Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 151

PASAJEROS AL TREN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Que con fuerzas renovadas se dispone, en este nuevo año, a seguir recorriendo los caminos de la Patria y del exterior. Como dijera Machado “se hace camino al andar” … Hermosos es saber que viejos y nuevos amigos deciden viajar, compartiendo sus emociones, ilusiones, pesares y sueños. Que no es poco …
Entonces ¡partimos!

La locomotora estaba dispuesta, la campana sonó y allá fuimos. Y que mejor que arrancar visitando el extranjero, en este caso la bucólica Suiza, para recibir a nuestro primer pasajero que ya ha viajado con nosotros: ULISES VARSOVIA (en propias palabras): “Nací el 2 de julio de 1949 en Valparaíso (Chile), cuyo mar y sus tempestades marcaron definitivamente mi persona y mi poesía. Estudié varias asignaturas humanísticas, y trabajé en tres universidades, tanto en historia como en historia del arte, al mismo tiempo que escribía poesía. En 1985 salí a doctorarme a Alemania, y como mi mujer es suiza, pude trabajar y quedarme en SAN GALLEN (SUIZA), ciudad en cuya universidad hago un par de lecciones. He publicado 28 títulos de poesía, cinco de ellos en Chile, y tres dedicados a Valparaíso, el último: “Hermanía: La Hermandad de la Orilla”, en Apostrophes de Santiago (www.apos.cl). El libro más antiguo que he publicado es “Jinetes Nocturnos”, de 1974, pero tengo otros inéditos más antiguos. En 1972 publiqué un cuadernillo, “Sueños de Amor”, que circuló sólo entre amigos. Me han publicado más de 70 revistas de literatura de todo el mundo, en varios idiomas, y repetidas veces, y estoy en numerosas páginas web. En agosto del año 2006 salió a la luz en Sevilla, España, mi libro de poemas “Anunciación. Ángeles y Espadas”, publicado por la Asociación Cultural Myrtos. Esta misma entidad publicó mi “Antología Esencial y Otros Poemas (1974-2005)”, que incluye dos poemas de cada poemario publicado, es decir, 52 poemas "esenciales", y tres poemas de 12 libros inéditos, lo que hace un total de 88 poemas. Asimismo “Vientos de Letras”, también antológico, en colaboración con el poeta andaluz Alexis R., editado por Myrtos y “Vástagos de Babel”. De los 28 poemarios publicados, sobresalen Jinetes Nocturnos, de 1974/75, Tus náufragos, Chile, de 1993, Capitanía del Viento, de 1994, El Transeúnte de Barcelona, de 1997, Madre Oceánica, Valparaíso, de 1999, Megalítica, de 2000,  Ebriedad, de 2003, y la Antología Esencial.” Hoy nos deja algunos de sus poemas de su último libro “Hermano Lobo” (Ed. Adarve – Madrid – España) (también versión on line) cada uno de ellos dedicado a un espécimen animal, como un homenaje a nuestra fauna amenazada. Interesante lectura, realmente.

E Mail: alfonso.krieger@bluewin.ch

5. Búho. (Bubo bubo)

Cuando al bosque la noche
con su capa negra penetra,
y rinden su sólida vigilia      los extenuados seres silvestres,
y ya no más que espeso silencio,
nada más que el soliloquio del agua
o el invisible roce de la brisa,

eleva de pronto el búho sus claves,
su idioma que la luna entiende
y enhebra con sus rayos de plata.

Y la noche muerta mira,
la noche mira por dos pupilas
fijas, redondas, centelleantes,
clavadas, sumergidas en su hipnosis,
como si la luna hubiera abierto
dos orificios de fiebre en la sombra,
o llamearan dos ascuas insomnes
desde las vetas del fósforo.

El búho en la densa tiniebla
abre su imperceptible vuelo,
y parece el ángel de la muerte
cayendo sobre aterradas criaturas.
O un espíritu de ultratumba
cerniendo su entidad extinta
sobre nocturnos transeúntes.

Y el bosque sumergido en su mutismo
calla cuando el señor de la noche
cruza con sus ojos delirantes,
cruza escrutando todo lo viviente.


8. Ardilla. (Scirius vulgaris)

Gracioso pícaro de la arboleda
deslizándote de rama en rama
como un equilibrista de la altura
brincando, trepando, haciendo piruetas,
libre de vértigo en el trapecio
de las frondosas encinas,
audaces tus menudas patas
columpiando tu cuerpo en el aire,
alegre en la libre atmósfera desnuda.

