jovencita, tan clara en su deseo, tan confundida en su decisión de pelear y  de pretender lo que era imposible de lograr?
En ese momento su esposa cortó su ensimismamiento, al entrar al estudio. “¿Qué hace mi viejito?” dijo, mimosa.  “Nada, recuerdos, historias... Cosas que se me han perdido, imperceptiblemente, como un fósforo, como decía nuestro querido amigo.”
“¿Sabés que yo también estuve recordando?” dijo con una sonrisa cómplice la querida madre de sus hijos. “¿Sí...? ¿Qué...?” se interesó él.
Ella demoró la respuesta; sus hermosos ojos se perdieron en sus recuerdos.
“Me acordaba cuando toqué la puerta de tu departamento, y te dije que mi relación con vos era algo muy importante para mí, y que yo quería pelearla.”
Se produjo un dilatado silencio.
Él la miró largamente. Y ahora sí, en tropel, las imágenes se sucedieron. ¡Era ella! ¡No la había perdido! ¡Y se sucedieron en su memoria maravillada las luchas, los hijos, las alegrías, los dolores, las decepciones, los logros, las caídas, los exilios, los regresos, los encuentros, los fracasos,  las pasiones...
“¿Vos me vas a acompañar en el frío invierno que se avecina?” le dijo, casi implorante.
Ella pareció no comprender. Lo miró francamente. Lo abrazó en silencio. “Mi querido. En el invierno, y en la primavera, y en el verano, y otra vez en el invierno. No sé qué haría sin vos.”
“¿Sabés qué? -dijo él- ¡Te agradezco, te agradezco tanto!”
“¿Que te acompañe?” –preguntó ella.
“Sí, pero más: que la hayas peleado. ¡Gracias! ¡Qué hermoso que no bajaste los brazos! Gracias.”
Sí, ella lo acompañaría, como lo hacía desde tantos años antes.  Lo ayudaría a transitar mejor el frío invierno que se avecinaba.


La locomotora resopló, juntó fuerzas y partió, esta vez rumbo al litoral para hacer parada en SANTA FE. Pues allí subiría para acompañarnos RAÚL ACOSTA. Nacido en la provincia de Santa Fe, donde reside. Dos terciarios sin terminar: Medicina y Ciencias Políticas. Trabajos periodísticos y literarios en: Diario La Tribuna, Rosario. Revistas Literarias, Rosario. Revista Gente, de Buenos Aires, Secretario de Redacción (1969) Antena, Así, de Buenos Aires, Redactor Especial. Diarios Crónica, El Mundo, de Buenos Aires (1974) La Capital, Rosario, Redactor Especial. Editorial Crisis, Redactor. Revista CableHogar, Director. Revista Diario La Capital, Director. Diario Rosario, Director. Diario  Nueva Hora (Paraná) Director. Libros Publicados: 1975 Ensayo: El Fútbol nuestro de cada día.- 1979 Poesía: 100 poesías de Rosario.- 1985 Ensayo: Sexo y Peronismo.- 1987 Ensayo: Perón y su tiempo.- 1989 Ensayo: Se están violando a Juan Jacobo Rousseau – 1994 Ensayo: Para entender Santa Fe  (En colaboración E. Seminara) – 1995 Novela: 16 de setiembre de 1955, día del vencido – 1996 Poesía: Anónimo conocido- 1999 Poesía: La imagen de mi amor y su esperanza – 1995 Poesía: Poemas para leer después de los cuarenta – 2001 Poesía: Que de un viento errante somos ventarrón.- Teatro: Edipo de Vidrio ( representaciones 1996-97 ) – 2005 Poesía: Algo nuevo, algo prestado, algo blue – 2005 Poesía: Muchas palabras parecidas - 2007 Poesía: Con el cuerpo en el alma. De su prolífica producción nos deja aquí sus poemas para que los disfruten. 
ANTIGÜEDAD

