PASAJEROS AL TREN!!!!!
El mundo sigue complicado … y también nuestras vidas. Pero
si nos dejamos ganar por el stress, la desesperanza, la depresión, nada se
soluciona. Es necesario enfrentar los nuevos desafíos y el nuevo estilo de vida
al que esta pandemia nos obliga. Por eso el trencito sigue firme en el camino
de acercar letras y lectores, que es una forma de seguir comunicados y
conectados.
Y sin más preámbulos comenzamos este viaje.
Sonó la campana, la locomotora humeó y partimos rumbo
a la cordillera, para recibir a un entrañable amigo que nos aguardaba en la
bella Catamarca: CÉSAR NORIEGA nació en
E Mail:
cesarnoriega42@gmail.com
JUAN, EL BARRENDERO
Juan barría las calles,
juntaba basura, amontonaba penas propias y ajenas con su escoba deshilachada de
tiempo. Después llegaron los días grises, él lo percibió en la calle, primero
que todos, más que nadie. Eran los pesares de la peste.
Había dedicado sus mejores
años a ese silencioso e ignorado oficio. En los últimos tiempos estaba
dispuesto a lucubrar dolores desparramados por la pandemia que agarró a todos
desprevenidos u ocupados en discordias, odios y desamor; elucidaciones sobre
corazones dolidos que se amontonaban en aquella ciudad de espanto.
El trabajo no dejaba lugar
para informarse acerca de la pandemia que estaba acabando con el mundo; sin
embargo, cumplía su misión, fiel a su destino. Satisfecho iba por la vida a
pesar de las penas que veía desfilar ante sus ojos a diario; tanta gente
averiada: pobres, adinerados, ricos empresarios, niños, ancianos, jóvenes;
todos bajo la misma vara: la fiebre, la muerte.
Su labor resultó casi
normal por esos días en que la ciudad fue tomando aspecto desierto, morado.
Angostas y coloniales calles se convirtieron en carreteras con camiones del
ejército que no llevaban soldados sino cientos de féretros hacia la cremación,
desparramando más angustia. Juan lo veía ante sí, y sus ojos se llenaban de
ardor. Aquello, con el correr de los días, fue volviéndose normal en su vida de
barrendero hasta que llegó el final anunciado: su propia muerte.
Sucedió durante una jornada
cargada de presagios: al amanecer, uno de los tantos amaneceres de luto,
apareció ahorcado frente a su casa tal vez cansado de esperar, un vecino
desalmado. Lo peor sucedió al mediodía cuando otro suicidio sacudió la ciudad
devastada: el primer ministro pereció en las vías del tren que iba por los
barrios marginales a recoger cadáveres mientras sus sobrevivientes vagaban
mendigando botellas de agua o un pedazo de pan. El primer ministro se había
arrojado al averno al ver que nada podía hacer para salvar a sus conciudadanos.
Después, seguramente, le tocaría su turno.
El día anterior había
cumplido sesenta años. Mientras esperaba que la parca llegue de un momento a
otro, preparó unos bártulos, embaló prolijamente la escoba de barrer y escribió
un mensaje a su hija: “Claudia te amo. Solo Dios sabe cuánto voy a extrañarte”.
Estampó la nota en la puerta de la heladera y salió al cordón de la vereda a
esperar su hora. En la conciencia se le habían amontonado recuerdos, penas y
alegrías en tropel, desde el vientre de su madre hasta las vísperas de sus
exequias. Desembaló la escoba, la abrazó y lloró deseando sea rápido su
Gólgota.
Se puso a barrer. Eran las
doce del día de su último sol que brillaba a más no poder en lo alto. Cuando
aparecieron unos ángeles levantó una mochila cargada de penas y se dejó llevar
calle abajo.
-No podéis llevar
bártulos.- dijo uno de los alados a lo que el barrendero contestó con firmeza:
-Si no puedo llevar mi
escoba tampoco podré llevar mi alma.
El ángel calló.