Cuando tu caudaloso rabo flamea
volando tras tu regocijo
por las altas copas de los arces,
o cuando asoma tu inocente testa
como una cimera de piel juguetona,
o pende de ti indiferente
continuando tu magnético pelaje,
¡qué noble elegancia de líneas
uncido a ti como un cometa cautivo!

¿Dónde ocultas tus trazas en el bosque,
dónde está tu nido de gimnasta
balanceándose en los aires,
atiborrado de cónicos frutos,
tu despensa de rubicundas bellotas?

¿Dónde amamantas tu lúdica prole,
tus aprendices de magos del aire
desplegando ya sus gimnastas atributos,
con sus ojos cupulares
y su vientre como una mancha de nieve?

¿Dónde iremos a buscarte, gracioso,
cuando el frío descoyunte la arboleda,
y una gran alfombra alba se extienda
asediando tus menudas resistencias?


9. Castor. (Castor fiber)

Tu saber de alta ingeniería
heredó los viejos diplomas
de constructores hoy sumergidos,
cuyo hidráulico domicilio
sobrevivió las edades del saurio
porfiando en las ciénagas del pleistoceno.

Al nudo de la corriente
arroja tu ojo mensor
un bosquejo de vegetal alcázar,
y a las fluviales raíces
de esbeltos centinelas forestales
amarra tu atávico instinto
tu hogar de lodo sobre enramada.

Una bóveda silvestre
se eleva sobre el nido
de vegetal argamasa,
y he allí tu fortaleza
de señor fluvial erigida
en mitad de las rápidas aguas.

Por la bosqueril ribera
con tus dentales atributos
estrangulando mudos testigos,
derribando egregios patriarcas,
desmenuzando olorosas materias.

Y rama sobre rama tu juicio
doblega el músculo de la corriente
y obliga el nivel del agua.

Nadie más que tu atávico instinto
conoce el lugar sumergido
de acceso a tu insular alcázar.
Inaccesible es tu reino,
tú, ingeniero de alta escuela,
fluvial leñador diseñando
en tu hidráulico domicilio.

13. Erizo.  (Erinacëus)

Hace sesenta millones de años
emergieron tus minúsculas orejas
a capturar los ruidos de la noche,
y desde entonces tus prehistóricas patas
hollan la ruta de prófugos insectos.

A tu olfato inverosímil
van a parar incorpóreas substancias
como invisibles señales de vida,
y un reguero de luz imperceptible
guía tus pesados pasos
de cazador nocturno.

Cómo no amar tu ingenua existencia,
pequeña fortaleza andante,
cómo no sucumbir ante el rictus
de extrema inocencia de tus ojos
apenas emergentes en la espesura.

Un mar de apretadas lanzas
brama su aguda amenaza
erizando sus hostilidades
de dura córnea inquebrantable.

Ovíllate de púas aceradas,
envuélvete de un cerco impenetrable,
rodea tu exigua figura
de un valladar de afiladas puntas,
huye a tu armadura de espinas
cuando afilados colmillos te acosen.

El otoño se te ha echado encima,
y tu nariz de sensitivos sensores
agudiza sus sutiles filigranas
tras las etéreas huellas disueltas.

Largo será tu clandestino sueño
sumergido bajo yesca y hojarasca,
profundamente hundido en el invierno,
mientras afuera la nieve prorrumpe
en ráfagas de gélida inclemencia
estrangulando el tránsito de alas y patas.


No despiertes en el mundo, pequeño,
no abras tus ojos en la luz enferma,
retrotrae tu cerrado sueño
a la edad rebosante de climas,
a la edad cuando el viejo planeta
irradiaba su fresca salud en torrentes,
en bosques de embalsamado aliento,
en integridad de la madre silvestre.


34. Cuervo. (Corvus corax)

Fatídico heraldo de nocturna capa
graznando funestos mensajes
con tu curvo pico pulsado,
¿quién ha muerto en la tribu,
qué novia se despeñó en la muerte,
dónde lucha un agónico contra la parca?

Ya Edgar escuchó tus apotegmas,
y toda la noche tembló su pluma
traduciendo cifradas congojas.

Mas yo te conmino, pájaro adusto:
sacude la negra leyenda
de tu equívoca forma luctuosa,
vuela tu vuelo sombrío
agitando tus alas difamadas
con ira de secular inculpado,
con estrépito de vendaval airado,
hasta que tu color mortuorio
degrade su substancia amarga,
hasta que tu idioma de luto
se desgrane en notas neutrales.