Tengo un dulce, cálido sabor,
a licor de naranjas en la siesta
Estoy leyendo una carta
de las de antes, papel, suave tinta celeste,
olor en el sobre,  letra pequeña.
Mi madre escribió esto, no se a quien,
es la segunda hoja:
" y grandes mirasoles esperaban que llegases,
para ocultar, con su sombra,
nuestros cuerpos..."
No hay título, destino, nada que acerque
la confesión a un domicilio,
una sencilla forma del pecado, 
escondidas caricias.
Esa caligrafía ya no se encuentra.
Todo ayer es delicia,
naranjas tibias en la siesta, misteriosa confesión,
perfumada dulzura, perdida.


ME PONGO UN MUÑECO AL SALIR

Al salir de mi casa
me cuelgo un muñeco.
Sonríe, mira sin desconcierto
pájaros y semáforos.

No soy yo el que contesta
el teléfono, el que paga las cuentas.
No está mi corazón en la angustia
dominical, donde el poema
es castigado por el jefe
de Literarias del diario regional
y nadie se queja. Nadie. El muñeco
no entiende, yo no puedo.
Saber todo no es saberlo. Resolver,
segunda declinación, muy concurrida.

Pedir que la poesía llene el bolsillo,
que las calles se pinten,
las muchachas sonrían no es tarea
del muñeco. Se excusa. Razona:
señor, no he sido criado para esto.
No. Dudan mis músculos. Repongo
energías del muñeco o es mía la vigilia.

Me saco un muñeco al regresar.
Cierro la puerta.
Alguien debería avisarle
por el uso de mis pantuflas.
Pretende el olvido como excusa.

No se puede alegar torpeza
para ninguna inocencia del alma.
Para ninguna. (Mi alma
trabaja de muñeco a tiempo completo ).
De alguien es la santísima culpa.


SIN HURTO.

Adquirí la costumbre de mi padre. Regalo,
como él, cosas de la casa. Al día siguiente
faltan utensilios, algunos muebles, ropa. El
dinero no, la plata es otra cosa. Se oferta,
simplemente, casi en silencio.
Me recriminan esta actitud mis hermanos,
algunos familiares, los hijos.
No hace falta tanta generosidad.
Es una tontería lo que haces.
No puedo explicar la felicidad por viajar
ligero, ver la sonrisa en distintos rostros.
Por instantes soy objeto. Voy en los otros.
Un destino inesperado.
Engañamos un momento a la suerte,
me respondo. Callo. Sonrío. Las muescas
al olvido no las cobran, pienso. No lo digo.
Mi padre era callado. Fue su costumbre.


REINICIO

El hospital de veteranos de guerras,
cataclismos y desdichas,
está a pleno.
Un niño, visitante, se ha quedado
y nadie pregunta de quien es.

Alegrías, alegrías,
juegos, morisquetas.
El pequeño debe ser feliz,
dicen los viejos,
y se apresuran con juguetes,
trozos de pan, alambres,
finalidades nuevas
para la vieja materia.

El niño pregunta
sin dobleces:
que es una bomba, que es.

En la sala del hospital
de veteranos
el silencio convoca la certeza.

Ay, va a comenzar de nuevo, ay,
va a comenzar de nuevo.


HAN DEJADO LA PUERTA ABIERTA

Han dejado la puerta abierta.
Hacia arriba los gases más calientes,
la música, olores grávidos.

Han dejado la puerta abierta,
un sonido sube
de ciudad, de coches,
de gente y la palabra.

Han dejado la puerta abierta,
la palabra
sube las escaleras sin pensarlo,
suelta, destapada.

Cuando llegue a lo más alto
querrán frenar las cosas. Susto.
Tarde piaste, muñeco,
diran los sonidos, todos,
los más sabios,
los más estrafalarios.
Con ella todo llega. Sorry, pebete,
es la palabra.

Han dejado la puerta abierta.
Comienza la semana.
El mundo sube,
escalón tras escalón,
hacia el cielo de la casa.