Cuando Juan llegó al Cielo
la cola para ingresar llevaba días de atraso. Hileras de alma en línea
realizaban imprecaciones o rezos. Cuando tocó su turno, con visible
agotamiento, un señor mayor interrogó:
-¿A qué se dedica?
-Soy barrendero.
La fila casi llegaba al
Purgatorio, la gente comenzó a incomodarse a espaldas de Juan. Desde el fondo
un tipo de corbata agitó unos papeles como si estuviera bailando una zamba:
“¡Tengo orden judicial para entrar!” gritó, y amenazó con iniciar querella.
Enseguida lo sacaron de los codos cargándolo en uno de los colectivos hacia el
infierno. “En siglos no entró ni un abogado aquí, ahora, con esta peste ¡menos
que menos!”, renegó el anciano.
Acto seguido un ángel
condujo a Juan hacia los pabellones. “Me voy aburrir aquí”, comentó. “Podéis
hacer muchas cosas: escuchar música, dormir todo el día, escribir, bailar… “
-No entiendes –dijo- aquí
no podré barrer.
El ángel lo dejó solo.
Juan lo persiguió un trecho
rogándole volver. El alado solo respondió: “La decisión de Dios es inapelable”.
No alcanzó a escuchar bien
esta frase cuando Claudia le asestó un coscorrón. Juan
vio que su hija salía del cuarto para regresar con un vaso de agua: “¡Estabas
soñando a los gritos, papá. Tirabas patadas al aire!”
Se incorporó en la cama.
Era mediodía y el sol brillaba en lo alto.
-¿En qué estabas soñando?- requirió la joven.
-En una peste, hija. Algo que jamás podrá ocurrir.
Mi amigo César me convidó con unas riquísimas nueces
confitadas y con el corazón alegre el trencito puso rumbos a su nuevo destino,
el Litoral, para recibir a MARTA L. PIMENTEL ÁLVAREZ nacida en la ciudad de PARANÁ
(Prov. de ENTRE RÍOS), ciudad donde
reside. Fundadora de la revista literaria “Pluma y Martillo” (1985-1987), del
programa radial “Hablemos de Latinoamérica” (1987-1995). Dedicada a la
escultura y a la pintura ha participado en talleres de orden local y nacional
bajo la dirección de distintos maestros de la plástica. Ha participado en
exposiciones grupales en las artes plásticas, con su grupo Visual-Art. Autora
de los libros: “Desde todos los cielos”(poesías,
agosto/95), “Gabriel, el Enviado” (teatro,1998), “El eterno ausente” (teatro, 2000, Moscú), “El
Vértices de las Cosas” (teatro
2005-Córdoba), “De las simples cosas” (poesías
2006), “Los Versos de Juana” (poesías,
2007), “Ella y los pájaros” (2012), “El country de los Kimakis”
(narrativa-2017), “
E Mail: martapimentel@hotmail.com
SOLA (la palabra)
Allí, junto a las gaviotas
sus alas sin coser,
y mis alas rotas.
La vi pasear
como a una torpe monja
tirando piedras al mar,
sola.
Le roza la humedad
el rostro de las sombras,
la cicatriz de cal,
las muecas de las olas,
sin silbos ni ciudad,
como una mariposa
la vi, entrando al mar,
sola.
¿Quién era?
Pudo ser
las letras de magnolias,
apóstrofe de fe, sinceramente otra.
Como un sultán
sin ropa ni corona,
girando sobre el mar,
abriendo su memoria,
la vi anclar, allí, ligeramente,
sola.
Agua marina va
camino de la gloria,
sin un amor detrás
sin una recíproca gota
que le cuelgue al final
del sendero de ostras
como quien va morir
sin nombre ni victoria.
La vi, de mí partir.
Estela, el viento sopla.
Puntillitos de sal
pegados a su estola.
El alma vi salir
del cuerpo y las cosas,
sangrando libertad,
y enormemente
sola.
CORONADOS
Ensillando el aire,
duelen las montañas.
La carne envejece,
se estremece y calla.