Porque dulce es la maternidad
de tus plumas sobre la corvada,
tibio de amor tu vientre combado
irradiando la vida en oleadas.

Con la aurora levanta el vuelo
tu abanico obscuro plegado,
y raudo en evoluciones
se precipita tu pico arqueado
a la caza del sustento matutino.
Vocinglero es tu hogar en hambrientas gargantas.

¿Por qué ha recaído en tu ingenua existencia
el estigma de heraldo de la muerte?
¿Por qué, tierno pájaro obscuro,
huyen de tu graznido los seres
y te abruman de negras calumnias?
¿Por qué, cuervo, eres el chivo expiatorio?

    de su libro “Hermano Lobo”


El trencito recorrió las bellas montañas mientras la maquinista saboreaba un rico chocolate suizo y admiraba el paisaje. Y así llegamos de regreso al aeropuerto para embarcar y aterrizar en Buenos Aires. Allí aguardaba un nuevo pasajero: NÉSTOR TRINAK. Nacido el 04/08/1944 en Pigüé, (provincia de Buenos Aires) vive actualmente en la ciudad de BUENOS AIRES. Casi toda su vida transcurrió en el comercio. Estudió e hizo teatro, integró desde chico coros vocales (actividad en la que persevera), es medio apicultor, cuida nietos, hizo cursos de paisajismo y  de decoración de ambientes. Verdaderamente inquieto el hombre … Desde hace tres años integra un Taller Literario el que movilizó lo dormido  o aquietado por cuestiones de la vida. Participó en tres Antologías afectadas al taller. Hoy nos trae sus relatos que espero disfruten.