CON LOS OJOS CERRADOS

Cerrá los ojos
Cerrá completamente los ojos.
Que nada te lleve a mirar
con los ojos abiertos.
Una sola decisión, no importan los ruidos.
Al contrario. Los ojos deben mirar
por las orejas, por la nariz , ojos para
el aroma, el olor
que se necesita para seguir así:
con los ojos cerrados.
Llegarán canciones en cada movimiento.
En el viento vendrán comidas, la parte tuya
de una tarde al sol, el cemento, las flores,
el olor de ésa escalera que se sube y se sube.
Un director de orquesta tendrá su batuta
para la canción imaginada. Sonará
en la casa. Oirán donde hace falta
los reflejos necesarios para empezar
la suelta de mariposas y almohadas,
con perfume amigable.
Repito la consigna. Con los ojos
cerrados llegará la noche al mediodía.
De a poco se comprende que,
con los ojos cerrados, no hace falta hablar
para tocarse.
El verdadero idioma dirá sus cosas,
por los jugos, gemidos, imprecaciones.
Los músculos harán su trabajo y la saliva,
el resplandor, el ruido, cada cosa
que habita en el encuentro ocupará su sitio.
Con los ojos cerrados esto, lo pedido,
el encuentro, resolverá un asunto
sin pasado, sin olvido, en el lugar
sin escalas, referencias, en el lugar
del mundo de los ojos cerrados,
de la ilusión, de todos los abismos.

Hay un solo camino
y se ha dicho suficiente: andar hasta su puerta,
cerrar los ojos, empezar la porfía


Y ya que estábamos cerca... nos arrimamos a la Reina del Plata para recibir a una dama: CRISTINA VILLANUEVA. Vive en Buenos Aires. Psicóloga egresada de la universidad de Buenos Aires, poeta y narradora oral. Numerosos premios en poesía y  cuentos breves .Publicó en Revistas del país y de España, Uruguay e Israel y en antologías de Argentina, Cuba y Colombia. Forma parte del consejo de redacción de “Te  doy ni palabra”  se encarga del editorial y otros artículos. Animadora cultural de espacios de literatura en Bares, librerías, centros culturales  y  radio. Participó en encuentros en el país y en España, Uruguay, Colombia y Cuba. Coordinadora en la Argentina   de la Bienal de Oralidad en   Santiago de Cuba dentro del cual se realiza un encuentro de poetas. Publicó “Cuentos para Convidar", ed. Mima (2002) y "Lengua Suelta" ed. Generación 2000 (2007). Nos acerca sus poesías de palabra sutil.

CURA
Él es un mar viviente verde. Ella lo nada, se hunde, respira en    los abrazos de
las hojas.

El hombre llegado desde el naufragio, la bebe,   la alisa, la cubre del
arañazo de las ramas.

La mujer busca  esa señal,  ese brillo, se repliega para envolverlo.
El hombre  se expande, dispuesto a preñarla a fructificarla, a hacerle
saltar hijos, pájaros, palabras.

Bordean lo blanco

Son juntos, la herida y el remedio.


CASAS
                              A Norberto.

Ella lo había querido, había querido
la forma en que el pelo de él le daba vuelta entre las manos.
Había querido el modo en que él inventaba bebidas para los picaflores
en una casa donde el mar se acercaba.
Había querido  el sol desenmascarado
en tardes con olor a medialunas
entre los árboles que de él habían nacido
en una casa donde la luz era un juego y
que como todas las casas que él había tenido,
conversaba desde las paredes,
y había una extraña y descuidada belleza,
acechando.
sobre todo había querido, el pecho de él como un bosque, una casa,
una ventana, para recostarse y mirar del lado de los sueños


SENTIDOS

La distancia entre el
perfume y la luz
el gusto y el sonido
es la piel
el tacto se abre
 
como estrella terrestre
a veces(no es fácil)
ese resplandor llega.
 