El rufián de turno,
dueño de emboscadas,
siembra el desaire
de contagios y dádivas.
Sus murallas chinas,
su camino en alza
muerde horizontes,
atraviesa cielos,
escandaliza el mapa.
Se adivina lejos,
entre cristales rotos,
envuelto de silencio,
el amor que llama.
No hay razón que pague
el miedo, el asombro,
las catedrales llenas
de rezos mortuorios.
Perfil del escombro,
el niño
revive la ausencia de otros.
Ya, deja que pase...
Vendrán a pedirnos
un poco de magia
como adivinos,
de billón a lágrimas.
Y sabremos
cuántos hemos sido
los resucitados del ayer
que fuimos.
Oye,
El dolor, la angustia
de morir a solas,
del rostro no sale
ni de la memoria.
Aprovechamos la
oportunidad para darnos una vuelta por la hermosa costanera del río Paraná y la
locomotora enfiló para
E Mail: fersorrentino@gmail.com
RECUERDOS
DE UN JOVEN ARISTÓCRATA
A los dieciocho años padecí ser
empleadillo en cierta compañía de seguros, de cuyo nombre, repitiendo a
Cervantes, no quiero acordarme.
El diablo me puso bajo la égida de
uno de los hombres más estúpidos que en el mundo han sido. En melancólico
jolgorio íntimo, di en fingirme discípulo del señor B para que este ejecutivo —acucioso en su nadería,
risible en su severidad— imaginase que yo aspiraba a devenir una persona
parecida a él en un futuro venturoso.
La conjunción de su pequeñez física
y el vestir siempre los llamados “trajes de saco cruzado” le confería un
aspecto de figurita de cartulina, recortada de la revista Billiken.
Se presentaba como “subdirector” de
la sección, aunque esa jerarquía sólo existía en su caletre. Con respecto a mí,
uno de sus confesados propósitos consistía en “modelar” mi personalidad.
Objetivo, declaró con tristeza, que no había podido concretar con “el señor H”,
díscolo e insensible empleado cuarentón, cuya testarudez lo tornaba inepto para
todo modelaje. En cambio, puesto que yo ni siquiera había alcanzado las dos
décadas de vida, el señor B me consideró arcilla apta para ejercer su labor de
Pigmalión.
Entre otras exigencias, se hallaba
la de trabajar con saco y corbata. Además del pérfido señor H, éramos cuatro
empleados: una chica de modales edulcorados, dos muchachos y yo. Siendo nuestra
primera incursión en el llamado “mercado laboral”, la dama y los tres
caballeros acabábamos de cursar el colegio secundario. A pesar de esta
cuasiadolescencia, nos estaba prohibido tratarnos informalmente dentro de la
compañía: debíamos utilizar el riguroso usted,
como lo requería una atmósfera de aristocracia
administrativa. No obstante, una vez puesto un pie en la acera, se hallaba legalizado
emplear el infecto pronombre vos y
sus formas verbales correspondientes.
Mis tareas distaban de fascinarme.
Nada me cuesta declarar que, gracias a las Academias Pitman, yo era, y sigo
siendo, un excelente dactilógrafo, al tacto y con los diez dedos. El señor B.
solía entregarme una carta de su puño y letra, para que yo, cambiando las señas
del destinatario, la copiara, Olivetti mediante, doce o quince veces a fin de
enviarla a similar cantidad de “productores de seguros” domiciliados en diversas
provincias.
Las epístolas del señor B nunca
suscitaron mi envidia.
Su estilo abrevaba en el arcaísmo
ceremonioso (muy señor mío), en la
zalamería (no escapará a su elevado
criterio), en el barroquismo oficinesco (cumplimentar dicho actuado) y en la obsecuencia engorrosa (despídome de usted con mi consideración más
distinguida). Poseía sus propias reglas de acentuación escrita (asímismo, capáz, ésto, Luís, mas rapido, cafe o te) y
se mostraba generoso y ecuánime con los signos de puntuación, que derramaba al
azar entre las palabras del texto.