E Mail: nestortrinak@gmail.com

                          DULCE DE FRUTILLAS
- “¡Abu! No tengo más dulce de frutillas”- Le dijo su nieta al teléfono sin más vueltas.
La Abu exagerando el asombro le contestó: .¿No me digas que ya terminaste el último frasco?-.
- ¿Es que sabés una cosa Abu? Hay otros dulces, pero siempre ponen el mío en la mesa. Vos dijiste que era para mí pero me dicen que hay que saber compartir. Yo comparto un poco, pero me parece que se lo comen todo-. -¿Qué hago abu?-.
- No te preocupes Clarita. Luego, cuando salga a la calle, trataré de conseguir frutillas para hacer más dulce, pero mientras tanto, cuando te sirvan la leche, andá a la heladera y deciles a tus papás: -Como no tengo más dulce de frutillas para compartir, tendrán que comer éstos-.
Se despidieron bajo promesa de hacerlo juntas.
Clara, cuando la veía elaborando algo siempre le decía. “¿te puedo ayudar Abu?”. Y por supuesto que aceptaba. Una y otra se sentían importantes. Imprescindibles.
Luego, despacito, por las calles de Haedo camino hacia el hospital con la intención de sacar un turno, fue mirando y preguntado por la fruta en cuestión.
A pesar de las fuertes punzadas que sentía en la rodilla izquierda, sonrió recordando a su nieta, y pensó, cómo había cambiado la vida. Impensado en otros tiempos una relación de tanto afecto entre adultos y menores.
Se esforzó en recordar situaciones con sus abuelos. Mimos, faldas y juegos no era algo que se compartiera. Sola se entretenía subiendo y bajando árboles frutales que había en la quinta de sus abuelos. No se lamentaba ni se reclamaba, era así. Su abuela, siempre seria y con un rictus de amargura en los labios. No era un aliciente para acercarse. Escuchaba a su madre decirle cada dos por tres: “Mamá, por qué no va al médico y se hace ver esa pierna que con sus remedios ya ve que no se cura”.
Un accidente casero, simple y torpe, como tropezar con una alfombra por atropellada, la había hecho caer de rodillas. Y por más masajes con ungüentos, toma de antiinflamatorios y rodilleras elásticas, más la quita de la alfombra del living, los dolores continuaron. Las molestias le siguieron restando movilidad y se dijo; “no quiero que me pase lo que a mi abuela”.
El valor de las frutillas estaba insufrible para su bolsillo (pero no tanto como su rodilla) y decidió no seguir haciendo más estudios de mercado. En la siguiente frutería pidió dos kilogramos. “Por favor, con doble bolsa”, pero lo pensó mejor: “Póngalas por separado, kilo y kilo para equilibrar mi balanceo”.
Como había llegado al hospital en la hora del receso de atención al público, la ventanilla para turnos en Traumatología estaba cerrada. Miró su reloj. Decidió quedarse. Faltaban 30 minutos y se dijo: “Ni loca desandaré el camino”.
No queriendo escuchar historias clínicas de los que estaban esperando, sacó el rosario de su cartera, se hizo la que estaba rezando y con él en mano, aventó a inoportunos incontinentes de sus pesares.
Mientras desgranaba las cuentas pausadamente, le vino la imagen de su abuela cuando con mucha dificultad se apeó del tren luego de un viaje.
Ella con su madre, habían ido a esperarla después de estar un mes con sus parientes de La Pampa y no tuvo mejor idea, a modo de bienvenida, contarle que había muerto Juan Gallinger, un amigo más que pariente de la familia.
Subir a la abuela al sulky fue toda una proeza pero nada comparado con lo que vino después. Hubo que llamar a vecinos para ayudarla a bajar y horas más tardes a los mismos para llevarla a la Sala de primeros auxilios. La pobre estaba en un solo grito sin poder ponerse de pie.
Quedó internada. La casa se pobló de parientes que iban y venían cuchicheando. Escuchó decir a una de sus tías: -Le cayó muy mal enterarse de golpe que había muerto Juan-. Este comentario se le instaló por décadas en su tierna mente.
De pronto escuchó un alboroto. Habían abierto la ventanilla. Se contentó con haber conseguido un turno no demasiado lejano y le pareció que la rodilla ya no le dolía tanto pensando en sus seres queridos y en especial, en el momento que pronto compartiría con su nieta.
Directamente fue para allá. Lo que había sido la quinta de sus abuelos quedaba ahora dentro del ejido urbano y la habitaba su hija. Para cuando llegara Clara de la escuela, ya tendría las frutillas lavadas y un kilo cuatrocientos gramos de azúcar sobre la mesada.
-Te quiero Abu, yo con vos aprendo- le dijo Clara abrazándola.
-Yo también te quiero mucho bonita. Yo ahora me voy un rato afuera y cuando termines de merendar empezamos a trabajar hoy pero terminamos mañana. Ya verás por qué-.
Se fue a caminar por el patio a mirar las plantas que tanto le recordaban su niñez y bajó dos limones.
Ramalazos de su infancia allá en el tiempo acudieron a su mente y recordó a su abuela. Tuvieron que pasar casi cuarenta años para enterarse casualmente que, la causa de la muerte de ella había sido producto de una gangrena que le había minado el cuerpo por no haber sido tratada a tiempo y no por el inoportuno comentario de una niña de ocho años.
Regresó a la casa antes de ser reclamada por Clara y eufórica dijo. -¡Manos a la obra señorita!-.
Clara, bajo la mirada atenta de su abuela fue colocando las frutillas en el recipiente e intercalando el azúcar hasta terminar la fruta y el azúcar más el jugo de los limones exprimidos, al terminar le dijo: -Ahora tapamos la olla y verás mañana como las frutillas estarán inundadas en un almíbar como para chuparse los dedos y entonces sí, le daremos el golpe de gracia poniendo la olla al fuego-.