Oimos el  luminoso
sonido, la nariz toca
partículas impalpables
ojos en la boca
para gustar.
 
Angeles caídos
rodamos
con el rojo brillante de la manzana
en el hueco de las alas.

Ciegos pero no a todo
El olor del jazmín alienta el recorrido de la mano. La música pequeña de las
hojas lo alumbra. Laberinto al que se le busca la entrada. La salida no,
nadie quiere irse de ese cielo enmarcado por altas flores rojas, olas de un
océano que golpea incesante.


FEROZ TERNURA.

El aroma de la vainilla y el chocolate, ese pespunte de cocina que guarda una
de mil ojos adentro, sin maquillaje.

Ahora soy círculos de olores, sonidos y tactos, soy las experiencias que los
despertaron. Soy esa inacabable biblioteca paraíso, ese libro que vas a abrir.


LA MUERTE SE ALEJA

tenemos que entender que a ella le gustan las cosas simples. Nosotros
estamos para complicarlo todo, para poner en juego los paisajes: ese camino
del bosque en el sur, ese silencio de la montaña. Los titulares de los
diarios: el festejo cuando se terminó Vietnam o murió Franco, oscuro.
Todo te digo y recordás un paso de baile en el césped de la cancha o...
y cada uno se viste con las imágenes del otro.
Somos una fiesta de color en la oscuridad.


AUSENCIA

Abrazo de voz
en tu pecho sonido
agua de luz la piel.
En el vértigo del origen,
Proa.

Después vino la mancha del dolor
ausente de testigo se quedó la memoria
el misterio del nunca, la tenaz lejanía.
¿eso será el exilio?

Y tanta lucha,
llamarada, furia
se perdió en la distancia crecida de la muerte.


EL ESPEJO DEL MAR PERDIÓ SU MARCO

El marco cae, hierro de barco hundido,
al mar se le desborda el infinito.
En el espejo fondo pasean los peces sus miradas extrañas,
hay ahogados hermosos, con colores trabajados al agua.
Una muñeca de proa, con las manos atadas en algas
y el pecho dulce, sin abrigo, encallada.
Busca en hablarse, dejar dolor azul, vueltas en el sin fin,
mover sangre acoralada por el espejo océano, subir.
O sea no morir.


Era hora de volver... sobre todo porque aquí, en General Pico, nos estaba esperando la joven generación: mis alumnos de la U.E 15. Quienes aceptaron el desafío de escribir para participar de este trencito. La consigna no era fácil, les cuento: les entregué letras de varios tangos (de la década del 30' y del 40') Debían recrear la historia "previa", es decir los capítulos anteriores de los cuales la letra que les había sido asignada sería el capítulo final. Hubo muchos buenos trabajos (los crearon en parejas) y entre ellos elegí cinco: León ÁVALOS-Ramiro ENRÍQUEZ (9º I), Facundo PRAVOS- Adrián PERERA y Natalia OLIVIERI-Micaela TORANCIO (9º II) Federica USSINO-Ilán GUARDA y Cintia ACUÑA- Carolina BRIGNOLI (9º III). En estos dos últimos trabajos es interesante ver como, sobre el mismo tango, se han hecho dos diferentes enfoques. No dudo de que van a disfrutar de estas pequeñas piezas.