Mis tareas, aunque en extremo
tediosas, resultaban muy sencillas, y un paramecio o una ameba podrían
ejecutarlas con éxito consagratorio. Sin embargo, el ideal del señor B (a su
manera, un hombre superior) se hallaba en un horizonte lejano: el de alcanzar
la citada aristocracia administrativa.
Consecuente con estos principios, el
señor B intentó convencerme de que los gerentes y jefes constituían una élite
de semidioses, hacia los que yo debía sentir la veneración más profunda. Lo
cierto es que ante todos ellos en conjunto, y cada uno en particular, jamás la
admiración alteró mi ritmo cardíaco.
Mi fervor religioso no le parecía
tan vehemente como exigían las justicias divina y humana. Y, según pude ir
notando por las reprimendas a que me sometía a menudo, lo embargaba la desazón
de un nuevo fracaso creador: mi personalidad, gemela de la del señor H,
continuaba siendo tan reprochable como antes de ingresar en la empresa.
Al igual que don Quijote a Sancho y
que Martín Fierro a sus hijos y a Picardía, el señor B consideraba meritorio
aconsejarme. De sus consejos recuerdo dos:
1) Señor Sorrentino: dígale “señor” a todo el mundo. 2) Señor Sorrentino: sea humilde.
En cuanto al primero, no veo la
necesidad; respecto del segundo, creo que identificaba humilde con sumiso o rastrero o abyecto.
Si el señor B era “subdirector” de
la sección, tenía que existir un “director”. Y, en efecto, existía. Sólo que,
divinidad al fin, su presencia resultaba más espiritual que física. Ignoro cuáles
eran sus funciones fuera de la oficina, pero las presumo importantes e
imprescindibles, pues cuando, una vez por semana, hacía “acto de presencia”, el
señor B, ante esta epifanía, se desmoronaba en un estado de emoción lindante
con la catatonia y la catalepsia.
En tales fastos el director se
presentaba en binomio con un hijo suyo, un papanatas de unos treinta años (en
mi barrio lo habríamos catalogado de pelotudo
alegre), con ojos algo desorbitados. Entre sonoras risotadas, este hombre
feliz se lanzaba a bromear estentóreamente con nuestros semidioses menores, a
quienes llamaba fariseos, humorístico
apóstrofe a los que aquellos respondían con el mote de filisteo: torneo de agudezas que los conducía a un compartido
éxtasis intelectual. En la siguiente semana se repetían exactamente la escena,
las bromas, las risotadas, hasta alcanzar las proporciones de una tremebunda
batahola, reñida, claro está, con la aristocracia
administrativa.
A mí no me molestaban en absoluto
esas manifestaciones de estulticia; al contrario: me colmaban de maligna
felicidad, ya que esa parafernalia de gritos y carcajadas entraba en colisión
con los principios aristocrático-administrativos preconizados por el señor B. Y
este asistía, impotente y acobardado, encogido y enfurruñado, a esa invasión
festiva contra la cual carecía del mínimo poder represor: sólo un insensato
ateo podría cometer el sacrilegio de censurar las acciones del hijo del
semidiós principal de la sección.
El director vestía siempre traje
oscuro y ostentaba un aspecto “digno”, “caballeresco” y “señorial”. Puesto que aquila non capit muscas, era impropio de
su mente ocuparse de minucias: en cierta ocasión planteó a la azucarada
muchacha el siguiente enigma: “Dígame, señorita, realizado ¿se escribe con ese o con zeta?”.
En cuanto pude, abandoné aquel
ámbito aristocrático y regresé al mundo plebeyo en que nací y en el que
continúo viviendo hasta el día de hoy.
En la misma ciudad aguardaba otro escritor y hacia
allá nos dirigimos para encontrarnos con ROLANDO
REVAGLIATTI. Nació el 14 de abril de 1945 en BUENOS AIRES (ciudad en la que reside),
E Mail: revadans@yahoo.com.ar
LOBOS
Lobos
a través de la
fiebre
resollando
La nieve
a través del
resuello
Dos mujeres
se temen
a través de
los lobos
La fiebre
La nieve.