                 NO TODO ES LO QUE PARECE
Lo pensó y se decidió. Iría unos días a Córdoba. Acondicionar el auto era una prioridad y lo llevó al taller de siempre para una revisación general. No quería tener imprevistos mecánicos. Sus conocimientos al respecto eran básicos. Verificó que la documentación personal y la reglamentaria al vehículo estuvieran en vigencia e imaginó la decepción de los zorros ávidos de una mordida.
Recorrió mentalmente las próximas celebraciones familiares y constató que no iba a estar ausente en ninguna de ellas. Sus hijas se lo perdonarían, él no. La visita al médico podía esperar.
Los últimos meses no habían sido fáciles. Necesitaba tomar distancia de los acontecimientos y salir del medio era visceral. Tenía la contención de su familia que lo hacían sentir seguro, querido, protegido pero, cada una tenía su propia vida.
Patricia y Carla, sus hijas, lo llamaban casi a diario a pesar de sus ocupaciones profesionales cuando él no iba para ver a sus nietos. Sus yernos se lo disputaban para compartir un asado o llevarlo a la cancha para ver al cuadro de sus amores. ¿Qué más podía pedir?
Preparó mudas de ropa como para una semana, el equipo de mate, algunos huevos duros y un par de bananas para no tener el estómago vacío mientras manejaba, un libro que recién había empezado a leer, los remedios cotidianos y los por las dudas.
Partió a la madrugada como era su costumbre. Tenía la convicción de que las primeras horas son cómplices de los viajeros, la ciudad es más amable, más íntima y más ágil para cruzarla.
No tenía apuro en llegar a destino y menos por volver. Nélida no lo desvelaba. Ella lo esperaría como siempre y siempre habían sido los últimos diez años desde que empezaron la relación. Por eso ella no se sorprendió ni le reprochó que no la invitara. Eran las reglas que él había impuesto y ella aceptado. Se dio como avisada cuando le pidió que le regara las plantas y le entrara la correspondencia.
Elena hacía cuatro meses que había fallecido después de una larga postración. Luego de cuarenta y dos años de matrimonio y cuatro de noviazgo tenía que reacomodarse, barajar de nuevo. Las dos hijas ya habían formado sus familias y a ellas se debían.
El trayecto a Mina Clavero por las altas cumbres lo llenaba de paz, gozo y melancolía. Recordó que cada vez que salían a la ruta, Elena verificaba que los papeles del coche estuvieran en regla. Le advertía que respetara las señalizaciones y que no se pasara de la velocidad permitida por el propio bien y el del prójimo, y para no dar motivos a contravenciones.
Se detuvo en cada mirador para estirar las piernas y contemplar lo que la naturaleza espontáneamente ofrecía. Tomó conciencia de que el hombre había intervenido en estos accidentes geográficos sólo para construir una cinta acorta trayectos, el resto, un regalo para los sentidos.
Al retomar el recorrido, recordó que unos kilómetros atrás, un control de tránsito le había alterado el humor.
Previa señal para que estacionase, un uniformado se acercó y tocándose la visera saludó: “Buenas tardes señor, Sargento Benítez, ¿para dónde va?, documentos, carnet de conducir, cédula verde, pólizas, matafuegos, abra el baúl, botiquín, chaleco refractario, balizas, casco con luz nocturna, soga de remolque”.
La reputa madre que te parió Benítez, qué más me vas a pedir, ¿el acta de la llegada de mis ancestros al país? pensó, y cuando creía que la prueba estaba superada, empezó a guardar la documentación.
Otro milico que hasta el momento había estado apoyado en el baúl, aparentemente sin hacer nada, viendo que la presa se le escapaba a Benítez porque se le habían acabado los argumentos legales, sin disimulo le marcó con la mirada el farol de atrás y éste, ya más animado le dijo:
“A ver, a ver, ponga el guiño trasero izquierdo”. "Amigo, así no se puede andar en la ruta, me va a tener no quiere va a tener que acompañar o, si está apurado y no quiere ir hasta el destacamento, podemos…”.
Proceda, proceda nomás. Haga lo que tenga que hacer. Arregló el revoltijo del baúl y, con la sangre en el ojo por la contravención se fue.
Tratando de olvidar el incidente, pensaba en lo rápido que pasa la vida. De los proyectos urdidos con Elena allá en la juventud, los nacimientos de las chicas, sus adolescencias, casamientos, de la llegada de los nietos y de la enfermedad que había llegado para quedarse alterando todo orden. Todo estaba allí, en una caótica instantánea panorámica.
A poco de salir del puesto caminero, percibió que tenía una goma floja. Se arrimó a la banquina, cambió la rueda y siguió.
Se estaba haciendo de noche, amenazaba lluvia y estaría a unos treinta kilómetros de su destino, cuando una nueva pinchadura….y sin auxilio.
Un camionero gaucho de los que no faltan, paró ante las señas de Carlos. El hombre dijo que un poco más adelante había un comedero sin muchas pretensiones y que le parecía que también era gomería, que si quería, lo arrimaba.
Engancharon el auto y hasta allá fueron charlando, de dónde venían, hacia dónde iban, del tiempo lluvioso y que no siempre se ven los picos de las sierras cuando están las nubes bajas, que nunca se está libre de algún imprevisto. Agradeció y se despidieron. Había empezado a llover.
Golpeó las manos y se refugió en el salón. Salón con luz mortecina y de mobiliario modesto, un retrato del cura Brochero, otro del Gauchito Gil con jirones de trapos colorados, velas encendidas y un crucifijo de madera con flores plásticas enganchadas en el vencimiento de las rodillas del Cristo. Parecía más un santuario que una fonda/gomería. Él no era creyente, pero si la gente se rodea de santos, maldad no debe tener. Podía confiar.
Secándose las manos en el delantal apareció detrás de la cortina de la cocina quien luego de mirar las gomas le dijo que iba a tener que esperar un rato porque estaban llenas de miguelitos. Lamentó que le faltara una palanca que se había llevado el patrón pero que éste estaba al caer y, para que matara el tiempo la espera le ofreció picar algo. Se disculpó por dejarlo solo porque estaba preparando un guiso carrero de cordero para la cena y no quería que se le malograra.
Carlos empezó a comer chorizo seco con galleta marinera, mientras sacaba conclusiones sobre las pinchaduras, cuando vio a través de la ventana que de un patrullero bajaba una cara conocida. Era el patrón esperado. Todo se le aclaró. Le quitó la cáscara al último huevo duro y lentamente se lo comió.
-“Hasta mañana Benítez”, le dijeron los que seguían viaje, “que no se te mojen los papeles”, alcanzó a escuchar.
-“Qué casualidad, ¿usted por acá?. Vi la goma baja y me imaginé. En la ruta siempre se está expuesto a estos accidentes. Qué macana, suele pasar”, dijo Benítez auspiciando a la fatalidad.
Carlos, para no ser menos, respondió: “lo bueno es que Dios aprieta pero no ahorca, porque si no fuera que a usted se le ocurrió poner una gomería en este trayecto desolado, mal lo estaría pasando”.
- “Che Ruiz, ahí tenés las herramientas y mientras le arreglás el problemita al amigo te revuelvo el guiso, no vaya a ser cosa que se pegue. ¿No quiere compartirlo con nosotros?. Tinto no falta”, dijo Benítez solícito.
- Con mucho gusto y se agradece, igualmente en algún lugar iba a parar a comer. Eso sí, la bebida la pago yo, dijo Carlos.
- Nunca había tenido la oportunidad de comer guiso de cordero y realmente está muy bueno, sobre todo bajándolo con este cuyano que alivia el picor y deja un sabor a gloria en cada bocado. ¿Cómo lo hizo Ruiz, si es que puede develar el secreto?
Agrandado como galleta en el agua, y mandándose otro trago, Ruiz soltó el secreto:
-“Salpimenté la carne sofritándola de ambas partes en aceite caliente, le tiré un par de ajos picados, cebollas, un morrón, zanahorias en ruedas y tomates, bastante ají molido picante, hojas de laurel, orégano y un buen chorro de tinto. Transparentadas las cebollas, le empecé a echar agua hasta cubrir los ingredientes y esperé a que hirviera para que aflojara la carne, luego papas, zapallo y choclos, una buena cucharada de pimentón dulce diluido en agua fría y por último los fideos!”.
-“Es lo que más le gusta a Ramón”, dijo Ruiz mirando a los ojos al Sargento Benítez. “Ah sí, dijo éste, no hay como un guiso en buena compañía y regado de abundante vino después de haber trabajado todo el día”, devolviéndole la mirada.
La cuarta botella iba por la mitad cuando Carlos percibió que las lenguas de sus anfitriones se volvían pastosas y decidió dar el golpe final. Dirigiéndose a Ruiz le dijo:
“Baje esa botella de caña dulce y celebremos”.
La mesura en el beber y el protector natural que Carlos tenía en su estómago por los huevos y bananas, atenuaron el ingreso de alcohol al torrente sanguíneo, permitiéndole mantener el control de la situación mientras los otros se relajaban.
Brindaron por la comida, el buen trago y por la reciente amistad con el compromiso de regreso, hasta que el sargento Benítez haciendo gala de su hospitalidad de mamado le dijo a Carlos: “Nosotros nos vamos a dormir, usted agarre la otra pieza y quédese amigo, sigue lloviendo y será mejor que se vaya por la mañana”.
Carlos esperó a que los sonidos internos de la fonda se apaciguaran. Fue a la cocina. Avivó los brasas que se venían marchitando en la económica, buscó la tabla con el broche que sujetaba el talonario de contravenciones e hizo justicia por él y por quién sabe cuántos incautos más. Estimó el valor de las botellas abiertas y dejó un dinero. Sonrió recordando a Elena. Fue en busca del auto, ajustó el foco de guiño izquierdo y siguió viaje.