NINGUNA       León ÁVALOS – Ramiro ENRÍQUEZ

    Él, un chico tranquilo, la conoció en la escuela, cuando eran niños. Ella participaba en el coro, ya que tenía una hermosa voz.
    En el instante en que la vio por primera vez sintió el amor … pero él era muy tímido: entonces no se animaba a acercársele, por temor a ser rechazado por ella o por sus amigos. Además ella era muy popular y todos los chicos lindos de la escuela siempre andaban cerca de ella.
    Por un toque mágico del destino, ya en la secundaria, sus vidas se entrelazaron al formar un grupo para hacer el trabajo de historia; ella …. quedó muy enamorada de él, pero lo que no sabía era que él también lo estaba. Ahí, delante de sus narices, estaba el amor con el que toda persona sueña poder sentir alguna vez en su vida y ellos no se daban cuenta porque el miedo a hablar los paralizaba.
    Pero en la fiesta de graduación ella, con un corazón de león, le dijo de una vez todo lo que sentía y le dijo que no le importaba si él sentía lo mismo o no …. Él quedó paralizado por la emoción y ella, al ver que no obtenía respuesta alguna de su amor, le besó la mejilla con la suavidad de una rosa y se marchó llorando.
    Cuando él reaccionó lo primero que hizo fue seguirla para que no se le escapase la mejor oportunidad que le podía haber llegado.

    Ya estudiantes de universidad, compartían sus vidas y luchaban contra las ideas del mundo. Cuando estaban juntos eran dos locos soñadores, querían recorrer el planeta; explorar su provincia, luego su país, luego su continente, luego el mar y luego el mundo entero … y tal vez antes de morir recorrerían el espacio exterior.
    Pasaron los años, pero aunque hubiera peleas su amor seguía unido pasara lo que pasase. Él trabajaba en el diario y ella tocaba el piano en el bar más famoso de la ciudad.
    Un día, ella fue a hacerse el análisis regular de todos los años y le diagnosticaron cáncer de útero. Pasaron los años y ellos la lucharon juntos pero su amor no fue suficiente y la vida les ganó.


GARÚA -  Facundo PRAVOS – Adrián PERERA

    Era una noche fría y oscura, pero ella no regresaba.
    La esperé hasta muy entrada la noche y nada pasaba. Mi cabeza, muy confundida, se preocupó demasiado. Entonces decidí salir a buscarla. Comenzó la garúa y yo continuaba buscándola. La busqué por las plazas, las calles, las sombras … no la encontré. Muy angustiado decidí regresar a casa, con la esperanza de hallarla sentada en un sillón frente al fuego de la estufa.
    Llegué a casa pero ella no estaba allí. El silencio inundaba el cuarto.
    Decidí darle aviso a la policía, ya que mi preocupación había excedido los límites. La calle solitaria se veía iluminada por una infinita hilera de focos. En ese momento fue cuando se vieron las luces de un patrullero, que asomaban en lo alto de la loma de nuestro barrio.
    El oficial llegó hasta nuestra casa y me dijo que haría lo posible por hallar a mi mujer, luego de que yo le conté la historia.
    Pasaron dos días sin noticia alguna.
    Al tercero llegó a mi puerta el mismo oficial que esa noche lluviosa había acudido a mi llamado. Me miró fijo y quitándose su gorro me dijo, con un gesto de pena y dolor, que mi esposa había sido hallada muerta. Me tomé la cabeza y caí de rodillas al suelo. Un mar de lágrimas inundó mis ojos.
    Hoy se cumple un mes de aquel trágico día de mi vida. Recorro los lugares que, con ella, solíamos visitar y recuerdo que felices éramos.
    Hoy es un día igual que aquel, ese día en que ella no volvió. Las gotas se ven caer en los charcos, el viento todavía me empujar y el frío cala mis huesos …