CON EXCELENTE DEFINICIÓN
La cámara
fotográfica
de su Ser
criminal
captó
del occiso
inclusive
estertores.
FUMAR SIN PLACER
Me
odia
un
poco menos
que antes de
haberme
ejecutado
Mi
descuartizador
sin mirarme
fuma
todavía
irritado
entre mis
disímiles
secciones
El fracaso
—o filo de esa
noción—
lo decapita
Un poco menos
que antes
de haberme
ejecutado
me odia.
ATÁJAME
La verdad
desnuda
como la pasión
desnuda
erran
hoy
por mi hígado
de inveterado
somnoliento
Me conduelo
del ciego
cuando arrojo
con ímpetu
apócrifo
mis lacrimales
al ciego
Sudo frío
los lunes
cálidos
sin madre
y sin
siquiera
su esquema
de
mutilaciones
Sé que sueño
donde mal
me interno
sin
perspicacia
en el fulgor
precipitado
por lo
irrisorio
de mi caída.
VIVIR CON
Mara se negó a
vivir con Albert
Albert se negó
a vivir con Geraldine
Geraldine se
negó a seguir viviendo con Enrique
Enrique se
negó a vivir con Ireneo
Ireneo se negó
a vivir con sus hijos
Los hijos de
Ireneo se negaron a vivir con la madre de Ireneo
La madre de
Ireneo se negó a seguir viviendo con su marido
El marido de
la madre de Ireneo se negó a vivir con Elvira o con Amelia
Amelia y
Elvira se fueron a vivir juntas
pero negándose
a vivir también
con la prima
de Elvira, Clarisa
Clarisa se
negó a volver a vivir con Rogelio
Rogelio se
negó a vivir en el remordimiento
de haberse
negado siempre a vivir con Ofelia
y ahora espera
que en tiempo y forma
la pólvora
activada en ese grosero
collar que
rodea su cuello
lo explote en
el aire.
Dejamos atrás Buenos
Aires y el trencito decidió arrimarse a la costa atlántica, para recibir a
nuestra última pasajera: MIRIAM FERNÁNDEZ, escritora nacida en MAR DEL PLATA (BARRIO
E Mail: aventuraspapel@outlook.com
ANARANJADO
Un cielo anaranjado
deleita su mirada.
Explotan suspiros,
está maravillada.
El verde esplendoroso
despierta los sentidos.
Aroma penetrante,
aparecen sonidos.
Todo lo vislumbra...
hermosas flores rojas,
el atardecer llega
y pisa muchas hojas.
Agua muy tranquila,
parece un gran espejo.
Lindos tonos resplandecen,
se produce un gran reflejo.
Te quedaste muy perpleja
de ese lugar singular.
Mañana retornarás
a un paisaje singular.
ACOSTUMBRARTE
A Anímate y habla.
C Cuéntalo, no calles.
O Oponte a eso.
S Siente tu corazón.
T Trata de ser vos.
U Única para resolver.
M Mujer respetada.
B Broncas guardadas.
R Raíz del dolor.
A Aire libre y puro.
R Razona con calma.
T Tiéntate al amor.
E Emprende tu camino.
TANKA
El pasto seco,
los árboles sin hojas,
un cielo muy gris.
Ni pájaros ni flores,
el invierno llegó ya.
MUY DENTRO MÍO
Mucho anhelo,
mucho deseo,
mucho temblor
muy dentro mío.
Mi cuerpo habla,
mi mirada brilla,
mi ser te ama
muy dentro mío.
Así me veo,
así me siento,
así te espero
muy dentro mío.
La locomotora estaba
cansadísima después de tanto andar. Y así al tranquito lento, el trencito
regresó a su andén pampa. Aquí los espero con sus poemas y sus cuentos (más una
minibiografía). Pueden enviarlo a: letrasenelanden@gmailcom
Nos estaremos encontrando. Un abrazo
CRIS F.
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