Con la tradicional vueltita al Obelisco dejamos atrás la ciudad. La locomotora puso rumbo a las serranías y allí, en Córdoba, nos reencontramos con una entrañable amiga: ELBIS GILARDI. Nació en San Guillermo (prov.de Santa Fe) y desde hace 39 años reside en BRINKMANN (prov. de CÓRDOBA). Docente, los últimos años de su carrera se desempeñó como directora de nivel primario y como docente en el Colegio Universitario “María Justa Moyano de Ezpeleta” de la ciudad de Morteros (Córdoba). Organiza desde hace 28 años los Encuentros Nacionales de Poetas en el mes de agosto en su ciudad. Se dedica además a visitar escuelas de distintos niveles para realizar talleres de animación a la lectura. Dicta talleres literarios para adultos en la zona. Algunos de sus Libros: “Destierro”, “Entre Salmos y Mariposas”, “Identidad del viento”, “La otra voz del pájaro”; “Rescoldo de Caracoles”, “Al paso que vamos”; “Bilingüismo de lo cotidiano”. Para niños: “Carasucia”; “Olor a Naranjas”, “Cuatro gatos y una luna”; “La culpa es de la hormiga”. Inédito: Salomón (Sangre Azul). Hoy nos deja sus poemas, luminosos y claros.