LOS MAREADOS – Natalia OLVIERI – Micaela TORANCIO

    Todo comenzó una noche estrellada, bajo la luz de la Luna.
    Yo caminaba solo por la calle principal de aquel pequeño pueblito costero de la provincia de Buenos Aires. Caminaba… caminaba pensativo, quizá recordando aquel viejo amor con la chica fugaz en aquel gran hotel. Aquel viejo amor, pero que tan bien me hizo sentir.
    Ahora, que dispongo de un tiempo, me pongo a pensar … ¡y sí! es cierto. “Lo bueno dura poco” y al recordar mi historia puedo llegar a la conclusión de que lo bueno duró muy poco... quizá demasiado poco.
    La calle, iluminada por aquel astro, no presentaba más que una vista opaca a lo lejos y los edificios difusos, como perdidos entre la niebla.
    Fue ahí cuando te vi. Una chica solitaria que caminaba por la misma calle. Vestías pollera y blusa gris. Tu cabello suelto al viento, dejando flamear tus bucles castaños. Zapatos negros en los pies y un bolso en el que guardabas millones de ilusiones perdidas y sueños deshechos.
    Al verte quedé inmóvil, como si a todo lo estuviera soñando. De pronto, algo rozó mi brazo. Comprendí que ambos necesitábamos compañía.
    Esa noche, solos tú y yo en esa pequeña plaza. La luna redonda con cara de sueño y a unos pocos metros la playa.
    Caminamos juntos tomados del brazo hasta llegar al fin del viejo muelle. Bajamos y nos sentamos en la fina arena blanca. Solo la luna fue testigo de nuestro ciego amor.
    Los días avanzaron, el verano concluyó y luego de una larga y triste despedida parecía como su todo hubiese acabado. Solo quedaba la esperanza de vernos el próximo año.
    El tiempo pasó, volví al pueblo y te encontré sola en aquel bar. Sola y acompañada de varias copas. Te saludé y ya no me reconocías. Parecías muy alegre y feliz junto a esa botella. Llegué a la conclusión de que todo estaba perdido y ya no me recordabas. Decidí acompañarte y emborracharme contigo para volver a vivir el tiempo pasado.