E Mail: elbisgilardi@gmail.com

CUANDO FLORECE MARZO

Está casi asfixiada la azucena de la noche.
Los ángulos oscuros de la esquina
inventan relojes en los barrios
trastocando el tiempo en los tapiales.
La noche atacada por la estrella
se ha cortado las venas más oscuras
y un millón de lunas plañideras
auxiliaron el costado de la infancia.
Pero marzo sigue floreciendo
en este calendario de luceros.
Conserva la azucena porque yo
nací morada de su vientre
cuando algunas madres de este mundo
recortaban orgasmos al otoño.


PRIVILEGIO A LA MAÑANA

Cardenal que canta en mi ventana
ahogando la luz con su latido
abrió con anchura su silbido
la emérita faz de la mañanaza.

Cardenal de artística hermosura
celador del vuelo en el follaje
detrás de mi ventana el equipaje
ambulante traje de llanura.

Cardenal, afrenta del lucero
ardiente lunar de la maleza
canónica ley de la pureza
paisaje ancestral de buen agüero.

Cardenal que a mi lapacho canta
con cerillas de tibio atardecer
ha encendido la flor sin recoger
la raíz que eslora su garganta.

Cardenal. Urdimbre de los trigos
sujeto a las lianas de verbenas
hachero milenario de las venas
tajea con su voz llena de lirios.


VOZ PODEROSA

 Este pasar añejo de bondades
ha hecho de mi vida un poemario
soñé con encontrar las amistades
que hicieran con el verso un relicario.

Este hacer de palabra y malabares
este sueño fogoso y millonario
de amigos y amantes de juglares
me dejó solidez de mandatario.

 Mandatario de luna y de trigales
estoico  mirador de atardeceres
y simple capataz de los zorzales.

Para eso idolatro los placeres
para ver reflejada en mis morrales
la luz de la palabra y sus poderes.


UNA REFLEXIÓN DEBAJO DE LOS PIES
Cuando volvíamos
de cosechar el sol entre las nubes,
un alfalfar de cotorras
retornaba el bullicio
al oído de plumeritos blancos.
Solos. Evitando el color y la imagen
de las palabras. Palmoteando en silencio
las sílabas del ocaso.
A veces, el viento del este
amontonaba pensamientos sin rima.
Una reflexión. Una carta inconclusa.
Un hacer a medias. Un murmullo de sapos.
Un cordón de pájaros
limitándonos la vida.

Veníamos oteando los sueños
y pisoteándonos las huellas de las manos.
Elegiste una flor de la maleza
me la puse en el ojal.
Desangraba su jugo en mi remera.
Luego el regreso a casa.
Nadie imagina la intensidad
de la respiración nueva
oliendo a durazno de los campos.
Cada día volvemos. Plenos de tarde y frutas.
Mañana. Habrá un mañana
tan verde de cotorras
en el cielo. O debajo de la tierra.
O en la ceniza de una flor insulsa.
No sé. Tal vez mis ojos se resistan
a la oscuridad de los valientes.
Llevan tanto sol en las pupilas
tanta claridad de ocaso
en la garganta.