POR LA VUELTA – Federica USSINO – Ilán GUARDA

    “La misma noche hace blanquear los mismos árboles; nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” … ¿cómo olvidar esa frase? Si ella la repetía a cada instante.
    Era tan dramática … y tan … tan ingenua a la vez, que no podías definir su postura. Siempre haciendo un drama de nada y otro de todo, siempre agrandando las cosas, queriéndose ir… escapar … siempre peleando. No podías saber nunca si lo que decía era realmente cual lo narraba ella…. Tan pendenciera y arrogante, tan indecisa: un día me decía hola y al rato, nomás, me esquivaba la mirada.
    Era tan rara que nunca terminé de conocerla bien, yo creía que sí, pero no. Ahora que lo pienso, no… quizá por eso éramos tan amigos.
    Es que no encuentro argumento, ni respuesta a porqué estuvimos juntos, si se podría decir que éramos como hermanos ¡tan amigos! Pero un día así se dieron las cosas: esas vueltas, esa idas y venidas de la vida…. Algo inexplicable. ¿Por qué terminamos juntos? No lo sé, no encuentro explicación, quizá no la hay, o quizá sí, pero si la hay mejor no la busco.
    La cuestión es que al terminar un año, todo cambió. Fue todo más raro; sus amigos, mis amigos, nuestra amistad no era la de antes, sus viajes y los míos, sus tiempos y mis tiempos …. era como que todo encajaba, como si nuestra vida se fuera convirtiendo, poco a poco, en un rompecabezas.
    Todo se fue moldeando; mucho tiempo juntos, muchas risas, muchas confesiones, mucha confianza, mucho-mucho y al final… sí … y sí … una noche de alcohol todo terminó para ambos.
    En el verano nada fue igual a los anteriores, ambos habíamos cambiado (para bien, espero) existía en nosotros una “independencia”, cierto entendimiento, un silencio para nada incómodo, un equilibrio perfecto, una unión que estaba siendo sepultada en nosotros, en lo más profundo de nosotros.
    Cada vez menos juntos, cada vez más distantes, menos amigos, nuestra amistad estaba muriendo. Después de encuentros y desencuentros entre sábanas y alcohol, una noche de pasión demostró no ser lo que esperábamos que fuese.
    Y pensar que nos conocimos siendo chicos que lo único que querían eran amigos y salidas; y uno encontró en el otro, al poco tiempo de conocernos, eso que buscábamos inconscientemente, que necesitábamos, y aun si no nos necesitáramos, encontramos la necesidad de necesitarnos … gracias a aquella noche impensable que catalogamos como un error.
    Ahora no pienso tanto como antes; ahora no recorro tanto como antes, cuando éramos amigos y buscábamos refugio en cualquier lugar de la ciudad. Ahora no recuerdo, no me gusta hacerlo, prefiero elegir no recordar.
    Aunque … me gustaba tanto quedarme dormido escuchando esas historias tan irreales, pero que ella las contaba de una forma que te convencía de que eso era real y que todo podía pasar.
    No hay testigos de nuestra historia, más que nosotros mismos. Nadie puede entender lo que nos pasaba, nadie sintió jamás lo mismo que nosotros.
    Su sonrisa casi devastada por el tiempo, su rostro tan raro y comprador … ella, tan buena y complaciente, tan dulce y tan amarga, tan paciente e impaciente, tan modesta a veces.
    Aún resuena en mí su voz y su silencio. Más no pueda borrarla, está impresa, está adentro, ya es propia, pero no es mía.
    Y ya no estar con ella, ya estar tan lejos me hace darme cuenta de todo lo que la extraño, y de que la extrañaría, aun así, si no la hubiera conocido.
    Sé que fue el destino, aunque no creo en él (raro pero es así). Después de tanto … tirita mi voz de solo pensarla y se ahoga mi mirada en un mar de pobreza de compañía: de soledad.
    Y un escalofrío recorre mi cuerpo, hasta morir en mi corazón, donde se paraliza hoy, otra vez, como antes, como cuando aquella noche sin pensarlo fue mía.
    Y pensar, ahora, todo lo que se puede hacer para intentar decir –Te quiero- sin ser depuesto de la alegría del momento ¡es tanto!
    Pero … ¡Dios! ¡no se va de mí! No desaparece. Me da tanto frío hablar así, es que es tanto lo que puede pensar una persona, lo que puede imaginarse, crearse … mentirse …
    Esa noche con ella fue mágica, interminable; me trasladaba a otro mundo: de solo rozarle la mano era imposible volver en sí, agobiante y despabilante.
    ¿Algo que rescato de aquel día? Que jamás fue planeado (siempre fuimos muy espontáneos) Nunca pudimos ver lo invisible, pero sí sentirlo … porque … ella siempre lo decía: “Lo esencial es invisible a los ojos, pero no al corazón”
    Un día, un 19 de abril, más o menos, si mal no recuerdo, por esa fecha de otoño, fuimos a caminar por un parque que habían remodelado poco tiempo atrás. Caminamos tanto, tanto.
    Esa tarde se nos hizo imposible terminar una frase, era incómodo mirarla a la cara, era imposible no sentir su perfume y no pensar en aquella noche … era inevitable pensar en otra cosa estando a su lado.
    Al caer el día acordamos no volvernos a ver, para evitar la tempestad de lo que las sábanas no habían hecho …
   Ella agitaba su mano derecha y decía adiós prometiendo volver pronto, su mano izquierda acariciaba su panza que había crecido y continuaba haciéndolo desde aquel erróneo encuentro.
    Yo, solo la observaba.


POR LA VUELTA – Cintia ACUÑA – Carolina BRIGNOLI

    ¿Esto se termina? ¿Aquí se termina? – pregunté
    Agachaste la cabeza inundada de tristeza, insinuando que la respuesta a mi pregunta era afirmativa. No dije nada, la angustia se apoderó de mí y vos te fuiste.
    Así terminó nuestra historia, nos separamos sin odio y sin rencor, por un momento me sentí vacío, impotente, me vinieron tantas cosas a la mente, a la memoria, tantos recuerdo alegres que se convertían en nostalgia, que me inundaban, que me destrozaban.
    No sé como pero seguí adelante o por lo menos lo intentaba. Al principio pensé que era dolor, bronca lo que tenía y que se me iba a pasar pero … empezaron a correr los meses y descubrí que yo seguía enamorado y no me iba a olvidar fácilmente.
    Entonces ahí me di cuenta, se me prendió la lamparita y pensé: ¿Por qué si solo tengo una vida te voy a dejar ir? ¿Por qué no voy a luchar por el amor? ¿Por qué voy a ver las espinas cuando puedo ver las rosas?
    Al principio sentí miedo ¿qué tal si vos ya habías encontrado a otro amor? ¿o te habías olvidado de mí? Pero el amor pudo contra mi inseguridad.
    Te llamaba, te escribía cartas, hasta te hacía canciones y te las mandaba, pero vos no decías nada, y eso era lo pero … o lo mejor, porque eso quería decir que la puertas no staba cerrada completamente, la esperanza no estaba perdida.
    Y así seguía intentando reconquistarte, no desaprovechaba ninguna oportunidad. Cada noche cuando me iba a acostar me volvías a la memoria, tu cara, tus ojos, tu pelo … y pensaba. Mi corazón muy dentro de mi me decía que lo iba a lograr pero mi conciencia me decía ¡basta ya! no entendés que ya no te ama.
    Seguía recordando los momentos vividos, cada lugar donde habíamos estado, en donde nos habíamos amado … Y me preguntaba ¿por qué nos separamos? ¿No te amé lo suficiente? No lo podía explicar. Quizá vos me recordabas,  o probablemente había sido alguien más en tu vida, pero no lo sabía y no quería dejarme llevar por mis pensamientos.
    Ahora sí entendía el poema de Neruda que dice “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, ahora sí entendía lo que es sufrir por un amor no correspondido.
    Iban pasando los meses y me iba desalentando, tu ignorancia me destrozaba, me hacía pensar ¿para qué sigo luchando por un amor sin causa? no puedo seguir así. Al final me pudo la tristeza de saber que no eras mía y decidí dejarme caer, no luchar más, resignarme a olvidarte.
    Estuve dos meses angustiado, pasando la mayor parte del día en el bar de la esquina … ¿te acordás? En donde nos conocimos, en donde empezó todo … y surgían las lágrimas de nuevo.
    Y ahora es donde empiezo a imaginar:
una noche en la que yo iba para ese bendito bar, y llovía, me pareció alucinar, creer (como lo hacía habitualmente) que te veía y venías hacia mí. No sé si fue el destino o alguien superior se apiadó de mí pero esta vez sí te estaba viendo, eras real y caminabas hacia mí. Todo pasó tan rápido que no parecía cierto.
    Tengo que confesarte que me diste una gran alegría cuando viniste corriendo hacia mis brazos y el reencuentro se convirtió en un beso mágico … te veías tan bonita a pesar de estar completamente mojada … fuimos directo hacia el bar donde todo había empezado y hacía justo un año que nos habíamos separado; brindamos por la vuelta y e dijiste que siempre me quedase a tu lado … y te largaste a llorar, no sé si fue por verte, de alegría o de tristeza, pero yo también te acompañé en el llanto. Desde esa noche descubrí que mi vida iba tomando rumbo y me alegré.
    Cuando estaba solo, en mi casa, soñando de nuevo con ese momento, me surgió del alma y te escribí esta canción: Afuera es noche y llueve tanto … / ven a mi lado me dijiste / hoy tu palabra es como un manto / un manto grato de amistad …………………
   Y así termino con esta carta que todavía no sé si es real o algo mágico. Y lo único que me queda por decirte es … ¿te gusta como imaginé nuestro reencuentro, no te gustaría volver a empezar, no te gustaría volver conmigo…? Te amo …


¡¡Y nos fuimos!!!!!!!!!!!!!!!!!! Como siempre les recuerdo a quienes quieran colaborar que envíen sus trabajos y una minibiografía a: millaco@ciudad.com.ar  Agradezco a quienes ya lo han hecho y en las próximas ediciones iré publicando los mismos. Un abrazo!!!!!!!!

                       CRIS FERNÁNDEZ