Compartimos unos mates con los amigos (sin olvidar los infaltables criollitos) y el trencito se dirigió a su último destino: el Jardín de la República, la florida Tucumán. Allí nos esperaba una amiga, también pasajera frecuente: MARÍA DE LOS ÁNGELES ALBORNOZ, nacida y residente en MONTEROS (PROV. DE  TUCUMÁN). Maestra Normal Nacional, Prof. Elemental de Francés, Locutora y Cantante. Preside “América Madre”  Filial Monteros. Es socia fundadora y miembro de Instituciones Culturales nacionales e internacionales. Entre las actividades que realiza se destaca el dictado de  Talleres de Producción de Textos en escuelas, en los distintos niveles de educación, algunos trabajos  editados en el libro La Paz (2017) Obras publicadas: Sentir patriótico (2001), Poetas de Monteros (2010), Verso amor (2011), Hilvanando Palabras y Sueños y Desvelos (2013), Nostalgia de su Palabra y Siembra generosa (2015), Antología VI Encuentro de Poetas (2016). Participa en Feria de Libros, Encuentros de Poetas y Congresos,  a nivel local,  provincial, nacional e internacional. En imprenta: Sobremociones y Sinectis.com. Trae hoy sus poemas.

E Mail: mariadelosangeles_poeta@yahoo.com.ar


  A  CORZUELA

La noche pinta recuerdos
de aquel agosto en Corzuela.
La nostalgia es emoción
vibrando dentro del pecho.

El día evoca añoranzas
de tus calles, de tu gente,
de lapachos florecidos,
preludiando a primavera.

La poesía de tus hijos
es plegaria de esperanza,
que desnuda el alma virgen
de tu selva, de tu monte.

En tu cuerpo continente
se funde el sol del verano.
La lluvia es bendición
mojando tu piel rugosa.

La palabra es instrumento
de una bella melodía,
logra treparse hasta el cielo
repitiendo con fervor
tu dulce nombre ¡Corzuela!


BUENOS AIRES EN VERANO

¡Hola, Buenos Aires!
Bochornosa y excitante.
Baña tus costas el Plata,
con  aguas de chocolate.
Tu historia renace en tangos,
con   perfume a madreselvas.
Caminito de la Boca,
Puente de Avellaneda,
con  ese  olor nauseabundo,
que se te  impregna en la  piel.
Tus barcas de pescadores,
las  inmortalizó don Benito.
Su brocha afiló colores,
para  mostrar tus raíces.
Un  Retiro glamoroso,
de ciudad cosmopolita,
se  presenta a cada paso.
E l  progreso te ha  ganado.
Altas torres de cemento,
oscurecen hoy tu cielo.
Emblemático Obelisco,
te pareces a un  mojón,
allá en la  9 de julio.
Tus plazas, parques, paseos,
alimentan la emoción.

Eso sí, cada  verano,
reafirmas tu corona,
cálida anfitriona, 
recibiendo  a los turistas,
de   paso por  Mar del Plata
Los sábados y domingos,
le  das vida a los feriantes.
De lunes a viernes,
la  rutina  sigue su curso.
Traqueteo incesante,
bocinazos y frenadas.
Una horda bulliciosa,
recorriendo  tus arterias,
aceleran  tu corazón.
¡Hasta siempre, Buenos Aires!


FALSOS PROF ETAS

Hombre falso,
impío infiltrado,
reniegas de Dios.
Profanas la carne,
injurias la fe,
contaminas el presente,
matas el futuro.
Cegado por la ambición,
vives al capricho
de pasiones impuras.
Tus palabras petulantes,
adulan por interés.
Regresa a la luz.
¡Arrepiéntete!
La misericordia de Dios,
te alcanzará para salvarte


SOÑANDO PAZ

Paz…reina universal del amor,
Guías  al hombre  hacia la luz.
Que  tu pasión de vida ilumine,
a  la humanidad en sombras.
Que tus lágrimas sean bálsamo,
que  cure  las heridas de la guerra.
Que infunda  armonía en los corazones
Que la libertad no sea una quimera
Que la esperanza fortalezca al hombre,
 desterrando al odio que corroe el alma.

La pobre locomotora estaba cansadísima luego de tanto ajetreo. Decidió entonces regresar a su andén pampa. Y aquí los espera con sus poemas y sus cuentos, más una minibiografía. Recuerden que pueden enviar su material a: letrasenelanden@gmail.com
Nos vamos … y me despido de ustedes hasta el próximo viaje … Agradezco las felicitaciones y buenos augurios enviados.
Bye bye !!!!!!!!!!

CRIS FERNÁNDEZ



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